La Celestina: Razones 07
Tenemos aquí el equivalente de la primera escena de la tragicomedia de Melibea, sin que falte siquiera la sacrílega expresión de «amo vos más que a Dios», que recuerda otras no menos impías de Calisto: «Por cierto los gloriosos santos que se deleytan en la visión divina no gozan más que yo agora en el acatamiento tuyo.» «Si Dios me diesse en el cielo la silla sobre sus santos, no lo ternia por tanta felicidad.» Hipérboles amorosas no menos desaforadas que éstas se encuentran en los trovadores cortesanos del siglo XV, en don Álvaro de Luna, en Álvarez Gato, pero no hay rastro de ellas en el Pamphilus, que dicecon mucha moderación:
Gratior in mando te michi nulla manet,
Et te dilexi, iam ter praeterii annus...
(V. 180-81.)
En el primer acto de la Celestina, Melibea rechaza con ásperas palabras a Calisto. En el diálogo del Arcipreste, doña Endrina comienza por mostrarse esquiva y zahareña:
Ella dixo: «vuestros dichos non los prescio dos piñones».
Bien assi engañan muchos a otras muchas Endrinas;
El ome tan engañoso asi engaña a sus vesinas;
Non cuydedes que so loca por oyr vuestras parlillas,
Buscat a quien engañedes con vuestras falsas espinas.
(Coplas 664-668.)
Lo cual equivale a estos versos del Pamphilus:
Sic multi multas multo temptamine fallunt,
Et multas fallit ingeniosus amor.
Infatuare tuo sermone vel arte putasti
Quam falli vestro non decet ingenio!
Quere tuis alias infestis moribus aptas,
Quas tua falsa fides et dolus infatuent.
(V. 187-192.)
Pero luego se ablanda, y llega a otorgar grandes concesiones, que Melibea no hace antes del acto XII, porque no lo toleraba el progreso lento y sabio de la obra de Rojas:
Esto yo non vos otorgo salvo la fabla de mano,
Mi madre verná de misa, quiero me yr de aqui temprano,
No sospeche contra mí que ando con seso vano;
Tiempo verná en que podremos fablar nos, vos e yo este verano.
(Copla 686.)
Por eso Pánfilo y don Melón de la Huerta pueden exclamar mucho antes que Calisto:
Desque yo fué naçido nunca vy mejor dia,
Solaz tan plazentero e tan grande alegria,
Quiso me Dios bien guiar y la ventura mia.
(Copla 687.)
En el segundo acto del Pamphilus aparece el Deux exmachina de la tramoya, una vieja (anus), de la cual sólo sabemos que es sutil, ingeniosa y hábil medianera para los tratos amorosos:
Hic prope degit anus subtilis et ingeniosa,
Artibus et Veneris apta ministra satis.
(V. 281-282.)
Ni el ingenio ni la habilidad resaltan en las palabras de la tal anus o vetula. Es un espantajo que no hace más que proferir lugares comunes. La Trotaconventos, cuyo verdadero nombre es Urraca, es una creación propia del Arcipreste, y ella y no la Dipsas de los Amores de Ovidio, ni mucho menos la vieja de Pánfilo, debe ser tenida por abuela de la madre Celestina, con toda su innumerable descendencia de Elicias, Claudinas, Dolosinas, Lenas y Marcelias. El Arcipreste se recrea en esta hija de su fantasía; no sólo la hace intervenir en el episodio de don Melón, sino que la asocia después a sus propias aventuras, la sigue hasta su muerte, fase su planto, la promete el Paraíso y escribe su epitafio:
¡Ay! mi trota conventos, mi leal verdadera!
Muchos te seguían biva, muerta yases señera.
A do te me han levado? non es cosa certera;
Nunca torna con nuevas quien anda esta carrera.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
A Dios merced le pido que te dé la su gloria,
Que más leal trotera nunca fué en memoria;
Faserte he un epitafio escripto con estoria.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Daré por ty lymosna e faré oracion,
Faré cantar misas e daré oblacion;
La mi trota conventos, ¡Dios te dé rredençion!
El que salvó el mundo, él te dé salvaçion.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Dueñas, ¡non me rrebtedes nin me digades moçuelo!
Que si a vos syrviera vos avriades della duelo,
Llorariedes por ella, por su sotil ansuelo
Que quantas siguia todas yvan por el suelo.
