La importancia de llamarse Ernesto: IV - I
(Gwendolen y Cecilia entran por detrás.)
Gwendolen: El hecho de que no nos hayan seguido de inmediato al jardín como hubiese hecho cualquier otro parece demostrar que aún les queda algún sentido de la vergüenza.
Cecilia: Han estado comiendo tostadas. Eso significa arrepentimiento.
Gwendolen: (Tras una pausa) Pero parece que no se dan cuenta de que estamos aquí. ¿Por qué no toses?
Cecilia: Es que no tengo tos.
Gwendolen: Nos están mirando. ¡Vaya descaro!
Cecilia: Se acercan. Eso sí que es atrevido.
Gwendolen: Guardemos un digno silencio.
Cecilia: Por supuesto. Ahora mismo es lo único que podemos hacer.
(Jack y Algernon se acercan silbando)
Gwendolen: Creo que éste digno silencio está provocando un efecto deplorable.
Cecilia: De lo más deplorable.
Gwendolen: Pero no seremos las primeras en hablar.
Cecilia: Desde luego que no.
Gwendolen: Mr. Worthing, tengo algo muy particular que preguntarle. Dependen muchas cosas de su respuesta.
Cecilia: Gwendolen tiene un invalorable sentido común. Mr. Moncrieff, tenga la bondad de contestarme esta pregunta: ¿Por qué pretendió ser el hermano de mi tutor?
Algernon: Sólo para tener ocasión de verla.
Cecilia: (A Gwendolen) Parece una explicación convincente, ¿no?
Gwendolen: Si te la crees, querida, sí.
Cecilia: No la creo. Pero eso no afecta a la maravillosa belleza de la respuesta.
Gwendolen: Es cierto. En asuntos de trascendental importancia, el estilo, y no la sinceridad, es vital. Mr. Worthing, ¿qué explicación puede ofrecerme para haber pretendido tener un hermano? ¿Será algo como que deseaba un pretexto para ir a la ciudad y verme lo más a menudo posible?
Jack: ¿Le cabe alguna duda, Miss Fairfax?
Gwendolen: Tengo serias dudas sobre el tema. Pero intento destruirlas. No es momento para escepticismos alemanes. (Se acerca a Cecilia.) Sus explicaciones parecen totalmente satisfactorias, en especial la de Mr. Worthing. Diría que lleva el sello de la verdad.
Cecilia: Yo estoy más que contenta con la que ha dicho Mr. Moncrieff. Su sola voz me inspira absoluta confianza.
Gwendolen: ¿Crees entonces que debemos perdonarlos?
Cecilia: Sí, lo creo.
Gwendolen: Es verdad. Yo ya he perdonado. Pero existen principios que no se pueden abandonar. ¿Cuál de nosotras les habla? No es una tarea agradable.
Cecilia: ¿Por qué no les hablamos las dos a la vez?
Gwendolen: ¡Excelente idea! Yo hablo siempre a la vez que los demás. ¿Quieres que marque el ritmo?
Cecilia: Por supuesto.
(Gwendolen marca el ritmo levantando un dedo.)
Gwendolen y Cecilia: (Hablando a la vez) Vuestros nombres de pila siguen siendo una infranqueable barrera. Eso es todo.
Jack y Algernon: (Hablando a la vez) ¿Nuestros nombres? ¿Eso es todo? Vamos a bautizarnos esta tarde.
Gwendolen: (A Jack) ¿Y estás dispuesto a hacer algo tan terrible por mí?
Jack: Lo estoy.
Gwendolen: ¡Qué absurdo es hablar de la igualdad de los sexos! En asuntos que atañen al autosacrificio, los hombres van infinitamente más lejos que nosotras.
Jack: Vamos. (Choca las manos con Algernon.)
Cecilia: Tienen momentos de arrojo físico que las mujeres desconocemos por completo.
Gwendolen: (A Jack) Querido.
Algernon:(A Cecilia) ¡Amor mío!
