La República (Tomás y García tr.)/Coloquio Quarto

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COLOQUIO QUARTO.


Tomando aquí la palabra Adimanto, qué responderiais , dixo , ó Sócrates , si alguno os objetase, que no os ocupabais mucho en hacer felices á estos hombres, y que aún siendo ellos los verdaderos y únicos apoyos de la república, les privabais de todos los bienes de la sociedad? pues que vos no quereis que tengan ellos , como los otros, tierras y heredades, ni que edifiquen casas grandes , hermosas, y las tengan bien amuebladas, ni que puedan ofrecer á los dioses sacrificios domésticos , ni alojar á sus huéspedes, ni que posean oro ni plata , ni nada de iodo aquello que poco antes decíais, que se cree puede servir para pasar una vida cómoda y agradable. En verdad, se os diria, que vos los tratabais como extrangeros á sueldo de la república , que no tienen otra subsistencia que la que sacan ellos de su servicio. Soc. Añadid aún por cierto, que su sueldo no consiste sino en la racion, y que fuera de esto no reciben ningun prest como las tropas ordinarias: de suerte que si les viene en voluntad el viajar, no es lícito á ninguno de ellos salir de los límites del estado , ni dar nada á otros , ni disponer de cosa alguna á su grado, como lo hacen los ricos y los tenidos por felices. Estos y muchos otros capítulos de acusacion dexais vos pasar por alto. Adim. Añadidlos pues, si os parece , á lo que ya llevo dicho.

Soc. Pero vos me preguntareis qué tengo que responder á esto? Adim. Es cierto. Soc. Siguiendo el camino que hemos llevado hasta aqui, encontraremos , á lo que pienso , en nuestro plan mismo con que justificarnos. Nosotros diriamos, que no seria. de admirar que la condicion de nuestros guerreros fuese muy feliz á pesar de todos estos inconvenientes. Que al cabo, formando una república , no nos hemos propuesto nosotros por objeto la felicidad de un cierto orden de ciudadanos , sino la de la república entera; porque hemos creido poder encontrar la justicia en una república gobernada de este modo , y la injusticia en la mal administrada, y ponemos por este descubrimiento en disposicion de decidir la qüestion que hace rato nos ocupa. Al presente nos empleamos en concebir un gobierno feliz , por lo menos en nuestro modo de entender , en el qual no ande repartida la dicha entre un pequeño número de particulares , sino que sea comun á toda la sociedad. Luego despues examinaremos la forma de gobierno opuesta á éste. Á la manera pues , que si haciendo nosotros un retrato viniese alguno á objetarnos , que no empleabamos los mas hermosos colores para pintar las partes mas hermosas del cuerpo, puesto que los ojos que son lo mas hermoso , no los pintabamos con púrpura , sino con color negro; creiamos nosotros responder bien á este censor, diciendole : no os imagineis , buen hombre , que debamos pintar los ojos hermosos en tanto grado , que no se descubra siquiera que son ojos; y lo que digo de esta parte del cuerpo debe entenderse de todas las demas: examinad mas bien si dando nosotros á cada parte el color que le corresponde, sacamos un todo perfecto. Lo mismo os digo yo , Adimanto. No nos forceis á aplicar á la condicion de nuestros guerreros una dicha , que les haga ser qualquier otra cosa que lo que ellos son. Podríamos , si quisiesemos vestir á nuestros labradores de preciosos vestidos, bordados de oro , y mandarles que no cultivasen la tierra salvo por recreo: y que los alfareros recostados sobre su derecha junto al horno , comiesen y bebiesen á su placer, dexada á un lado la rueda, con la libertad de trabajar quando tuviesen gana. Podriamos del mismo modo hacer dichosas todas las otras condiciones, á fin, que el estado todo gozase de una perfecta felicidad. Mas no nos deis semejante consejo ; porque si le seguimos , el labrador dexaria de ser labrador, el alfarero dexaria de ser alfarero, todos saldrian fuera de su condicion, y no habria ya sociedad. Pero al fin, que los otros se contengan ó no dentro de su estado , no es de la mayor conseqüencia. Porque que los zapateros hagan mal su oficio , que ellos se dexen corromper, ó que alguno se venda por zapatero no lo siendo , al pueblo no resultará gravísimo perjuicio. Pero si los que están puestos para guardas

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de las leyes y de la república, no son guardas sino en el nombre, ya veis vos que este desorden acarrearia tras sí la ruina del estado , siendo ellos solos los que tuviesen la facilidad de alojarse bien y procurarse una vida regalada. Si pues la condicion que nosotros señalamos á los verdaderos guerreros les impide ofender en nada al bien público, el que es de contrario parecer y quiere formar labradores no como miembros de una sociedad , sino como gente ociosa únicamente ocupada en sus festines y placeres , no tiene idea ninguna de lo que es una república. Por tanto , veamos si nuestro designio en el establecimiento de estos custodios, es de acumular sobre ellos toda la felicidad pública , ó mas bien de extender nuestra vista sobre toda la sociedad , á fin que toda ella sea feliz ; y ademas de obligar y persuadir á los custodios y defensores de la patria, y á todos los otros ciudadanos , á trabajar cada qual en su oficio y coa todo su poder por la felicidad comun : de suerte que quando el estado haya tomado su aumento y esté ya bien administrado, se permita entonces á cada uno de sus miembros que disfrute aquella parte de felicidad pública , que corresponde á la naturaleza de su empleo. Adim. Esto que vos decís, me parece muy juicioso.

Soc. No sé si lo que voy á decir y que tiene una conexîon inmediata con lo que llevo dicho, os lo parecerá menos. Adim. De qué particularmente se trata? Soc. Exáminad, si es esto lo que pierde y corrompe de ordinario los otros artifeces. Qué es lo que les pierde y corrompe?. Soc. La opulencia y la pobreza (i). Adim. Cómo es esto? Soc. Vedlo aquí. El alfarero que llego a ser rico, os parece a vos que querrá ocuparse de su oficio? Adim. Creo que no. Soc. Luego de día en día se hara mas holgazan y mas descuidado?. Adim. Sin duda. Soc. Y por consiquiente mas mal alfarero? Adim. Es muy cierto. Soc, De otro lado, si la pobreza le quita el medio de proveerse de herramientas y de todos los utensilios que son necesarios a su arte; sus obras lo padecerán, u los hijos y otros artifices que él forme, saldrán mal enseñados. Adim. Esto es verdad. Soc. De este modo las riquezas y la pobreza, pejudican igualmente a las artes y a los que las profesan. Adim. Así parece. Soc. Ved pues aqui otras dos cosas, que con todo cuidado deben procurar nuestros magistrados, que no introduscan en nuestra ciudad. Adimant. Quáles son? Soc. La opulencia y la pobreza: porque aquella engendra molicie, desidia y novelería; y ésta otra sobre el espíritu de novedad, baxeza y ansia de hacer el mal. Adimant. Ciertamente es así, pero os ruego, Sócrates, que considereis una cosa. Cómo podra nuestra república sostener la guerra, si no tiene fondos, y sobre todo si se vé obligada a hacer frente a una república rica y poderosa? Soc. Claro esta, que le será muy dificil defenderse contra una sola; pero muy fácil defenderse contra

L3 dos. Adim. Qué es lo que vos decís? Soc. Lo primero, si fuese necesario llegar á las manos, nuestras gentes exercitadas en la guerra no tendrian que pelear con enemigos ricos? Adim. Lo confieso. Soc. Pero, Adimanto, un luchador bien instruido en su arte, no os parece que triunfará fácilmente de dos contrarios ricos, llenos de lozanía y poco exercitados en ta lucha? Adim. Acaso no, si tiene que ver con los dos á un tiempo. Soc. Qué! si tuviese la libertad de huir, y evitando el primer golpe, hiriese recargando al que le sigue de mas cerca, y emplease repetidas veces esta astucia al sol y en el riguroso calor, por suerte le seria muy dificil vencer á muchos como estos uno tras otro? Adim. Ciertamente que en esto nada habria que admirar. Soc. Pero creeis vos que los ricos de quienes hablamos no estén mas instruidos y mas exercitados en la lucham que en la guerra? Adim. Yo no lo dudo. Soc. Luego, segun las apariencias, nuestros atletas se batirán sin trabajo con un exército de ricos dos ó tres veces mas numeroso. Adim. Convengo en ello; porque me parece que teneir razon. Soc. Y qué, si enviasen á pedir socorro á los habitantes de un estado vecino, diciendoles, lo que al cabo seria mucha verdad: nosotros no necesitamos de oro ni de plata, ni nos es permitido tenerlos, como á vosotros: venid pues en nuestra ayuda, que nosotros os abandonamos los despopjos de nuestros enemigos: creeriais vos que aquellos á quienes se hiciesen tales ofertas estimarian mas hacer la guerra á perros enjutos y robustos, que con ellos pelear contra ovejas gordas y delicadas? Adim. Pienso que no. Pero si alguna ciudad vecina recoge dentro de sí todas las riquezas de la demas, guardaos que la nuestra pobre como ella es, no corra algun riesgo grande. Soc. Qué buen hombre sois en pensar, que alguna otra ciudad que la nuestra merezca llevar este nombre? Adim. Por qué no? Es menester dar á las otras ciudades nombre de significacion mas amplio; porque cada una de ellas no es una ciudad, sino muchas ciudades como dicen los niños quando juegan (2). Por lo menos allí hay siempre dos que se hacen mútuamente la guerra, una de ricos, otra de pobres: mas cada una de éstas se subdivide aún en otras muchas. Si vos las combatís todas como si fuesen una sola ciudad, errariais en gran manera y se os frustraria vuestro intento. Pero si comtemplais á cada una de estas ciudades como compuesta de muchas, y abandonais a los unos las riquezas, el poder, y aún la vida de los otros, tendreis vos siempre muchos aliados y pocos enemigos. Toda ciudad gobernada por sábias leyes, tales como las nuestras, será muy grande. No digo esto por alabarla, sino que en verdad será grande, aunque no pudiese poner en pie arriba de mil combatientes. No encontrareis vos con mucha facilidad una tan grarde ni entre los griegos, ni entre los bárbaros, por mas que haya muchas

