La Odisea (Antonio de Gironella)/Canto Séptimo

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época
CANTO SÉPTIMO.

ENTRADA DE ULISES EN EL PALACIO DE ALCINÓ.[1]

Mientras Ulises a su Diosa implora,
Rápido el carro á la ciudad conduce
La piadosa princesa. A los umbrales
De su palacio llega, y sus hermanos
A su encuentro han salido. El tronco sacan
Y recoger tambien hacen la carga.
Náusíca se retira a su aposento.

La anciana Eurimedusa la esperaba
Teniéndola un gran fuego prevenido.
En Egipto naciera aquesta sierva;
Por un buque de Facios cautivada,
Sus dueños en presente al rey la dieron
Quien de su hija le fió la infancia;
Y mas tarde, empleada en su servicio,
El mas síncero atan la prodigaba.
Ulises los instantes ha contado,
Calculando con pulso su partida
Por el paso que lleva la princesa.
A marchar se dispone; mas Minerva
Para ocultarle á la indiscreta vista
De los curiosos Facios, á su ruedo
El aire ha condensado de manera
Que en una espesa nube se halla oculto.
Parte veloz y pronto al muro llega.
Allí á sus ojos Palas se presenta
En una hermosa virgen transformada,
Que en el hombro apoyada una urna lleva.
Ante el héroe se para y él la dice:
«Hija mia piadosa ¿no quisieras
Mis pasos dirigir á la morada
De Alcinó que es el gefe de estos pueblos?
Un estrangero soy desventurado
Que de lejanas tierras ha venido;
Nadie conozco aquí, ni en todo el reino.»
«Sí padre, le responde; sin gran pena
Esta mansion te mostraré, que lejos
De la nuestra no está. Seguirme debes
Sin desplegar el labio. Yo tus pasos
Precederé; mas no preguntes cosa
Ni hables á ser humano; nuestro pueblo
No tiene afecto alguno al estrangero.
El que de afuera viene aquí no encuentra
Ni atencion ni amistad. Son orgullosos,
Porque Neptuno su valor protege,

Retan la mar y sin temor la surcan.
Sus naves son ligeras como el ave
Y como el pensamiento el giro mudan.»
A tales voces mas veloz camina.
Ulises sigue envuelto en los vapores
Que la Diosa agrupó sobre su frente
Para ocultarle á todas las miradas.
Atónito contempla aquellos puertos,
Los bajeles, el público recinto,
El fuerte muro y su almenage altivo.
Aparece el palacio del monarca
Y la Diosa le dice: «Aquesta ¡oh padre!
Es la mansion que pides. Nuestros Reyes
Ora hallarás sentados á la mesa.
Entra con paso firme; nada turbe
El ánimo, y no olvides que garantes
La confianza y valor son de los triunfos.
A la Reina primero llegar debes;
Aretea es su nombre; Alcinó y ella[2]
De un mismo tronco salen; que Neptuno
Con Peribea dió á Nausitúo vida.
Fué Peribea una belleza rara,
Hija menor de Eurimedon preclaro
Que fué de los Gigantes el monarca,
Y que vió perecer su pueblo impío,
Tocándole tambien su suerte amargaebo
A Nausitúo dos hijos le cupieron,
Alcinó y Renenor. Jóven é infausto,
Este de Apolo pereció á los tiros,
Dejando solo una agraciada hija
Que es nuestra reina ahora. El himeneo
A Alcinó la unió luego, que la adora
Y la venera á un tiempo; pues ninguna
Tanto amor y respeto mereciera.
De esposo, hijos y pueblo tan amada

