La huerta de Juan FernándezLa huerta de Juan FernándezTirso de MolinaActo II
Acto II
Salen doña PETRONILA
y TOMASA, de hombres
PETRONILA:
Por muerta, Vargas, me cuenta.
No tengo seso, no estoy
en mí.
TOMASA:
¿Qué has visto?
PETRONILA:
Vi hoy
otra segunda tormenta
mayor que la de Sevilla.
TOMASA:
¿Mayor?
PETRONILA:
Para mis desvelos,
porque es tormenta de celos.
TOMASA:
No se usan en esta villa.
Todo lo que no es dinero
en la corte, no es amor.
PETRONILA:
Vargas, de tu buen humor,
más penas sacar espero
que alivios. Déjame agora.
TOMASA:
Pues ¿qué has visto?
PETRONILA:
¡Ay cielos! Vi
lo que dudosa temí,
lo que mi desdicha llora.
Llevóme el conde consigo
a esa huerta, infierno ya,
a quien Juan Fernández da
nombre y fama. Yo te digo
que aunque al principio su vista
mis sentidos recreó,
porque en ella se cifró
Chipre, en que Venus asista,
después que hallé entre sus flores
un áspid que disfrazado
ponzoña a mi pecho ha dado
y aumentos a mis temores,
Volcanes son sus planteles,
incendios sus fuentes son,
tormentos su recreación,
penas su rosa y claveles.
¡Ay, Vargas! Quien las cultiva
es don Hernando Cortés.
TOMASA:
¡Jesús! ¿Qué dices? No des
crédito a engaños.
PETRONILA:
Ni viva
quien para desdichas nace.
Conocile jardinero;
que con el traje grosero
le manda Amor que disfrace
el fuego de mis querellas.
¿Quién creerá--¡ay fieros rigores!--
que llamas cultiven flores
y que estén verdes con ellas?
Rogóme el conde que fuese
con él, y sin declararse,
quiso primero informarse,
antes que quién es supiese,
de la belleza de Laura
con quien amante pleitea
y si el pincel de su idea
en su original restaura
la hermosura que usurpó
lisonjas a los colores;
porque en cohechos pintores
siempre el interés mintió.
Vióla en el dicho jardín,
que entre unos cuadros, abeja,
agravia flores que deja
y obliga las de un jazmín
a que fundamento den
a un ramillete que aliña,
porque un hilo juntos ciña
celos, amor y desdén.
Estaba de jardinero
mi don Hernando Cortés
--mío no, que de Laura es--
y aunque en disfraz tan grosero,
le conocieron mis males;
que aunque le vi de aquel modo,
Amor, espíritu todo,
penetra hasta los sayales.
PETRONILA:
Escogíala las flores
que su amor le aconsejaba.
Las amorosas le daba
para obligarla a favores;
las azules le escondía
por no ocasionar desvelos;
y si flores tienen celos,
yo, su amante ¿qué tendría?
Con doméstica llaneza
vi que Laura le trataba,
cuando las flores le daba;
y Amor, todo sutileza,
todo industria, todo enredos,
terceras guiso obligarlas
ella risueña al tomarlas
y él lisonjero en los dedos.
Que la debió de cohechar
si la adora, ¿qué lo dudo,
pues cuando Amor está mudo
por los dedos suele hablar?
Preguntó el conde quién era
--miéntras yo me atormentaba--
la dama que se humanaba
de aquel jardín primavera.
"La condesa de Valencia
del Po," le respondió un paje,
"Que en Milán con su linaje
pleitea sobre su herencia."
No se atrevió a descubrirse,
puesto que si a enamorarse,
que Amor que sabe arriesgarse
es cobarde al resistirse.
PETRONILA:
Juzgó en ella de los cielos
un sol que le deslumbró.
¿Qué juzgara, Vargas, yo
que la miraba con celos?
Volvímonos, él perdido
de amor, y yo rematada;
él sin alma allá usurpada,
yo allá y aquí sin sentido.
Hame cobrado amistad
de suerte, que no permite
que de su lado me quite;
ni yo tengo voluntad
de perder su compañía,
porque siempre amigos son
los que de una profesión
llama el sabio simpatía.
Amamos en un lugar
y una misma competencia
nos iguala en la experiencia
del querer y el envidiar.
Impórtame que le asista,
pues si Laura, cual sospecho,
tiene a mi amante en su pecho
y él no la pierde de vista,
El conde y yo, que nos vemos
parientes en los cuidados,
amantes y desdeñados,
mejor nos consolaremos.
