La Disgregación del Reyno de Indias/Capítulo 11

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La Vocación Americanista de los Orientales[1]

Las circunstancias de la “Guerra de la Revolución” al determinar que se produjeran a distintas horas en las diversas regiones las declaraciones de emancipación inducen hoy frecuentemente al error de creer que en esos actos nos subdividíamos y deslindábamos nuestras fronteras definitivas.

Eso no es verdad aunque lo parezca en vista de la solución final producida. No autorizaría a presumirlo, desde luego, el pasado de tres siglos vividos en común en un fecundo y creciente intercambio social, económico y político, sostenido de fácil manera por la uniformidad del idioma, la religión y las costumbres. Menos aún lo permite el desarrollo de los sucesos ocurridos de 1810 en adelante en cualquiera de sus aspectos, así en el militar como en el civil o el político. La más estrecha colaboración impera entre “los Pueblos” en ese entonces.

Nosotros, por nuestra parte,-grato es constatarlo-concurríamos sin asomo de duda egoísta a ese movimiento. Nuestra pequeñez territorial y nuestra todavía escasa población no constituyeron óbice para que contribuyéramos con cientos de soldados que irían a luchar y morir defendiendo la libertad americana en lejanas tierras: en Vilcapugio, en Viluma, en Maipo, en Río Bamba, en Pichincha.[2]

Artigas, máximo intérprete del sentimiento colectivo oriental, ni concebía la disgregación. Su indianismo era profundo y claro. En 1817 en medio de los azares de la lucha en que se hallaba empeñado, supo encontrar el modo de festejar y hacer que se celebrara en todo el territorio que estaba bajo su mando, la victoria de Chacabuco que era para él un triunfo de “las armas de la Patria”, contra el poder de los tiranos”.

Decía, en efecto, nuestro Héroe al Cabildo Gobernador de Corrientes, en comunicación de 5 de marzo de 1817:

“Acabo de saber oficialmente el triunfo que han conseguido en Chile las armas de la Patria, contra el poder de los tiranos. Me es muy satisfactorio anunciar a V.S. este suceso para que sea celebrado en esa Provincia como se ha verificado en las demás. Yo celebraría que este triunfo sirviese de ejemplar para dirigir con eficacia nuestros empeños contra los que hoy intentan nuestra subyugación, y en el Oriente se hiciesen igualmente respetables las armas de la Patria y se repitiesen las glorias que supieron adquirir por su energía y virtudes”.

Esa orden de festejar públicamente el triunfo de Chacabuco fue general para todas las Provincias del Protectorado, y el presbítero José Benito Lamas en los “apuntes” que don Raúl Montero Bustamante publicó en la “Revista Histórica”, recuerda que en oportunidad de volver al campamento de Rivera en 18 de marzo de 1817, dicho Jefe le “dijo que con motivo de ser el día siguiente día el santo del General y haberle él oficiado celebrase la reconquista del reino de Chile del modo posible, había determinado se celebrase una misa solemne de acción de gracias con Te-Deum, y su correspondiente saludo de artillería, y que para mayor solemnidad quería que pronunciase un breve discurso al tiempo de la misa sobre el objeto que motivaba aquella celebridad”.

El concepto que Artigas tenía de la “Patria” y que surge del documento enviado al Cabildo de Corrientes anteriormente referido, era idéntico, por lo demás, al de otros indianos. Así en el “Satélite del Peruano”, periódico de propaganda continentalista, se expresaba en 1812:

“Por patria entendemos toda la vasta extensión de ambas Américas: comencemos a dejar de ser egoístas, y a renunciar para siempre esas ridículas rivalidades de provincias con provincias originadas de la ignorancia y preocupación, fuente de males infinitos".

Todos cuantos habitamos el nuevo mundo somos hermanos, todos de una sola familia, todos tenemos unos solos intereses”.

Era arraigada en Artigas esa idea y la sostuvo siempre con tesón. Escribiendo a Bolívar en 1819 con la familiaridad de quien descuenta ser comprendido, decíale en cierta parte de la comunicación:

Unidos íntimamente por vínculos de naturaleza y de intereses recíprocos, luchamos contra Tiranos que intentan profanar nuestros más sagrados derechos. La variedad en los acontecimientos de la Revolución y la inmensa distancia que nos separa, me ha privado la dulce satisfacción de impartirle tan feliz anuncio”.