(Caen unas en brazos de otros. Entra Merriman y al ver la situación tose enérgicamente.)
Merriman: !Ejem! ¡Ejem! !Lady Bracknell!
Jack: ¡Dios santo!
(Entra Lady Bracknell. Las parejas se separan. Sale Merriman.)
Lady Bracknell: ¡Gwendolen! ¿Qué significa esto?
Gwendolen: Sencillamente que acabo de prometerme en matrimonio con Mr. Worthing, madre.
Lady Bracknell: Ven aquí y siéntate. Siéntate de inmediato. La duda, del tipo que sea, es signo de decadencia mental entre los jóvenes y de debilidad física entre los viejos. (Se vuelve hacia Jack.) Enterada, señor, de la súbita escapada de mi hija por una doncella de confianza, cuyas confidencias he tenido que conseguir con unas moneditas, la he seguido en un tren de mercancias. Su desdichado padre, me alegra decirlo, cree que asiste a una conferencia, bastante más larga de lo habitual, organizada por la junta de extensión universitaria, sobre la influencia de una renta fija en el pensamiento. No quiero decepcionarle, nunca lo hecho y lo considero un error. Desde luego entenderá que mi cualquier comunicación entre mi hija y usted ha de cesar de inmediato. Sobre este punto, como sobre cualquier otro, soy inflexible.
Jack: Me he comprometido a casarme con Gwendolen, Lady Bracknell.
Lady Bracknell: Eso no importa, señor. Y ahora vayamos con Algernon. ¡Algernon!
Algernon: ¿Sí, tía Augusta?
Lady Bracknell: ¿Puedo preguntarte si ésta es la casa en la que reside tu enfermizo amigo Bunbury.
Algernon: (Tartamudeando) ¡Oh! ¡No! Bunbury no vive aquí. Bunbury está ahora en no sé qué sitio. De hecho, Bunbury ha muerto.
Lady Bracknell: ¿Muerto? ¿Cuándo murió Mr. Bunbury? Ha debido de ser una muerte extremadamente repentina.
Algernon: (Como si tal cosa) ¡Oh! He matado a Bunbury esta tarde. Quiero decir, el pobre Bunbury ha muerto está tarde.
Lady Bracknell: ¿Y de qué ha muerto?
Algernon: ¿Bunbury? Oh, estalló por entero.
Lady Bracknell: ¿Estalló? ¿Ha sido víctima de un atentado revolucionario? No sabía que Mr. Bunbury estaba interesado en la legislación social. Si era así, su morbo ha sido bien castigado.
Algernon: Querida tía Augusta, quiero decir que lo encontraron fuera. Los doctores encontraron que Bunbury no podía vivir, y, por consiguiente, Bunbury ha muerto.
Lady Bracknell: Parece que tuvo mucha confianza en la opinión de sus médicos. Aún así, me alegra que se haya decidido a seguir la prescripción facultativa. Bueno, y ahora que por fin nos hemos desembarazado de ese Mr. Bunbury, ¿puedo preguntarle, Mr. Worthing, quién es esa personita cuya mano mantiene tomada mi sobrino Algernon, en mí opinión, de manera tan peculiarmente innecesaria?
Jack: Esa dama es Miss Cecilia Cardew, mi pupila.
(Lady Bracknell le hace un frío gesto a Cecilia.)
Algernon: Me he comprometido a casarme con Cecilia, tía Augusta.
Lady Bracknell: ¿Perdón?
Cecilia: Mr. Moncrieff y yo nos hemos prometido en matrimonio, Lady Bracknell.
Lady Bracknell: (Con un escalofrío llega al sofá y se sienta.) No sé qué debe de tener de peculiarmente excitante el aire de Hertfordshire, pero el número de compromisos que se realiza me parece muy considerablemente por encima de la media que proclaman las estadísticas. Creo que no estarían fuera de lugar algunas preguntas preliminares por mi parte. Mr. Worthing, ¿Miss Cardew tiene algo que ver con alguna de las estaciones londinenses de los ferrocarriles de largo recorrido? Sólo busco información. Hasta ayer ignoraba que hubiese familias o personas que descendiesen de una estación de tren.