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que parezcan mas poderosas. Pensais vos lo contrario? Adim. Par diez que no. Soc. For fortuna pues, no serian estos los justos límites que nuestros magistrados podian dar al aumento de su ciudad y de su territorio, fuera de los quales no debian ellos extenderse mas? Adim. Quáles son estos límites? Soc. Esto es, á lo que yo creo, el dexarla engrandecer miéntras que pueda sin dexar de ser una; mas allá nada. Adim. Muy bien. Soc. Segun esto, prescribiremos tambien á nuestros magistrados que hagan de manera, que su ciudad no parezca grande ni pequeña, sino que guarde un justo medio y sea siempre una. Adim. Y en esto so les mandaremos cosa de gran peso. Soc. Aún es cosa mas liviana, aquella de que hicimos mencion poco ántes, quando les deciamos que era menester hacer pasar á las condiciones mas baxas los hijos de los guerreros que parecian degenerarm y elevar á la clase de guerreros los hijos de los otros que se tuviesen por dignos. Con esto queriamos darles á entender, que cada ciudadano no debe ser destinado sino á una sola cosa, para la qual es inclinado por naturaleza; a fin que cada particular siguiendo el impulso de la suya, sea uno: que por este medio, el estado entero sea tambien uno, y que no haya ni muchos ciudadanos en un solo ciudadano, ni muchos estados en un solo estado. Adim. Verdad es que este punto es aún de ménos monta que el otro.

Soc. Todo lo que nosotros les prescribimos aquí, mi amado Adimanto, ni es tanto, ni tan grande como podria imaginarse alguno; pues al cado no es nada, si como suele decirse, observasen un solo punto, el único grande, ó mas bien en vez de grande, el único suficiente. Adim. Quál es este punto? Soc. La educacion de la juventud y ciranza de la niñez: porque si nuestros ciudadanos son bien criados, y llegan á ser ellos hombres de bien, discernirán fácilmente por sí mismos la importancia de todos estos puntos y de otros muchos que omitimos al presente, como lo que mira á las mugeres, al matrimonio y á la procreacion de los hijos: ellos verán, digo yo, que segun el proverbio, todas estas cosas deben ser comunes entre amigos (3). Adim. Esto seria perfectamente bien hecho. Soc. En una república todo depende del principio. Si ella empezó una vez bien, ella irá siempre engrandeciendose bien como el círculo (4). Una buena educacion forma bellos naturales: los hijos caminando desde luego sobre las huellas de sus padres llegan bien pronto á ser mejores que aquellos que les precedieron, y entre otras ventajas tienen la de engendrar hijos que les exceden á ellos mismos en mérito, como sucede en los otros animales. Adim. Esto es muy regular. Soc. al fin, por decirlo todo en dos palabras, los que estén al frente de nuestra república, veralán con gran cuidado, para que la educacion se conserve en toda su pureza; sin permitir que se innove nada tocante á lo dispuesto sobre la gynanástica y la música, sino que lo observe todo el mundo del mejor modo posible: y quando alguno dixese (a), que los cantos mas nuevos son los que mas agradan, temerán ellos no se imagine alguno, que habla el poeta, no de las canciones nuevas, sino de un nuevo método de cantarlas, y apruebe semejantes innovaciones. Ello es, que ni se deben alabar ni adoptar; porque el introducir nueva especie de música seria arriesgarse á perderlo todo. Pues, como dice Damon (5), y en esto soy de su parecer, no se puede llegar á las reglas de la música, sin desquiciar las leyes fundamentales del gobierno. Adim. Contadme á mí tambien entre los que piensan lo mismo.

Soc. Nuestros magistrádos pues, segun parece, han de hacerse de la música como la ciudadela y salva guardia del estado. Adim. Sí; peroel desórden se introduce allí facilmente sin que se perciba (6). Soc. Esto es verdad: parece desde luego, que esto no es sino un juego, y que no hay ningun mal que temer. Adim. El desórden no hace tampoco otro mal al principio, que insinuarse poco á poco, é introducirse suavemente en las costumbres y los usos. Despues vá siempre en aumento, y se mezcla en los tratos que tienen entre sí los miembros de la sociedad, de allí se adelanta hasta las leyes y fundamentos del gobierno, que combate, mi amado Sócrates, con la mayor insolencia, hasta tanto que viene á dar cabo con la ruina del estado de los particulares. Soc. De veras que así sucede? Adim. Por lo ménos á mí me lo parece. Soc. Esta será por consiguiente otra razon demas para sujetar desde los primeros años á nuestros jóvenes á la mas exácta y rigurosa disciplina; porque por poco que venga á relaxarse, y que nuestros mancebos se descarrien, imposible es que la edad madura sean ellos virtuosos, y estén sujetos á las leyes. Adim. Cómo podrian estarlo? Soc. En lugar que si la educacion de los niños que al pronto parece un juego, empieza bien; si el amor del órden se entra en su corazón con la música, sucederá por un efecto contrario que todo irá de bien en mejor: de suerte que si la disciplina hubiese decaido en algun punto, ellos mismos la restablecerán algun dia. Adim. Esto es mucha verdad.

Soc. Tambien restablecerán ellos las prácticas que tenidas por menudencias, fueron enteramente descuidadas de sus predecesores. Adimant. Quáles son éstas? Soc. Por exemplo, la de callar los jóvenes en presencia de los viejos, levantarse quando ellos entran, cederles en todas partes el mejor lugar, las que conciernen al respeto debido á los padres, al modo de vertirse, de cortarse el pelo y de calzarse, y de todo lo que mira al cuidado del cuerpo, y otras mil cosas semejantes. No os parece que lo harán ellos por sí mismos todo esto? Adim. Sí. Soc. Seria pues una locura establecer leyes sobre el particular, que por estár escritas no serian mejor observadas; agregandose el no haber descendido hasta ahora ningun legislador á estos por menores. Adim. Es muy cierto. Soc. Parece, mi amado Adimanto, que todas estas prácticas son una conseqüencia natural de la educación: en efecto, lo semejante no atrae siempre á sí á su semejante? Adim. Sin duda. Soc. Por consiguiente creo que diremos, que nuestra conducta en órden á esto, viene á terminar en ser ó extremadamente buena, ó extremadamente mala, segun la naturaleza de nuestras costumbres. Adim. Así debe ser. Soc. Esta es la causa por qué jamás querria yo establecer leyes sobre esta especie de cosas. Adim. Vos teneis razon.

Soc. Mas, por los dioses os ruego que me digais, nosotros emprenderemos disponer algo, tocante á los contratos de compra y venta, á los pactos en las manufacturas, á los insultos, á las violencias, á los procesos, á las jurisdicciones de los jueces, á la subida ó imposicion de tributos por la entrada y salida de las mercaderías, ahora sea por tierra, ahora por mas; en una palabra por todo lo que concierne al mercado, á la ciudad, ó al puerto? Adim. No hay necesidad de prescribir nada acerca de esto á los hombres de bien. Ellos encontrarán por sí mismos sin trabajo todos los reglamentos que será del caso que se establezcan. Soc. Sí, mi amado amigo, si Dios les concede el dón de conservar en toda su pureza las leyes que hemos referido poco (7) antes. Adim. De lo contrario, ellos pasarán la vida en publicar cada dia nuevos reglamentos sobre todos estos artículos, en añadir correcciones sobre correcciones, imaginandose siempre que ellos descubrirán lo que hay mas perfecto en el asunto. Soc. Esto es decir, que su conducta se asemejará á la de aquellos enfermos, que no quieren por intemperancia, renunciar á una órden de vida que destruye la salud. Adim. Justamente. Soc. La conducta de estos enfermos es cosa muy graciosa. Ellos andan siempre á vueltas con los remedios, y en vez de adelantar su curacion, aumentan y multiplican sus enfermedades, esperando no obstante siempre á cada remedio que se les propone, que les ha de restituir la salud. Adim. Precisamente son estos los afectos de los tales enfermos. Soc. Pues qué! no es aún lo mas gracioso en ellos, el mirar como á su mortal enemigo al que les dice la verdad, y les declara que si no dexan de comer y beber con exceso, y de vivir entregados al libertinage y á la ociosidad; ni las medicinas, ni los cauterios, ni el hierro, ni los encantos, ni los amuletos (8), ni cosas semejantes, les servirán de nada? Adim. Yo no veo que tenga ninguna gracia indignarse de este modo contra los que les dán buenos consejos. Soc. Me parece que vos no sois apasionado á esta clase de gentes. Adim. Par diez que no.

