La ninfa del cieloLa ninfa del cieloTirso de MolinaActo II
Acto II
Salen CARLOS y la duquesa DIANA
DIANA:
¡Tristeza sin ocasión!
Llámela vueseñoría
natural melancolía.
CARLOS:
Duquesa, tenéis razón;
triste sin causa me siento.
DIANA:
¿Cuándo vos serlo soléis,
si no es, duque, que lo estéis
de algún nuevo pensamiento?
Siempre la melancolía
es efeto natural,
y desde el principio mal
que con la sangre se cría.
Ésta es imaginación,
no propia naturaleza;
Llamadla, duque, tristeza
que habrá tenido ocasión.
CARLOS:
Tristeza o melancolía,
yo estoy sin gusto.
DIANA:
Será
de alguno nuevo.
CARLOS:
Ya está
cansada vueseñoría.
Vase CARLOS
DIANA:
La que llega a cansar a su marido
no ha menester en las celosas flechas
averiguar testigos de sospechas,
ni hacer linces los ojos ni el oído.
Ni importará sacar contra su olvido
de Amor las paces una vez deshechas,
con suspiros, con lágrimas y endechas,
agua del alma y fuego del sentido.
Excusar de él querellas me parece;
haga su curso Amor, que es apetito,
y aquello que le privan apetece,
que si estrecharle a celos solicito
es prisión en que más se ensoberbece,
y añadirá a un delito otro delito.
Sale ROBERTO
ROBERTO:
Aquí la duquesa está.
Siempre que por no encontrarla
determino barajarla
más veces la encuentro.
DIANA:
Ya
viene en su busca Roberto,
y de encontrarme le pesa;
ROBERTO:
Ya me [ha] visto la duquesa.
DIANA:
(¿Habrán hecho algún concierto (-Aparte-)
para sus melancolías?)
ROBERTO:
¿No estaba, señora, aquí
el duque, mi señor?
DIANA:
Sí,
Roberto. ¿Qué le querías?
ROBERTO:
Yo, servir a su excelencia;
llamóme, y vine a buscarle.
DIANA:
¿Adónde quieres llevarle?
¿Hay nueva dama en Cosencia?
¿Ha venido fruta nueva
a la corte a que llevar
al duque, que en el lugar
antes que nadie la prueba?
¿Tráesle recado o papel
de alguna impresa que alcanzas?
¿Hay ya nuevas esperanzas?
¿Muéstrase menos crüel?
¿Dice que hablará esta noche
al duque, cuando dormido
esté el padre o el marido?
¿Quiere joyas, pide coche?
¿Qué tenemos?
ROBERTO:
Vueselencia
hacerme merced solía.
DIANA:
¡Qué gentil hipocresía!
Ya me falta la paciencia.
¿Qué merced os he de hacer,
si sé que sois su alcahuete?
ROBERTO:
Que a vueselencia respete
siempre forzoso ha de ser;
pero miente el lisonjero,
vueselencia me perdone,
que de envidia mal me pone
con quien agradar espero
más que al duque mi señor,
porque ven que en su privanza
tanto mi ventura alcanza.
Antigua plaga y rigor
de criados a señores,
que en viendo alguna ocasión,
como no los oigan, son
lisonjeros y habladores.
No tienen penas pequeñas,
por los chismes que engendraron,
los primeros que inventaron
los escuderos y dueñas.
¡Mal haya tan mala gente,
aunque entre con ellos yo!
DIANA:
¿Cuándo, Roberto, se vio
condenarse el delincuente
sino es dándole tormento?
ROBERTO:
Esos músicos cobardes
hacen en palacio alardes,
sin él, de culpas de viento.
DIANA:
Roberto, lo que yo veo
no lo he menester oir.
ROBERTO:
¿Qué es lo que quiere decir
vuecelencia?
DIANA:
Que deseo
que al duque no divertáis;
que sé que os sirve la caza
de estratagema y de traza
para lo que deseáis,
y que sabéis, con achaque
de socorrer un neblí,
perderos los dos, y ansí,
sin que otro ninguno os saque
de rastro en más de seis días
donde más gusto tenéis,
libres os entretenéis
a costa de penas mías.
Esto y otras cosas sé,
aquí y fuera del lugar,
que se pueden remediar,
o yo las remediaré.
ROBERTO:
Mire vueselencia bien
que me está tratando mal;
que al duque le soy leal
y a vueselencia también;
que más que a mí no es razón
dar crédito a aduladores;
mas ya es plaga en los señores
la primera información.
