Katara/En viaje
EN VIAJE
Hace ya muchos años, más de cuarenta, tuve necesidad de trasladarme por asuntos de familia desde Buenos Aires, donde residía, a la Isla de Cuba. Unos bandidos, de los muchos que quedaron merodeando en la manigua, después de terminada la segunda guerra separatista, habían dado muerte, para robarle, a un hermano de mi padre, en la finca Ojo de Agua, de su propiedad, inmediata a Sancti Spíritus, donde muchos años más tarde, cuando la última guerra, tuvo su campamento Máximo Gómez; y como mi señor tío no dejase allí familia, era indispensable que fuese yo a hacerme cargo de sus intereses.
Por aquel tiempo, un amigo mío, natural de un puerto próximo al de mi nacimiento, en la costa cantábrica, me dijo que estaba próximo a llegar a Buenos Aires el bergantín Navia, de la matrícula de Gijón, mandado por un pariente suyo, don Miguel Jardón, en el cual navegaba um sabio inglés, Lord Robert Wilson, en viaje de estudio.
Como Lord Wilson se proponía dar la vuelta al mundo, siguiendo por el Pacífico a todo lo largo de la costa americana, pensé yo, apasionado desde niño por la navegación en buques de vela, en la posibilidad de embarcarme en el Navia, tomar tierra en Panamá, y desde allí pasar con relativa facilidad a Cuba. El viaje me resultaría así bastante largo; pero como yo no tenía mayor apuro en llegar, pues sabía que de los bienes de mi señor tío se había incautado la justicia, y como, además, me halagaba la idea de ver tierras desconocidas, viajando en compañía de un sabio en un barco cuyo nombre era el de mi pueblo natal, consulté el caso con mi paisano, el cual me alabó la idea y me aseguró que todo se arreglaría satisfactoriamente.
Y así fué. Llegó el bergantín, que era un barco muy velero y de elegancia irreprochable, de buen porte, con arboladura de corbeta, y el buen don Miguel, que me estimaba mucho desde mi niñez, me recibió con los brazos abiertos. En cuanto al sabio inglés, parece que le fuí grato, y se manifestó muy complacido de que le acompañase. Era Lord Wilson grande amigo de los señores Murrieta, opulentos banqueros y armadores de Londres, los cuales en otro tiempo habían tenidoLlevé conmigo muy poco equipaje, bastantes libros y un perrito grifón, belga, de color claro-obscuro, el cual respondía al nombre de Moro, se ponía de pie y movía sus patitas delanteras cuando algo necesitaba. Le quería yo tanto que, si le hubiese dejado en tie. rra, me habría parecido que viajaba solo.
Salimos de Buenos Aires con rumbo a Bahía Blanca, pueblo insignificante en aquel tiempo, donde nos detuvimos muy poco, por no encontrar allí nada que llamase la atención, y seguimos hacia el Sur, tocando en algunos puertos de la costa patagónica. Después de visitar las Islas Malvinas y desembarcar en Tierra del Fuego, hicimos rumbo al Pacífico por el Estrecho de Magallanes, donde era entonces la población poco menos que nula. Quiso Lord Wilson hacer el viaje por el Cabo de Hornos; pero el buen don Miguel le convenció de que para un buque como el suyo, sería peligrosísimo doblar el Cabo, y se optó por el Estrecho.
Recorrimos la costa de Chile, visitando la complicada red de sus estrechos y canales. muy pintorescos, pero enteramente inhospitalarios, y arribamos al puerto de Valdivia en el país de los indomables araucanos, que odiaban el yugo chileno, y para quienes, después de ellos, no había en el mundo otros hombres dignos de respeto que los españoles. Pasamos, después, a Talcahuano, puerto excelente, bastante abrigado, inmediato a la ciudad de Concepción, por cierto muy interesante, sobre el Bío-Bío, y seguimos a Valparaíso, donde nos detuvimos cerca de una semana. Valía la pena de conocer aquella curiosa ciudad, verdadera faja de casas edificadas entre unos abruptos cerros y la costa, viéndose gran cantidad de viviendas encaramadas montaña. arriba, en forma tal, que apenas parecía posible llegar a ellas. Allí, lo mismo que en Santiago, donde pasamos dos días, pudimos estudiar el tipo chileno, valeroso e inteligente que, por su modo de ser, sus costumbres y manera de pronunciar el castellano, nos hizo la impresión de un verdadero hijo de España. Mi sabio compañero, gran conocedor de las costumbres españolas, pues había vivido algún tiempo en Portugalete (Bilbao), de donde eran los señores de Murrieta, y había recorrido la Península, me decía que le parecían. los chilenos hombres de las Alpujarras, trasladados al país de Arauco.
Salimos de Valparaíso, después de bien aprovisionados, con rumbo a Coquimbo y la Serena, siguiendo la famosa corriente de Humboldt, que da una tan extrema frialdad a las aguas de la costa del Pacífico. Tocamos, después, en Huasco, Caldera, Antofagasta, Mejillones, Tocopilla, Iquique, Arica, Callao y Guayaquil, visitando, además, algunos pequeños puertos intermedios. En los dos últimos, nos detuvimos bastante, pues Lord. Wilson tenía especial empeño en conocer los tipos del Perú y del Ecuador, de los cuales recibió una impresión, por cierto, bastante favorable.