Soc. Ni tampoco aprobareis, segun ántes deciamos, la conducta de toda una república que hiciese lo mismo. Mas qué os parece? no es esto lo que hacen todas las repúblicas mal gobernadas, quando prohiben baxo pena de muerte á los ciudadanos de llegar á la constitucion del gobierno? quando el que sabe lisongear mas suavemente los vicios del estado, y anticipa los deseos de aquellos que gobiernan, que prevee de léos sus intenciones, y que tiene bastante habilidad para satisfacerlas, le tienen allí por un ciudadano virtuoso, por un consumado político, y se vé colmado de honores? Adim. Ellos hacer precisamente lo mismo, y estoy muy distante de aprobarlo. Soc. Pero qué! no os admirais del valor y de la facilidad de los que consienten, y aún se acaloran en corregir los defectos de semejantes repúblicas? Adim. Sí, yo me admiro: exceptuando aquellos, que dexandose engañar por la multitud, se imaginan en verdad ser grandes políticos á causa de los aplausos que les dá el vulgo. Soc. Qué decís vos? No quereis escusarles? Pensais acaso, que un hombre que no sabe medir, pueda dexar de creer de sí mismo que es alto quatro codos, quando lo oye decir á muchas otras personas? Adim. Yo no lo creo. Soc. No os indigneis pues contra ellos. Esta es la gente mas extraña del mundo, siempre ocupada en hacer reglamentos y reformas, persuadidos que remediarán por este medio los abusos que reynan en el trato humano sobre todos los puntos de que yo he hablado: sin pensar que en realidad ellos cortan las cabezas de una hidra (9). Adim. Por ciero que no hacen otra cosa. Soc. Esta es la causa por qué yo juzgo, que en cualquier estado que éste sea, mal ó bien gobernado, no deba un sábio legislador entrar en este por menor de leyes y reglamentos: en el uno, porque es inutil, y no se adelantará nada: en el otto, porque qualquiera encontrará facilmente una parte, y la otra se seguirá como por sí misma de las leyes ya establecidas.

Adim. Qué otra ley pues nos falta que establecer? Soc. Á nosotros ninguna. Pero dexamos al cuidado de Apolo delfico el promulgar las mas grandes, las mas hermosas y las mas importantes. Adim. Quáles son estas? Soc. Las que miran á la construccion de templos, á los sacrificios, al culto de los dioses, de los génios y de los héroes, á los funerales, y á las ceremonias que sirven para aplaca los manes de los difuntos: porque en realidad ignoramos lo que debe disponerse sobre esto, y pues que nosotros fundamos una república, no seria cosa prudente el referirnos á otros hombres, ni consultar otro intérprete que al Dios del pais: por quanto este Dios es en materia de religion, el intérprete natural de todos los hombres, habiendo expresamente escogido el medio de la tierra para dar desde allí sus (10) oraculos. Adim. Vos decís bien: y así hemos de hacerlo.

Soc. Supongamos pues, hijo de Aristín, que ya está formada nuestra ciudad. Apelad ahora á vuestro hermano, á Polemarco y á todos los que aquí están, á fin de que procureis con el socorro de alguna suficiente luz, descubrir en ella en qué parage residen la justicia é injusticia, en qué se diferencian la una de la otra, y á quál de las dos debe uno atenerse para ser sólidamente felíz, ora se oculte, ora no de la vista de los dioses y de los hombres. Glauc. En vano nos empeñais en esta averiguacion, sino entrais vos en ella con nosotros. Vos no lo habeis prometido, declarandonos al principio como que era una impiedad no defender la justicia con todo vuestro poder. Soc. Mis propias palabras son las que me traeis á la memoria: voy á cumplirlo como lo he dicho; pero es menester que vosotros ayudeis. Glauc. Asi lo haremos. Soc. Espero que encontraremos de este modo lo que buscamos. Si las leyes que nosotros hemos establecido son buenas, creo, que nuestra ciudad debe ser perfecta. Glauc. Es como preciso. Soc. Es pues cosa clara, que ella es prudente, fuerte, templada y justa. Glauc. Es evidente. Soc. Luego qualesquiera que sean de estas quatro calidades las que descubramos en ella, lo restante será lo que nos falte descubrir. Glauc. Sin diputa. Soc. Como si de otras quatro cosas buscasemos una en determinado sugeto, y la encontrasemos desde luego, habriamos hecho quanto habia que hacer: y si conociesemos de pronto las tres primeras habriamos conocido por lo mismo la quarta; pues que es evidente que ésta seria la que nos faltaba descubrir (II). Glauc. Vos teneis razon. Soc. Aplicaremos pues este método á la averiguacion de estas virtudes, puesto que son tamblen quatro. Glauc. Que me place.

Soc. No es dificil en primer lugar descubrir allí la prudencia, y encuentro que en órden á ella hay algo de singular. Glauc. Qué?. Soc. La prudencia reyna en nuestra república, porque reyna allí el buen consejo: no es asi? Glauc. Ciertamente. Soc. No es ménos claro, que la ciencia preside al buen consejo; pues que no es la ignorancia, sino la ciencia la que hace tomar justas medidas. Glauc. Es evidente. Soc. Mas hay en nuestra ciudad ciencias de toda especie. Glauc. No tiene duda. Soc. Acaso pues se llamará prudente y sábia en sus consejos, á causa de la ciencia de los carpinteros? Glauc. De ninguna manera á causa de ella: este elogio recaeria sobre el arte de carpintear. Soc. Luego no se la ha de llamar prudente, porque delibere con acierto sobre el modo de hacer excelentes obras de ensambladura en la madera, segun las reglas de dicho oficio. Glauc. No por cierto. Soc. Mas será á dicha por su ciencia en las obras de cobre, ó de qualquier otro metal? Gluc. Por ninguna de estas. Soc. Ni por el conocimiento en la produccion de los frutos de la tierra; porque esto corresponde á la agricultura. Glauc. Así me parece. Soc. Hay pues por fortuna en la república que acabamos de establecer, una ciencia que resida en algunos de sus miembros, cuyo objeto sea deliberar, no sobre cierta parte del estado, sino sobre el estado entero, y sobre su buen gobierno tanto inte-

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rior como exterior? Glauc. Sir duda que la hay.

Soc. Quál es esta ciencia, y en quiénes reside? Glauc. Esta es la que tiene por objeto la conservacion del estado, y ella reside en los magistrados, de quienes hace poco deciamos que son los verdaderos custodios. Soc. En virtud pues de esta ciencia cómo llamais vos á nuestra república? Glauc. Verdaderamente prudente y sábia en sus consejos. Soc. Creeis vos que deba haber entre nosotros mas excelentes herreros, que de estos verdaderos magistrados? Glauc. Muchos mas. Soc. Y en general, de todos los cuerpos que toman su nombre de la profesion que ellos exercen; el cuerpo de magistrados no será el ménos numeroso? Glauc. Sí. Soc. Por consiguiente, toda república gobernada por la leyes de la naturaleza debe toda su prudencia á la ciencia que reside en la mas pequeña parte de sí misma, es decir en aquellos que están á su frente y tienen el mando. Y parece que la naturaleza anda escasa en producir estos hombres á quienes corresponde mezclarse en esta ciencia, que sola ella entre todas las ciencias merece el nombre de prudencia. Glauc. Esto es muy cierto. Soc. Mas no sé por qué buena suerte hemos encontrado esta primera cosa de las quatro que buscabamos, y la parte de la sociedad en donde ella reside. Glauc. Yo creo que lo que hemos dicho basta.

