La braveza del bayani/VI
¡Maldición! ¿Qué vieron los ojos del viejo, que retrocedió al entrar en su casa, tambaleando aquel que no había retrocedido, ante la lluvia de las flechas, ni al doble filo de los krises centelleantes, ni un sólo paso?
Anak Irog, sujeto á Bituin Lupa, la besaba en los labios, en los ojos, en la frente.
No era un sueño, ni uu fantasma, ni una visión. El viejo guerrero presenciaba una realidad. Rugió como rugía en los campos de batalla, al divisar al enemigo, con ronco rugir de muerte; y Ának-Irog se alzó, defendiendo con su cuerpo, el cuerpo de la Amada.
— ¿Sabes quién soy?
— Gat-Lawin.
— ¿Me temes?
— No!; te quiero.
— ¡Me quieres, cuando valido de mi ausencia, valido de que estoy defendiendo la Patria, llegas á esta casa, que es santa, y me robas la virgen de mis altares?
— Yo no os la he robado; ella me ama; y pensábamos á vuestra vuelta amaros á vos los dos.
— ¡Jamás, insolente, prepara tu aljaba!
— Aquí la tengo, señor
— Pues, vamos.