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La canción de la primavera

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época
La canción de la primavera


Ya pasó la estación de las nieves, cuando todo se complace en ostentar señales de vejez y en remedar el silencio de los sepulcros; cuando los árboles amanecen vestidos de blanco, con las hojas pegadas como mechones de una cabeza anciana, y cayendo de ellas, una á una, las gotas de la escarcha, derretida por el tibio sol del invierno; cuando los pájaros, que dan voces fantásticas á los abismos, á las quebradas y á los valles, enmudecen y buscan el calor en misteriosos nidos, sólo visitados por el hada invisible que cuida el fuego de los amores, para que luego todos puedan saludar con cantos de regocijo á la primavera, triunfante sobre su carro de rosa.

Entonces el cuadro cambia; el sol aparece con la cara risueña, abriendo las sutiles brumas apiñadas en el fondo de la llanura distante, y cuando sus primeros rayos encienden las flotantes pajas de las cumbres, se oye en todos los rincones de la montaña un vocerío de júbilo, como de niños que despertasen ansiosos de corretear por las arenas de las avenidas.

La vista y el oido difúndense en todas direcciones, y no perciben sino paisajes bañados en luz primaveral, matizados de colores nacientes, y cantos de tonos y modulaciones innumerables, lanzados al aire libre sin orden ni concierto, pero que luego, arriba, vienen á formar un acorde grandioso para derramarse como lluvia serena sobre las faldas y las hondonadas repletas de brotes y de retoños.

A la primavera anuncian esos cantos; á la primavera que viene á reconquistar su imperio del canoso invierno, y á obligarle á volver á sus cuevas profundas, á donde, como el Lucifer de Dante, ha de pasar nueve meses entre las gruesas capas de su propia nieve, allá en el fondo obscuro de la tierra sufriendo sus cadenas de témpanos y la incesante y helada gota de agua de las estalactitas semejantes á cirios petrificados é invertidos sobre una tumba secular....


Joaquín V. González.