(Jack se pone furioso, pero se controla y habla con voz clara y distante.)
Jack: Miss Cardew es nieta del difunto Mr. Thomas Cardew del 149 de Belgrave Square. Dueño de propiedades rurales en Corking y en Sporran, Fifeshire.
Lady Bracknell: Eso no suena mal. Tres direcciones inspiran confianza hasta a los tenderos. Pero, ¿qué prueba tengo yo de su veracidad?
Jack: Conservo cuidadosamente todos los documentos legales. Puede inspeccionarlos cuando quiera, Lady Bracknell.
Lady Bracknell: (Firmemente) Conozco extraños errores en documentos de ese tipo.
Jack: Los abogados de la familia de Miss Cardew son los señores Markby, Markby y Markby, de Londres. Estoy seguro de que estarán encantados de ofrecerle mayor información. Su horario de oficina es de diez a cuatro.
Lady Bracknell: ¿Markby, Markby y Markby? Una firma muy relevante en su profesión. Me han dicho inclusive que uno de esos Mr. Markby se deja ver, ocasionalmente, en comidas sociales. Hasta ahí me siento satisfecha.
Jack: (Muy molesto) ¡Muy amable de su parte, Lady Bracknell! Tengo también en mi poder, por si desea saberlo, la partida de nacimiento de Miss Cardew, la fe de bautismo y los certificados de vacuna contra la tosferina y el sarampión, e incluso la partida de confirmación, todos en su modalidad alemana e inglesa.
Lady Bracknell: ¡Vaya! Una vida llena de incidentes, según veo. Incluso demasiado excitante para una jovencita. No estoy a favor de la experiencias prematuras. (Se levanta y mira el reloj.) ¡Gwendolen! Se acerca la hora de irnos. No tenemos ni un instante que perder. Y aunque sea sólo un formulismo, Mr. Worthing, prefiero pregúntale si Miss Cardew posee algún capital.
Jack: ¡Oh! Unas ciento treinta mil libras en fondos del Tesoro. Es todo. Adiós, Lady Bracknell. Encantado de haberla visto.
Lady Bracknell: (Vuelve a sentarse.) Un momento, Mr. Worthing. ¡Ciento treinta mil libras! ¡Y en fondos del Tesoro! Ahora que la miro, Miss Cardew me parece una damita enormemente atractiva. Pocas muchachas tienen hoy día cualidades sólidas; ese tipo de cualidades que duran y mejoran con el tiempo. (A Cecilia) Acércate, querida. (Cecilia va hacia ella.) ¡Preciosa niña! Tu vestido es tristemente elemental, y el pelo tal y como la naturaleza lo dejó. Pero todo lo podemos cambiar enseguida. Una experimentada y razonable doncella francesa produce maravillosos resultados en muy poco tiempo. Me acuerdo que recomendé una a Lady Lancing, y en tres meses ni su propio marido la conocía.
Jack: Y después de seis meses no la conocía nadie.
Lady Bracknell: (Mira con furia a Jack unos momentos. Después se vuelve a Cecilia con estudiada sonrisa.) Ten la bondad de darte la vuelta, encantadora muchachita. (Cecilia da un giro completo.) No, lo que quiero es ver el perfil. (Cecilia se pone de perfil.) Sí, absolutamente como esperaba. En tu perfil hay posibilidades de distinción social. Los dos puntos flacos de nuestra época son la falta de principios y la falta de perfil. Levanta la barbilla un poco más, querida. El estilo depende en gran medida de cómo se lleva la barbilla. Ahora mismo la barbilla se lleva muy levantada. ¡Algernon!
Algernon: ¿Sí, tía Augusta?
Lady Bracknell: En el perfil de Miss Cardew hay posibilidades ciertas de distinción social.
