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La Andriana: 05

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La Andriana
de Publio Terencio Africano
Acto III

Escena I

MISIS, SIMÓN, DAVO, LESBIA.

MISIS.- (A LESBIA.) Por mi vida, que tienes razón, Lesbia, en lo que has dicho; apenas hallarás un hombre fiel a una mujer.

SIMÓN.- (A DAVO.) ¿De casa de la Andriana es esta moza, eh, Davo?

DAVO.- Sí.

MISIS.- (A LESBIA.) Pero nuestro Pánfilo...

SIMÓN.- ¿Qué dice?

MISIS.- ...dio una prenda de su fidelidad...;

SIMÓN.- (Sobresaltado.) ¿Eh?

DAVO.- (Aparte.) ¡Que no se tornase éste sordo o ella muda!

MISIS.- ...porque ha mandado criar lo que naciere.

SIMÓN.- ¡Oh, Júpiter! ¿Qué escucho? Perdido soy, si ésta dice verdad.

LESBIA.- Por lo que me cuentas, de buena condición es el mancebo.

MISIS.- Excelente. Pero entremos, no sea que lleguemos tarde.

LESBIA.- Ya te sigo.


Escena II

DAVO, SIMÓN, GLICERA.

DAVO.- (Aparte.) ¿Qué remedio encontraré yo ahora en semejante aprieto?

SIMÓN.- ¿Qué es esto, Cielos! ¿Tan loco está...? ¿De una forastera...? ¡Ah, ya entiendo! ¡Necio de mí, que apenas había dado en la cuenta!

DAVO.- (Aparte.) ¿Qué cuenta será esa que dice?

SIMÓN.- Primer enredo que éste me urde: fingen un parto, para espantar a Cremes.

GLICERA.- (Dentro de su casa.) ¡Juno Lucina, acúdeme, ampárame, por favor!

SIMÓN.- ¡Hola, hola! ¡Y cuán presto! ¡Donosa invención! Después que le han dicho que yo estaba a la puerta, se da prisa. ¡Mal repartidas tienes las escenas, Davo amigo!

DAVO.- ¿Yoo?

SIMÓN- ¿Olvidaron, por ventura, tus actores el papel?

DAVO.- Yo no sé lo que te dices.

SIMÓN.- Si éste me hubiera cogido en bodas verdaderas desapercibido, ¡qué burla me hubiera hecho! Ahora a su riesgo lo hace; que yo en puerto navego.


Escena III

LESBIA, SIMÓN, DAVO.

LESBIA.- Hasta ahora, Arquilis, todas las señales que suele haber, y convienen para la salud, todas veo que las tiene esta parida. Ahora, cuanto a lo primero, haced que se lave; después dadle de beber lo que mandé, y cuanto he ordenado: que luego yo daré una vuelta por acá. (Aparte.) En buena fe que le ha nacido a Pánfilo un hijo muy hermoso. Los dioses lo dejen lograr, pues Pánfilo es de tan buena entraña, y no ha querido hacerle agravio a esta honrada moza.


Escena IV

SIMÓN, DAVO.

SIMÓN.- Esto a lo menos, ¿quién que te conozca, no creerá que nace de ti?

DAVO.- ¿Pues qué es ello?

SIMÓN.- No les mandaba allá dentro lo que se le había de hacer a la parida, sino que, después de salir afuera, les grita desde la calle a los que están dentro. ¡Oh Davo! ¿Y en tan poco me tienes, o tan aparejado te parezco, para que tan a la descubierta emprendas de engañarme? Hiciéraslo a lo menos con tal recato, que pareciera que tenías temor de que yo lo supiese.

DAVO.- (Aparte.) Realmente que ahora éste se engaña a sí mismo, que no le engaño yo.

SIMÓN.- ¿No te lo previne? ¿No te amenacé, si lo hacías? ¿Hasme temido? ¿Qué me aprovechó el mandarlo? ¿Cómo he de creer yo de ti que ésta ha parido de Pánfilo?

DAVO.- (Aparte.) Ya sé por dónde yerra, y lo que tengo de hacer.

SIMÓN.- ¿Por qué callas?