Una Diosa al mostrarse ver parece
Los votos y homenages van con ella;
Son cordura y bondad sus altas dotes;
Sensible y bienhechora, sus mercedes
Vierte con profusion. Por sus consejos
Y su sabia virtud las riñas cesan;
Si su afecto consigues atraerte
No dudes que tus deudos, tus amigos
Y tu anhelada cuna verás luego.»
Repentina la Diosa á tal acento
Desaparece y los campos deliciosos
De la fértil Esqueria abandonando,
Los mares pasa, en Maraton se para,
Visitando en seguida á Atenas fiera
Y la antigua morada de Erecteo.[3]
Ulises al palacio se dirige;
Antes que á pisar llegue sus umbrales
Pensativo y atónito se para:
Todo á sus ojos presentar parece
Del Dios del dia la mansion radiante
O del astro nocturno los esmaltes.
Desde el portal á la interior estancia
Dos paredes de cobre se levantan
Que base son de una cornisa de oro.
Son tambien oro las enormes puertas
Que vedan el ingreso, y oro puro
La aldaba que cerrar y abrir permite.
Vese un lintel de plata sostenido
Por columnas que el mismo metal forma
Y que un umbral de terso cobre apoya.
Dos perros de oro y plata, que animara[4]

La divinal industria de Vulcano
En las puertas estan, para que sean
Custodias inmortales de palacio.
Arrimados al muro y hasta el fondo
De una inmensa y hermosa galería
Estan ricos siliones, revestidos
De ropas esquisitas que tejieron
Industriosas esclavas. En tal sitio
Cada dia los gefes de los Facios
Apuran de la mesa los halagos
Estatuas de oro en ricos padestales
Sostienen con la mano unas antorchas
Que entre las sombras de la noche oscura
Los convidados y el palacio alumbran.
Cincuenta esclavas en labores varias
Ocupadas estan: Unas el grano
Que la próvida Ceres diera al hombre
En la piedra trituran; otras tejen
El lienzo y otras süaves lanas hilan.
En sus veloces manos tiembla y rueda
La rueca cual del álamo las hojas.
De sus hilos y tramas goteando
Va el aceite que luce entre sus dedos
Como fresco rocío. Si los Facios
Son los mortales en la mar mas sabios,
Sus mugeres de Palas recibieron
El don precioso de mover la rueca,

La lanzadera y la ingeniosa aguja,
Y el talento y virtudes de su sexo
Recibieron en dote de los cielos.
Al lado del palacio un jardin sale
De vasto espacio y que profundà valla
Por todas partes circunvala y cierra.
Árboles en el crecen siempre verdes
Y de flores y frutas siempre llenos:
El peral, el naranjo, los manzanos,
El olivo, la biguera, sin peligro,
Del invierno y verano el rigor sufren.
El hálito de Zéfiro constante
Cria y madura el fruto de consuno:
La pera muere al lado de otra nueva;
Ve crecer la manzana amarillenta
Otra manzana verde todavía;
Sucede el higo fresco al que enrvejece
Y el racimo que en flor de la vid cuelga
Otro ya rojo á su redor contempla.
Un gran viñedo, vigoroso y sano
Mas lejos se dilata; en una parte
Hincha el grano del sol el suave rayo,
Mientras en otra el pie le estruja y pisa
Y en el lagar el dulce vino humea.
Mas lejos tedavía y al estremo
De este ameno pensil mil plantas crecen
De especies varias, en buen órden puestas
Que verde y flor en todos tiempos tienen
Dos manantiales salen de este sitio:
Serpenteando, el uno el jardin baña,
Mientras el otro, por ocultos caños,
Corre á distribuirse en el palacio,
En su patio formando una gran fuente
Que al uso está de eada ciudadano.
Los benéficos Dioses se gozaron
Embelleciendo con primores tales
La mansion de Alcinó afortunado.