Soc. En quanto á la fortaleza, no es dificil descubrirla á ella y al cuerpo en donde reside, á cuya causa se le dá al estado el nombre de fuerte. Glauc. Cómo es esto? Soc. Hay acaso otro medio de asegurarse si una república es fuerte, ó debil, que el de examinar el carácter de aquellos que están encargados de militar y defenderla? Glauc. Ninguno. Soc. Que los otros ciudadanos sean cobarnes ó esforzados, poco importa para concluir en órden á la fuerza ó debilidad del estado. Glauc. En efecto que no. Soc. Luego nuestra ciudad es fuerte por aquella parte de sí misma, en quien reside una cierta virtud que conserva en todo tiempo sobre las cosas que son de temer la idéa que ha recibido del legislador en su educación. No es ésta en efecto la definicion de la fortaleza? Glauc. No he comprehendido muy bien lo que vos acabais de decir: explicaos algo mas. Soc. Digo que la fortaleza es una especie de conservacion? Glauc. De qué conservacion hablais? Soc. De la idea que las leyes nos han dado por medio de la educacion, en órden á las cosas que se han de temer y de qué modo. Añado en todo tiempo, porque conserve ella siempre esta idéa y no la pierda jamás de vista, ni en el dolor, ni en el placer, ni en los deseos, ni en los temores. Yo voy, si es que gustais de ello, á explicaros esto por medio de una comparación. Glauc. Que me place. Soc. Vos sabeis el modo de que se valen los tintoreros, quando quieren teñir la lana de púrpura. Primeramente entre las lanas de toda especie de colores escogen la blanca: en seguida la preparan con mucho cuidado, á fin que reciba mejor lo acen-


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drado del color de que se trata; trás lo qual la tiñen. Esta especie de tintura no se borra: y la tela, ahora se lave simplemente, ahora se jabone, nunca pierde la hermosura de su color. En lugar que si la lana que se tiñe tiene ya otro color, ó si se valen de la blanca sin prepararla; vos sabeis muy bien qué tinte toma ella entónces. Glauc. Yo sé que el color se pierde con facilidad, y que no tiene hermosura. Soc. Imaginaos pues que nosotros nos hemos esforzado hacer lo mismo, escogiendo nuestros guerreros con tanta precauciones, y preparandoles por medio de la música y de la gymnástica. Nuestra intencion en esto no ha sido otra, que la de que ellos tomen una tintura profunda de las leyes, á fin que su alma bien nacida y bien criada, quedase de tal modo penetrada de la idéa de las cosas que son de temer, así como de todas las otras, que ninguna lavadura pudiese borrarla, ni la del placer, que es para esto mas eficaz que la cal y el jabon; ni la del color, ni la del temor, ni la del deseo, mas fuertes que todo otro purgante. Á esta justa y legítima idéa de lo que es de temer y de lo que no lo es; idéa que nada puede borrar, es á lo que yo llamo fortaleza, y lo aseguro; á no ser que vos digais otra cosa. Glauc. No se me ofrece que decir: porque me parece que vos sin duda dais otro nombre que el de fortaleza, á esta idéa, quando no es fruto de la educacion, y á este esfuerzo brutal y ferón, quando no le veis dirigido por las leyes. Soc. Teneis mucha razon. Glauc. Admito pues la

definicion de la fortaleza, tal como vos la habeis dado. Soc. Entended tambien que esta es una virtud política, y no os engañareis. Nosotros hablaremos en otra ocasion mas á lo largo, si es que vos gustais de ello. Por ahora, creo, que hemos dicho lo bastante; porque no es ésta á quien buscamos, sino á la justicia. Glauc. Decís muy bien.

Soc. Dos cosas nos faltan aún que encontrar en nuestra república, la templanza y la justicia, que es el objeto principal de todas nuestras investigaciones. Glauc. Es muy cierto. Soc. Cómo lo hariamos para encontrar directamente la justicia, sin ocuparnos en buscar la templanza? Glauc. Yo ni lo sé, ni quisiera que se nos descubriese ella primero; porque de lo corntrario, no nos ocupariamos despues en examinar qué cosa sea la templanza: por tanto si me quereis dar gusto, empezad ántes por ésta que por aquella. Soc. Os haria un agravio de no consentir cen ello. Glauc. Examinad pues. Soc. Esto es la que voy á hacer: y en quanto puedo yo descubrir desde aquí, esta virtud consiste mas en una cierda consonancia y en una cierta armonía, que las precedentes. Glauc. Cómo es esto? Soc. La templanza no es otra cosa, que un cierto órden, y como dicen, un cierto freno que se pone uno á sus placeres y á sus pasiones. De allí viene esta expresion, señor de sí mismo y algunas otras semejantes, que son, por decirlo así, otros tantos vestigios de esta virtud. No te parece?

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Glauc. Sí seguramente. Soc. Pero esta expresion, señor de sí mismo, tomada á la letra no es cosa ridícula? Porque el mismo hombre seria entónces señor y esclavo de sí mismo, y al contrario esclavo y señor: por quanto esta especie de expresiones se refieren á la misma persona. Glauc. No tiene duda. Soc. Ved pues en qué sentido se la deba tomar. Hay en el alma del hombre dos partes, la una superior, la otra inferior: quando la parte superior manda á la otra, se dice de un hombre que es señor de sí mismo y se hace de él un elogio; pero quando por defecto de educacion, ó por algun mal hábito, la parte inferior toma el imperio sobre la superior, se dice de este hombre que es descarriado en sus apretitos y esclavo de sí mismo, lo que es un vituperio y un desprecio. Glauc. Paréceme arreglada esta explicacion.

Soc. Echad ahora los ojos sobre nuestra nueva república y vereis que de ella puede dicirse con justo título, que es señora de sí misma, si es cierto que debe llamarse templado y señor de sí mismo todo hombre, todo estado en el qual la parte mas apreciable manda á la que es ménos. Glauc. Yo la observo, y conozco que decís verdad. Soc. Esto no es decir que no se encuentren allí pasiones sin número y de toda especie, placeres y penas en las mugeres, en los esclavos, y aún en la mayor parte de aquellos que se tienen por de condicion libre entre la gente vulgar y despreciable. 'Glauc. Se encuentran sin duda. Soc. Pero vos no encontrareis en ella deseos sencillos y moderados, fundados sobre opiniones justas y gobernadas por la razon, sino en muy pocos, y estos de aquellos que juntan á un buen natural una excelente educacion. Glaucon Verdad es. Soc. Mas no veis vos al mismo tiempo que en nuestra ciudad los apetitos y las pasiones de la multitud, que es la parte inferior del estado, son refrenadas por la prudencia y los deseos del pequeño número, que es el de los sábios? Glauc. Yo así lo veo. Soc. Si pues de alguna sociedad puede decirse que es señora de sí misma, de sus placeres y de sus pasiones, debe particularmente decirse de ésta. Glauc. No tiene duda. Soc. Y que por esta razon ella es templada; no es así?. Glauc. Es muy cierto. Soc. Y si en qualquier otra sociedad que sea, se tiene una idéa justa de los que deben mandar, y de los que son nacidos para obedecer, esta idéa se encuentra tambien en la nuestra. Qué os parece? Glauc. Yo no lo dudo. Soc. Quando los miembros pues de la sociedad están dispuestos de este modo, en quiénes direis vos que reside la templanza? en los que mandan, ó en los que obedecen? Glauc. En los unos y en los otros. Soc. Vos veis ya que nuestra conjetura estaba bien fundada, quando hemos comparado la templanza á una cierta armonía. Glauc. Por qué razon? Soc. Porque no se verifica en ella, lo que en la prudencia y en la fortaleza, que no se encuentra cada una sino en una parte del estado, y le hacen con

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todo prudente y fuerte; en lugar que la templanza está esparcida en todos los miembros del estado desde la condicion mas baxa, hasta la mas alta; entre las quales establece ella una consonancia perfecta, ora sea en prudencia, ora en fortaleza, ora se trate de arreglar el número ó las riquezas de los ciudadanos, ora qualquier

otra cosa que ser pueda. De suerte que con razon puede decirse que la templanza consiste en esta concordia: que es un concierto establecido por la naturaleza entre la parte superior y la parte inferior de una sociedad, ó de un particular, para decidir quál de las dos partes debe mandar á la otra. Glauc. En todo soy de vuestro parecer.