DAVO.- ¿Qué has de creer? ¡Como si ya no te hubiesen avisado que esto había de suceder de esta manera!

SIMÓN.- ¿A mí? ¿Quién?

DAVO.- ¡Bah! ¡Si querrás hacerme creer que tú solo has descubierto esta farsa!

SIMÓN.- Burlándose está de mí.

DAVO.- A ti alguno te lo ha dicho, porque si no, ¿cómo hubieras tú tenido esta sospecha?

SIMÓN.- ¿Cómo? Porque sé quién eres tú.

DAVO.- Eso es como decirme que yo soy el tramoyista.

SIMÓN.- Y lo sé de cierto.

DAVO.- Aún no conoces bien quién soy, Simón.

SIMÓN.- ¿Qué yo no te...?

DAVO.- Sino que, si comienzo a contarte algo, al punto crees que te estoy engañando...

SIMÓN.- (Irónico.) Y no hay tal.

DAVO.- Y así realmente que no oso ya chistar.

SIMÓN.- Esto sólo sé: que aquí nadie ha parido.

DAVO.- Acertaste. Pues verás, con todo esto, cómo antes de mucho rato te traen el muchacho aquí delante de la puerta. Yo, señor, desde luego te aviso que lo han de hacer así; para que lo sepas, y no me digas después que son consejos ni trazas de Davo. Yo tengo empeño en que deseches esa mala opinión que de mí tienes.

SIMÓN.- ¿Cómo lo sabes tú eso?

DAVO.- Helo oído y lo creo. Ofrécenseme a una muchas cosas de que hago yo esta conjetura. Cuanto a lo primero, ésta ha dicho que estaba de Pánfilo preñada: ha salido mentira. Hoy, al ver que se aparejan ya las bodas en casa, ha enviado a toda prisa la criada con encargo de llamar a la partera y de traerse juntamente un niño. Porque, si no te dan con el niño en las narices, el casamiento no se estorba.

SIMÓN.- ¿Qué me dices? Cuando entendiste que tomaban ese medio, ¿por qué no se lo dijiste luego a Pánfilo?

DAVO.- ¿Pues quién le ha apartado de ella, sino yo? Porque bien sabemos todos cuán grande afición le haya tenido. Ahora ya desea casarse. Finalmente, esto déjamelo tú a mi cargo. Y pasa adelante, como lo haces, en tratar del casamiento; que yo confío que los dioses nos favorecerán.

SIMÓN.- Vete, pues, tú allá dentro, y espérame allá, y prepara todo lo necesario.


Escena V

SIMÓN, solo.

SIMÓN.- Este no me ha inducido aún a darle entero crédito; así que no sé si será verdad todo lo que me ha dicho... Pero me importa poco. Lo que yo más precio es la palabra que me dio mi mismo hijo. Ahora, yo me veré con Cremes, y le pediré la mano de su hija para Pánfilo. Si lo recabo, ¿qué más quisiera yo que hacer hoy este casamiento? Porque en lo que mi hijo me ha ofrecido, llana cosa es que le podré obligar con razón, si se me volviere atrás. Y a propósito, aquí viene Cremes.


Escena VI

SIMÓN, CREMES.

SIMÓN.- ¡Salud, Cremes!

CREMES.- ¡Hola! Precisamente te buscaba.

SIMÓN.- Y yo a ti.

CREMES.- A muy buen punto te he topado. Ciertas gentes me han dicho que han entendido de ti que mi hija se casa hoy con tu hijo, y así vengo a ver si estás tú loco, o si lo están ellos.

SIMÓN.- Óyeme, y en breves razones sabrás lo que yo te quiero y lo que tú preguntas.

CREMES.- Ya te oigo: di lo que quisieres.

SIMÓN.- Suplícote, Cremes, por los dioses y por nuestra amistad, la cual comenzando desde la niñez, ha crecido siempre con los años, y por una sola hija que tienes, y por mi hijo, cuyo total remedio está en tu mano, que me favorezcas en esta ocasión, y que el casamiento se haga, como estaba tratado.