Inmóvil largo tiempo Ulises mira
Tantos prodigios raros; mas al cabo
Sacude el pasmo y los umbrales pasa.
Los gefes de los Facios reunidos
Mira, á Mercurio haciendo libaciones,
Que aquesta es siempre la Deidad que invocan
Cuando á entregarse al sueño se disponen.
Entre ellos, y en la nube cobijado
Que la Diosa formó para ocaltarle,
Pasa Ulises, llegando hasta los sitios
Donde Alcinó y la reina estan sentados
A los pies de Aretea se arrodilla
Y, súbito, la nube se evapora.
A su aspecto la gente muda queda
Y, atónita, le mira con sorpresa
«¡Virtuosa Aretea! esclama al punto;
¡De Renenor divino oh hija bella!
A tí me postro; tu consorte invoco
Y á todos piedad pido. ¡Vierta el cielo
Sobre vosotros su merced divina!
¡Pueda legar cada uno á su alta prole
Sus bienes y honras cual se los dió el pueblo!
¡Oh dadme, dadme á ni la patria mia!
¡Ay que pasaron ya incontables dias
Desde que el pecho mio está privado
De cuanto solo puede hacer mi dicha,
Pues que á penar no mas sirvió mi vida! »
Apenas acabado este lamento
Junto al hogar se sienta en las cenizas.[5]
A tal vista estan todos en silencio;
Mas al fin, Echeneo, el mas antiguo,
Mas elocuente y sabio de los Facios,
Prorumpe de esta suerte: «Alcinó ¿es dable?

¿En tu hogar y sentado entre cenizas
Un estrangero? es mengua de tu patria
Y á tu dignidad propia grave insulto.
Aquí todos tus órdenes esperan;
Levántale tú mismo, y una silla
Le da cual á los otros. Tus heraldos
Vino viertan, y ofrendas se dirijan
A Júpiter que ampara al ínfelice
Y que impone el deber hospitalario.
Halle aqueste estrangero en nuestra mesa
Los alimentos que su estado exige,
Y goce tambien él de la abundancia
Que en tu dominio y tu morada reina.»
A tal requerimiento, Alcinó luego
La mano a Ulises toma, le levanta,
Le coloca á su lado y en el sitio
Que ocupaba Laodemio, el mas querido
De sus hijos. Preséntase una esclava
Con un jarro de oro, y va vertiendo
En sus manos el agua cristalina
Que un cubillo de plata coge luego.
Otra una mesa pone, y, afanosa,
Deliciosos manjares va sirviendo.
A vista tal, Ulises siente el pecho
Dar otra vez cabida á la esperanza,
Y mientras a Natura satisface
Oficioso Alcinó llama a un heraldo:
«Protonio, dice, vierte en nuestras copas
Vino, y al Dios hagamos líbacíones
Que al triste ampara y su acogida impone.»
De repente las copas estan llenas
Y Protonio las va distribuyendo.
Hecha la líbacíon: « ¡Oh ilustres gefes,
Alcinó dice, del gran pueblo Facio!
Oïd lo que me dicta la prudencia:
Tiempo es ya de entregamos al descanso.
Mañana, cuando ya la aurora vuelva,

Asamblea mayor celebrarémos;
Se hará mas pleitesía al estrangero,
Sacrificio á los Dioses mas solemne;
Y en seguida será nuestra tarea
La demanda atender que nos ha hecho;
Eficaces medidas tomarémos
Para que aqueste huésped lograr pueda
A su patria feliz y breve vuelta,
Por mucho que distante ella se encuentre
De aquestas playas nuestras. Garantirle
De cualquier contratiempo nos es deuda,
Hasta que á sus penates haya vuelto.
Allí ya conformarse será fuerza
Al hado suyo, y que la suerte sufra
Que las parcas tejieron en su cuna.
Mas, si es un Dios que del Olimpo baje,
Sin duda entonces nos prepara el cielo
Algun suceso estraño. Con gran pompa
Los Dioses siempre se nos han mostrado
Al dísponerles nuestra fe hecatombas.
Entre nosotros con amor sentados
Siempre tomaron parte en nuestras fiestas.
Si en solitaria via un Facio encuentran,
Nunca ocultarse a sus miradas quieren;
Porque en el órden de los seres todos
Llegamos despues de ellos los primeros
Lo mismo que los Cíclopes, y tanto[6]
Como atgun dia los Gigantes fueron.»[7]