Soc. Hemos por fin encontrado, en mi sentir, las tres cosas que hacen á nuestra ciudad prudente, fuerte y templada. Mas la que nos falta descubrir, por cuyo medio se haria virtuosa, quál seria? Claro está, que es la justicia. Glauc. Esto es evidente. Soc. Hagamos pues como los cazadores, mi amado Glaucon: cerquemos el matorral donde se ha retirado la justicia, tomemos todas nuestras medidas para impedir que se escape y desaparezca de nuestra vista, porque es cierto que ella está aquí. Mirad pues y registrad con ahinco, y enseñadmela, si por fortuna la descubrís ántes que yo. Glauc. Pluguiese al cielo que yo la descubriese. Pero no: aún seria demasiado para mí, si yo os pudiese seguir, y percibir las cosas al paso que vos me las mostrareis. Soc. Seguidme, invocando ántes conmigo á Dios: Glauc. Esto es lo que voy á hacer: solo os pido que me sirvais de guia. Soc. El parage me parece de dificil acceso y lleno de tropiezos, pues en verdad es obscuro é inescrutable: abanzemos no obstante. Glauc. Abanzemos. Soc. Despues de haber registrado algun tiempo: ay, ay, exclamé yo, mi amado Glaucon! paréceme que yo he descubierto ya las huellas, y creo que no se nos ha de escapar. Glauc. Buenas nuevas me dais. Soc. En verdad, somos bien poco perspicaces el uno y el otro. Glauc. Por qué decís esto? Soc. Hace ya mucho tiempo, mi amado amigo, que nos anda entre los pies, y no la hemos visto. Tan dignos de risa como los que buscan en otra parte to que tienen entre sus manos, dirigiamos á lo léxos nuestra vista, en vez de registrar cerca de nosotros donde ella estaba; á cuya causa sin duda se nos ocultó por tanto tiempo. Glauc. Cómo decís vos? Soc. Yo digo que hablamos nosotros aquí hace mucho tiempo de la justicia, sin considerar que es de ella de quien nosotros hablamos. Glauc. Largo preámbulo, para quien con andia espera oir lo que desea. Soc. Ahora bien, escuchad si yo tengo razon. Lo que nosotros hemos establecido al principio, quando fundabamos nuestra república, como una obligacion universal é indispensable, es, á lo que pienso, ó la justicia misma, ó á lo ménos una imágen suya muy parecida. Pues nosotros deciamos y hemos repetido muchas veces, si es que os acordais, que cada ciudadano no debia tener sino una ocupacion, a saber, aquella para la cual por naturaleza tenia mas disposicion. Glauc. Esto es lo que deciamos. Soc. Y hemos oido decir a otros, y tambien nosotros lo hemos dicho muchas veces, que la justicia consistia en meterse unicamente en sus negocios sin mezclarse para nada en los de otro. Glauc. Ciertamente lo hemos dicho. Soc. Vaya otro paso amigo mio paréceme que la justicia consiste segun esto, en que haga cada uno lo que tiene que hacer: sabeis lo que me mueve a creerlo? Giauc. No, decidmelo vos. Soc. Me parece que despues de haber visto lo que es la templanza, la fortaleza y la prudencia; lo que nos falta examinar en nuestra republica, debe ser el principio mismo de estas tres virtudes, lo que las produce y lo que las conserva por todo el tiempo que el subsiste. Pues, nosotros diximos, que si encontrabamos las otras tres virtudes, la que nos restaria dexadas ellas aparte, seria la justicia. Glauc. muy preciso es que ella fuese. Soc. Si tuviesenos necesidad de decidir, que cosa es la que más contribuye á hacer perecta nuestra república, si la concordia de los magistrados y de los ciudadanos; ó en nuestros guerreros la idéa legítima é inalterable de lo que es de terner, y de lo que no lo es; ó la prudencia y vigilancia que residen en los del gobierno; ó en fin esta virtud por la qual todos los ciudaclanos, mugeres, niños, libres, esclavos, artesanos, señores y súditos, se limita cada uno á su negocio, sin meterse en el de otro: nos seria muy dificil de juzgar. Glauc. Dificilícimo por cierto. Soc. De consiguiente, esta virtud, que contiene á cada ciudadano en los límites de su deber, anda á la par con la prudencia, la fortaleza y la templanza, en órden á la perfeccion de la sociedad civil. Glauc. No tiene duda.

Soc. Qué otra cosa pues que la justicia podria competir en este punto con las ventajas de las otras tres virtudes? Glauc. Ninguna otra. Soc. Convenzamos de esta verdad de este otro modo. Los magistrados en nuestra república no estarán encargados de pronunciar sobre las diferencias de los particulares? Glauc. Sin duda. Soc. Qué otro fin se propondrán ellos en sus juicios, que el de impedir que nadie se apodere del bien de otros, ó que no sea despojado del suyo? Glauc. Ningun otro. Soc. Como que esto es justo? Glauc. Ciertamente. Soc. Esta es aún otra prueba de que la justicia asegura á cada uno la posesion de lo que es suyo, y el libre exercicio del empleo que le corresponde. Glaucon Así es. Soc. Ved si sois vos del mismo parecer que yo. Que el carpintero se ingiera en el oficio del zapatero, ó el zapatero en el del carpintero, que hagan ellos una permuta de su herramienta y del jornal, ó que el mismo hombre trabaje en los dos oficios á un tiempo, y que todos los demas oficios anden así trocados; creeis vos que este desórden causase algun grave daño á la sociedad? Glauc. No por cierto. Soc. Pero si a aquel que la naturaleza ha destinado á ser artesano ó mercenario, hinchado con sus riquezas, con su crédito, con su fuerza, ó con qualquier otra ventaja, se ingiriese en la profesión del militar, ó el militar en las funclones del magistrado y del custodio, sin tener capacidad para ello; si cambiasen entre sí los instrumentos propios de su empleo, y las ventajas que llevan anexas; ó si el mismo hombre quisiese desempeñar á un tiempo estos empleos diferentes: entónces yo creeria, y vos creeriais sin duda conmigo, que tal desórden y semejante confusion acarrearia infaliblemente la ruina de la sociedad. Glauc. No tiene duda.

Soc. La confusion pues y mezcla de estas tres clases es la cosa mas funesta que puede suceder á un estado, y con razon se llamaria su verdadero exterminio. Glauc. Esto es verdad. Soc. Pues el mas grande, el verdadero mal de la sociedad, no es la injusticia? Glauc. Sí. Soc. Luego en esto es en lo que consiste la injusticia: de donde se sigue por el contrario, que quando cada clase del estado, la de los mercenarios, la de los guerreros y la de los magistrados, se contiene en los límites de su empleo, sin pasar un punto de allí; esto debe ser la justicia, y lo que hace que una república sea justa. Glauc. Me parece que no puede ser de otro modo. Soc. No lo aseguremos todavia: veamos ántes si lo que acabamos de decir de la justicia considerada en la sociedad, puede apllcarse á cada hombre en particular: y si la aplicacion es justa entónces nosotros lo aseguraremos, sin que nos quede arbitrio de decir otra cos; sino volveremos de otro lado nuestras pesquizas. Pongamos ahora fin á la investigaclon en que nos hemos metido, persuadidos que nos seria mas fácil conocer la naturaleza de la justicia en el hombre, si emprendiesemos contemplarla ántes en algun modelo mayor en donde hubiese muchos justos. Hemos creido que una república nos ofrecia un modélo qual nosotros deseamos: y sobre este fundamento hemos formado una la mas perfecta que nos ha sido posible, porque sabiamo de cierto que la justieia se encontraria necesariamente en una república bien gobernada. Apliquemos pues á nuestro pequeño modélo, es decir al hombre, lo que hemos descubierto en el grande; y si corresponde todo de una parte y de la otra, la cosa irá bien: pero si encontramos en el hombre alguna cosa que no convenga á nuesto gran modélo, volviendo de nuevo á la república, la sondearemos otra vez; y comparandolos y frotandolos, por decirlo así, uno contra otro, haremos saltar la justicia, como se hace saltar la chispa del pedernal, y por el resplandor que arrojará la conoceremos sin recelo de engañarnos, y la aseguraremos entre nosotros. Glauc. Esto es proceder con método y creo que no podemos hacerlo mejor.

