La anguila á cuenta de palos

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


La anguila á cuenta de palos.

A un marqués que daba un convite el dia de su santo á los principales personajes de la corte, entraron á decirle sus criados que un lugareño se había empeñado en no vender una anguila magnífica por su frescura y tamaño desconocido si directamente no trataba y ajustaba el precio con su señoría.

El marques lo hizo entrar y le dijo:

— Es una escelente pieza: ¿cuánto dinero quiere V. por ella?

— Señor, no pido dinero, eso me lo habrían dado en la cocina.

— ¿Necesita V. favor en la corte? algún indulto, ó tiene algún hijo que necesita librar de soldado?

— No, señor, no tengo hijos, y gracias á Dios hasta ahora no necesito indulto de ninguna clase.

— Entonces, ¿qué quiere V. hacer con la anguila?

— Venderla, señor. — Póngale V. precio.

— Quiero por ella, y no admito objeciones, cien palos dados al vendedor en las costillas desnudas, aquí mismo, en presencia de V. S. y de estos caballeros que me están oyendo.

— Buen hombre, eso es imposible.

— Entonces, Dios guarde á V. S., no puedo venderla á otro precio y me retiro.

— ¡Se habrá visto locura semejante! ¡ni anguila mejor! Hombre, vuelva V., vuelva por Dios, que transigiremos, porque aunque no comprendo su idea me duele perder este pescado.

— Señor, no la doy ni un palo menos.

— Bueno, se le darán áV. pero tan suaves que no le hagan daño.

— En esa parte dejo á V. S. en completa libertad para que los palos se den como mejor le plszca.

— ¡Contrato concluido y manos á la obra! Hola, Perico, saca la verga de sacudir el polvo y da áeste buen hombre cien palos en las costillas, pero ¡ay de ti gi le haces daño!

— Gracias, señor marqués, dijo el labrador.

Los salones estaban llenos de gente mirando todos con asombro aquella escena, sin saber si debian reirse ó entristecerse; pero presintiendo un desenlace raro y estraordinario que nopodian comprender.

Perico principió, uno, dos, tres... diez... veinte... cuarenta. . . cincuenta .

— Alto, dijo el labrador.

Todos los concurrentes á este acto se aproximaron y le dijeron con interés:

— ¿Le hace á V. mucho daño?

— No, no es eso; es, que en este contrato, señor marqués, tengo un asociado á quien me he visto en la obligación de ofrecer la mitad del precio.

— ¡Ah! ¡ah! esclamó el marqués principiando á comprender algo de aquel enigma estraordinario. ¿Y quién es, buen hombre, ese digno socio que debe ahora recibir la parte de su paga?

— Señor, es el portero de la puerta principal de esta casa, que solo me ha dejado subir cuando le he cedido la mitad del valor; y yo, queme precio de honrado y hombre de bien, no quiero cobrar nada délo que tan justamente le pertenece; y ruego á V. S. que la otra mitad se le pague á él, como es justo, sin descuento ninguno.

Los espectadores de aquella escena reían á carcajadas; el marqués dijo:

— Yo le aseguro á V., buen hombre, que llevará sus cincuenta cabales sin perderse uno solo.

Inmediatamente hicieron subir al portero, lo desnudaron y le aplicaron sobre la carne viva cincuenta palos de á folio, es decir, no eran palos, eran vergajazos de tal marca que lo dejaron medio muerto.

— Buen hombre, dijo entonces el marqués al labrador; es de tal entidad el favor que V. acaba de prestarme, que le suplico honre mi casa y mi mesa comiendo hoy conmigo y teniéndose por convidado para igual dia de todos los años. Y para que no lo eche V. en olvido con tanta facilidad, le señalo sobre mis rentas una pensión anual de 50 duros, que servirán para V. de postre en la comida del dia de mi santo.

— Bien, dijeron sus amigos estrechando la mano del marqués.