Y más adelante: “No puedo ser más expresivo en mis deseos que ofertando a V.E. la mayor cordialidad por la mejor armonía y la unión más estrecha. Firmarla es obra de sostén por intereses recíprocos. Por mi parte, nada será increpable, y espero que V.E. corresponderá escrupulosamente a esta indicación de mi deseo”.

Cuatro años antes de esa fecha, en 1815, se le ofreció a Artigas por Buenos Aires, como es sabido (negociación con Pico y Rivarola) el reconocimiento de la independencia oriental y lo rehúsa de plano. ¿Por qué? Porque ese reconocimiento importaba como una obligación de separarnos definitivamente del núcleo familiar y quedar para siempre ajenos a sus alegrías y pesares, a sus vicisitudes y progresos. Se buscaba apartarnos de la comunidad, sin dársenos por eso más de lo que ya teníamos: el irrevocable perfil de “Pueblo Libre”. ¿Cómo, pues, aceptar semejante oferta?

Dentro del “complejo” indiano y no afuera, estaba nuestro lugar para Artigas. La guerra de la Revolución no se venía haciendo en América a fin de subdividir a ésta en países, sino para emanciparla íntegramente de todo vasallaje. Así pensaba-por su parte-el Jefe de los Orientales y sus propósitos y vistas en ese sentido están bien de manifiesto en los antecedentes que acabamos de citar, concordantes con estas palabras que escribió al Coronel French en 1813 en una hora grave de su vida: “La libertad de la América es y será siempre el objeto de mi anhelo. Si mi honor empeñado ahora por la conducta maligna de Sarratea, hace oír el grito en mi defensa, mi honradez nivelará mis pasos consiguientes, sin envilecerme jamás. Un lance funesto podrá arrancarme la vida, pero mi honor será siempre salvo, y nunca la América podrá sonrojarse de mi nacimiento en ella”.

¡Coincidencia admirable! Hablando San Martín en 1819 en un documento público en que también debió referirse a sí mismo, dijo en otros términos pensamientos sustancialmente iguales a esos de Artigas. He aquí sus palabras: “Desde que abandoné el servicio de la España para venir a sostener la justa causa que defiende la América del Sud, mi país, me propuse no defenderme jamás de los ataques”, etc.

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Si fuesen sólo de Artigas y no de todos los orientales de su época las ideas unionistas que aquél acaba de declararnos en altas y terminantes palabras, es claro que con escucharlas no habríamos ganado mayormente a los efectos de este estudio. Pero esas ideas-lo aseguramos-eran compartidas en general, porque derivaban de un razonamiento fácil y lógico, según el cual no era posible que se rompiera una unión natural fundada en vínculos de tradición y enlaces de sangre porque desapareciera la unidad sellada en el vasallaje.

Bien se sabe que unidad y unión no son términos equivalentes. Por el camino de la unión se puede, sí, llegar a la unidad. Pero el proceso inverso es imposible. Por estar persuadido de ello es que Artigas y los “federalistas” resistían a Buenos Aires, siendo partidarios fieles, sin embargo, del “rol de las Provincias Unidas”.

A esta situación que a simple vista podría parecer contradictoria, se refirió en 1813 para deslindarla con admirable claridad el tucumano Dr. Nicolás Laguna. Decía ese prócer: “Quien juró y declaró las Provincias en Unión, no juró la unidad, ni la identidad, si no la confederación de las ciudades; pues saben todos, que ni una, ni otra palabra, son en sí controvertibles, a causa de que ni en lo material, ni en lo formal proviene una de otra. Así las palabras unidades, y unión, nacen del verbo unir, y la palabra unidad del adjetivo, uno a uno, a lo que corresponde la filosófica expresión identidad. De aquí es que la palabra unidad significa un individuo, una substancia sin relación a partes, un cuerpo, un todo; pero la unión significa el contacto de partes realmente distintas y separadas: Tal cual en materias físicas se demuestra por el aceite y el agua”.


Igual que Artigas-lo hemos dicho-pensaban todos los orientales de su época en lo que respecta a la “Patria” indiana restaurada en bases de “Unión y Libertad”. El mismo hecho de que todos-con la reserva de los que se mantuvieron “sarracenos” y por ello no deben contarse-le acompañan y asisten en sus luchas y afanes, ya lo demuestra implícitamente. Pero es que existe además la prueba positiva, abundante y palmaria, de lo afirmado. La hallamos en los versos de Valdenegro y en los de Hidalgo, poetas del pueblo y que por lo mismo encuentran sus mejores motivos de inspiración en aquello que a él le es familiar y anhelado. Valdenegro cantaba a la Revolución en 1810, en décimas de encendido entusiasmo y muy discutible poesía, escribió: “Si ayer oprimido De América el suelo, Era de sus hijos Duro cautiverio: Hoy á todos llama Con reclamos tiernos, Para hacerles ver Que libres nacieron”.