Soc. Quando pues de dos cosas, la una mas grande, la otra mas chica, se dice que son lo mismo; son por ventura desemejantes, ó semejantes por aquello que obliga á decir que son una misma cosa? Glauc. Ellas son semejantes. Soc. Segun esto el hombre justo, en quanto justo en nada se diferenciará de una república justa; ántes bien le será perfectamente semejante. Glauc. Es cierto. Soc. Es así, que nosotros hemos concluido que nuesrra república era justa, porque las tres clases que la componen, obraba cada una conforme á su naturaleza y su destino: hemos visto ademas que ella recibia de estas tres clases y no de ningun otro afecto, ó disposicion, su prudencia, su fortaleza y su templanza. Glauc. Esto es verdad. Soc. Si pues encontramos nosotros, amigo mio, en el alma del hombre, tres partes que correspondan á los tres órdenes de la república, y entre las quales reynen los mismos afectos y subordinacion, daremos al particular los mismos nombres que hemos dado á la sociedad. Glauc. No podremos rehusarselos. Soc. Vednos pues metidos, estimado amigo, en una qüestion muy implicada respecto del alma: trátase de saber, si ella tiene, ó no en sí las tres partes de que acabamos de hablar. Glauc. Ciertamente, que esta qüestion es muy embarazosa: veo muy bien, Sócrates, que lo que se dice comunmente es cierto, las cosas hermosas (12) son dificiles. Soc. Pienso como vos, y sabed ademas, amado Glaucon, que continuando baxo el mismo órden que hemos llevado hasta aquí, soy de sentir, que nos será imposible descubrir exactamente lo que nosotros buscamos: porque el camino que debe conducirnos al término es mucho mas largo. Entretanto, puede ser que el método de que nos valgamos, nos haga conocer la justicia de un modo proporcionado á lo que hemos ya descubierto (13). Glauc. Yo quedaré contento: porque por ahora me parece que esto debe bastarnos. Soc. Tambien á mí me bastará lo mismo que á vos. Glauc. Entrad pues en materia, y no os acobardeis. Soc. En verdad nos vemos precisados á confesar, que los afectos y costumbres de una sociedad se encuentran en cada uno de sus individuos, porque no puede ser sino que de aquí pasaron ellos á la sociedad. En efecto, seria cosa ridicula el creer, que este carácter iracundo y feróz, propio de ciertas naciones, como de los Thraces, de los Scytas y en general de los pueblos que están al norte de la Grecia; ó este espíritu curioso y ambicioso de ciencia que con razon puede atribuirse á nuestra nacion; ó en fin este espíritu de interés que caracteriza á los Phenices y á los Egipcios, tomen su orígen de otra parte que de los particulares que componen cada una de estas naciones. Glauc. No tiene duda. Soc. Esto seguramente es cierto, y no es precisamente en este punto en el que consiste la dificultad. Glauc. Ciertamente que no. Soc. Lo que verdaderamente es dificil de decidir, es si son en el hombre tres principios diferentes, ó si es el mismo principio, el que conoce, el que se irrita, el que se inclina ácia el placer adicto al alimento y á la conservacion de la especie, y ácia los otros placeres de esta naturaleza; ó si es el alma toda entera ó una sola parte del alma, lo que produce en nosotros cada uno de estos efectos. Ved aqui lo que es muy dificil de definir de un modo que satisfaga. Glauc. Convengo en ello. Soc. Probemos á decidir por este camino, si son en el alma tres principios distintos, ó uno solo y un mismo principio. Glauc. Por qué camino? Soc. Es cierto que un mismo sugeto no es capáz á un mismo tiempo y en órden al mismo objeto, de acciones ó pasiones contrarias. Si encontraramos pues que sucede algo parecido á esto en el alma, concluiremos con certeza, que hay en ella tres principios diferentes. Glauc. Muy bien. Soc. Poned atencion en lo que digo. Glauc. Decid. Soc. Un mismo cuerpo considerado baxo el mismo respecto, puede estár á un mismo tiempo en quietud y en movimiento? Glauc. De ningun modo. Soc. Aseguremonos mas aún, no sea que nos encontremos embarazados en lo sucesivo. Si alguno nos objetase que un hombre que está fixo en pie, moviendo solamente las manos y la cabeza, está a un mismo tipo en quietud y en movimiento: diriamos que esto no es hablar con exactitud, y que debia decirse que parte de su cuerpo se movia, y parte estaba quieta. No es así? Glauc. Así es. Soc. Y si para aparentar cierto ayre de gracejo y sutileza, insistiese en sostener que los trompos y peones, ó qualquiera de estos cuerpos que dán vuelta sobre su exe, sin mudar de sitio, está todo entero en quietud y en movimnto á un tiempo mismo; de ningun modo reconoceremos que estos cuerpos estén entónces en quietud y en movimiento baxo del mismo respecto. Diriamos que deben distinguir en ellos dos cosas, el exe y la circunferencia: que segun su exe ellos están quietos, pues que este exe no se inclina á un lado ni á otro; pero que segun su circunferencia ellos se mueven con un movimiento circular: que si el exe llegase á declinar á la derecha ó a la izquierda, ácia delante ó ácia trás, entonces seria absolutamente falso el decir que estos cuerpos estaban en quietud. Glauc. Y esta respuesta seria sólida. Soc. No nos confundamos pues por ninguna de estas dificultades: jamás nos persuadiran elllos, que una cosa misma, mirada baxo el mismo respecto, sea á un tiempo mismo capaz de acciones ó pasiones contrarias. Glauc. Por lo que á mí toca, seguro está que me lo persuadan. Soc. Con todo, para no detenernos demasiado en recorrer todas estas objeciones, y manifestar su falsedad: pasemos adelante, sentando por verdero el principio de que nosotros hablamos. Convengamos solamente, que si en lo sucesivo se nos descubriese falso, desde aquel momento todas las conclusiones que nosotros habremos sacado serán nulas. Glauc. Esto es lo mejor que podemos hacer.

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Soc. Decidme ahora: hacer señal que se quiere una cosa, y hacer señal que no se quiere, apetecerla y aborrecerla, atraerla á sí y rechazarla, son por ventura cosas opuestas, bien sean acciones, bien sean pasiones? porque esto nada importa. Glauc. Téngolas por opuestas. Soc. Ahora bien. El hambre, la sed y en general los apetitos naturales, el deseo, la voluntad, todo esto no está comprehendido bajo el género de cosas de que nosotros acabamos de hablar. Por exemplo, no se dirá de un hombre que tiene algun deseo, que su alma apetece lo que desea, que ella atrae a sí la cosa que quisiera tener, o que en tanto que ella quiere que una cosa le sea dada, le hace señas, por decirlo así, de que se le acerque á manera de persona enamorada (14), por el violento deseo que ella tiene de poseerla? Glauc. Es muy cierto. Soc. Pero el no querer, el no desear, el no apetecer (15), no es por suerte lo mismo que despreciar, y desechar de sí, cuyos afectos del alma son contrarios a los precedentes? Glauc. Sí. Soc. El uno no tiene por objeto la bebida, y el otro la comida? Glauc. Es cierto. Soc. Pero la sed, en quanto sed, es por ventura otra cosa en el alma, que el deseo de beber precisamente? Glauc. No. Soc. La sed en sí misma tiene por objeto una bedida ca (195)

liente ó fria, en grande ó en pequeña cantidad, y en general de tal y tal bebida? ó mas bien, no es cierto que si se junta á la sed una qualidad caliente, esta qualidad añade al deseo de beber, el de beber frio; y si la qualidad es fria, el de beber caliente; que si la sed es grande, se quiere beber mucho; si es pequeña, se quiere beber poco? Pero que la sed tomada en sí misma no es otra cosa que el deseo de beber, que es su objeto propio, al modo que el de comer, lo es del hambre? Glauc. Esto es verdad. Cada deseo, tomado en sí mismo, es solamente de su objeto natural, tomado también en sí mismo: pero las qualidades accidentales que se juntan á cada deseo, hacen que éste se mueva ácia tal ó tal objeto. Soc. Nadie venga pues á inquietarnos, como á gente desprevenida, diciendo que ninguno desea simplemente el beber, sino una buena bebida, ni el comer, sino una buena comida; porque todos desean las cosas buenas. Si pues la sed es un deseo, este deseo es de alguna cosa buena, qualquiera que sea su objeto, sea la bebida, sea otra cosa, y lo mismo es de los demas deseos. Glauc. Con todo, esta objecion parece ser de alguna importancia.

Soc. Pero no obstante, advertid que las cosas que tienen con otras una relación de quantidad ó de qualidad, son tales, porque consideran ellas sus objetos baxo este respecto: y al contrario, las cosas tomadas en sí, miran sus objetos tomados en sí mismos y despojados de (196)

todas sus qualidades accidentales. Glauc. No lo entiendo. Soc. Pues qué! vos no entendeis que lo que es mayor, no es tal sino á causa de la relación que tiene á otra cosa más pequeña? Glauc. Ya lo entiendo esto. Soc. Y que si es mucho mayor, esto es respecto de otra cosa mucho mas pequeña. No es así verdad? Glauc. Es cierto. Soc. Y que si ó ha sido, ó ha de ser algun dia mayor, es porque tiene relación á una cosa que ó ha sido, ó será mas pequeña? Glauc. No tiene duda. Soc. Del mismo modo, lo mas tiene relacion con lo ménos, el doble con la mitad, lo pesado con lo ligero, lo mas veloz con lo mas lento, lo caliente con lo frio y así de lo demás. No es así como yo digo? Glauc. Enteramente. Soc. En órden á las ciencias no sucede tambien lo mismo? La ciencia en general tiene por objeto todo lo que puede ser sabido, ó algun otro objeto qualquiera que este sea: pero una determinada ciencia en particular tiene por objeto tal o tal conocimiento; entiendo por este tal alguna cosa determinada. Por exemplo; luego que se hubo inventado la ciencia de construir edificios, no se le dió el nombre de arquitectura, porque se diferenciaba de las otras ciencias? Glauc. Esto es verad. Soc. Y por dónde se distinguió ella, sino porque ella era tal, que no se asemejaba á ninguna otra ciencia? Glauc. Convengo en ello. Soc. Mas por donde fué ella tal, sino porque tenia tal objeto en particular? Y otro tanto digo de las otras artes (197) y de las demas ciencias. Glauc. Esto es asi. Soc. Vos comprehendereis sin duda ahora quál era mi pensamiento, quando decia que las cosas tomadas en sí mismas, consideran en sí mismo el objeto al qual se refieren; y que las cosas tales tienen relacion á un objeto tal. No quiero decir con esto, que una cosa sea tal como su objeto: por exemplo, que la ciencia de las cosas que aprovechan ó que dañan á la salud, sea sana, ó dañosa, ni que la ciencia del bien ó del mal, sea buena ó mala: pretendo solamente que pues que la ciencia de la medicina no tiene el mismo objeto que la ciencia en general, sino un objeto determinado, es decir, lo que es útil ó dañoso á la salud, esta ciencia es tambien determinada; lo que hizo que no se le diese simplemente el nombre de ciencia, sino el de medicina, caracterizandola por su objeto. Glauc. Comprehendo vuestro pensamiento, y le tengo por verdadero.

Soc. No colocais la sed en el número de cosas que tienen relacion á alguna otra? Glauc. Si, y esto es á la bebida. Soc. De consiguiente, tal sed tiene relacion á tal bebida: en lugar que la sed en sí misma no es sed de una tal bebida, ni buena ni mala, ni en grande ni en pequeña cantidad, ni por decirlo de una vez, revestida de ninguna otra qualidad; sino simplemente de la bebida, de lo que naturalmente es la sed. Glauc. Enteramente es así. Soc. Luego el alma de un hombre que tiene simplemente sed, no desea otra cosa que beber; esto es lo que apetece, á esto unicamente se inclina. Glauc. La cosa es evidente. Soc. Si pues quando ella se inclina á beber, la retrae alguna cosa, este no puede ser el mismo principio, sino distinto de aquel que exita en ella la sed y la arrastra como á una bestia acia la bebida: por que nosotros decimos, que un mismo principio no puede producir dos efectos opuestos en órden al mismo objeto.