TOMASA:
Pues no te aflijas ansí.
¡Cuerpo de tal! Ten valor
que sin competencia Amor,
él mismo se apaga en sí.
Si nunca te vio tu amante,
si lo que le amas ignora,
y vienes a hallarle agora
con desvelo semejante,
ensayándose a quererte
en ajena voluntad
porque le halle tu lealtad
diestro, cuando llegue a verte,
¿qué temes? ¿O qué querías?
¿Que ya en Madrid, cortesano
su amor, mano sobre mano,
gastase ocioso los días?
Déle al gusto puerta franca;
quiera bien, que eso me alegra;
ensaye en la espada negra
tretas que logre en la blanca;
que pues el conde te cobra
voluntad, y aquí ha venido
a título de marido
de Laura, bástate y sobra
que al principio del camino
vida a tu esperanza des.
¿No somos tres? Pues los tres
serémos tres al mohíno.
Calla, y animosa alienta
el fin de tu pretensión.
PETRONILA:
El conde es éste.
TOMASA:
Chitón,
y corra esto por mi cuenta.
Sale el CONDE
CONDE:
Don Gómez, yo te he elegido
por amigo verdadero,
y en fe de serlo, no quiero
que tenga el pecho escondido
secreto para ocultarte.
Ya dije ayer la ocasión
de que en esta confusión
siga a Amor y olvide a Marte;
que mi padre aquí me envía
para que pleitos cansados
truequen derechos letrados
en amor; que es prima mía
Laura, y que intente con ella,
casándome, asegurar
lo que ya dudo alcanzar,
por los que vuelven por ella.
Mal su justicia asegura
quien en sus pleitos ignora
que mujer competidora
se ampara de su hermosura;
porque si en mí verlo quieres,
más efeto he visto hacer
de su cara el parecer
que mil sabios pareceres.
CONDE:
Llora, encarece e intima;
halla en tribunales gracia;
la belleza es eficacia
que enamorando lastima;
y, en fin, como nacen de ellas,
los jueces templan cuidados;
que no hay tales abogados
como son lágrimas bellas.
Laura en la corte amparada,
por huérfana socorrida,
por hermosa pretendida,
por discreta celebrada,
casi espera en su favor
la sentencia contra mí.
Pues ¿para qué vine aquí,
don Gómez, si su rigor
dos veces me ha de querer
mal? ¿Por pobre y por contrario?
La soberbia es de ordinario
con riqueza en la mujer.
Volverme quiero sin verla
o, a lo menos, sin hablarla;
que en vano pretendo amarla
si no espero poseerla.
Hacienda en Italia heredo
cuando me quiten su estado
si no igual a un potentado,
a lo menos con que puedo
vivir, sin necesitar
de parientes caudalosos
que, vengando aquí envidiosos,
duplicaré mi pesar.
Vénte, don Gómez, conmigo
a Italia, y verás en ella
la provincia que mas bella
honra a Europa. Por amigo
te tengo; si obligaciones
no te empeñan, sal de España.
Confiado me acompaña
de que en todas ocasiones,
como si fueras mi hermano,
en fe de nuestra amistad,
entrarás en la mitad
de mi hacienda.
PETRONILA:
Fuera en vano
satisfacer las mercedes
que me obligan tu deudor
con palabras, si es mejor
el silencio. Desde hoy puedes
hacer experiencia en mí
de obligaciones de esclavo;
pero ni tu intento alabo,
ni te has de ausentar de aquí.
Prueba tu dicha primero,
informa de tu justicia;
que ni pasión ni malicia
en los jueces considero
de esta corte. ¿Qué escarmientos
tu derecho han desmayado?
TOMASA:
Muera, pues pierde su estado
con todos sus sacramentos
--¡pesia a tal!--vueseñoría.
¿Qué mal nos ha de venir
mayor, señor, que salir
vencidos a sangre fría?
Ame, informe, solicite,
y venga lo que viniere.
CONDE:
Quien mal en Madrid me quiere,
que esté en él no me permite.
Asiste el marqués Octavio
en esta corte, enemigo
de mi padre, que en castigo
años ha de cierto agravio,
mató al suyo, y le quitó
los estados que tenía.