Y en otra décima expresaba: “La América tiene El mismo derecho Que tiene la España De elegir gobierno: Si aquella se pierde Por algún evento, No hemos de seguir la suerte de aquellos”.

Partiendo de los mismos conceptos escribía Francisco Araúcho en una “Oda” dedicada “A la Libertad de su Patria”, en 1812: “¡Cuán seductora idéa! Compatriotas, Yo os miro transportar, considerando Un tan encantador presentimiento De honor, y gloria al nombre Americano”.

A la gloria y a los derechos de los “Sud-americanos”, cantaba también Juan Ramón Rojas en dos Odas, compuesta la primera el 25 de Mayo de 1813 delante de la Plaza de Montevideo y dedicada la segunda a celebrar el triunfo del Cerrito de 31 de diciembre del mismo año. En los versos inspirados por el recuerdo del 25 de Mayo (“Mes de América”) expresaba: “Eterna gloria Sud-Americano A nuestro pátrio suelo, Gloria eternal las avecillas canten Y gratos trinos á mi par levanten”.

En los consagrados a cantar la acción del 31 de diciembre de 1813, decía Rojas:

“Yo cantára los triunfos y la gloria De mis cáros hermanos Honor del siglo ¡Oh Sud-Americanos! Yo escribiéra la historia Dibujando el cuadro, dó sus hechos Estampase, y sus ínclitos derechos”.

Al despedir al Regimiento de orientales No 9 que marchó en 1814 a combatir al Perú, otro poeta o versificador patriota, el Padre Martínez, recogió en una “Canción” la emoción de la hora, refiriéndose también al ideal americanista:

“A la guerra, á la guerra, soldados! Muera el usurpador, Viva America Libre, Triunfe nuestro valor, La piedra angular eres En que se cimentó La libertad dichosa De una infame opresión: Columna estable y fuerte Que firme sostiene hoy Al soberbio edificio De nuestra redención”.

Concordante, pero más preciso aún en tales ideas muéstrase Bartolomé Hidalgo en el “unipersonal” que se representó en el Teatro de Montevideo el 30 de enero de 1816 con el título de “Sentimientos de un Patriota”. En boca del personaje de la obra, ponía Hidalgo las siguientes palabras: “Patricios constantes, Sud-Americanos, Amigos, hermanos En cordura y valor siempre triunfantes; Heroicas legiones Que al Perú victorias, Libertad y glorias Lleváis, dando por leyes condiciones: Diamantinos pechos, Que al audaz tirano Con espada en mano Disputáis de la Patria sus derechos,

Y más adelante: “La América del Sud nos dió su cuna; Y su causa ardorosos defendiendo, Nuestra existencia, nuestros intereses Es de justicia que sacrifiquemos”.

Y luego esta invocación a la unión de los americanos: “Mas no solo el valor y la constancia Presidir deben hoi nuestros derechos. Otras virtudes hai, otras virtudes Que nuestro hombre heróico hagan etérno:

Union sin ambicion, filantropía, Dulce fraternidad: mirad guerreros Cuales son los canales que derraman El almo bien á nuestro pátrio-suelo!” ------------------------------------------------ “¡Tiemblan los enemigos cuando sepan Que la union nos sostiene en lazo estrecho! Convidemos con ella siempre al hombre Que libre quiera sér, que este derecho A todos concedió naturaleza: Cochabambinos fuertes, y Pazeños, Cordobeses, Salteños, Tucumanos, Argentinos y hermanos los mas tiernos Del resto de Provincias que hoi defienden La Libertad del Meridiano-suelo, Con la unión os convida vuestro hermano Que ánsia por estrecharos en su pecho!”

El mismo Hidalgo en su pieza teatral versificada “La Libertad Civil”-escrita en 1816-vuelve a repetir esos conceptos americanistas que había recogido en “Sentimientos de un Patriota” y todavía para imprimir a su obra más fuerza en tal sentido le incorpora como supremo toque una canción patriótica que en el Río de la Plata era familiar desde los días iniciales de la Revolución y en la cual se dice:

“Sud Americanos Mirad yá lucir De la dulce pátria La aurora feliz.