—«Gran rey, responde Ulises, tan sublimes,
Tan altos pensamientos no concibas,
En mí nada á los Númenes semeja.
Solo un infausto soy de los que arrastran
Por la tierra su afan y sus miserias
Infeliz soy cual ellos y á mas grado
Si los contrastes y los males cuento
Que á la inclemencia de los Dioses debo
Mas deja que el dolor recobre alientos;
Deja que gozar pueda de los bienes
Que aqui me prodigais. El hambre insana
Solo escucha los gritos de Natura;
¡Ley vergonzosa que el pesar sofoca
Hasta hallarse el instinto satisfecho!
Mas vosotros, benignos, á la vuelta
De la aurora, impulsad mi ansiada marcha
¡Oh sí! á la patria devolved, piadosos
El triste que anonadan tantas penas.
¡Oh vea yo mi herencia, mi palacio,
Mi familia, aunque al verlos morir deba!»
Cesa y aplauden todos estos votos,
Todos su marcha apresurar prometen.
Hechas las libaciones postrimeras
Todos van al descanso de sus lares
Mas Ulises, sentado, solo queda

De Alcinó a lado y cerca de Aretea
Aquesta ha reparado en el tejido,
En la túnica y manto que la hija
Sin duda á Ulises dió. Ella y sus siervas
Lo elaboraron todo: «¡Oh tú, estrangero!
Atónita le dice, yo primera
Interrogarte intento: dí ¿quién eres?
¿De qué nacion? ¿quién dióte aquestas ropas?
¿No me dijiste que, en la mar perdido
El acaso te echó á nuestras riberas?»
—«¡Oh reina! le responde, trabajosa
Y dura ley seria darte cuenta
De los males que el cielo me ha enviado;
Pero respondo á tu postrer demanda.
En un lejano mar está sentada
De Oygia la isla, que es mansion divina
De Calipso que fué del Atlas hija...
¡Rara Deidad, de ardid y astucia llena!
Ni con hombres ni Dioses comunica;
Yo el solo he sido que una suerte infanda
A su fatal asilo condujera.
Jove su rayo echó sobre mi nave
Y ella y mis compaieros perecieron.
Acogíme á una tabla del naufragio,
Nueve dias corriendo entre agua y viento.
Entre el horror de una espantosa noche,
Al décimo, los Dioses me arrojaron
En Oygia fatal. Allí Calipso
Me acogió con bondad, y cariñosa
En trueque de mi amor quiso ofrecerme
Vida inmortal y juventud eterna.
Insensible me halló. Siete años largos
En su reino pasé, regando siempre
Las ropas que me dió con llanto amargo.
Estando al principiar del año octavo,
O ley del cielo, ó que inconstancia fuese
Apresuró ella misma mi partida.

Quiso que en una balsa me àrriesgase;
Dióme vino, alimentos y vestidos
Y soplar hizo vientos favorables.
La mar corrí por diez y siete dias;
Vuestros montes y selvas ví al siguiente
Y dilatóse el pecho á tanta vista.
¡Infeliz! otras ansias me esperaban.
Neptuno, airado, desató los vientos
Y sacudió la mar en sus abismos.
En vano combatí las olas fieras;
No pude ya en mi balsa sostenerme;
Echéme á nado en el abismo inmenso;
Los vientos y las aguas, á las rocas
Con furor me arrojaban. Triturado,
Sin duda pereciera en una costa
Toda de risco hirsuta. En tal conflicto,
Vuelvo al centro del mar y, entre fatigas
É inauditos esfuerzos, al fin logro
A la boca llegar de vuestro rio,
Allí vi una ribera sin pedriscos,
Sin roca, y contra el viento quieto asilo;
Allí restauré el ánimo y los brios.
Llegó la noche y arrastrarme pude
Algo lejos del agua, en unas sombras,
Y me compuse un lecho con las hojas.
Una Deidad, sin duda, me dió el sueño
Pues pude descansar la noche toda,
Y durmiendo me hallaba todavía
Cuando el sol ya su curso remataba.
Cedió el letargo en fin; miro afanoso
Y veo en la ribera divertidas
Unas mugeres y una Diosa entre ellas.
Tu hija fué; postréme á sus rodillas;
Imploré su piedad. Ostentar supo
Razon y madurez en mayor grado
Que pudiera esperarse de sus años.
¡Es juventud tan frívola y ligera!

