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La mujer del porvenir: 11

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La mujer del porvenir
de Concepción Arenal
Capítulo X: ¿Hay incompatibilidad entre el cultivo de la inteligencia y los quehaceres domésticos?


Dado que la mujer tiene inteligencia y necesidades físicas, no puede haber incompatibilidad esencial entre el cultivo de esa inteligencia y el cuidado de las atenciones materiales de la vida; de otro modo, Dios habría establecido, en lugar de la armonía, el antagonismo y la lucha donde es necesaria la paz. Las ocupaciones y cuidados de la vida física, un trabajo manual, lejos de perjudicar, pueden servir de descanso a los del espíritu. Cuando todas las horas del día y parte de las de la noche se empleen en trabajos materiales, será difícil que la mujer, lo mismo que el hombre, se dedique a ejercitar mucho el entendimiento: habrá, pues, imposibilidad material, común a los dos sexos: no incompatibilidad entre ocupaciones de un orden diverso.

Creemos que en todas las clases se podía y se debía dar alimento al espíritu; creemos que en todas se podía y se debía hallar tiempo para pulir los gustos groseros, elevar los sentimientos, rectificar los errores, enseñar las verdades necesarias y elevar el alma del trabajador, redimiéndola de la esclavitud en que ahora gime. Grave cuestión es ésta, que no puede tratarse incidentalmente, y sólo hablaremos de aquellas clases que tienen hoy tiempo para educarse.

Las niñas, por regla general, más precoces y más dóciles que los niños, ¿qué hacen desde que son susceptibles de recibir instrucción hasta que se casan? Aprender a leer, escribir y contar mal o bien, y lo que se llaman las labores propias del sexo: costura, bordado, más o menos primoroso, y cuya utilidad consiste en gastar algún dinero en sedas y en estambres, y mucha vista para contar hilos y combinar colores. Si la educación es esmerada, se agrega un poco de geografía, historia y música; en algunos casos, dibujo y francés: entonces son ya jóvenes instruidas. Por regla general todo esto se aprende con poca formalidad, sin tomarse el trabajo constante, necesario para saber bien una cosa, y sin la idea de que pueda servir para algo útil y positivo: la joven no trata de adquirir conocimientos, sino habilidades. Generalmente las olvida cuando se casa, es decir, que ha gastado muchos años de su niñez y juventud y algún dinero, a veces bastante, para aprender lo que primero no le sirve de nada, y después olvida. Como no se ocupa formalmente, se aburre y lee novelas, muchísimas novelas, con las que completa su educación intelectual.

Así despilfarra la joven los primeros y mejores años de su vida, sin hacer nada útil, ni tratar de nada formal, ni pensar en nada grave. Así tiene la veleidad y la ligereza propias del que no se emplea en nada serio; así adquiere hábitos de holganza intelectual, que la imposibilitarán toda la vida para los trabajos del espíritu, que exigen mucho esfuerzo y perseverancia; así, no pudiendo ser para ella la vida una ocupación, quiere convertirla en un entretenimiento.

Se dirá: la joven aprende a gobernar la casa, que es lo que importa. No creemos que sepa gobernar la casa quien no sabe gobernarse a sí misma, y aunque el gobierno de la casa se limitara al papel de ama de llaves, dudamos que le desempeñase bien. Es muy común en las jóvenes bien educadas y llenas de habilidades, no saber coser bien un punto a una media, ni hacer un zurcido, ni echar una pieza, y, lo que es peor, difícilmente tendrá espíritu de orden quien tiene poca fijeza en sus ideas y base poco estable para sus juicios.

Pero supongamos que la joven tiene buen juicio, y mucho instinto del bien, y bastante conocimiento práctico de las cosas materiales, y hábitos de orden y economía. El gobierno de la casa, ¿absorberá toda su existencia? Soltera en casa de su padre, casada en la suya, ¿no le quedará tiempo para ningún otro trabajo?

La dificultad y el mérito del gobierno de la casa se han exagerado mucho, y no podía menos de suceder así. Los hombres no entienden de eso y creen que es cosa ardua, como las mujeres se figuran que es muy difícil el más sencillo trabajo intelectual. Además, la mujer exagera la dificultad de los cuidados domésticos por la natural propensión a exagerar la importancia de lo que constituye la única ocupación de la vida, y porque si el gobierno de la casa no es un problema muy difícil, no ha de ser tan grande el mérito de quien le resuelve.

Las grandes señoras y las señoras ricas no gobiernan su casa, ni aun suelen dirigirla. Semejante ocupación es para las mujeres de la clase media y las pobres; éstas trabajan muchas horas del día y de la noche para ganar pan, y les quedan pocas horas para el gobierno de la casa.

La costura llevaba antes mucho tiempo, malgastando en ella no poco las mujeres hacendosas. No era, ni es raro, ver cómo se gastan muchas horas o muchos días en coser una pieza de ropa vieja, que se rompe a la primera lavadura, cuando el valor del tiempo, aun tan mal pagado como se paga el de las mujeres, bastaba para comprar nueva aquella prenda. Entre no componer la ropa usada y empeñarse en coserla cuando ya no vale el tiempo que cuesta, hay un medio, y ateniéndose a él, y con las máquinas, la mujer más hacendosa no necesita dedicar, en general, mucho tiempo a la costura, aun suponiendo que no tenga quien la auxilie.

El cuidado de la despensa y la vigilancia de la cocina no exigen tampoco tanto tiempo, que a una mujer que madruga y sabe aprovecharle, no le queden algunas horas, o muchas, según las circunstancias de su familia, para dedicarse a trabajos útiles, mentales o materiales, según su disposición o su gusto.

Hablamos por experiencia propia y ajena; conocemos mujeres que, sin descuidar sus deberes domésticos, hallan tiempo que dedicar a trabajos mentales, a buenas obras, o a uno y otro. Para que la mujer tenga tiempo para todo, no se necesita más que fortificar su juicio, a fin de que no le pierda de mil maneras, salvo cuando tenga muchos hijos pequeños y nadie que le ayude (lo que quiere tomarse como regia, y es la excepción), o mediando alguna otra circunstancia fuera de lo ordinario, en los demás casos la mujer tiene tiempo para instruirse y utilizar su instrucción en provecho suyo y de su familia.

Todo esto que vamos diciendo podrá parecer absurdo, pero es exacto, y cualquiera que observe en el hogar doméstico a las mujeres de la clase media se convencerá de que si para dedicarse a algo útil, después de atender al gobierno de la casa, les falta tiempo, es porque le malgastan. El modo de emplearle bien es una de las primeras cosas que deberían aprender. La educación de las mujeres hasta aquí podría llamarse, sin mucha violencia, Arte de perder el tiempo.