Historia general del Perú, o Comentarios reales de los incas (Tomo I)/Capítulo XXIX

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época

CAPÍTULO XXIX.

Tenian los Incas una cruz en lugar sagrado.

Tuviéron los reyes Incas en el Cozco una cruz de mármol fino de color blanco y encarnado que llaman jespe cristalino, no saben decir desde qué tiempo la tenian. Yo la dexé el año de mil quinientos y sesenta en la sacristía de la iglesia Catedral de aquella ciudad, que la tenian colgada de un clavo, asida con un cordel que entraba por un agujero que tenia hecho en el alto de la cabeza. Acuérdome que el cordel era un orillo de terciopelo negro, quizá en poder de los Indios tenia alguna asa de plata ó de oro, y quien la sacó de donde estaba la trocó por la de seda. La cruz era quadrada, tan ancha como larga: tendria de largo tres quartas de vara antes menos que mas, tres dedos de ancho y casi otro tanto de grueso: era enteriza, toda de una pieza muy bien labrada, con sus esquinas muy bien sacadas, toda pareja labrada de quadrado; la piedra muy bieu bruñida y lustrosa. Tenianla en una de sus casas reales en un apartado de los que llaman huaca, que es lugar sagrado. No adoraban en ella mas de que la tenian en veneracion: debia ser por su hermosa figura ó por algun otro respeto que no saben decir. Así la tuviéron hasta que el marqués Don Francisco Pizarro entró en el valle de Tumpis, y por lo que allí le sucedió á Pedro de Candia, la adoraron y tuviéron en mayor veneracion, como en su lugar diremos.

Los Españoles quando ganaron aquella imperial ciudad, é hicieron templo á nuestro sumo Dios, la pusieron en el lugar que he dicho, no con mas ornato del que se ha referido, que fuera muy justo la pusieran en el altar mayor muy adornada de oro y piedras preciosas, pues hallaron tanto de todo y aficionaran á los Indios á nuestra santa religion con sus propias cosas comparándolas con las nuestras, como fue esta cruz y otras que tuviéron en sus leyes y ordenanzas muy allegadas á la ley natural, que se pudieran cotejar con los mandamientos de nuestra santa ley, y con las obras de misericordia, que las hubo en aquella gentilidad muy semejantes como en adelante veremos. Y porque es apropósito de la cruz decimos, que comoe es notorio por acá se usa jurar á Dios y á la cruz para afirmar lo que dicen así en juicio como fuera de él, y muchos lo hacen sin necesidad de jurar sino del mal ábito hecho, decimos para confusion de los que asi lo hacen que los Incas y todas las naciones de su imperio no supieron jamás qué cosa era jurar. Los nombres del Pachacamac y del sol ya se ha dicho la veneracion y acatamiento con que los tomaban en la boca, que no los nombraban sino para adorarlos. Quando examinaban algun testigo, por muy grave que fuese el caso le decia el juez en lugar de juramento ¿prometes decir verdad al Inca? Decia el testigo sí prometo. Volvia á decirle, mira que la has de decir sin mezcla de mentira, ni callar parte alguna de lo que pasó, sino que digas llanamente lo que sabes en este caso. Volvia el testigo á ratificarse diciendo así lo prometo de veras. Entónces debaxo de su promesa le dexaban decir todo lo que sabia del hecho sin atajarle ni decirle, no os preguntamos eso sino estotro, ni otra cosa alguna. Y si era averiguacion de pendencia, aunque hubiese habido muerte le decian, dí claramente lo que pasó en esta pendencia sin encubrir nada de lo que hizo ó dixo qualquiera de los dos que riñeron, y así lo decia el testigo, de manera que por ambas las partes decia lo que sabia en favor ó en contra. El testigo no osaba mentir, porque demas de ser aquella gente timidísima y muy religiosa en su idolatría, sabia que le habian de averiguar la mentira y castigarle rigurosísimamente, que muchas veces era con muerte si el caso era grave: no tanto por el daño que habia hecho con su dicho, como por haber mentido al Inca y quebrantado su real mendato que les mandaba que no mintiesen. Sabía el testigo que hablar con qualquiera juez era hablar con el mismo Inca que adoraban por dios; y este era el principal respeto que tenian sin los demas para no mentir en sus dichos.

Despues que los Españoles ganaron aquel imperio sucedió un caso grave de muertes en una provincia de los Quéchuas. El corregidor del Cozco envió allá un juez que hiciese la averiguacion, el qual para tomar el dicho á un curaca, que es señor de vasallos, le puso delante la cruz de su vara y le dixo que jurase á Dios y á la cruz de decir verdad. Dixo el Indio: aún no me han bautizado para jurar como juran los christianos. Replicó el juez diciendo que jurase por sus dioses, el sol, la luna y sus Incas. Respondió el curaca: nosotros no tomamos esos nombres sino para adorarlos, y así no me es lícito jurar por ellos. Dixo el juez ¿qué satisfaccion tendrémos de la verdad de tu dicho sino nos das alguna prenda? Bastará mi promesa, dixo el Indio, y entender que hablo personalmente delante de tu rey, pues vienes á hacer justicia en su nombre, que así lo haciamos con nuestros Incas: mas por acudir á la satisfaccion que pides juraré por la tierra, diciendo que se abra y me trage vivo como estoy si yo mintiere. El juez tomó el juramento viendo que no podia mas, y le hizo las preguntas que convenian acerca de los matadores para averiguar quienes eras. El curaca fue respondiendo, y quando vió que no le preguntaban nada acerca de los muertos que habian sido agresores de la pendencia dixo, que le dexase decir todo lo que sabia de aquel caso, porque diciendo una parte y callando otra entendia que mentia, y que no había dicho entera verdad como lo habia prometido. Y aunque el juez le dixo que bastaba que respondiese a lo que le preguntaban dixo, que no quedaba satisfecho ni cumplia su promesa sino decia por entero lo que los unos y los otros hicieron. El juez hizo su averiguacion como mejor pudo y se volvió al Cozco, donde causó admiracion el coloquio que contó haber tenido con el curaca.