Los ausilios me dió que requeria;
A mi debilidad procuró un baño,
Y en fin debí á su afecto estos vestidos
Que tu justa atencion han escitado.
La verdad me pediste y mi obediencia
Con la verdad responde á tu mandato.»
—«No ha sentido mi hija, Alcinó dice,
Lo que á tu triste estado competia.
Con sus siervas no supo conducirte
Hasta el palacio mismo; suplicante
Te presentaste, y cualidad tan grave
Otros deberes, otra ley prescribe.»
—«¡Oh generoso rey! esclama Ulises,
A tu bija no inculpes; con sus siervas
Ordenóme seguir; mas mi cordura
Consentirlo no pudo, recelando
Que las leyes del mundo herir pudiera;
¡Es tan dura del hombre la sospecha!»
—«En mi juicio no está, dice el monarca,
A irreflexivo impulso abandonarme;
Aprecio los motivos delicados
Que en tan crítico lance te guiaron
¡Oh Júpiter! ¡Apolo! ¡gran Minerva!
¡Potentes Dioses! si tus pensamientos
De acuerdo con los mios estuvieran,
Si quedarte quisieras con nosotros
¡Oh como haria que mas tiernos lazos...![8]
Un estado aqui mismo te fundara

Y tuya toda mi fortuna fuera
Mas eres libre, y no permita el cielo
Que nadie, á pesar tuyo te detenga
Sin mas tardar, mañana los aprestos
Yo mismo dispondré de tu partida,
Te llevará un bajel á tus dominios
O do quieras, si bien mas allá fuese
Del recóndito Eubeo, que es el centro
Que en la tierra mas lejos conocemos,
Segun los navegantes nos contaron
Que en él á Radamante condujeron,[9]
Cuando fuera á juzgar á Ticio fiero,
Un hijo de la tierra. En solo un dia
Ir y tornar pudieron Por tí mismo
Verás con cuál estrema ligereza
Saben cortar las aguas nuestras naves
Y cuán hábiles son nuestros pilotos. »
Ulises, por el gozo enagenado:
«¡Oh Júpiter, eselama; cumplir deja
Lo que Alcinó promete en este instante!
¡Que su alta gloria llene el universo
Y que dichoso yo la patria alcance!»
Entre tanto, al mandato de la reina,
Un lecho para el huésped se ha arreglado;

Cortinages de púrpura le cierran
Por un doble contorno, y con tapices
De esquisita labor está cubierto.
Cercanos estan puestos los vestidos
Que han de servir al héroe de ornamento.
De las pasadas penas al impulso
Sintió Ulises el párpado inclinarse;
Alcinó lo repara : « Véte, dice;
Vé y restaura tus brios con el sueño.»
Ulises se levanta, y con sus teas
Las siervas de la reina le conducen
Hasta el pórtico donde el lecho encuentran.
Alcinó con su esposa se retira
A descansar en su mansion secreta.