DIANA:
Esto sé de cierta ciencia.
Procurad vos que se impida,
que os haré quitar la vida
por vida de su excelencia.
Vase la duquesa DIANA
ROBERTO:
¡Oh, palacio cruel, casa encantada,
laberinto de engaños y de antojos,
adonde todo es lengua, todo es ojos;
cualquier cosa es mucho y todo es nada.
Galera donde rema gente honrada
y anda la envidia en vela haciendo enojos;
hospital de incurables, que a hombres cojos
das siempre una esperanza por posada.
Calma del tiempo, sueño de los días;
pues son viento las pagas de tus gajes;
vano manjar de camaleones buches.
Sean tus escuderos chirimías;
órganos tus lacayos y tus pajes;
tus dueñas y doncellas sacabuches.
Sale CARLOS
CARLOS:
Pues, Roberto, ¿dónde vas?
ROBERTO:
A pedirle a vueselencia,
para dejarle, licencia.
CARLOS:
¿Qué dices?
ROBERTO:
No pienso más
servirle en toda mi vida.
Más quiero estarme en mi casa
que aguardar la dicha escasa
de una esperanza perdida.
No lo pasaré muy bien;
mas con mi pobre caudal
vendré a hallarme en menos mal
y más dichoso también,
que me basta el no servir
y la quietud por riqueza.
CARLOS:
Vaguidos traes de cabeza;
gana me das de reír,
y en el estado en que estoy
no es pequeña maravilla.
ROBERTO:
Rico con una escudilla
como el filósofo voy,
que le pareció después
que le sobraba advirtiendo
uno que estaba bebiendo
con la mano.
CARLOS:
No me des
más pesadumbres, Roberto,
pues sabes que nadie alcanza
conmigo mayor privanza.
ROBERTO:
Que me haces mercedes, cierto;
pero es con grande embarazo,
que quien sirve a señor ya
casado es como el que está
malo del hígado y bazo;
que lo que aprovecha al uno
suele hacer al otro daño.
CARLOS:
Ha sido el ejemplo extraño.
ROBERTO:
Pues yo no seré importuno
en aplicar el ejemplo.
CARLOS:
Ya estoy aguardando, di.
ROBERTO:
En mi señora y en ti
bazo e hígado contemplo.
Tú eres el hígado, y ella
ha de ser por fuerza el bazo;
remedios de agrado trazo
ayudado de mi estrella,
de entretener y servirte,
y el bazo, que es mi señora,
sospechas y celos llora
de agradarte y divertirte;
y si dejándote a ti,
al bazo quiero agradar
con pretenderle llevar
chismes de aquí para allí,
luego el hígado está malo
y anda en mudanzas de luna
el hombre en baja fortuna,
aquí el mando y allí el palo.
Ya el bazo mucho se enfría,
ya el hígado se calienta,
ya la opilación se aumenta,
ya se engendra hidropesía;
uno es flaco y otro es fuerte,
y ambos a dos embarazo,
y ando con hígado y bazo
entre la vida y la muerte.
CARLOS:
¿Qué es lo que te ha sucedido
de nuevo?
ROBERTO:
Llamóme agora
alcahuete, mi señora;
dándome de prometido,
por lo menos de la vida,
tan escasas esperanzas,
que me estorban tus privanzas.
CARLOS:
De celos está perdida.
ROBERTO:
Pues ¿hay novedad agora
con repentina afición?
CARLOS:
Memorias pasadas son
que el alma por sueños llora.
ROBERTO:
¿Cómo memorias pasadas?
CARLOS:
Ninfa me tiene sin mí.
ROBERTO:
¿Con eso sales aquí?
CARLOS:
Pienso que fueron soñadas
las glorias que gocé entonces,
y envidio, Roberto, agora,
pues su ausencia me enamora.
ROBERTO:
La afición tienes de gonces,
que la vuelves a mil partes.
Arpón de amor te has tornado;
no te entenderá un tejado.
CARLOS:
Tiene Amor extrañas artes,
Roberto, de perseguir
al que de él piensa que sale
libre cuando al viento iguale
y ufano piensa vivir.
Después que llegué a Cosencia,
Roberto, con las memorias
de tantas sonadas glorias
pierdo el seso y la paciencia;
que el ausencia las más veces
acrecienta la pasión
y despierta el afición.
ROBERTO:
De más colores pareces
que el arco que pinta el cielo.