CREMES.- No uses conmigo de ruegos, pues para recabar eso de mí, no son menester. ¿Piensas que soy otro del que era los días pasados cuando te la daba? Si cosa es que a los dos conviene, manda por la moza; pero si en ello hay para los dos más daño que provecho, te ruego que lo mires bien por ambos, como si ella fuese tu hija y yo padre de Pánfilo.

SIMÓN.- Eso es precisamente lo que quiero, Cremes, y eso te suplico que se haga. Ni yo te lo pediría si el caso mismo no lo aconsejase.

CREMES.- ¿Y qué es ello?

SIMÓN.- Entre mi hijo y Glicera hay muchos enojos.

CREMES.- Óigolo.

SIMÓN.- Tan grandes, que confío que se le podremos arrancar.

CREMES.- ¡Bah, cuentos!

SIMÓN.- Realmente pasa así.

CREMES.- Lo que pasa en realidad es lo que te voy a decir: que las riñas de los enamorados son nuevo refresco del amor.

SIMÓN.- ¡Oh!, yo te ruego que lo prevengamos todo ahora que es sazón, mientras su apetito está con las palabras injuriosas embotado, antes que las maldades de éstas y sus lágrimas fingidas con engaños muevan a compasión la enferma voluntad. Casémosle: que yo confío que él, enamorado del buen trato y ahidalgada compañía de tu hija, se desligará desde hoy muy fácilmente de estos males.

CREMES.- Eso te parece a ti; pero yo creo que ni él podrá unirse para siempre con mi hija, ni menos yo sufrirlo.

SIMÓN.- ¿Y cómo lo sabes tú, sin hacer la prueba?

CREMES.- Fuerte cosa es hacer en la hija propia semejante experiencias.

SIMÓN.- Todo el inconveniente se reduce, en fin, a esto: a que venga. ¡Lo que los dioses no permitan! El divorcio. Pero si Pánfilo se enmienda, mira qué de bienes: primeramente restituirás un hijo a tu amigo; para ti hallarás un yerno seguro y para tu hija marido.

CREMES.- No gastes razones: si te parece que eso es cosa que conviene, no quiero yo que por mí se estorbe tu provecho.

SIMÓN.- ¡Con razón te he querido siempre mucho, Cremes!

CREMES.- Pero, ¿qué me dices...?

SIMÓN.- ¿De qué?

CREMES.- ¿Cómo sabes que ellos están ahora discordes entre sí?

SIMÓN.- Davo, que es su secretario, me lo ha dicho; y él me incita a apresurar cuanto pueda el casamiento. ¿Piensas tú que lo haría él, si no supiese que es del gusto de mi hijo? Tú mismo lo oirás de su boca. (A sus esclavos.) ¡Hola!, que venga Davo. Pero hele aquí; ya le veo salir.


Escena VII

DAVO, SIMÓN, CREMES.

DAVO.- A buscarte iba.

SIMÓN.- ¿Qué hay de nuevo?

DAVO.- ¿Por qué no haces traer la mujer? Cata que se hace tarde.

SIMÓN.- (A CREMES.) ¿Oyes lo que dice? Yo, Davo, he andado rato ha con recelo de ti, no hicieses lo que suelen los criados de ordinario y me urdieses algún engaño por los amores de mi hijo.

DAVO.- ¿Yo había de hacer eso?

SIMÓN.- Creílo; y así, recelándome de esto, os encubrí lo que ahora te diré.

DAVO.- ¿Qué?

SIMÓN.- Vas a saberlo; porque ya, casi, casi, me fío de ti.

DAVO.- ¡Al fin me has conocido!

SIMÓN.- Este casamiento no era de veras.

DAVO.- ¿Qué...? ¿Que no...?

SIMÓN.- Sino que lo había fingido por probaros.

DAVO.- ¿Es posible?

SIMÓN.- Como lo oyes.

DAVO.- ¡Mira, mira! ¡Nunca yo he podido dar en esa cuenta! ¡Oh, qué consejo tan sagaz!

SIMÓN.- Escucha. Después que te mandé entrar en casa, topeme aquí a muy buen punto con Cremes...

DAVO.- (Aparte.) ¡Ah!, ¿estamos, por acaso, perdidos?

SIMÓN.- Y hele contado lo que tú me dijiste rato ha.