La América toda Se conmueve al fin, Y á sus caros hijos Convoca a la lid, A la lid tremenda Que va á destruir A quantos tiranos Osan la oprimir”.

Comienza nuestra lucha contra la invasión y conquista extranjera, mala suerte que no tuvo que afrontar ninguno de los otros pueblos hermanos. Y bien; quien se había dado plenamente en las horas felices a nobles propagandas de fraternidad, siéntese con derecho a reclamar-como cosa natural-apoyo de la familia toda para su defensa contra el usurpador extraño. La “Marcha Nacional Oriental” de 1817,-también debida al estro de Hidalgo-, por eso mismo canta:


“A la campaña, Sud-Americanos, Oid el éco del libre Oriental; A campaña, que un nuevo tirano Subyugarnos quiere á Portugal”.

“Hombres libres de nuestras provincias, Las legiones del Sud animad, Y soberbias que entren en la lucha, En la lucha de la libertad”.

En 1820 perdemos la independencia, pero la intención y la esperanza de volver a ser “Pueblo Libre” subsiste invariable. Para ello-se piensa- nos ayudarán los hermanos, los de cerca y los de lejos, todos o cualesquiera indistintamente. Por eso cuando se comienza a extender la noticia de que Bolívar se aproxima triunfante hacia el “Sud”, aparece y se difunde también la estrofa anónima –vibrante y ansiosa- que invoca al Libertador y dice de la fe con que le aguardamos:

“Oh, Bolívar! tu nombre sea eterno Y la fama publique tu ardor, Esta Banda Oriental, ser espera Libertada por vuestro valor”.

Bolívar no escuchó nuestro reclamo premioso. Razones de Estado, esas razones que suelen cortar el vuelo a la mejor intención y que por entonces precisamente empezaban a tenerse en cuenta en América, le privaron atacar al Imperio naciente del Brasil. Canning, en efecto, amenazaba dejar de apoyarlo en sus luchas con la Santa Alianza si aquel hecho se producía.

Ajenos a los negociados secretos de las Cancillerías, nosotros seguíamos-entre tanto-por el camino de la esperanza. La victoria de Ayacucho lo ensancha. Ahora iba a llegar la hora de reparaciones. Y vino, en efecto, si no con Bolívar, indirectamente con Lavalleja.

Ayacucho no podía celebrarse entonces como se festejó Chacabuco, bajo la plena luz del Sol, entre ondulantes banderas de “la Patria”. Los días eran otros; en lugar de la libertad de Artigas, teníamos el dominio imperioso de Lecor. Ayacucho no se podía ni loar ni cantar en forma resonante. Sólo en el sigilo que produce sensaciones de conjura era posible saludar aquel magno suceso de gloria. Y así en secreto se realizó nuestro festejo.

Ello consta en un desabrido documento policial fechado en Montevideo a 4 de febrero de 1825, cuyo texto dice: “En consecuencia a rumores que se exparcieron en esta Capital de resultas de las penúltimas noticias venidas de Buenos Ayres relativas a que en aquella ciudad se tenía por cierto haver sido batidas en Huamanguilla el nueve de Diciembre por las tropas patriotas al mando del General Bolívar las tropas realistas mandadas por el Virrey Laserna, se me dió aviso de que en un tambo a extramuros de esta Plaza, había tenido lugar una merienda concurrida de gentes exaltadas con el fin de celebrar la para ellos fausta noticia, a que se siguieron brindis chocantes con los principios de paz, orden y buena armonía tan encargados por S.M. el Emperador, y que la suma prudencia que en V.E. ( el Barón de la Laguna) resplandece ha procurado en beneficio público con todo esmero sostener”.

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La fórmula de Paz de 1828 dispuso radicalmente nuestra separación de la Comunidad Indiana. Adquirimos entonces la Independencia que Artigas había desdeñado aceptar-según vimos-en 1815 precisamente porque se encaminaba a apartarnos sin nuestra voluntad de la familia, y privarnos de compartir de hecho y derecho sus vicisitudes y sus grandezas.

Esta vez ganamos en cuanto se recuperó nuestra personalidad de “Pueblo Libre” y perdimos desde que se nos limitó el ejercicio de Soberanos-anexo a dicha situación-por la condición inexorable de aislarnos.

