Las misas de un testamento
En 1840 acogieron en el hospital general de Zaragoza, atacado del tifus, á un pobre estranjera, que en dos ó tres dias llegó á las puertas de la muerte. Manifestó deseos de hacer testamento, é inmediatamente se presentó el escribano á recibirlo. Nadie le conocía bienes ni se sabia siquiera de dónde procedía; porque para admitir enfermos en aquel hospital, que lo es de la ciudad y del mundo (urbis et orbis), no se pregunta á nadie de dónde viene.
Escritas las cláusulas de formula, llegó el escribano á los Ítem de bienes terrenales, y el enfermo dijo:
— ítem: dejo cien misas por el alma de mi padre.
— ítem: dejo doscientas por el alma de mi madre.
— ítem: dejo quinientas para conseguir el eterno descanso de la mia.
— ítem: dejo otras cien misas
— Pero, señor enfermo, dijo el escribano, y V. me disimule, aquí viene disponiendo de misas y mas misas, y hasta ahora nada ha dicho V. de sus bienes.
— ¿Qué bienes?
— Los que V. deja, porque sino, ¿de dónde han de salir estas misas?
— Toma, de la sacristía, ¿de dónde quiere V. que salgan?