Glauc. Ciertamente que no. Soc. Á la manera que se haria muy mal en decir de un flechero, que con sus manos tira el arco ácia sí , y le separa al mismo tiempo: pero si dicen muy bien de él, que tira el arco á sí con la una mano, y que le separa con la otra. Glauc. En todo teneis mucha razon. Soc. No se encuentran por ventura algunas gentes que tienen sed, y no quieren beber? Glauc. Se encuentran con freqüencia y en gran número. Soc. Qué pensariamos de estas gentes, sino que hay en su alma un principio que les manda beber, y otro que se lo prohibe, el cual predomina al primero? Glauc. Por lo que á mi hace, así lo pienso. Soc. Este principio que les prohibe beber, no es á dicha, la razon? mas aquel que les mueve y les impele, no es una conseqüencia de la enfermedad ó de algun otro afecto del cuerpo? Glauc. Es evidente. Soc. Con justicia pues decimos, que son dos principios distintos el uno del otro, y que nosotros llamamos razon á esta parte de nuestra alma que es un principio del raciocinio; y apetito sensitivo, privado de razon, amigo de regocijos y de placeres, á esta otra parte que es en ella el principio del amor, de la hambre, de la sed y de los otros deseos, trás los quales se va precipitada. Glauc. No sin mucha razon los miramos como distintos.

Soc. Demos pues por sentado que en nuestra alma se encuentran estos dos principios diferentes: mas por lo que hace á la ira (16), y á lo que causa en nosotros la cólera es acaso un tercer principio? ó, por suerte, seria de la misma naturaleza que alguno de los otros dos? Glauc. Tal vez pertenece al apetito sensitivo. Soc. Creolo muy bien, por lo que en otro tiempo oí decir, que Leoncio hijo de Aglayon, subiendo un dia del Pireo á la ciudad por lo largo de la muralla del norte, descrubió de léxos los cadáveres que de la parte de afuera estaban echados en la cloaca, y sintió al mismo tiempo un deseo vehemente de acercarse á verlos, y una repugnancia mezclada con aversion á semejante objeto. Resistió por largo tiempo, y se cubrió el rostro; pero vencido al fin por la violencia de su deseo, corrió ácia estos cadáveres, y abriendo los ojos quanto pudo, les dixo: Ahora bien! infelices, saciaos á vuestro placer, con la vista de tan hermoso espectáculo. Glauc. Tambien yo he oido contar lo mismo. Soc. Esto nos hace ver que la ira se opone en nosotros muchas veces á los deseos, y por consiguiente que lo uno es muy distinto de lo otro. Glauc. Así es la verdad. Soc. No advertimos tambien en muchas ocasiones, que quando alguno se siente arrastrado de sus deseos a pesar de la razon, se reprehende á sí mismo, y se irrita contra aquello que le hace violencia, y que en esta especie de sedicion la cólera se pone siempre de parte de la razon? Pero jamas habreis experimentado en vos mismo, ni adevertido en los otros, que la ira se oponga á la razon, quando por su orden ayuda á nuestros deseos en la consecucion de su objeto Glauc. Por cierto que no. Soc. No es tambien cierto, que quando uno cree hacer mal, quanto mas generoso fuese su forma de pensar, tanto ménos se ofende de lo que tenga que sufrir de parte de otro, como hambre, frio, ó cosas tales, quando considera que aquel tiene razon de tratarle de este modo; en términos que segun decia, su cólera no sabria irritarse contra él? Glauc. No hay cosa mas cierta. Soc. Pero quando estamos persuadidos que se nos hace justicia, nuestra ira no se inflama y se embravece entónces, y toma el partido de lo que le parece justo? u en vez de dexarse avasallar de la hambre, del frio, ó de otras tales incomodidades, no las sufre y las vence, sin cesar un momento de hacer generosos esfuerzos, hasta que se haya vengado, ó que la muerte le haya quitado el aliento, ó que, á la manera que un pastor apacigua su perro, la razon le haya aplacado y suavizado? Glauc. Esta comparacion es tanto mas natural, quanto, segun lo que hemos dicho, en nuestra república los guerreros deben estár sujetos á los magistrados, como los perros á sus pastores.

Soc. Vos comprehendeis muy bien lo que yo quiero decir: mas os ruego que hagais aún otra reflexîon. Glanc. Qué reflexîon es ésta? Soc. Q ue la ira nos parece ahora cosa muy difernte de lo que la hemos creido pronto. Nosotros pensabamos que ella era parte del apetito sensitivo; ahora estamos muy distantes de creerlo, y nosotros vemos que quando se levanta alguna sedicion en el alma, ella toma siempre las armas en favor de la razon. Glauc. Enteramente es así. Soc. Pero es difernte de la razon, ó tienen algo comun de ella; de suerte que no haya en el alma tres, sino dos partes, la racional y la cupiscible? ó mas bien, como nuestra república consta de tres clases, de mercenarios, de guerreros y de magistrados; el apetito irascible es tambien en el alma un tercer principio cuyo destino sea por naturaleza el de ayudar á la razon, á ménos que se haya él corrompido por una mala educacion? Glauc. Necesariamente es un tercer principio. Soc. Muy bien; pero nos es forzoso manifestar que es distinto de la razon, así como hemos demostrado que lo era del apetito sensitivo. Glauc. Esto no es dificil: porque qualquiera puede observarque los niños, casi al punto que han nacido, están muy dominados por la ira. Mas la razon no les llegó aún, y en mi sentir jamás les viene á algunos, y aún á la mayor parte no les llega sino muy tarde. Soc. Par diez que vos decís muy bien: y aún en prueba de ello, podía alegar alguno lo que se observa en los animales. Podiamos tambien traer en testimonio el verso de Homero citado mas arriba (a)[1]: Ulises se hirió el pecho, y alentó con estas palabras su corazon abatido: porque es evidente que Homero representa aquí como dos cosas distintas; de una parte la razon que riñe despues de haber reflexionado sobre lo mejor y peor; de otra, la cólera ciega que experimenta sus reprehensiones. Glauc. Esto está perfectamente bien dicho.

Soc. En fin, aunque con gran trabajo, hemos conseguido manifestar con bastante claridad, que en el alma del hombre hay tres principios que corresponden á cada uno de los tres órdenes del estado. Glauc. Así es. Soc. No es ahora como preciso, que la república y el particular sean prudentes del mismo modo y por el mismo principio? Glauc. No tiene duda. Soc. Y que el particular sea fuerte de la misma manera y por la misma razon que la república: en una palabra, que todo lo que contribuye á la virtud se encuentre del mismo modo en el uno que en el otro? Glauc. Es muy necesario. Soc. Por tanto, pienso que diremos, mi amado Glaucon, que lo que hace á la república justa, hace igualmente justo al particular. Glauc. Tambien esto es muy preciso. Soc. Pues no nos hemos olvidado, de qu ela república es justa, quando cada uno de los tres órdenes que la componen hace únicamente lo que es su oficio. Glauc. Creo que lo tengamos muy presente. Soc. Debemos pues tener en la memoria que cada cual de nosotros será justo y vivirá arreglado, quando cada una de las potencias del alma obre allá en su interior del modo que más conviene á su naturaleza. Glauc. Y mucho que deberemos acordarnos. Soc. Luego á la razon conviene el mandar, siendo ella en quien reside la prudencia, y la que tiene inspeccion sobre toda el alma; y á la ira el obedecer y ayudarla. Glauc. Todo es así como decís. Soc. Por qué otra via pues se podrá conservar una perfecta consonancia entre estas dos partes, sino por esra mezcla de la música y de la gymnástica de qu ehemos hablado mas arriba, cuyo sefectos serán, de un lado, alimentar, dilatar, y fortificar la razon con discursos hermosos y con el estudio de las ciencias; de otro lado, remitir, suavizar, y apaciguar la cólera con el encanto del número y de la armonía? Glauc. Yo no veo otro medio de concordarlas entre sí. Soc. Estas dos partes del alma, de este modo adiestradas é instruidas de su verdadera obligacion, tendrán á raya al apetito sensitivo, que ocupa la mayor parte de nuestra alma en órden á todo, y que por su naturaleza es insaciable. Ellas cuidarán, no sea que repleto de los placeres corporales se aumente y fortifique de manera, que no solo se salga de los límites de su deber, sino que pretenda esclavizarlas y tomarse sobre ellas una autoridad que no le compete, y que causaria en las costumbres un extraño desórden. Glauc. Enteramente es así. Soc. Si pues los enemigos de afuera vienen á atacar á este hombre, ellas le defenderán muy bien; por quanto la razon con su consejo tomará medidas convenientes para la seguridad del alma y del cuerpo: y la irá combatiendo baxo sus auspicios, y ayudada de la fortaleza, executará las órdenes de la razon. Glauc. Es muy cierto.