Había que someterse: lo que Artigas pudo fácilmente negarse a aceptar porque sólo tenía frente a él a Buenos Aires, no estaban en situación de resistir Lavalleja y Rivera pues tenían ante ellos a las fuerzas mayores y convergentes del Imperio y de Inglaterra. Esta presionaba por la paz de todos modos y aquél-en el mejor caso para nosotros-convenía admitirla sobre la base de nuestra desvinculación absoluta de los pueblos hermanos. No es difícil encontrar el motivo determinante de esta exigencia. El imperio ya entonces proyectaba volver por la revancha y quería hallarnos-es natural-en campo bien despejado. De tal intención lo acusa infaliblemente el texto de la cláusula 7ª de las Instrucciones Secretas llevadas a Europa por el Marqués de Santo Amaro en abril de 1830 y que le extendió-el detalle es importante-uno de los negociadores de la Convención Preliminar de Agosto de 1828: Miguel Calmón.

Leámoslo: “En cuánto al nuevo Estado Oriental o a la Provincia Cisplatina-dice-que no hace parte del territorio Argentino, que estuvo incorporada a Brasil, y que no puede existir independiente de otro estado, V.E. tratará oportunamente y con franqueza de probar la necesidad de incorporarla otra vez al Imperio. Es el único lado vulnerable del Brasil. Es difícil, sino imposible reprimir las hostilidades recíprocas y obstar la mutua impunidad de los habitantes malhechores de una y otra frontera. Es el límite natural del Imperio, es el medio eficaz de remover ulteriores motivos de discordia entre el Brasil y los Estados del Sud”.

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Por el Tratado de Paz de 1828 se nos privó del derecho-anexo a la Soberanía-de poder integrar si ello conviniese una Unión con otro u otros Pueblos de la hermandad continental. Esa privación intrínsecamente lesiva-a todas luces-y cuyo motivo profundo se descubre e ilumina con la luz que proyecta el texto de las Instrucciones secretas del Marqués de Santo Amaro, no podía ser abiertamente protestada ni menos desconocida con franqueza por los orientales, so pena de renovar en condiciones harto desventajosas la guerra que recién se terminaba.

Pero, documentar para ante la posteridad a lo menos el hecho de que a pesar de todo nos manteníamos íntimamente fieles al ideal de solidarismo Indiano basado en la fórmula federativa-segura y digna- programada por Artigas, eso era adecuado y posible y eso se hizo entonces.

No puede ser otra en efecto-porque no tendría sentido-la intención que determinó a la Comisión redactora del Proyecto de Constitución a incluir en el texto de aquél un artículo que allí figura con el número 87 y que literalmente estatuye (refiriéndose a las facultades del Poder Ejecutivo) “Iniciar y concluir tratados de paz, amistad, alianza, federación y cualesquiera otros; necesitando para ratificarlos la aprobación de la Asamblea General”.

Bien sabían Ellauri, Zudañez, Cavia, Echevarriarza, Solano García, etc. que con ese precepto que trazaron se desbordaba el marco de la Convención Preliminar que nos “mediatiza” en la parte relativa a concluir pactos precisos de federación y lo encerrado en la frase vaga pero amplísima “cualesquiera otros”.

Eso no podía pasar inadvertido y sin tacha ante los ojos revisores extraños de nuestro primer Código Político, en el caso de escapar al examen y observación anterior de la Constituyente. Que aquí o allá se borraría esa parte del proyecto, era seguro, pero ¿qué importaba?

Lo interesante era mostrar cómo procederíamos siendo integralmente Soberanos de nuestro destino; qué hubiéramos resuelto por nuestra voluntad si no la coacta el reciente Tratado de Paz.

¡En 1828, como en 1825, como en 1813, siempre lo mismo: “Pueblo Libre” y desde luego listo para la combinación “con los hermanos”! Bien interesante es a este respecto todo el debate que durante tres sesiones se sostuvo en la Constituyente en torno a dicho asunto. A través de la versión esquemática del mismo-que contienen las actas-es fácil ver cómo chocaron entonces en algunos espíritus los mandatos del deber de prudencia política y los no menos elevados del patriótico que subía incontenible de los corazones.

Imposible leer aquí, en vista de su extensión, todo ese capítulo-hasta hoy siempre olvidado-de los trabajos de la histórica Asamblea. Lo extractaremos en la parte que interesa.

El precepto referido del Proyecto de la Comisión fue puesto en discusión en la sesión de 24 de julio de 1829, iniciando el debate a que aludimos D. Ramón Masini al observar “que (textual) en el artículo se había puesto la palabra federación, y que en su concepto debía entenderse lo mismo que alianza, lo que sería redundante, y que por tanto podía suprimirse”.

Masini, como se ve, entendía ingenuamente que la disposición proyectada se mantenía dentro del marco señalado por el Tratado de 1828 y no podía concebir por lo mismo a la expresión “federación” con otro alcance que el de “alianza”. De ahí la tacha que le aplica de ser redundante.

Pero Ellauri, encargado por la Comisión-como es notorio-de defender el Proyecto, reveló de inmediato que a dicho término se le había dado por los redactores de la Constitución su acepción adecuada y estricta. Consta en el acta, en efecto, que “El Sr. Ellauri-Contestó manifestando que la palabra federación significaba algo más que alianza: que el País podría hallarse en circunstancias en que creyese conveniente la federación a cualquier Estado, por su expontanea voluntad”.

Ante esa aclaración, D. Santiago Vázquez se apresuró a intervenir en el debate para oponer al proyecto la perentoria excepción que podía extraerse de la Convención Preliminar de Paz: la posibilidad de federarse estaba-dijo-“en contradicción con la posición del país”.

En seguida terció en la discusión el Constituyente Chucarro quien se manifiesta partidario de la supresión de la palabra “federación”, pero no por ser contrario a la federación en sí misma (sobre lo que en ese momento no se pronuncia) sino por reconocer que en virtud de dicha Convención de Paz carecíamos hasta que pasaran cinco años de la libertad e independencia necesarias para convenir en un pacto de esa naturaleza. “No es del caso, señores,-expresó Chucarro-ventilar ahora si nos convendría en lo futuro federarnos o no; sí sería más conveniente, llegado el caso, que fuese bajo la forma tal o cual; a lo que importa contraer nuestra atención es, a que bajo una base dada por los Gobiernos del Brasil y la República Argentina, hemos sido convocados para formar una Constitución, que ha de ser examinada por esos mismos Gobiernos, que se han comprometido a sostener nuestra existencia política, aún por cinco años después de jurada, pasados los cuales seremos reconocidos por un Estado de absoluta y perfecta independencia. Es, pues, para esa época que los Representantes que nos sucedan, considerarán este negocio con la circunspección que demanda”.

Gadea manifiesta su adhesión al Proyecto. Vázquez insiste varias veces en su punto de vista. Intervienen, pronunciándose en uno u otro sentido, varios Constituyentes y la discusión que debió ser de las más agitadas y dramáticas de la Asamblea, pues consumió en tiempo casi tres sesiones, habiéndose interrumpido las dos primeras por lo “avanzado de la hora” ( el acta desgraciadamente se concreta en diversas oportunidades a decir que se pronunció un “detenido discurso”, que se sostuvo “un detenido debate”), termina por una solución que satisfaría a todas las opiniones. A la de los constituyentes que por pura prudencia no querían el precepto y a la de aquellos-si los había-que tampoco lo querían por ser partidarios del separatismo definitivo de la antigua hermandad continental, porque la palabra “federación” desaparece del Proyecto; y a los federalistas porque se les da la equivocada esperanza de que aún sin explícita disposición su anhelo podía realizarse.

Esto último resulta, en efecto, de las palabras de Vázquez que al sostener que debía suprimirse la palabra “federación”, expresó “que si al País le conviniese federarse alguna vez, nada importaba el que ahora no se consignase esta palabra, porque en aquel caso nombraría sus Representantes especialmente facultados para hacerlo”. Con esto se refirió, sin duda, Vázquez a lo previsto en el artículo que después fue el 159 de la Carta de 1830 y que decía así: “La forma constitucional de la República no podrá variarse sino en una Grande Asamblea General compuesta de número doble de Senadores y Representantes especialmente autorizados por sus comitentes para tratar esta importante materia; y no podrá sancionarse por menos de tres cuartas partes de votos del número total”.

Ese precepto tenía que resultar inoperante en lo que representa a la federación; pero que en la Constituyente creyóse que por dicha vía era posible llegar a la unión con otro u otros “Pueblos”, es evidente, pues D. Santiago Vázquez que fue quien sostuvo en los debates más tenazmente la supresión de la palabra “federación” opinó que esta expresión estaba en contradicción con lo establecido en la Sección 1ª de la Carta y agregó al tratarse el artículo 159 que acabamos de leer, que la “forma constitucional” a que éste se refería para prever su reforma, era la “comprendida en las secciones 1ª y 3ª .

Sea como fuere; la enseñanza que especialmente interesa recoger del episodio de la Constituyente brevemente reseñado es la de que si nuestro pueblo se aísla entonces de derecho de la hermandad Indiana es bajo la presión de circunstancias premiosas ajenas a su voluntad que lo obligan a dejar de lado la solución tradicional y artiguista porque a ella sólo podía llegarse –como decía Chucarro- cuando se tuviera la “absoluta y perfecta independencia”.

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Si la Convención Preliminar de Paz nos privó del derecho a volver a vivir en “unión y libertad” con los demás pueblos hermanos, no por eso se apagaría en el corazón de los orientales de la generación Revolucionaria, la llama del sentimiento que durante casi veinte años los había llevado a considerarse “compatriotas” de los demás indianos.

De cerca o de lejos-grato es comprobarlo-nuestros antecesores seguirían con interés afectuoso y atento la marcha de todos los otros “Pueblos Libres”. Sus penas y sus glorias las compartirían como antes con dolor penetrante o satisfacción íntima. De ello y para terminar con esta parte de nuestra exposición, vamos a ofrecer a los benévolos oyentes dos pruebas-que por cierto no son las únicas que tenemos a mano-de singular significación y valor.

Sabido es que en julio de 1829 desembarcó en tierras de Méjico una expedición reconquistadora española al mando del general Isidro Barradas, la que después de operaciones diversas, en setiembre 10 de ese año fue derrotada completamente por un ejército nacional al mando del general Santa Ana y como consecuencia de ello debió de inmediato evacuar el país.

Y bien; este suceso tan lejano y al que por lo mismo se podría suponer que los orientales contemporáneos mirarían indiferentes, más si se tiene en cuenta la falta de comunicación material anterior con Méjico, produjo en la realidad, cuando llegó al Río de la Plata la noticia de la capitulación de Tampico-fin de las esperanzas reconquistadoras de los españoles-fraternal y resonante alborozo.

En la Orden General del Estado Mayor del Ejército, de 10 de enero de 1830, se consigna: “En celebración del triunfo conseguido por las armas mejicanas al mando del General Santa Ana contra los españoles, la Superioridad dispone que la Fortaleza de San José salve con 21 cañonazos, hoy, mañana y pasado a las 12 del día y que en las tres noches de ellos se iluminen los frentes de los cuarteles”.

Pero no fue sólo en el Ejército que se exteriorizó esa manifestación del espíritu americanista. El Gobierno invitó también al vecindario a adherirse a las demostraciones de júbilo público, dictando aquél a este efecto la siguiente resolución: “Ministerio de Gobierno, Montevideo Enero 10 de 1830. Contestes todos los papeles públicos y noticias de Estados Unidos de los triunfos que las Armas de la Patria han conseguido en nuestra hermana la República de Mexico contra la expedición Española del Gral. Barradas; el Gobierno y Pueblo de Montevideo que las acaba de recibir, no debe ser indiferente sin dejar de celebrar con demostraciones públicas tan feliz acontecimiento. En esta virtud ha acordado el Gobierno se prevenga al Jefe de Policía, que por tres noches consecutivas desde la fecha se iluminen los edificios públicos y cuarteles de su cargo. Asi mismo que por medio de los comisionados de las secciones respectivas de este Departamento, se recomiende a los Tenientes Alcaldes inviten al vecindario, a segundar las disposiciones del Gobierno con las demostraciones públicas e iluminación general, que por tributo patrio y honor del nombre Americano tiene derecho a esperar. Quiere el Gobierno pues, que en la Capital y Pueblos que lo permitan de ese Departamento (la orden fué dirigida a los Alcaldes Ordinarios de cada Departamento), se practiquen iguales demostraciones de júbilo con relación a sus recursos y de cuya execucion se encarga al Sr. Alcalde”.

Subrayamos en ese documento-hasta ahora inédito-que en él expresamente se dice que se festejan “los triunfos que las Armas de la Patria han conseguido en nuestra hermana la República de México”, lo que demuestra la conservación del concepto de “Patria” que anteriormente señalamos con Artigas. Ello se confirma además en el documento que acabamos de leer, cuando se invita al pueblo a adherirse, diciéndole que se espera lo haga “por tributo patrio y honor del nombre Americano”.

Esa orden circuló por todos los pueblos y tenemos a la vista una copia de la comunicación, también inédita, en que el Alcalde Ordinario de Maldonado la trasmitió al Juez de Paz de Rocha, agregando aquél por su parte a éste que esperaba “de su actividad y decisión por la causa del País, se servirá invitar a ese vecindario a la iluminación prevenida y demas que su patriotismo le aconseje”.

La otra prueba que ofrecimos presentar de la intensidad y persistencia de nuestro solidarismo, pertenece a 1847 y es, como se verá en seguida, más elocuente aún que la reseñada.

Cerníanse entonces sobre toda América las más graves amenazas y complicaciones provenientes del afán de recolonización o de intervenciones de sentido hegemónico que se había apoderado de Europa. En el año citado tocóle al Perú la situación de peligro y ante la eventualidad de tener que afrontarlo en condiciones desventajosas (se anunciaba en una invasión del General Santa Cruz en connivencia o bajo la protección de un gran ejército europeo) recurrió en consulta a todos los pueblos hermanos para pedirle su apoyo moral y material llegado el casus belli.

Pues bien; evacuando afirmativamente esa consulta el Gobierno del General Oribe, que tenía-como es sabido-por Canciller al Dr. G. Villademoros, formuló ante el peruano la doctrina de insuperable y diáfano contenido americanista que vamos a leer: “Por su parte el Gobierno de S.E. el Presidente, no correspondería a sus ardorosos sentimientos Americanos, si pudiese un solo momento mirar con indiferencia al atentado que se prepara torpemente contra la libertad e independencia de las Repúblicas Sud Americanas. Así es que uniendo el suyo al grito del Continente indignado declara sin escitación que mirará como injuria y ofensa propia la que en este caso se infiriese á cualquiera de las Repúblicas de Sud América; que pondrá en acción todos sus esfuerzos y recursos para combatir la odiosa invasión, y que estará pronto a correr con ellos a donde quiera que lo haga necesario el peligro común.[3]

Referencias[editar]

  1. Conferencia en la Asociación Cristiana de Jóvenes. Montevideo, diciembre de 1940.
  2. En recuerdo de ese esfuerzo que por espontáneo y valeroso nos enaltece, fue que D. Andrés Lamas impuso-hace casi cien años- a una de las calles de nuestra Ciudad Vieja el nombre que todavía lleva de “Los Andes”.Para justificar su elección y darle sentido histórico, Lamas escribió entonces-en efecto-lo siguiente: “Los Andes han visto abrirse a sus pies, desde la cuesta de Chacabuco hasta las faldas del Chimborazo y del Condorkanti, los más gloriosos campos de batalla de la independencia Sud Americana. En ninguno de ellos dejaron de brillar las espadas del Río de la Plata, y en muy pocos las de su margen Oriental”. (“El Nacional”, Núm. 1335).
  3. Puede leerse el texto íntegro de esta Hermosa pieza en “Archivo Diplomático del Perú”-“Congresos Americanos de Lima”, T. I, 1938, pág. 47. Señalamos, por nuestra parte, las notables coincidencias entre el párrafo transcripto y el Decreto de Solidaridad Americana que setenta años después (18 de junio de 1917) dictó nuestro Gobierno bajo la inspiración del Canciller Dr. Brum y cuyo texto, que ha adquirido justa y resonante fama, dice: “Considerando: Que en diversas comunicaciones el Gobierno del Uruguay ha proclamado el principio de solidaridad americana como regulador de su política internacional, entendiendo que el agravio inferido a los derechos de un país del Continente debiera ser considerado como tal por todos y provocar en ellos una reacción uniforme y común; Que en la esperanza de ver realizarse un acuerdo a ese respecto entre las naciones de América, que haga posible la aplicación práctica y eficiente de dichos ideales, ha adoptado el Gobierno una actitud de expectativa en cuanto a su acción, aunque significando en cada caso su simpatía a los países continentales que se han visto obligados a abandonar la neutralidad; Considerando: que entretanto no se produzca ese acuerdo, el Uruguay, sin contrariar sus sentimientos y sus convicciones, no podría tratar como beligerantes a los países americanos que, por la defensa de sus derechos, se hallasen comprometidos en una guerra intercontinental; Considerando: Que este criterio es compartido por el Honorable Senado, El Presidente de la República, en Acuerdo General de Ministros, resuelve: Primero: Declarar que ningún país americano que, en defensa de sus derechos, se hallare en estado de guerra con naciones de otros continentes, será tratado como beligerante. Segundo: Disponer que no se cumplan las disposiciones que se opongan a la presente resolución. Tercero: Comuníquese, publíquese, etc.”