El marqués, que pretendía
vengarse, aunque lo intentó,
no pudo, desamparado
de amigos y de caudal;
y viéndose desigual,
de su patria desterrado,
en esta corte pretende
casar con Laura; y si sabe
que aquí estoy, querrá que acabe
el hijo de quien le ofende,
y a ser su competidor
viene agora. No me ha visto
jamás; pero si aquí asisto
y publicando mi amor
a Laura, quién soy declaro,
por fuerza he de despertar
venganzas que ha de intentar
como pudiere.
PETRONILA:
Eso es claro.
CONDE:
Pues arriesgarme a perder
adonde ganar no puedo
no es cordura. Si aquí quedo,
por fuerza tengo de ver
sentencias que me den penas,
celos de competidores,
y desdenes vencedores
de quien oye norabuenas
ya del pretendido estado.
Don Gómez, no hay tal remedio
como poner tierra en medio.
Yo estoy ya determinado.
Sígueme, y fía de mí
cuanto agora te he ofrecido.
PETRONILA:
Yo soy tan agradecido....
Vargas, déjanos aquí.
TOMASA:
Déjote; allá dentro espero.
Vase TOMASA
PETRONILA:
Que os he, Conde, de pagar
el darme tanto lugar
en vuestras cosas, primero
que nuestra corte dejéis.
CONDE:
¿De qué suerte?
PETRONILA:
Oidmé agora.
Laura, aunque os vea, ¿no ignora
quién sois, puesto que aquí estéis?
CONDE:
Sí, don Gómez; que en Milán
desde niña se crïó,
y yo en Valencia del Po,
cuyo derecho le dan.
PETRONILA:
Del mesmo modo, ese Octavio,
por vuestro padre ofendido,
¿no os conoce?
CONDE:
En eso he sido
venturoso.
PETRONILA:
Un medio sabio,
siendo eso así, os asegura
el pleito desesperado
que amenaza vuestro estado.
Si en manos de la ventura
y mías dejáis poneros,
no hay aquí que recelar.
CONDE:
Ya vuelve a resucitar
mi esperanza sólo en veros;
que no sé qué inclinación
oculta me pronostica
dichas que me certifica
vuestra mucha discreción.
Desde que os vi, os quiero bien.
PETRONILA:
Pues Laura, conde, se emplea
en amarme, y no desea
sino que en su favor den
esta sentencia enfadosa
para atropellar amantes
en su pleito negociantes
y darme mano de esposa.
CONDE:
¿Qué decís?
PETRONILA:
Por orden suya
estoy en Madrid cual veis.
Como secreto guardéis,
yo haré que esto se concluya
a vuestra satisfacción.
CONDE:
¿Que por orden suya estáis
aquí?
PETRONILA:
¿Pues eso dudáis?
CONDE:
De vuestra disposición
y talle no es maravilla
que Laura esté aficíonada.
PETRONILA:
Al cabo de su jornada,
hizo noche en esa villa,
que siendo española Atenas,
al Henares nombre da.
Cursaba yo en Alcalá,
más sus riberas amenas
que sus escuelas famosas.
Vi, la noche que llegó,
un Alba que se apeó
entre jazmines y rosas,
de una litera, al ocaso
del más nombrado mesón.
Mi estudiosa profesión
le salió cortés al paso.
Acompañéla a una sala
con otros que de mi edad
honraban mi facultad.
Iba vestido de gala;
supe quién era, a qué iba
a la corte; regaléla,
y tomando una vihuela,
ya mi libertad cautiva,
la entretuve hasta cenar.
PETRONILA:
Convidóme, y acepté;
que estudiantes, ya se ve
que no se hacen de rogar.
Despedíme ya bien tarde
y ella, toda cortesía,
mientras que me agradecía
cumplimientos hizo alarde
de vislumbres de afición.
Madrugué por la mañana,
no el alma de todo sana,
y, en fin, hasta Torrejón
que quiso o no fui con ella
en un caballo prestado.
Dióme la litera lado
y hallé, caminando, en ella
agrados sobre que hacer
amorosos edificios;
que amor empieza en indicios
fáciles de conocer.
Despedíme allí, y tornéme,
echando a la vuelta menos
el alma, los ojos llenos
de sentimiento. No teme
el Amor que es estudiante.
Como sin alma quedé,
cartapacios arrimé,
graduándome de amante.
Vine a Madrid, visitéla
en la huerta donde vive;
y amor, que alegre recibe
el huésped que le desvela,
me ofreció apacible entrada.