Alta muger nin baxa, encerrada nin escondida,
Non se le detenía do fasia debatida;
Non sé omen nin duenna que tal oviese perdida
Que non formase tristesa e pesar syn medida.
Efícele un epitafio pequeño con dolor,
La tristesa me fiso ser rrudo trobador,
Todos los que lo oyeren, por Dios nuestro Señor,
La oracion fagades por la vieja de amor.
(Coplas 1.569, 1.571, 1.572, 1.573, 1.574, 1.575.)
Con esta libre e irreverente socarronería, que no se detiene ante la profanación, fueron celebradas las exequias poéticas de la primera Celestina en el extraño libro del genial humorista castellano de los siglos medios.
Las artes y maestrías de Trotaconventos son las mismas que las de Celestina: como ella gusta de entreverar en su conversación proloquios, sentencias y refranes, y no sólo esto, sino enxienplos y fábulas; como ella se introduce en las casas a título de buhonera y corredora de joyas, y con el mismo arte diabólico que ella va tendiendo sus lazos a la vanidad femenil:
Si parienta non tienes atal, toma viejas,
Que andan las iglesias e saben las callejas,
Grandes cuentas al cuello, saben muchas consejas,
Con lagrímas de Moysen escantan las orejas.
Son grandes maestras aquestas panjotas,
Andan por todo el mundo, por plaças e cotas.
A Dios alçan las cuentas, querellando sus coytas;
¡Ay! quánto mal saben estas viejas arlotas.
Toma de unas viejas que se fasen erveras,
Andan de casa en casa e llamanse parteras,
Con polvos e afeites, e con alcoholeras
Echan la moça en ojo e çiegan bien de veras.
(Coplas 438 a 441.)
A una de estas viejas buscó el Arcipreste, que aquí distingue claramente su persona de la de Pánfilo:
Fallé una vieja qual avia menester,
Artera e maestra e de mucho saber;
Doña Venus por Panfilo no pudo más faser
De quanto fiso aquesta por me faser plaser.
Era vieja buhona destas que venden joyas;
Estas echan el laço, estas cavan las foyas;
Non ay tales maestras commo estas viejas troyas...
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Como lo han uso estas tales buhonas,
Andar de casa en casa vendiendo muchas donas,
Non sse rreguardan dellas, estan con las personas,
Fasen con el mucho viento andar las atahonas.
(Coplas 698 a 700.)
También Celestina andaba de casa en casa so pretexto de vender baratijas: «Aquí llevo un poco de hilado en esta mi faltriquera, con otros aparejos que conmigo siempre traygo, para tener causa de entrar donde mucho no só conoscida... assí como gorgueras, garvines, franjas, rodeos, tenazuelas, alcohol, albayalde e soliman, agujas e alfileres, que tal ay, que tal quiere? porque donde me tomara la voz, me halle apercebida para les echar cebo, o requerir de la primera vista» (acto III).
La anus del comediógrafo elegíaco no se vale de ningún género de encantamientos. Celestina, sí, y también Urraca, y es una de las notas características que nunca pierde este tipo en la literatura española:
Dixo: «yo yre a su casa de esta vuestra vesina,
E le fare tal escanto o le dare tal atalvina
Porque esta vuestra llaga sano por mi melesina;
Desid me quien es a dueña. -Yo le dixe: «doña endrina»
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
(Copla 709.)
Si me dieredes ayuda de que passe algun poquillo,
A esta dueña e a otras moçetas de cuello alvillo,
Yo fare con mi escanto que se vengan paso a pasillo;
En aqueste mi harnero las traero el sarçillo.
(Copla 718.)
Començo su escanto la vieja coytral...
(Copla 756.)
La sortija que puso a doña Endrina debía de tener virtud mágica. Y a mayor abundancia leemos en otro lugar:
Ssy la ensychó o sy le dio atynear,
O sy le dio raynela o sy le dyo mohalinar.
O sy le dyo ponçoña o algud (¿algund?) adamar,
Mucho ayna la supo de su seso sacar.
(Copla 941.)
La escena capital de la seducción de Melibea en el aucto cuarto de la Tragicomedia es un portento de lógica dramática y de progresión hábil. No podía esperarse tanto del Arcipreste, que escribía en la infancia del arte; pero baste para su gloria haber trazado el primer rasguño de ella, con las inevitables diferencias que nacen del dato de la viudez de doña Endrina:
La buhona con farnero va tanniendo cascabeles,
Meneando de sus joyas, sortijas e alfileres;
Desia por falsalejos: «comprad aquestos manteles»;
Vydola doña Endrina, dixo: centrad, non reçeledes».