Soc. Creo pues que el hombre merece el nombre de fuerte, quando su ánimo incapáz de ser conmovido por el placer y por el dolor, teme ó desprecia los peligros que la razon le manda temer ó despreciar. Glauc. Muy bien. Soc. Él es prudente por esta pequeña parte que manda en él, y dá las órdenes; la qual sola sabe lo que es útil á cada una de por sí y á toda la comunidad compuesta de estas tres partes. Glauc. No tiene duda. Soc. Y qué! no es é1 templado por la amistad y armonía que reynan entre la parte que manda y las que obedecen; quando estas dos últimas están de acuerdo en que á la razon le toca el mandar, y no se revelan contra ella? Glauc. La templanza no puede tener otro principio ora sea en el estado, ora en el particular. Soc. En fin por todo esto será é1 tambien justo, como hemos dicho muchas veces. Glauc. Sin disputa. Soc. Hay, por ventura, al presente alguna cosa que nos impida reconocer que la justicia en el hombre es la misma que en la república? Glauc. Me parece que no. Soc. Si nos quedase aún alguna duda sobre esto, nosotros la desvaneceremos, exâminando las conseqüencias de la doctrina precedente. Glauc. Quáles son estas conseqüencias? Soc. Por exemplo, si se tratase respecto de nuestra república y del particular formado sobre su modelo por la naturaleza y por la educacion, de exâminar entre nosotros si este hombre podria convertir en provecho suyo un depósito de oro ó de plata; pensais vos que hubiese alguno que le creyera otro tanto ó mas capaz de una accion tal que aquellos que no se criaron de este modo? Glauc. Yo no lo pienso. Soc. No seria igualmente incapáz de despojar los templos, de robar, de hacer traicion al estado, ó á sus amigos? Glauc. Sí lo sería. Soc. Y de faltar de ningún modo á sus juramentos y á sus promesas? Glauc. Cómo es posible? Soc. El adulterio, la falta de respeto a los padres y de piedad para con los dioses, son aún delitos que á cualquier otro convienen mas que á éste. Glauc. En efecto es asi. Soc. La causa de todo esto, no es la subordinacion establecida entre las partes de su alma, y la aplicacion de cada una de ellas á cumplir sis obligaciones, unas de mandar y otras de obedecer? Glauc. No puede ser otra. Soc. Pero conoceis vos alguna otra virtud que la justicia que pueda formar hombres y repúblicas de este carácter? Glauc. En verdad que no. Soc. Ahora pues vemos con toda claridad, lo que de pronto no haciamos sino mirar como un sueño, que algún dios nos había dirigido en el plan de nuestra república, y guiado sobre las huellas de la justicia. Glauc. Esto es cierto. Soc. Por tanto, mi amado Glaucon, quando exigiamos nosotros que el que nacia para zapatero, carpintero y así de los demas, desempeñase bien su oficio, sin meterse en otra cosa; diseñábamos, sin saberlo, la imagen de la justicia, la qual ha contribuido para hacernos descubrir la justicia misma. Glauc. Así parece. Soc. La justicia, en efecto, se asemeja perfectamente, a esta imágen, con tal que ella no se limite á las acciones exteriores del hombre; si no que arregle su interior, no permitiendo que ninguna de las partes de su alma haga otra cosa que lo que le corresponde, y prohibiendoles entremeterse en sus derechos respectivos. Ella quiere que el hombre despues de haber bien dispuesto todas las cosas de adentro, de haberse hecho dueño y amigo de sí mismo, de haber establecido el órden y la correspondencia entre estas tres partes, puesta entre ellas una perfecta consonancia, como entre los tres tonos extremos de la armonía la octava, la baxa y la quinta, y si hay aún algunos otros tonos intermedios, de haberlas unido y liado unas con otras, de suerte que de este conjunto resulte un todo bien dispuesto y bien concertado; ella quiere, digo yo, que entonces el hombre empieze a obrar de este modo, ora (207) trate de juntar riquezas, ora de cuidar de su cuerpo, ora lleve una vida privada, ora se mezcle en los negocios publicos, que en todas estas circunstancias, dé el nombre de accion justa y honesta á toda accion que produce y mantiene en él bello órden, y el nombre de la prudencia á la ciencia que preside á las acciones de esta naturaleza: que al contrario llame accion injusta, la que destruye en él este órden, é ignorancia la opinion que dirige semejantes acciones. Glauc. No hay cosa mas cierta, mi amado Sócrates, que lo vos decís. Soc. Por tanto no temeremos engañarnos mucho, asegurando que hemos encontrado lo que es un hombre justo, una sociedad justa y en qué consiste su justicia. Glauc. Por cierto, no tendremos nada que temer. Soc. Lo aseguraremos? Glauc. Si. Soc. Sea así pues. Restános ahora, pienso yo exâminar la injusticia. Glauc. Claro está. Soc. Ella debe ser una sedicion entre las tres partes del alma que se dirigen á lo que no es su inspeccion, usurpando el destino de otra, y una insolente sublevacion de una parte contra el todo, para tomarse una autoridad que no le corresponde, siendo de su naturaleza nacida para obedecer. De este principio pues, diremos nosotros, que nacen la turbacion, el error, la injusticia, la intemperancia, la cobardía y la ignorancia, en una palabra todos los vicios. Glauc. Esto es cierto. Soc. Pues que nosotros conocemos la naturalez de la justicia y de la injusticia, nos será conocido tambien lo que son las acciones justas y las injustas. Glauc. Cómo es esto? Soc. Porque ellas son respecto del alma, lo que las cosas sanas y dañosas en orden al cuerpo. Glauc. En que? Soc. En que las cosas sanas dan la salud, y las dañosas engendran enfermedades. Glauc. Ciertamente. Soc. De la misma manera las acciones justas, producen la justicia; y las acciones injustas, la injusticia. Glauc. Es preciso. Soc.Dar la salud, es establecer entre los humores del cuerpo el equilibrio natural qeu sujeta los unos a los otros: engendrar la enfermedad, es hacer que un humor domine sobre los otros, contra las leyes de la naturaleza. Glauc. Esto es verdad Soc. Por la misma razon, producir la justicia no es otra cosa que establecer entre las partes del alma la subordinación que la naturaleza ha querido que allí reyne: promover la injusticia, es dar a una parte sobre las otras un imperio que es contra naturaleza. Glauc. Está muy bien.

Soc. La virtud pues, si puede hablarse así, es la salud, la belleza y buena disposicion del alma: el vicio al contrario, la enfermedad, la fealdad y la languidez. Glauc. Esto es así. Soc. Las acciones honestas, no contribuyen a excitar en nosotros la virtud, y las acciones torpes a producir en nosotros el vicio? Glauc. No tiene duda.Soc. No nos falta por consiguiente sino examinar si es útil hacer acciones justas, aplicarse a lo que es honesto, y ser justo, ora sea conocido por tal, ora no: ó cometer injusticias y ser injusto, aún quando no se tubiese el temor de ser castigado, y de arrepentirse mejorado con la correccion. Glauc. Pero, Socrates, me parece cosa ridicula detenernos mas en semejante exámen: porque, si quando la complexion del cuerpo está enteramente arruinada, la vida llega a ser insoportable, aún en la abundancia de las mas delicadas comidas y bebidas, en el seno mismo de la opulencia y de los honores, y aún en el mando de todo el mundo; con mas poderosa razon, quando el alma principio de nuestra vida, está alterada y corrompida, debe sernos pesado el vivir aún quando por otra parte se tenga el poder de hacerlo todo, salvo de libertar al alma de su injusticia y de sus vicios y procurarle la adquisicion de la justicia y de la virtud, sobre todo despues del juicio que hemos hecho de la naturaleza de la una y de la otra. Soc. Seria en efecto cosa ridicula detenernos en este exámen; pero pues que nosotros hemos llegado al punto de poder convencernos de esta verdad con la mayor certeza, no debemos pararnos aquí, ni perder ánimo. Glauc, Por Dios, que nos guardemos mucho de apocarnos.

Soc. Acercaos pues, y registrad baxo quantas especíes diferentes y curiosas se divierte en disfrazarse el vicio. Glauc. Ya os sigo: mostradmelas. Soc. En quanto yo puedo descubrir de la altura a donde el hilo de esta conversacion nos ha conducido, me parece que la forma de la virtud. es una (17), y las del vicio son innumerables: con todo pueden reducirse á quatro, de las quales es del caso hablar aquí. Glauc. Qué es lo que vos quereis decir? Soc. Quiero yo decir, que el alma tiene otros tantos caractéres diferentes, quantas son las diferentes formas de gobiernos. Glauc. Quántas contais vos? Soc. Cinco especies de gobiernos, y cinco caracteres del alma. Glauc. Nombradmelas. Soc. Vedlas aquí: la primera forma de gobierno es la que acabamos de exponer; pero se le pueden dar dos nombres: si uno solo gobierna se llamará monarquía, y si la autoridad está dividida entre muchos, aristocracia. Glauc. Muy bien. Soc. Comprehendo yo estos dos nombres baxo una sola forma de gobierno; porque bien sea que el mando esté en manos de uno solo ó en las de muchos, no se alterarán en nada las leyes fundamentales del gobiemo, miéntras que los principios de la educacion que hemos dado estén allí en práctica. Glauc. Es muy regular.

  1. (a) Odys. 20. v. 27