PETRONILA:
Díjela mi calidad,
ponderé mi voluntad
a servirla dedicada.
Mostró severo el semblante,
reprendióme rigurosa
y alterada--común cosa
en todo amor principiante--
fuése fulminando enojos;
puesto que aunque se ofendía,
lo que la lengua decía,
iban negando los ojos.
Escribíla de Alcalá;
no me quiso responder;
volvíla otra vez a ver
y más apacible ya,
me permitió visitarla
como mis atrevimientos
no explicasen pensamientos.
Prometí de no enojarla
y callé; que en la más casta
--como es la experiencia juez--
si ha de querer, una vez
que amor se lo diga hasta.
De Alcalá a Madrid partidas
y vueltas daban alientos
a amor; que como los cientos,
todo es idas y venidas;
pero nunca la decía
cosa que en mi amor tocase,
con que, aunque disimulase,
sentí yo que lo sentía;
hasta que una vez pedí
licencia para partirme
a Jaen, por escrirme
mi padre esperarme allí
mil de renta, y una dama
para esposa. ¡Aquí fue Troya!
PETRONILA:
Que amor que el secreto apoya
con celos revienta en llama.
No pudo disimular.
Llenóme de descortés,
aleve, ingrato; y después
de media hora de llorar,
me amenazó, si la mano
a otra que Laura no fuese
daba, que me apercibiese
a que la de algún villano
me había de quitar la vida.
Con esto, y asegurarla
que no más que por probarla,
fingí mi falsa partida,
quedé en su gracia de suerte
que, amado y favorecido,
al punto que haya salido
en favor suyo la suerte
de la sentencia que espera,
nos hemos de desposar
y por Italia trocar
patria y profesión primera.
Mándame andar recatado
porque ocasiones desmienta
de quien, amándola, intenta
gozar en dote su estado.
Llegué, como suelo, ayer
a verla, y mudé posada
por temer que en la pasada
han alcanzado a saber
algo de lo que pretendo.
PETRONILA:
Apeástesos en ella
y quiso mi buena estrella
que vuestros méritos viendo
y la merced que me hacéis,
amigo y no opositor,
apadriné vuestro amor.
Si celos de mí tenéis,
perdedlos; que yo os prometo,
a fe de hidalgo, de dar
trazas que os han de ablandar
a Laura, por mi respeto.
Y si con ella os desposo,
que sí haré --fiáos de mí--
veréis, conde, que hay aquí
español tan generoso
como el monarca que a Apeles
obligó, y más a la Fama,
que afirma le dio su dama
en premio de sus pinceles.
CONDE:
Don Gómez, no quiera Dios
que os haga yo tal agravio;
no goce de Laura Octavio
y lográos con ella vos.
Vuestra gentileza es digna
de su discreta elección.
Pagad su justa afición
pues la suerte os es benigna.
PETRONILA:
Conde, o los dos nos partamos
a Italia, o si sois mi amigo,
callad y haced lo que os digo
y pues ya comunicamos
las almas, sabed que aquí
tengo prenda a quien le debo
cierta obligación de nuevo
que imposibilita en mí
casarme con Laura.
CONDE:
Elijo
lo que me ha de estar tan bien.
¿Que aquí tenéis dama?
PETRONILA:
En quién
por lo menos tengo un hijo.
CONDE:
¡Jesus! ¿Tan niño?
PETRONILA:
Ya están
examinados de padres
niños, por conocer madres
que fruto a los trece dan.
Como la vida es tan corta,
suple la naturaleza
defetos de su flaqueza,
y plazas el tiempo acorta.
Yo os he de casar en breve
con Laura.
CONDE:
Mucho intentáis.
No podréis.
PETRONILA:
Porque veáis
mi ingenio a lo que se atreve,
escuchad esto que trazo.
A Laura hemos de ir a ver
agora, y ha de saber
que está el conde Galeazo
con ella y que no sois vos,
porque Octavio no os ofenda
cuando vengarse pretenda.
CONDE:
Cosas proponéis, por Dios,
extrañas.
PETRONILA:
Soy estudiante.
CONDE:
¿Quién ha de hacer a ese conde?
PETRONILA:
En la posada se esconde.
CONDE:
¿Hay don Gómez semejante?
PETRONILA:
No digáis a la condesa,
la vez que a hablarla lleguéis,
que de nuestro amor tenéis
noticia.
CONDE:
Advertencia es ésa
excusada.
