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Las Islas Malvinas y la doctrina Monroe

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LAS ISLAS MALVINAS Y LA DOCTRINA MONROE

Recopilado en "Estudios Históricos e Internacionales", de Felipe Ferreiro, Edición del Ministerio de Relaciones Exteriores, Montevideo, 1989


Parece que nos hallamos en la víspera de un hecho que el mundo americano de base hispánica ha de contemplar y celebrar con abierta y clara satisfacción.

Bajo el horizonte se advierten – en efecto – presagios inequívocos de que después de ciento quince años de indebido destierro, otra vez volverá a tremolar, soberana, - y ahora para siempre – sobre el acantilado del Puerto de la Soledad en las Islas Malvinas, la ilustre y gloriosa bicolor de Belgrano.

El historiador de mañana – ya hoy puede asegurarse – no referirá este hecho como que vislumbramos como de realización próxima, atribuyéndolo a motivos derivados de la Conferencia Panamericana que actualmente funciona en Bogotá.

Si allí es cierto que se consideró el tema concreto, también es verdad que fue para dejarlo al fin depositado nuevamente en el Carnero significativo de una complicada Comisión que deberá tratar igualmente los casos de Aruba, Jamaica, Curaçao, Belice, Guayanas, Guadalupe, Martinica, Saint Pierre Miquelón (¿y Puerto Rico?).

Si el historiador de mañana es además de veras comprensivo y dotado de la capacidad suficiente para no dejarse influir por la verdad formal de los documentos oficiales (válvulas de escape o puentes de plata de mucho uso útil), tampoco ha de explicarnos la pacífica devolución de las Malvinas a su auténtico dueño como un acto “ejemplarizante” de justicia internacional…

Lo que sencillamente ha de expresar; lo que debe decirnos prosaicamente, es que el venturoso pasaje a que asistiremos nosotros tiene su real y positiva explicación en el hecho de que coincidieron, de un lado la vertical caída del afán imperial de Gran Bretaña (las escaleras se hicieron para subir y bajar) y del otro el auge creciente y merecido del gran pueblo argentino, en los precisos días en que ejerce los poderes de mandatario supremo del mismo, un hijo de esa tierra hermana, que aparte de quererla y sentirla como el que más, reúne en grado excepcional cualidades de actividad, talento, firmeza y fe en los altos destinos de su esclarecida patria.

Al General Perón y a la gente nueva que con él colabora entusiastamente va a deber la Argentina – exclusivamente – la pronta reintegración del territorio patrimonial y con aquélla, la reparación de un viejo y punzante agravio inferido a su personalidad internacional.

¿Por qué el 2 de enero de 1833 la “Clio”, corbeta de la marina de guerra británica comandada por el Capitán Ovislow, exigió al Jefe argentino José María Pineda el desalojo inmediato de las Malvinas y sin más demora la dio por incorporada al dominio de su país?

Ahora que tanto se lleva y se trae de un lado a otro la Doctrina Monroe, considerándola por los más, tutelar de las soberanías del hemisferio, puede ser de interés y oportunidad el recuerdo de la explicación que de su actitud usurpadora, daban los británicos en los mismos días del suceso.

A la luz de dichos antecedentes se verá claro, en efecto, que para los intérpretes de Londres – avizores y prácticos – la tal Doctrina fue postulada sólo para favorecer el interés de los Estados Unidos; y que para ella era inoperante cada vez que aquel interés chocaba con otro superior en razón del mayor poder de los cañones…

Nos explicaremos. Sabido es que el 11 de diciembre de 1831, una corbeta de guerra americana, la “Lexington” ,había desembarcado su marinería en el Puerto de la Soledad, y después de arrasar sus defensas y viviendas, obligó a sus pocos habitantes a desalojarlo, dejando un estudiado yermo donde hasta entonces existían signos de soberanía argentina.

A la reclamación que el país hermano formuló sin demora por tan brutal como inopinado ataque, correspondió el Encargado de Negocios en Buenos Aires, Mr. Baylies, solicitando sus pasaportes y alejándose del país. No tenía otra cosa que hacer: las Malvinas quedaban arrasadas y por ende abiertas para recibir al primer ocupante.

Lo que importaba era eso, sustancialmente. Pero, sucedió lo inesperado. Al mismo tiempo que el Gobierno Argentino, guardándose en lo íntimo el dolor del agravio no satisfecho, mandaba a Malvinas otra guarnición bajo las órdenes del Comandante Pinedo, iba a la Gran Bretaña una circunstanciada información del episodio ocurrido en las remotas islas australes, y acaso también de las miras del ulterior apoderamiento abrigadas por los estadounidenses.

Consecuencia final de todo ello fue al parecer, la expedición de la “Clio”. Gran Bretaña no confiaba en la fuerza defensiva argentina; pensaba que el mejor derecho se halla en la boca de los cañones y no podía admitir por lo demás, que también en el extremo sur de América comenzara a instalarse el fuerte pueblo de la misma raza que ya era dominador del norte.

Todo lo que hemos dicho queda en transparencia, en el trozo de carta privada que en seguida transcribiremos de Bernardino Rivadavia a su consejero y amigo Julián Segundo Agüero:

“París, 29 de mayo de 1833… Juzgo conducente asegurar a Ud. que el gobierno de Buenos Aires no ha podido ser sorprendido por la ocupación de las islas, (refiere a las Malvinas) decretada por el gabinete británico, porque poco tiempo después de haberse Ud. embarcado leí en el Currier de Londres un artículo que fue para mí decisivo de la determinación del citado gobierno a cortar la tan impolítica cuestión que había suscitado la ciega codicia y arrogancia de los Norteamericanos apropiándose la alhaja. Con este antecedente, más hablé con Ud. en mis anteriores sobre la impolítica del Gobierno de Estados Unidos de Norte América. Otros artículos fueron sucesivamente publicados en los diarios de Londres relativos al mismo asunto y en el mismo espíritu; y tres meses antes de que llegase a Europa la noticia de la ocupación ejecutada se anunció por el “Currier” y por “Globe” de Londres la orden que había salido para la estación naval del Brasil con designación del nombre del buque que debía invadir y del que debía suceder y sostener la detentación”… “Lo que hay de más curioso en tan triste trascendente suceso es un artículo de carta de D. Carlos Widder que acabo de recibir y contestar con la circunspección y energía que me corresponde. Su texto literal es el siguiente:”entiendo que la posesión de las Islas Malvinas por la corbeta de S.M.B. “Clio” ha hecho mucha sensación en Buenos Aires”… “Está claro para todo hombre sensato que este Gobierno no apetezca dichas islas, ni las aceptaría dadas; pero nunca permitirá a los Estados Unidos de Norte América ni a otra nación de Europa ocuparlas”.


Artículo en El Debate el 25 de abril de 1948