La acción de la cancillería uruguaya en la Guerra del Chaco
Recopilado en "Estudios Históricos e Internacionales", de Felipe Ferreiro, Edición del Ministerio de Relaciones Exteriores, Montevideo, 1989
SEÑOR PRESIDENTE. – Está abierta la sesión.
Entran a Sala, acompañados por los señores Ministros de Estado, los Cancilleres de Bolivia y Paraguay, doctores Tomás Manuel Elío y Luis Alberto Riart.
SEÑOR PRESIDENTE. – Tiene la palabra el señor Senador Ferreiro.
SEÑOR FERREIRO. - Excelentísimos señores Ministros de Relaciones Exteriores de Bolivia y Paraguay.
En nombre del Senado aquí reunido con la Cámara de Representantes en Asamblea General, os expreso la más cordial bienvenida.
La visita con que nos honráis tiene, en sí misma, por la alta función que ejercéis, por vuestra elevada jerarquía personal, por su deliberada simultaneidad y, finalmente, por el hecho de realizarse antes de regresar a vuestras patrias llevándoles con el que será histórico protocolo de Buenos Aires, la confianza afirmada de una solución pacífica del conflicto del Chaco, tiene, digo, un significado de cortesía excepcionalmente amistosa que nos llena de justificado alborozo.
Pero, aún encontramos otro motivo más para obligarnos al reconocimiento profundo hacia vosotros, excelentísimos señores Ministros, por el hecho de esta visita. Es el de que vuestra presencia conjunta aquí, en tan señalados días, debe llevar a nuestro pueblo uruguayo la íntima persuasión de que enfrentados sus gobernantes ante el pleito del Chaco, actuaron o se abstuvieron, de tal suerte, que han podido conservar y acrecentar si cabe, uno de los tesoros morales de que más se envanece la República: el alto prestigio de su lealtad internacional.
No hemos sido, no hubiéramos podido ser, aún queriéndolo, espectadores impasibles – fríos y ávidos - del tremendo drama de conciencia y de sangre que sacudió durante tres años terriblemente a vuestras ilustres patrias.
Cuando todavía era hora para ello, se afilió el Gobierno de la República entre los primeros en el grupo esforzado de americanos que trataron de evitar la tragedia. Para apresurar después el regreso de la paz que ahora, al fin, alborea gloriosamente, este Gobierno – y lo digo con segura conciencia – empeñó día a día sus mejores facultades y su más firme y decidido propósito.
Todo eso lo sabe, por supuesto, el pueblo uruguayo que así y no de otro modo quería que procediesen sus gobernantes. Pero, lo sabe como saben estas cosas los pueblos, hasta que suena la hora del historiador que, para llegar hasta las verdades esenciales de un suceso, - las verdades que enseñará después en grandes síntesis – se interna con mano crispada de dudas en el examen de los millares de documentos que el diario vaivén del mismo va dejando apilados en los archivos.
Hasta que no se produce ese entonces, no les dado al pueblo conocer más que lo resonante y su cierto modo externo de la labor de sus gobernantes en materia de conducta internacional. Y, entretanto, la verdad es que en las Cancillerías se vive en un ignorado y afanoso trabajo diario sobre asuntos con apariencia de detalle de cuya buena o mala solución depende en gran parte el prestigio de su seriedad y su rectitud. Pues de esa índole de asuntos, muchos, muchísimos, habrá tenido que encarar y solucionar en estos tres años últimos, con respecto a Bolivia y con respecto al Paraguay, nuestro Gobierno y que ha debido hacerlo siempre con altura y lealtad, nos lo dice, señores Senadores y señores Diputados (verifiquemos el hecho con satisfacción patriótica), esta visita que será inolvidable de los Ministros de Relaciones Exteriores de Paraguay y Bolivia.
En lo grande y en lo chico, excelentísimos señores Ministros, en el detalle nimio y en el hecho de inmediata trascendencia resonante, se cuidó el Gobierno de este pueblo uruguayo, hermano de los vuestros, de cautelar su neutralidad en el pasado conflicto, y él no perdonó tampoco ocasión propicia para impulsar a los beligerantes hacia las soluciones de derecho.
En este último recinto que ahora se honra albergándolos, el señor Presidente Terra, en un día no lejano, reclamó con palabra premiosa a todos los representantes de ambas Américas que se reunían en magna Asamblea, la fórmula para el acuerdo de los dos pueblos que la fatalidad de un viejo pleito había arrastrado hasta la guerra. Viejo pleito, digo, y con toda deliberación para poder agregar que, no motivos actuales, sino legados del pasado, son los que todavía pueden, en América, llevar a unos pueblos contra otros, hasta el terrible trance de sacrificio y de sangre.
Vocación de nuestro continente es la de la Justicia Internacional. La lleva el Nuevo Mundo sacramente, en lo mejor de su entraña, desde su incorporación a la Civilización de Occidente, por el esfuerzo pródigo y fecundo de España y Portugal. Como surgida de los mares, América apareció un día, ante los ojos ávidos y deslumbrados de Europa, urgida de violencia y codicia, y ese mismo día, puede decirse, se yergue en una cátedra de Salamanca la figura esclarecida de Francisco de Vitoria, frente al César, frente a los soberbios, frente a las ambiciones, para amparar en inmortales Relecciones, la debilidad y la inocencia del Nuevo Mundo.
Excmos. señores Ministros: llevad a vuestras patrias nuestro saludo. En todo saludo duerme ennucleada por la tibieza de la cortesía, un sentir cordial de alegría y buen deseo. Rasguemos esa envoltura de la cortesía y quede toda afuera la límpida alegría del pueblo oriental que abre sus brazos para abrazar a los dos hermanos que se han encontrado de nuevo, en el ancho camino del Derecho y la Paz.
(Grandes aplausos en la Asamblea y en las galerías).
Discurso en la Asamblea General el 18 de junio de 1935.