PETRONILA:
Pues venid,
y echad a un lado recelos.
CONDE:
¡Ay, don Gómez de los cielos!
Dios te me trujo a Madrid.
Vanse.
Salen don HERNANDO,
de villano, y MANSILLA
MANSILLA:
Fui a Málaga a lo soldado,
con las galas que me diste,
a ver tu madre que, triste,
por muerto te había llorado.
Pasé por Yepes y Ocaña,
dos villas de donde el vino
hace perder el camino,
bodegas nobles de España.
Hice noche en una aldea
donde un mesón labrador
-que pudiera ser mejor--
me alojó a la chimenea
en un escaño del Cid.
Sobre cena me pregunta
la familia que allí junta
estaba, si iba a Madrid.
Dije que sí, y que de Italia
soldado viejo venía
a la corte y pretendía
una conducta. La algalia
que daba olor al vestido
--porque esto se le pegó
del ser tuyo-- me abonó,
y yo en él desvanecido
hazañas cuento sin cuento
que escuchaban abobados;
porque yo, a fuer de soldados
no vivo mientras no miento.
MANSILLA:
Díjeles, entre otras cosas,
que saliendo a pecorea
a la vista de una aldea
--que las de allí son famosas--
entré en una casería,
y hallando el horno encendido,
porque no fui recibido
con amor y cortesía
al huésped y a su mujer
metí dentro, donde asados,
vengaron a mis soldados,
y nos dieron de comer;
que saliendo al alboroto
los vecinos del lugar,
cuando me iba a acostar
hallé mi eseuadrón que roto
a huír echaba, y que yo
la cabeza derribé
al primero, y ésta fue
a dar a otra, y ésta dio
en otra, y fue de manera
la cabezada española,
que sin más golpe ella sola
derribó toda una hilera.
Creyeron esta aventura,
y otras, que es nunca acabar,
mas que cuando en el altar
las fiestas les echa el cura;
porque chanzas de habladores,
comedias de tramoyón,
ensalmos y coplas, son
evangelios labradores.
MANSILLA:
Estaba una villaneja
oyendo entre los demás,
tan carihermosa que atrás
las amarilis se deja.
Fuéronse a acostar al cabo
los viejos, y entre la loza
fregatizando la moza
con tal gracia --no la alabo
cual merece-- se quedó,
que si el sol verla pudiera,
para estropajo la diera
su dorado moño. Yo,
que la vi ensuciando espumas,
llego por detrás quedito
y el sombrero que me quito
la pongo con banda y plumas;
y ella entonces, no peñasco
pero algo requesón ya,
respondiéndome, "Arre allí"
en un espejo, ya casco,
se fue a mirar al candil
y arrimando la sartén,
dijo, "A ver si me está bien."
El dimuño que es sotil,
hizo entónces de las suyas.
Si Pedro yo de Urdemalas,
y como extranjeras galas
en bobas san aleluyas,
tanto pudieron con ella,
que a los ecos de un "Marido
tuyo soy" --hechizo ha sido
que encanta toda doncella--
siendo tálamo el escaño,
la chimenea madrina,
a vista de la cocina,
hubimos año, buen año.
MANSILLA:
Dueña, aunque no de su casa
la moza, y ya yo su dueño,
entró el sol antes que el sueño,
y caricuerda Tomasa,
--que este apellido la dan--
me conjuró que cumpliese
mi promesa y que volviese,
en saliendo capitán,
por ella; y a fe de hidalgo,
que he de hacerla mi mujer,
si bien esto no ha de ser
mieéntras capitán no salgo.
HERNANDO:
Sí harás; que si yo, Mansilla,
esposo de Laura soy,
y dote honrado te doy,
tu palabra has de cumplilla.
En fin, ¿llegaste a mi casa?
MANSILLA:
¡Ah! Sí. Olvidábame ya;
pero ¿qué mucho, si está
cosquillándome Tomasa?
Guardéte el mejor bocado
para la postre. Este pliego
te traigo, y en él te llego
a dar plácemes de grado,
puesto que pesares tiene.
Siete mil de renta heredas
con que consolarte puedas.
HERNANDO:
¿Qué dices? Mas Laura viene.
Retirate.
MANSILLA:
¿Para qué,
si te has de partir al punto
y la hermana del difunto
te adora?
HERNANDO:
Retiraté.
MANSILLA:
¿No sabe que soy tu paje?
