Ira de Dios, poema bíblico/Canto VI

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Canto VI

I - Los sodomitas

Y sucedió que apenas del banquete
levantado se habían, grandes voces
llegaron hasta allí.—Tal como suelen
en cruda tempestad los aquilones
frementes rebramar, así iracundos
los torpes de Sodoma habitadores,
en confuso, estruendoso vocerío,
clamaban con furor: «¿Do están los hombres
que esta noche en tu casa introdujiste?
¡Sácanoslos acá!» Sobre sus goznes
giró de Lot la claveteada puerta,
el cual cerróla tras de sí: los torpes
a su vista, los gritos aumentaron,
y al creciente rumor de sus clamores:
«¿dónde están, dónde están los peregrinos?
decían, ¿dónde están?, por qué se esconden?
¡Sácanoslos acá!» —Con suplicante
voz y humilde ademán, Lot respondióles:
«¡No queráis, por piedad, hermanos míos,
tal crimen cometer! — De mis amores
dos hijas sólo tengo, dos doncellas
que en hermosura eclipsan a los soles
que alumbran en el ancho firmamento;
ninguna de las dos lascivia torpe
ni amistad de varón ha conocido;
ambas os la daré; vuestro furores
podéis saciar en ellas, si así os place;
¡mas respetad, os ruego a los dos jóvenes,
que cobija mi techo hospitalario!»
Pero en crudos acentos bramadores
así le respondieron: «¿Tú has venido
de extranjeras comarcas, y te pones
como juez, nuestro fueros y costumbres
osado a combatir? Si a esos dos hombres
al punto no nos das, sobre los tuyos
y sobre ti caerán males peores.»
Y haciendo al hombre justo gran violencia,
pugnaban por entrar con grandes voces
y ya la antigua puerta rechinaba
con doliente crujir sobre sus goznes.

II - El socorro

Cuando de entrambos ángeles
los rostros refulgentes
aparecieron túrbidos
a las feroces gentes:
y al rayo que fulgura
en su mirada pura,
se replegaron trémulas
las turbas sobre sí.

A Lot entonces rápidos
asieron de la mano;
y del primero al último
al joven y al anciano
y al niño que los viera,
de súbita ceguera
los hieren, y la atmósfera
ya puebla su gemir.

Y a tientas en las hórridas
tinieblas que los cercan,
con lastimeras súplicas
de nuevo a Lot se acercan:
y con humilde llanto
y voz de inmenso espanto,
entre gemidos lúgubres
imploran su perdón.

Mas de los dos espíritus
la voz que el aire atruena,
responde así a los míseros:
«Ya la medida llena
de torpes liviandades
está, y de iniquidades;
¡generación de réprobos,
no esperes redención!»

¿Cómo, ¡ay! en voces débiles
de lenguas terrenales,
cómo en oscuros sémiles,
e imágenes mortales,
pintar el alarido
inmenso, indefinido,
que aquellas turbas cárdenas
lanzaron a una voz?

Aquí una humilde súplica
de alto dolor es prenda;
de maldición satánica
allá un a voz tremenda:
y en hórrida armonía
por la región vacía,
retos, blasfemias, lágrimas,
van en revuelto son.

Tal en las negras bóvedas
del tenebroso averno,
donde Luzbel indómito
vive en dolor eterno,
sonó el primer rugido
del ángel maldecido,
que osó lidiar impávido
de un Dios contra el poder.

En tanto las sacrílegas
gentes confusas huyen;
y en las tinieblas lóbregas
que en torno los circuyen,
se llaman, se codean,
se insultan, se golpean
y en estridente vórtice
no cesan de correr.

III - La fuga

Entonces a Lot, los ángeles:
«¿Hay alguien que te toque, yerno o nuera,
hijo o deudo que esté de casa fuera?
Ve rápido en su busca
si no deseas que esta noche muera.

Que del celeste empíreo
del sumo Jehová somos enviados.
Llegaron de Sodoma los pecados
hasta su eterno trono,
y sus días aquí ya están contados.»

Lot, pues, como el relámpago,
oprimido del miedo y la tristura
corrió hacia la mansión en derechura
de sus futuros yernos,
y en voz doliente y que le embarga el pasmo:

«¡Alzad del lecho, míseros,
alzaos!, exclamó. De Dios la mano
enviará sobre el joven y el anciano
la muerte antes del día,
en el recinto de Sodoma insano.»

Mas ellos al terrífico
rumor de sus acentos inseguros:
«vuélvete, respondieron, a tus muros,
que de burlas no es hora»;
y a dormir se volvieron muy seguros.

Entonces, tomó Lot desesperado
de su casa el camino;
y de los dos mancebos apiadado
lamenta su destino.

Y vacila y se para en la carrera,
y el paso atrás revuelve;
mas de nuevo sonó la voz severa
y a su camino vuelve.

Y sigue, sumergido en la amargura
la débil planta, incierta,
atravesando la estancia oscura
de la ciudad desierta.

Era la hora en que el naciente día
celajes mil anuncian de oro y grana,
y las aves en plácida armonía
saludan el albor de la mañana:
pero en Sodoma aún la noche umbría
se muestra de los mundos soberana,
y Lot, con gran trabajo y pena suma,
llegar pudo a su casa entre la bruma.

Preparados al viaje, allí le esperan
en pie los dos mancebos celestiales,
y ambos a las mujeres aceleran
con palabras y gestos de mortales:
ya los primeros rayos reverberan
de Dios en los eternos arenales,
cuando la comitiva silenciosa
la ciudad atraviesa tenebrosa.

Como una corta, inerme caravana
cruza los arenales del desierto,
temiendo del Simún la furia insana
o los fétidos miasmas del mar Muerto;
y mientras más camina más se afana,
y hasta llegar al anhelado puerto
calor y sed arrostra y hambre dura,
porque tan sólo allí se cree segura:

Así Lot, con los suyos caminando
va sin cesar por calles y por vías,
siguiendo las pisadas que trazando
van en la arena sus celestes guías:
y acaso escuchan el rumor nefando
del baile y de las cántigas impías,
y las risas y apóstrofes brutales
que surge de las torpes bacanales.

Por fin pasaron la ferrada puerta
de la impura ciudad, y un breve instante
reposaron allí la planta muerta
y el oprimido pecho jadeante:
y estando ya de la campiña abierta
en medio, su camino hacia delante
prosiguieron derecho a un alto monte
que al Este limitaba el horizonte.

Pero antes de seguir, con voz severa
a Lot, así dijeron los alados:
«Corre sin detenerte en la carrera
y cotos salva, y setos y vallados:
y aunque llegue a tu oído lastimera
plegaria, o de los truenos disparados
el bramido, hacia atrás nunca el semblante
vuelvas, que serás muerto en el instante.»

Y asiendo a las mujeres de la mano
con palabras de amor las consolaban,
y dando priesa al afligido anciano
con acentos de brío le animaban.
Y atravesando ya el inmenso llano
que circunda a Sodoma, se alejaban
del amor espoleados de la vida
de la torpe comarca maldecida.