Algernon: Cecilia es la muchacha más dulce, más agradable y más linda del mundo entero, y las posibilidades de distinción social me importan un comino.
Lady Bracknell: Nunca hables irrespetuosamente de la sociedad, Algernon. Sólo la gente que no puede pertenecer a ella lo hace. (A Cecilia) Querida niña, sabrás que Algernon no tiene más que deudas. Pero no apruebo los matrimonios mercenarios. Cuando me casé con Lord Bracknell no tenía fortuna de ninguna clase, pero ni en sueños permití que eso se interpusiese en mi camino. Bien, supongo que debo dar mi consentimiento.
Algernon: Gracias, tía Augusta.
Lady Bracknell: ¡Cecilia, puedes darme un beso!
Cecilia: (La besa.) Gracias, Lady Bracknell.
Lady Bracknell: En el futuro puedes llamarme tía Augusta.
Cecilia: Gracias, tía Augusta.
Lady Bracknell: Creo que el matrimonio debería celebrarse cuanto antes.
Algernon: Gracias, tía Augusta.
Cecilia: Gracias, tía Augusta.
Lady Bracknell: Para ser franca, no apruebo los noviazgos largos. Dan la posibilidad de que uno descubra el carácter del otro antes del matrimonio, lo que nunca es conveniente.
Jack: Disculpe que la interrumpa, Lady Bracknell, pero esa relación no podrá llevarse a cabo. Soy el tutor de Miss Cardew, y, hasta que no sea mayor de edad, no puede casarse sin mi consentimiento. Consentimiento que me niego a otorgar.
Lady Bracknell: ¿Puedo preguntar con qué fundamentos? Algernon es un joven absolutamente, diría yo que ostentosamente, adecuado. No tiene nada, pero luce mucho. ¿Qué más se puede pedir?
Jack: Siento mucho tener que hablarle con franqueza, Lady Bracknell, pero el hecho es que no apruebo el carácter moral de su sobrino. Mucho sospecho que sea un mentiroso.
(Algernon y Cecilia lo miran sorprendidos e indignados.)
Lady Bracknell: ¿Mentiroso? ¿Mi sobrino Algernon? Imposible, estudio en Oxford.
Jack: Me temo que no caben dudas sobre el asunto. Esta tarde durante mi ausencia temporal en Londres por un importante asunto de novela, logró ser admitido en mi casa con la falsa pretensión de ser mi hermano. Bajo nombre falso, según acaba de informarme el mayordomo, se ha bebido casi una botella entera de Perrier Janet, Brut 89, un vino que guardaba para mí mismo. Continuando su desdichada impostura, a lo largo de la tarde, ha logrado alienarme el afecto de mi única pupila. Seguidamente se ha quedado a tomar el té y se ha engullido cada una de mis tostadas. Pero lo que hace su conducta más infame es que sabía desde el principio que no tengo ningún hermano, nunca lo he tenido ni tengo intención de tener hermano de ningún tipo. Ayer por la tarde se lo dije con absoluta claridad.
Cecilia: Pero, querido tío Jack, durante el último año nos has dicho a todos que tenías un hermano. Continuamente te explayabas en el tema. Algy no ha hecho más que corroborar tu aserto. Ha sido muy noble por su parte.
Jack: Perdóname, Cecilia, eres muy joven aún para entender estos asuntos. Inventarse algo es un acto de puro genio, y, en una época tan mercantil como la nuestra, requiere de un considerable esfuerzo físico. Entre nuestros modernos novelistas muy pocos se atreven a inventar algo, así sólo sea una cosa. Es un secreto a voces que ignoran cómo hacerlo. De otro modo, corroborar una falsedad es otra acción muy cobarde. Sé, claro está, que los periódicos lo hacen a diario, pero no lo debe hacer un caballero. Un caballero nunca debe corroborar nada.
Algernon: (Furioso) ¡Eres un cínico, Jack!