HERNANDO:
Sí; pero maliciarán
los que aquí vienen y van
si contigo en este traje
me ven hablar; y no quiero
dar ocasion a malicias.
MANSILLA:
Pues prevénme las albricias
que cuando anochezca espero. Vase MANSILLA. Don HERNANDO lee la carta
HERNANDO:
"Llevó el cielo a vuestro primo Don
Jerónimo, con lastimoso sentimiento
de cuantos conocieron su agradable y
malograda juventud, sucediendo vos
en su mayorazgo, por cláusula que
excluye a las mujeres y llama al varón
más propincuo. Quisiera pagarle
el amor que me tuvo y consolar su
hermana, haciéndola esposa vuestra.
Su hermosura y mi gusto pienso que
os dispondrán a lo que os está tan
bien. Ella y yo os esperamos; y cuanto
más os detuviéredes, más sentiremos
la falta suya y vuestra ausencia.
El cielo os traiga con bien.
Málaga, y abril 14 de 1626 años.
--Vuestra madre, doña Ana de Zúñiga."
Sale LAURA, acabando de leer otra carta
LAURA:
"El cielo os me deje ver... y os prospere
muchos años. Vinaroz y marzo 29 de 1626.
--El conde Pompeyo, vuestro tio."
¡Don Hernando!
HERNANDO:
¡Laura mía!
LAURA:
¿Jardinero y con papeles?
HERNANDO:
El jardín, filosofía
de Amor, en estos planteles
me da lición cada día.
Letras estas flores son,
donde mi asistencia alcanza
paciencia en la dilación,
en el temor esperanza,
y paz en la confusión.
Este jardin es mi escuela
donde cursando desvela
el miedo imaginaciones;
sus lazos son mis renglones,
y en sus cláusulas revela
misterios mi amor. Sus hojas
dan materia a mis cuidados,
encendidos con las rojas,
si moradas, aliviados,
si leonadas son congojas.
Ya con las verdes espero;
con las azules me abraso,
con las amarillas muero,
casto con las blancas paso
y con las pardas me altero.
En las clicies me mejoro,
con las venus me enamoro,
presumo con los narcisos,
y hallando en todas avisos,
sufro, espero, temo y lloro.
LAURA:
Voluntad contemplativa
a sí misma se hará guerra.
Pero ¿cúya es la misiva?
HERNANDO:
Carta es, Laura, de mi tierra,
que quiere Amor que reciba
cuando vos del mismo modo
leyendo salís, en muestra
de que con vos me acomodo;
pues siendo, en fin, [maestra,]
manda que os imite en todo.
Pero en esa, prenda mía,
según mostráis alegría
repasando sus concetos,
os ponderarán discretos
al autor que los envía.
¿Mas que su ingenio aplaudís?
¿Mas que a su dueño estimáis?
¿Mas que su amor admitís?
¿Mas que por él me olvidáis?
¿A desdeñarme venís?
LAURA:
¿Mas que me habéis agraviado
en pedirme adelantado
los celos que estoy temiendo?
Que no entra en casa riñendo
quien no se siente culpado.
HERNANDO:
Troquémoslas pues.
LAURA:
En ésta
mostrar lo que os amo puedo,
pues no ha de tener respuesta. Truécanlas
HERNANDO:
Y en ésta, que aunque heredo
por ella, me es tan molesta
esa cláusula postrera
que a trueco de no cumplilla
por no perderos, perdiera
la corona de Castilla
cuando la del mundo fuera. HERNANDO lee recio, y LAURA para sí
HERNANDO:
"La perezosa tardanza de las galeras
de Nápoles, sobrina y señora mía me
ha detenido en Valencia dos meses y
medio. Ya, gracias a Dios, están en
Vinaroz, y yo embarcado en su Almiranta.
Llegó en ellas el conde Galeazo Malatesta,
primogénito de vuestro opositor, y
violento conde de vuestra Valencia del
Po. Visitóme, dándome parte de sus deseos,
que son reducir a paces amorosas pleitos
prolijos. Su presencia, edad, discreción,
y cortesia, además de ser vos prima hermana
suya, si he de hablar desapasionadamente,
le hacen más merecedor de esposo, que de
litigante vuestro. Propongo mi parecer; pero
subordinado a la discreta elección de vuestra
prudencia. El parte a veros con merecidas
esperanzas, y yo a mi gobierno. El cielo,
sobrina mía, os me deje ver sin pleitos y
con sosiego en vuestro estado; que si tomáis
mi consejo y es Galeazo vuestro esposo, no
tardará mucho, etc. --El conde Pompeyo,
vuestro tío."
LAURA:
De aquí, Hernando, por la cuenta
plácemes podré sacar,
que envidiosa os llegue a dar
de esta esposa y de esta renta.
Vuestra madre cuerda os llama;
ya os espera vuestra prima;
el mayorazgo es de estima,
y obligatoria la dama
por ser hermana del muerto,
madre la casamentera,
vos su deudo, y yo extranjera.
Aceptaréis el concierto.
Gocéisos, señor, mil años.
HERNANDO:
Para matarme, uno sobra.
Poned vos, Laura, por obra
consejos, cuando no engaños
de Pompeyo vuestro tío,
pues ya vuestro primo viene;
que quien tal padrino tiene,
vencerá el derecho mío.
Pleitos que son embarazo
de la hacienda y la quietud,
atajarlos es virtud;
y más, siendo Galeazo,
mozo gallardo, leído,
ilustre, discreto, amante,
vos su sangre, yo ignorante,
desdichado y presumido;
que quien jardines cultiva
donde malogra sudores
en yerbas que aunque dan flores,
de fruto el tiempo las priva,
cuando en estéril tributo
pague desvelos de amor,
llorará esperanza, flor
que nunca llegó a dar fruto.
¡Qué mal el gozo se esconde
que el corazón manifiesta!
Sale un CRIADO
CRIADO:
Galeazo Malatesta,
señora, a quien llama conde
la gente que le acompaña
entra a hablaros. Vase el CRIADO
HERNANDO:
Caminó
con alas que Amor le dio
y si vuela, no se engaña.
El mismo sería el correo
de esa carta precursora.
LAURA:
Retírate, Herrando, agora;
que pues con celos te veo.
Yo te confirmo en mi amante;
que los comprara te juro
por abonarte seguro,
temerosa no há un instante.
No receles, vuelve a verme;
que yo le despediré
brevemente.
HERNANDO:
Pues ¿podré,
hermosa Laura, atreverme
a ausentarme, si experiencia
qengo que ausencia y mujer...?
LAURA:
De un rato ¿qué hay que temer
HERNANDO:
Mucho; que, en fin, es ausencia.
LAURA:
Pues estáte aquí.
HERNANDO:
Sí haré;
que hermosura combatida,
a poca distancia olvida
y apetece lo que ve.
Salen TOMASA, de conde a lo gracioso, y como criados suyos, el CONDE y PETRONILA
TOMASA:
Selencia sea bien llegada.
Mande cubrirse 'selencia;
que ya milencia lo está.
Echóme el conde a galeras,
mi padre, porque llegase
a casarme con la priesa
que requiere esa hermosura,
porque es muy linda Selencia.
De Génova me sacó
la capitana o sargenta...
¿Fue sargenta o capitana?
Hola, don Gómez, ¿cuál era?
PETRONILA:
Sosiéguese vuesiría;
que esta turbado.
TOMASA:
Me prueba
la tierra; pero ya caigo.
Tengo la memoria tierna.
Vine en una galeaza,
que sería mi parienta
por lo Galeazo, en fin,
y pasando el golfo en ella,
comimos muy mal bizcocho.
Yo le prometo a 'selencia
que en esto del bizcochar,
son malas monjas galeras.
Desembarqué en Vino-arroz.
PETRONILA:
Vinaroz se llama.
TOMASA:
Bestia,
Vinaroz o Bindarraez,
¿qué importa mudar dos letras?
Tomamos postas allí;
que fue la invención más fiera.
Selencia ¿ha corrido postas? Hablan aparte el CONDE y doña PETRONILA
CONDE:
Don Gómez, ¿mas que nos echa
a perder este ignorante?
PETRONILA:
Dejalde decir simplezas;
que todo esto importa al caso.
vos veréis lo que aprovecha.
LAURA:
¿Qué conde o qué bernardina (-Aparte-)
es éste? ¡Cielos!)
HERNANDO:
(Ya alegran (-Aparte-)
desmayos mis esperanzas,
casi con recelos muertas.
¡Discreto competidor
nos viene!)
TOMASA:
Cincuenta leguas
en tres dias y a la posta,
postillas aposta engendran
en las partes posteriores;
que unas con otras apuestan
a hacer pistos o ser pastas
según blandas se me apestan.