  1. Ha parecido que en estos nombres propios griegos de doble letra, como Antinó, Alcinoo, etc., debia bastar el acento, quedando el sonido agudo: es mas español y produce el mismo efecto.
  2. Aretea significa deseada.
  3. Este fue un cazador tan diestro que viendo á Alcon su hijo envuelto en los pliegues de una enorme culebra, la mató de un tiro de flecha, sin causar el menor daño al mancebo. Minerva le hizo proclamar rey de Atenas.
  4. Cuando las obras eran muy primorosas, los antiguos las atribuian á los Dioses, y por esto aqui se supone que estos perros eran obra de Vulcano. El autor de las notas de la traduccion de Voss, dice que eran tan perfectos que parecian tener vida. Siempre al ver el estado de las artes en aquellos tiempos, nuestra tétrica imaginacion se pregunta, ¿pues por qué están tan ufanos los hombres con sus adelantos, si hace tres mil años que ya existian tales primores? Si se lee Homero con cuidado, se verá que esta triste reflexion se puede aplicar á los tejldos, á los metales, á la arquitectura, á la medicina, á la astronomía y á muchos otros conocimientos que hoy dia forman muchos pedantes y muchos orgullosos, que no lo serian tanto si se acordasen de que ya Homero sabia tanto y mas que ellos.
  5. Pope en su traduccion dice: humbled in the ashes took hers place, y añade por nota que los Suplices acostumbraban sentarse en las cenizas para atraerse el favor de Vesta que era la protectora de los hogares.
  6. Los Cíclopes fueron los primeros Pelasgos, o habitantes del Peloponeso, hombres al parecer muy salvages, muy briosos, de elevada talla y que llevaban un casco que en su vísera tenía un agujero circular, lo que hacía suponer que solo tenían un ojo. Asolaban todo su vecindario y vivían en la isla de Lypari, al N. E. de Sicilia, y que todavía hoy tiene 40.000 habitantes. El miedo y la superstícíon los transformaron en semi—dioses, y porque esplotaban las minas de metales se les supuso ministros de Vulcano. Todas las cosas humanas mas estraordínarias tienen origen muy sencillo.
  7. Prueban la existencia de hombres de una altura superior á la comun los huesos y restos fosiles hallados en el centro de la tierra. Esto era puramente endémico, procedente del clima, de los alimentos y de mil otras causas particulares que pueden desvirtuar las proporciones de la sabia naturaleza y que siempre son en menoscabo de la vida. La existencia de castas enteras de hombres tales no es creible, porque no está en las reglas geométricas de la creacion; pero la poesía natural del hombre todo lo hiperboliza. La Escritura Sagrada cita al gigante Og que tenia 15 pies de altura, á Goliath que tenia 11; nosotros hemos tratado mucbo á Picard, cuyo esqueleto esta todavia en Paris, que tenia 8. Los Gigantes de la mitologla, nacieron de la sangre de la llaga de Urano herido por su hijo Saturno, y fueron sepultados debajo de los montes, por haberse atrevido á Júpiter.
  8. Knight suprime esta esclamacion porque dice que no puede ser de Homero; tan repugnante encuentra que un Rey que ve por primera vez à un hombre, sin saber si es un aventurero ó una persona honrada, le esprese el deseo de darle su hija. Nosotros lo hemos puesto porque lo hemos hallado en las demas traducciones y porque vemos en Homero tantas otras irregularidades; le vemos pasar tan á menudo de lo sublime á lo ridículo, que no le queremos disputar la propiedad de esta idea. Ademas, la calidad de Rey, tan prodigada en las obras de Homero, no parece significar toda la ple- nitud de privilegios que indica hoy dia, pues por el lenguage que usa con sus secuaces, por la denominacion de palacio que se da à las moradas de otros ciudadanos de su imperio, y el dictado de príncipe que se concede á los mismos pretendientes, venimos á colegir que Ulises era mas bien el habitante mas opulento de su isla que el verdadero monarca y gefe de ella. Esta consideracion podria hacer menos absurda la proposicion que da lugar á esta nota
  9. Un traductor hablando de Radamante, hijo de Júpiler y de Europa, dice que habitaba los Campos Elíseos en España. Para nosotros el Elíseo seria tan soio un pais sumamente feraz, supuesto que vemos que para los antiguos todo lo que era mejor que lo suyo pasaba por divino y sobrenatural. ¡Cuán fåcil fuera reducir hasta los Dioses mismos de aquellos hombres poéticos, á lo mas trivial y comun de la humanidad!