CARLOS:
El Amor me ha condenado
la ingratitud en cuidado
y la mudanza en recelo;
loco estoy, Ninfa me abrasa;
¿qué haré, Roberto?
ROBERTO:
No sé,
que al bazo dañar podré.
CARLOS:
Eso de límite pasa.
Deja necedades ya,
acude al remedio mío.
ROBERTO:
Por fuerza habrá de ser frío
para el calor con que está,
del hígado vuecelencia,
olvidos son menester.
CARLOS:
Esos ¿cómo pueden ser
si más me abraso en su ausencia?
ROBERTO:
Pues al remedio acudamos
del clavo que uno a otro saca.
CARLOS:
Ésa no es buena triaca
para mi veneno.
ROBERTO:
Vamos
a verla.
CARLOS:
Ése es el mejor.
ROBERTO:
Cuando es tan grave dolencia
aplica al dolor de ausencia
ungüento de ojos, Amor.
Mas ¿con qué traza ha de ser
si mi señora por traza,
ha condenado la caza
con que la pudieras ver
a costa de otro neblí,
puesto que así no podías
gastar allá muchos días?
CARLOS:
Pues ello ha de ser ansí.
Yo he de fingir que he tenido
del rey mañana una carta
en que me manda que parta
a Nápoles. Advertido
que con diligencia sea,
que en la corte mi persona
a cosas que a la corona
son importantes, desea,
y así con pocos criados,
y por la posta, saldré
de Cosencia, y fin daré
con Ninfa a tantos cuidados,
que ya me tienen a pique
de morir; y claro está
que a mis disculpas dará
crédito que certifique
la fineza de mi amor.
ROBERTO:
¿Piensas hablarla verdad
en lo que a tu calidad
toca?
CARLOS:
Ya fuera rigor,
Roberto, el fingido trato.
ROBERTO:
¿Y el casamiento?
CARLOS:
No sé.
Vamos, que yo trataré
como no parezca ingrato
y estará toda sospecha
segura con lo que trazo.
ROBERTO:
(¡Plega a Dios no dañe al bazo Aparte
lo que al hígado aprovecha!)
Vanse.
Salen por el monte abajo,
ALEJANDRO y CÉSAR, de salteadores,
y todos los que puedan, y NINFA
detrás con bastón y de bandolero
NINFA:
Éste es buen puesto por hoy.
En los que he mandado estén
esos soldados con quien
dando guerra a Italia estoy
y al mundo; que aunque la humana
sangre toda de él vertiera,
satisfecha no estuviera
mi hidrópica sed tirana;
y siendo eterna homicida,
no tendrá con la que vierte
mayor amigo la muerte,
mayor contrario la vida.
Que con la fiereza extraña
que al paso esperando estoy
un risco, un escollo soy
de aquel mar, de esta montaña;
tanto, que llego a temer
que han de venirme a faltar
vidas que poder quitar,
muertes que poder hacer;
y de mi cólera fiera
pienso, de crueldad armada,
que no he de quedar vengada
cuando todo el mundo muera.
ALEJANDRO:
Quien mira tu gentileza
publica, Ninfa, que bajas
a matar con dos ventajas:
de hermosura y fortaleza;
que dando a los enemigos
muerte fiera con tus manos,
con tus ojos soberanos,
no perdonas los amigos.
Mira, si a todos maltratas,
de qué modo han de seguirte
los que vienen a servirte,
si de guerra y de paz matas.
Todos tus armas tememos,
porque vienen más armados
tus ojos que tus soldados;
pero ya que no podemos
escapar de ser despojos
de tu valor invencible,
enséñanos, si es posible,
a defender de tus ojos.
NINFA:
Alejandro, yo te he hecho,
a ti y a César, mi honor
fiando y viendo el valor
del uno y el otro pecho,
capitanes de quinientos
hombres que se me han llegado,
escogiendo por sagrado
de sus vivos pensamientos
esta montaña en que estoy
del real camino y playa
más vigilante atalaya,
donde en mi venganza soy
un esfinge cada día
dando, despeñando, muerte
a cuantos su corta suerte
y dichosa suerte mía
traen a morir a mis manos;
y lo mismo te prometo
si me pierdes el respeto
--¡por los cielos soberanos!--
porque no estoy con los hombres
tan bien que he de perdonarlos.
Pues ves que salgo a matarlos
aborresciendo sus nombres,
tus locos atrevimientos
puedes desde hoy refrenar,
porque sabré castigar
palabras y pensamientos.