En fin, ambos acerillos,
si no papandujas, brevas,
anoche al cantar los gallos,
llegaron cual digan dueñas;
y yo con la intercesión
del buen tío de 'selencia,
que se embarcó en mi lugar,
y con cartas me encomienda
a 'selencia, madrugamos
esta tarde; y no viniera
en verdad hasta mañana,
a no soñar en 'selencia
porque ya las dichas postas
pienso que anuncian viruelas
y están malas hacia abajo
con llamarme Malatesta.
LAURA:
Hiciera vueseñoria
una cosa muy discreta
en tardarse allá dos años...
digo, dos días. (Me pega (-Aparte-)
el mal de sus necedades,
y por necio, le hablo necia.
No sé lo que le responda.)
TOMASA:
Mis baules, que ya llegan,
a selencia le darán
dos celemines de perlas
medidas por estas manos.
LAURA:
La medida es como vuestra,
señor conde.
TOMASA:
Y pienso yo
que si se miran y piensan,
darán mucho que pensar
a pensamientos.
LAURA:
(¡Qué bestia! (-Aparte-)
¡Piensos todo y celemines!
Miren con quién me desea
casar el conde mi tío!
En verdad que salen ciertas
las partes de que le abona,
discreción, cara y presencia!
Debió de ser ironía.)
TOMASA:
Tráigola más una piedra,
para todo mal de hijada.
¡Cosa admirable! Selencia
¿es tocada de este achaque?
Hablan aparte el CONDE y doña PETRONILA
CONDE:
Don Gómez, vuestra condesa
está con razón corrida;
y puesto que os mira tierna,
señal de lo bien que os quiere,
siento mucho el ofenderla.
Saquemos de aquí este loco.
PETRONILA:
Callad, conde, y no os dé pena. A don HERNANDO
TOMASA:
¿Sois vos el que legumbriza
lo crítico de esta huerta?
HERNANDO:
Yo su jardinero soy.
TOMASA:
¿Hay noria?
HERNANDO:
Sin macho en ella;
mas ya no nos hace falta.
TOMASA:
Pues mirad. Aunque más vueltas
deis al rededor vos y él,
sabed que tengo experiencia;
que es necedad, porque saca
agua que para otros riega
y él, a escuras y sediento,
acaba donde comienza.
No seáis macho, no seáis macho.
Cogedme unas berengenas
que en Italia no se comen,
y vengo muerto por ellas.
Daréiselas a este paje. Señalando a doña PETRONILA
Miralde bien, y haced cuenta
Que es mi paje, y que mi paje
Basta que mi paje sea.
LAURA:
(Este hombre es loco, señores.) (-Aparte-) Sale MANSILLA
MANSILLA:
El marqués Octavio espera
que vuexcelencia le dé
lugar para entrar a verla.
TOMASA:
(¡Ah, traidor! Ya te cogí.) (-Aparte-) A MANSILLA
Esperáos; hola. ¿'Selencia
tiene este hombre en su servicio?
LAURA:
A casa acude.
TOMASA:
Pues venga
muchas veces a la mía.
Tomad aquesta cadena; Dásela
que os la doy porque sois cosa
de 'selencia la condesa.
MANSILLA:
Y déme a mí a pies juntillas
vuesiría, vuesa alteza,
celsitud, paternidad,
tú, vos, él, o reverencia,
el par sin par de esas patas.
TOMASA:
¿Llamáisos?
MANSILLA:
Mansilla.
TOMASA:
Oveja
golosa, y mansa, Mansilla,
mama a su madre y la ajena.
Algo me oleis a mamón.
Idme a ver cuando anochezca;
y vos, jardinero hermano,
siempre que mi paje os vea,
dadle gusto y regaladle,
y corra esto por mi cuenta.
Y pues la aguardan visitas,
quédese con Dios 'selencia
qe yo la veré mañana,
o esotro, o cuando Dios quiera. Vanse doña PETRONILA, el CONDE y TOMASA
LAURA:
¿Qué os parece el desposado,
Hernando?
Con ironía
HERNANDO:
Que en competencia
de tal gracia y discreción
ya los celos me hacen guerra.
LAURA:
¡No me la hicieran a mí
más los que de vuestra tierra,
con mayorazgos y primas,
os sacan de mi obediencia!
HERNANDO:
El alma sí, mi amor no.
Id, que el marqués os espera
y, ojalá, condesa mía,
que como el conde os parezca! Vase LAURA