Entró la vieja en casa, dixole: «señora fija,
Para esa mano bendicha quered esta sortija»...
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Ffija, siempre estades en casa ençerrada,
Sola envejeçedes, quered alguna vegada
Salyr, andar en la plaça con vuestra beldat loada,
Entre aquestas paredes non vos prestará nada.
En aquesta villa mora muy fermosa mançebia,
Mançebillos apostados e de mucha loçania,
En todas buenas costumbres creçen de cada dia,
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Muy bien me rresçiben todos con aquesta pobledat,
El mejor et el más noble de lynaje e de beldat
Es don Melon de la Verta, mançebillo de verdat,
A todos los otros sobra en fermosura e bondat.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Creed me, fija señora, que quantos vos demandaron,
A par deste mançebillo ningunos non llegaron;
El dia que vos nasçistes fadas alvas vos fadaron,
Que para ese buen donayre atal cosa vos guardaron.
Dixo doña Endrina: «Callad ese predicar,
Que ya este parlero me coydó engañar;
Muchas otras vegadas me vyno a retentar,
Mas de mí él nin vos non vos podredes alabar»...
(Coplas 724-27, 739-740.)
Cuando esto se lee acuden involuntariamente a la memoria aquellas graves y sosegadas razones de Celestina. «Donzella graciosa e de alto linaje, tu suave habla e alegre gesto, junto con el aparejo de liberalidad que muestras con esta pobre vieja, me dan osadia a te lo dezir. Yo dexo un enfermo a la muerte, que con sola palabra de tu noble boca salida, que lleve metida en mi seno, tiene por fe que sanará, segun la mucha devoción que tiene en tu gentileza... Bien ternás, señora, noticia en esta cibdad de un cavallero mancebo gentil hombre, de clara sangre, que llaman Calisto.
Melibea. - «Ya, ya, buena vieja, no me digas más, no passes adelante. ¿Este es el doliente por quien has hecho tantas promessas en tu demanda?»
La psicología del amor, ruda y toscamente esbozada en el Pamphilus, tiene en el Arcipreste toques tan delicados que no serían indignos de la experta mano del bachiller Fernando de Rojas:
«Amigo-dis la vieja-, en la dueña lo veo,
Que vos quiere e vos ama e tiene de vos desseo;
Cuando de vos le fablo e a ella oteo,
Todo se le demuda el color e el desseo.
Yo a las de vegadas mucho cansado callo,
Ella me dis que fable e non quiere dexallo;
Fago que non me acuerdo, ella va començallo,
Oye me dulçemente, muchas señales fallo.
En el mi cuello echa los sus blaços entramos,
Ansy una grand pieça en uno nos estamos,
Siempre dél vos desimos, en ál nunca fablamos,
Quando alguno vyene otra raçon mudamos.
Los labrios de la boca tyenbranle un poquillo,
El color se le muda bermejo e amarillo,
El coraçon le falta ansy a menudillo,
Aprieta me mis dedos en sus manos quedillo.
Cada que vuestro nombre yo le está desiendo
Oteame e sospíra e está comediendo,
Avyva más el ojo e está toda bulliendo,
Paresçe que con vusco non se estaría dormiendo.
En otras cosas muchas entyendo esta trama,
Ella non me lo niega, antes dis que vos ama;
Sy por vos non menguare, abaxar se ha la rrama,
E verna doña Endrina sy la vieja la llama.»
(Coplas 801-812.)
La intervención del Pamphilius en la historia de los orígenes de la Celestina es muy secundaria, pero la del Arcipreste es de primer orden, quizá la más profunda de todas, y por eso nos hemos detenido en ella todo lo que exige su importancia.
Las comedias elegíacas, que otros llaman épicas por la monstruosa mezcla de la narración y del diálogo, pertenecen todavía al seudoclasicismo de la Edad Media, en que se había perdido la verdadera noción del drama latino y de su métrica. Ya cuando se escribió el curioso diálogo anónimo entre Terencio y un empresario de teatros (Terentius et delusor), que Magnin atribuyó al siglo VII, aunque el códice en que se ha conservado es del siglo XII, no se sabía a punto fijo si las comedias antiguas estaban en prosa o en verso: