Con sus rosados dedos, nuevamente,
Abre la Aurora al día sus portales,
Y Telémaco ya, con prisa suma,
Se prepara á volver á su palacio.
Calzado y con la lanza en una mano
Dice al pastor: « Amigo, al punto parto.
Voy á calmar con mi presencia misma
De mi afanada madre las angustias.
Hasta que me haya visto por sus ojos
Sé que no tendrá fin su amargo llanto.
A tí te recomiendo ese estrangero.
Llévale a la ciudad para que en ella
Mendigue su sustento. El que pudiere
De cuanto necesita le provea;
Pues yo, por mas que al alma costar sepa,
Bastar no puedo á los mendigos todos.
Ya sé que el pobre anciano ha de sentirlo;
Le tengo compasión; mas hablo claro»
De numerosa y desfrenada turba.
A poco rato con estruendo empiezan
Los cánticos, las danzas y conciertos,
Y el sol, en tanto, entre las salsas ondas
Esconde ufano su fulgor inmenso.