ALEJANDRO:
Perdona si te ofendieron,
que a tu valor no vencido
atrevimientos no han sido;
alabanzas solas fueron
que yo estimo...
NINFA:
No es materia
para hablar en ello más.
ALEJANDRO:
Con razón airada estás.
CÉSAR:
Hoy por fuerza de la feria
de Salerno han de pasar
percachos y mercaderes.
NINFA:
No ofendáis a las mujeres;
los hombres podéis matar,
robándoles cuanto llevan,
que yo solamente quiero
las vidas. Tomá el dinero
vosotros y no se atrevan
a hacer ofensa a ninguna
mujer, porque colgaré
a quien gusto no me dé.
Toda la mala fortuna
corran los hombres, que son
los que me ofenden no más,
y escarmiente a los demás
mi fiera satisfacción.
CÉSAR:
De diferentes cabezas
tienes llenos estos tejos,
que parecen desde lejos
fruta que dan sus malezas,
sin las que ha tragado el mar.
NINFA:
¿A cuántos di muerte ayer?
CÉSAR:
Noventa deben de ser.
NINFA:
¡Qué, no pudieron llegar
a ciento! Corta tarea;
yo la llenaré otra vez,
que hoy han de ser ciento y diez.
ALEJANDRO:
No hay quien de una mujer crea
extremo tan inhumano.
Dice dentro una MUJER, lastimosa
MUJER:
¡Justicia, cielos, os pido!
NINFA:
A ver qué es ese ruido;
id luego y no será en vano,
que parecen de mujer
estas quejas.
ALEJANDRO:
Los dos vamos
a servirte.
CÉSAR:
Entre estos ramos
sin duda deben de ser.
NINFA:
Si es mujer no permitáis
que la ofendan.
ALEJANDRO:
Será ansí
como lo mandas.
NINFA:
O aquí
donde estoy y donde estáis
colgaré al que la ofendiere
de un roble.
ALEJANDRO:
¡Justo rigor!
NINFA:
Y lo demás no es valor,
sino vileza.
Vanse ALEJANDRO y CÉSAR,
Sale POMPEYO
POMPEYO:
Si fuere
tan dichoso que a mi intento
corresponda mi crueldad,
hoy gozo la libertad
sobre las alas del viento.
NINFA:
¿Dónde vas, hombre?
POMPEYO:
A buscarte,
si eres, Ninfa, la condesa.
NINFA:
Aunque ser quien soy me pesa,
quién soy no puedo negarte.
¿Qué quieres?
POMPEYO:
Como he sabido
que, ofendida y agraviada,
con la pistola y la espada
rayo de Calabria has sido
y que en ella son tus hombres,
Ninfa, monstruo del Amor,
condesa de Valdeflor
y enemiga de los hombres,
y que en Calabria has juntado
todos los más animosos
valientes y sediciosds,
yo, a tu valor inclinado
y a este famoso ejercicio
con que matas tantos hombres
de tan diferentes nombres,
porque agradarte codicio
y servirte juntamente,
colgada dejo de un roble
a mi mujer, que aunque es noble,
discreta, cuerda y prudente,
es propia mujer, en fin,
que le basta por delito,
y al viento en tu busca imito.
NINFA:
Ha sido para tu fin;
que yo no amparo crueldad
contra mujer, que ésa es sola
la impresa que sigo. ¡Hola!
De ese roble le colgad
adonde le puedan ver,
y la misma muerte siga
con un letrero que diga,
"Por traidor, a una mujer."
POMPEYO:
¡Señora!
NINFA:
Llevadle.
POMPEYO:
El cielo
me castiga justamente.
Salen ALEJANDRO y CÉSAR,
sacan a la MUJER
ALEJANDRO:
Ésta es la mujer.
NINFA:
Detente.
MUJER:
Mayor desdicha recelo.
NINFA:
¿No la dejaste colgada?
ALEJANDRO:
Con las espadas cortamos
el cordel cuando llegamos.
NINFA:
La intención ejecutada
merece el propio castigo
a su pensamiento doble;
colgadle del mismo roble.
MUJER:
Señora, aunque es mi enemigo,
es mi marido en efeto.
No le matéis.
NINFA:
¿Qué mujer
llegar pudo aborrecer
cuando tuvo amor perfeto?
Mi ejemplo he mirado en ti;
levanta, mujer, no muera,
y será la vez primera
que hombre he perdonado aquí;
y agradezca que ha traído
por padrino a una mujer,
que con mirarse ofender
a ser su vida ha venido,
que no se escapara ansí.