Lady Bracknell: ¡Ejem! Mr. Worthing, tras una cuidadosa reflexión he decidido no hacer ningún caso de la conducta de mi sobrina para con usted.
Jack: Es usted muy generosa, Lady Bracknell. Mi decisión, sin embargo, es inalterable. No daré mi consentimiento.
Lady Bracknell: (A Cecilia) Ven aquí, querida. (Cecilia va.) ¿Cuántos años tienes, tesoro?
Cecilia: Bueno, realmente sólo tengo dieciocho, pero cuando voy a alguna velada digo que tengo veinte.
Lady Bracknell: Haces perfectamente bien en realizar correcciones. Además, ninguna mujer puede estar muy segura sobre sus años. Parecería muy calculador... (Con actitud meditativa) Dieciocho, pero declarando veinte en las veladas. Bueno, no falta mucho para que quedes libre de restricciones de la tutela. Así es que, después de todo, el consentimiento de tu tutor no tiene mucha importancia.
Jack: Le ruego me excuse por interrumpirla otra vez, Lady Bracknell, pero me parece oportuno decirle que de acuerdo con los términos del testamento de su abuelo, Miss Cardew no alcanzará la mayoría de edad hasta los treinta y cinco.
Lady Bracknell: No me parece una objeción grave. Treinta y cinco es una edad muy atractiva. La sociedad londinense está llena de mujeres de muy alta condición que, libremente, han decidido quedarse en los treinta y cinco. Lady Dumbleton, por ejemplo. Hasta donde sé, tiene treinta y cinco desde que cumplió cuarenta, lo que ocurrió hace mucho. No veo por qué la querida Cecilia estará menos atractiva a esa edad de lo que está ahora. Será una larga acumulación de bienes.
Cecilia: (A Jack) ¿Estás totalmente seguro de que no me puedo casar sin tu consentimiento hasta tener treinta y cinco?
Jack: Tal es la sabia decisión del testamento de tu abuelo, Cecilia. Indudablemente previó la clase de dificultades que podrían ocurrir.
Cecilia: El abuelito debió de tener una imaginación fantástica. Algy, ¿podrías esperarme hasta que cumpla los treinta y cinco? No te apresures a contestar. Es un asunto muy serio, buena parte de mi felicidad futura, y de la tuya, depende de esa respuesta.
Algernon: Claro que puedo Cecilia. ¿Cómo puedes hacerme esa pregunta? Sabes que puedo esperarte siempre.
Cecilia: Sí, lo sé instintivamente, pero yo no puedo esperar tanto tiempo. Odio esperar a alguien incluso cinco minutos. Me pone de muy mal humor. Yo misma no soy puntual, lo sé, pero me gusta la puntualidad en los demás, y esperar, incluso para casarme, me parece fuera de propósito.
Algernon: Entonces, Cecilia, ¿qué se puede hacer?
Cecilia: No lo sé, Mr. Moncrieff.
Lady Bracknell: Mi querido Mr. Worthing, ya que Cecilia ha expresado tan claramente que no puede esperar hasta los treinta y cinco años, una afirmación que no deja de parecerme la expresión de un temperamento algo impaciente, le rogaría que reconsiderara su decisión.
Jack: Pero, mi querida Lady Bracknell, el asunto está en sus manos. En el momento en que usted consienta mi matrimonio con Gwendolen, estaré encantado de permitir que su sobrino se case con mi pupila.
Lady Bracknell: (Se levanta y adopta un aire altivo. ) Debería haberse enterado ya de que su propuesta es por completo improcedente.
Jack: Entonces lo único que nos cabe esperar para el futuro es un celibato apasionado.
Lady Bracknell: No es ése el destino que preparo para Gwendolen. Algernon, por supuesto, puede elegir por sí mismo. (Saca su reloj.) Vamos, querida. (Gwendolen se levanta.) Ya hemos perdido seis trenes, si perdemos uno más nos expondremos a malévolos comentarios en el andén.