DAVO.- (Aparte.) ¿Qué oigo?

SIMÓN.- Hele rogado que me dé su hija, y, aunque con dificultad, hámela otorgado.

DAVO.- (Aparte.) ¡Muerto soy!

SIMÓN.- ¿Qué has dicho?

DAVO.- Que está muy bien hecho.

SIMÓN.- Ya, por lo que toca a Cremes, no hay que detenernos.

CREMES.- Ahora voy a casa; les diré que se aderecen, y luego soy aquí con la respuesta.


Escena VIII

SIMÓN, DAVO.

SIMÓN.- Ahora, Davo, yo te suplico que, pues tú solo me has concertado este casamiento...

DAVO.- (Increpándose.) ¡Sí a fe, yo solo!

SIMÓN.- ...procures que mi hijo vuelva al buen camino.

DAVO.- Lo haré, yo te lo juro, con mucha diligencia.

SIMÓN.- Puedes aprovechar estos momentos en que tiene el ánimo irritado.

DAVO.- Descuida.

SIMÓN.- Dime, pues, ¿dónde está él ahora?

DAVO.- ¡Milagro será que no esté en casa!

SIMÓN.- Yo me voy a buscarle y a decirle lo mismo que te he dicho.


Escena IX

DAVO, solo.

DAVO.- ¡Perdido soy!... ¿Qué excusa tengo para no ir de vuelo a la tahona? No hay lugar de ruegos. Ya lo he revuelto todo: a mi amo he engañado; he enredado en bodas al hijo de mi amo; he hecho que se hiciesen hoy, sin esperarlo el viejo y a pesar de Pánfilo. ¡Oh, astucias! ¡Que si yo me hubiera estado quedo, no hubiera mal ninguno! Pero aquí viene. ¡Muerto soy! ¡Oh!, si hubiera aquí una sima donde despeñarme!...


Escena X

PÁNFILO, DAVO.

PÁNFILO.- ¿Qué es de aquel malvado que me ha echado a perder?

DAVO.- (Aparte.) ¡Muerto soy!

PÁNFILO.- Yo confieso que con razón me ha sucedido este mal, pues soy tan follón y de tan poco consejo. ¿Yo había de confiar todo mi bien de un vil esclavo? ¡Yo tengo, pues, el pago de mi necedad; pero él no se me irá con ella!

DAVO.- (Aparte.) Bien sé que después estaré libre, si de este primer encuentro me escapo.

PÁNFILO.- ¿Qué le diré, pues, ahora yo a mi padre? ¿Le diré que no quiero casarme, habiéndole prometido antes que sí? ¿Qué osadía tendré para hacerlo? ¡No sé realmente qué me haga de mí mismo!

DAVO.- (Aparte.) Ni menos yo de mí, aunque lo procuro mucho. Decirle he que buscaré algún medio, por poner siquiera alguna dilación en este mal.

PÁNFILO.- (Con enojo.) ¡Hola!...

DAVO.- (Bajo.) ¡Me ha visto!

PÁNFILO.- ¡Ven acá, hombre de bien!... ¿Qué te parece...? ¿Ves en qué lío estoy ¡pobre de mí!, con tus buenos consejos?

DAVO.- Yo te desliaré.

PÁNFILO.- ¿Que tú me desliarás?

DAVO.- Sí, Pánfilo.

PÁNFILO.- ¡Como antes!

DAVO.- No; sino mucho mejor, según confío.

PÁNFILO.- ¡Ah, ladrón! ¿Y de ti he de confiar yo ya cosa ninguna? ¿Tú bastarás a volver en su estarlo un negocio tan revuelto y tan perdido? ¡Mira de quién me fío yo! ¡De quien de un negocio muy pacífico y quieto me ha enlazado hoy en casamiento! ¿No te dije yo lo que sucedería?

DAVO.- Sí.

PÁNFILO.- ¿Qué merecías tú aflora?

DAVO.- La horca. Pero déjame volver un poco en mí; que yo miraré algún remedio.

PÁNFILO.- ¡Ay de mí! ¿Por qué no tengo lugar para darte el castigo que deseo? Que esta coyuntura más me obliga a que mire por mí, que no a que me vengue de ti.