POMPEYO:
Beso tus pies, que yo voy
arrepentido y no estoy,
después que te miro en mí,
que te pintaban más fiera
de lo que señales das.
NINFA:
Soylo con hombres no más
hasta que un ingrato muera.
Tú te quedarás conmigo
agora, y a tu mujer
podrán saldados volver
a su lugar.
POMPEYO:
Pues contigo
seré un Pompeyo, que así
es mi nombre.
NINFA:
¿De adónde eres?
POMPEYO:
De Casano.
NINFA:
Si no fueres
hombre de importancia, aquí
no te faltara castigo
como al que a infamias se atreve
y no es bien consigo lleve
tu mujer a su enemigo.
MUJER:
Como muerte no le des,
hácesme muchas mercedes.
NINFA:
Partirte a Casano puedes
luego.
MUJER:
Bésote los pies.
NINFA:
Una escuadra de soldados
haced que baje con ella,
porque no pueda ofendella
nadie.
ALEJANDRO:
Ya están aprestados.
MUJER:
Dete la Fortuna el bien
que darte, señora, puede.
POMPEYO:
Como yo sin ella quede
viva mil siglos, amén.
Llevan la MUJER.
Sacan un CORREO
con una maleta con cartas
CÉSAR:
Entra, borracho.
NINFA:
¿Qué es eso?
CORREO:
Mi mala suerte.
CÉSAR:
Un correo.
NINFA:
Días ha que le deseo.
CÉSAR:
Lleva la maleta peso.
CORREO:
Todas son cartas.
NINFA:
Tú llevas
famosa mercadería
pues vas la noche y el día
de papel cargado y nuevas.
¿De dónde vienes?
CORREO:
Señora:
de Nápoles.
NINFA:
¿Qué se dice
allá de mí?
CORREO:
Apenas hice
venta en Nápoles un hora
cuando me hicieron con esto
partir a Trento.
NINFA:
Si fuera
a esotro mundo, pudiera
ser que llegaras mas presto.
CORREO:
¿De qué suerte?
CÉSAR:
Hay un despacho
para el infierno; ¿qué dudas?
CORREO:
Debéis de escribir a Judas,
que fue calabrés.
CÉSAR:
¡Borracho!
¿quieres que te dé?
NINFA:
Abrid luego,
entretanto, esa maleta
que descansa la estafeta,
y no dejéis ningún pliego
que no abráis, para saber
lo que hay de nuevo en la corte,
porque puede ser que importe.
CORREO:
¿Qué descanso ha de tener
quien vuestro rigor espera
sin daros más ocasión?
NINFA:
Acabad
CORREO:
Mirad que son
despachos del rey.
ALEJANDRO:
Que fuera.
NINFA:
Id deshaciendo los pliegos.
CÉSAR:
Mostrad acá. ¡Qué crüel
embarazo de papel!
NINFA:
¡Qué de engaños, qué de ruegos,
qué de avisos, qué de amores,
qué de agravios, qué de miedos,
qué de mentiras y enredos,
qué de trampas, qué de flores,
de falsas correspondencias,
de engañadas amistades,
de veras, de necedades,
buenas y malas ausencias
deben de venir ahí!
César, empieza a leer.
CÉSAR:
Aquí dice, "A mi mujer."
NINFA:
Abre el pliego.
CÉSAR:
Dice ansí:
"Dos meses ha..."
NINFA:
No prosigas,
que en su afrenta se aconseja
hombre que dos meses deja
a su mujer.
CÉSAR:
Bien la obligas
si ella llegara a escuchar.
"A Lisarda," dice aquí.
NINFA:
Abre y lee.
CÉSAR:
Comienza así:
"Dueño mío, si de amar
tu soberana hermosura,
el Amor no me pagara
volviéndome loco..."
NINFA:
Pára;
que ese es ingrato y procura
engañar a esa mujer;
porque si bien la quisiera,
adonde ella está estuviera.
Rompe.
CÉSAR:
Ya empiezo a romper.
NINFA:
¿Qué pliego es ése?
CÉSAR:
"A Sisberto,
mercader," dice.
NINFA:
Será
cédula alguna.
CÉSAR:
Aquí está.
NINFA:
Que fue para mí es más cierto.
¿Qué es la cantidad?
CÉSAR:
Dos mil
ducados a letra vista.
NINFA:
¿A quién?
CÉSAR:
A Claudio Bautista
y a Juan María Gentil.
NINFA:
Ginoveses son, por Dios,
que se han de dar por la posta;
éstos de ayuda de costa
se tomen para los dos,
César y Alejandro.
ALEJANDRO:
El cielo
edades largas te guarde.
NINFA:
Y partiránse esta tarde
a cobrarlos.
CÉSAR:
Todo el suelo
de la Europa a tus pies sea
alfombra no merecida,
y de tu fama y tu vida
los eternos siglos vea.
NINFA:
Pasa adelante.
CÉSAR:
"Gaceta,"
dice aquí, "a Celio."
NINFA:
Ésas son
nuevas.
CÉSAR:
El primer renglón,
si el pecho no te inquieta,
con tu nombre empieza.
NINFA:
Di,
que no hay cosa que mi pecho
sobresalte, satisfecho
del valor que vive en mí.
Lee
CÉSAR:
"Ninfa; Condesa de Valdeflor, olvidándose
de quién es y viéndose burlada de cierto
caballero, con quinientos hombres y más
anda robando por los caminos de Calabria
y abrasando los lugares convecinos, y hoy
por mandado del rey han pregonado su talla
en diez mil escudos y libertad de sus
delitos, y si fuere compañero suyo el que
trujere su cabeza, muchas más mercedes."
NINFA:
No pases más adelante,
que a la estafeta que lleva
ese pliego, por la nueva
quiero dar porte importante.
¡Hola! Echad esa estafeta,
para que pueda llegar
presto al infierno, en la mar,
y en el cuello la maleta.
CORREO:
¡Piedad!
NINFA:
No hay piedad, villano;
llevalde luego de ahí.
CÉSAR:
Por el viento desde aquí,
le verás ir al mar cano.
Llevan el CORREO y sacan dos MÚSICOS,
de camino, la capas al hombro
y las guitarras debajo del brazo
ALEJANDRO:
Llegad.
NINFA:
¿Quién son éstos?
MÚSICO 1:
Dos
músicos míseros somos.
ALEJANDRO:
Y tenéis muy buenos lomos
para un remo.
MÚSICO 2:
Guárdeos Dios
por la merced.
NINFA:
¿Dónde vais?
MÚSICO 1:
A Nápoles.
CÉSAR:
¡Buena gente!
NINFA:
¿Y es música solamente
la pretensión que lleváis?
MÚSICO 2:
Señora, sí, que en la corte
suele estimarse.
NINFA:
Cantad,
que yo os diré la verdad,
y si no es cosa que importe,
aquí os quedaréis mejor
y excusaréis de cuidados.
MÚSICO 1:
¿Cómo?
NINFA:
De un roble colgados
o en el mar. Perdé el temor
y cantad.
MÚSICO 2:
Danos licencia
para templar.
NINFA:
No cantéis
si habéis de templar, pues veis
que tengo poca paciencia.
El uno cante no más.
MÚSICO 1:
Escucha.
NINFA:
Ya estoy atenta,
aunque no quiere mi afrenta
que esté con gusto jamás.
Canta el MÚSICO 1
MÚSICO 1:
"Bordaba el alba las flores
que afrentó la noche fría;
cantaban al sol las aves,
lloraban las tortolillas,
cuando, buscando los brazos
del duque Vireno, Olimpa
sombras ciñe, engaños toca;
despierta, llora y suspira,
salta del desierto lecho,
corre al mar, su arena pisa,
y de la peña más alta
la nave del duque mira."
NINFA:
Arrojad esos villanos
a la mar, pues con Olimpa
y con Vireno me cantan
ejemplos de mi desdicha.
MÚSICO 1:
Señora...
NINFA:
Arrojadlos luego
de aquesas peñas vecinas,
que son cisnes que cantando
hoy mi muerte solicitan;
y dejadme todos sola,
porque no quiero a la vista
tener ningún hombre.
CÉSAR:
Vamos.
Déjanla sola todos
NINFA:
¡Ay, memorias enemigas,
qué fuego habéis en el alma
revuelto! ¡Qué de mentiras,
qué de promesas y agravios,
qué de palabras fingidas!
¡Ay, Vireno! Fiero el mar,
cuyas mudanzas imitas
con ingratitudes tantas,
te dé sepulcro.
Salen CARLOS y ROBERTO,
desnudas las espadas, y
acosándolos ALEJANDRO,
CÉSAR y otros BANDOLEROS
CARLOS:
Las vidas
hemos de vender muy bien;
que también pólvora espiran
y balas estos cañones,
y son de acero estas limpias
espadas.
ALEJANDRO:
¡Rendíos, villanos!
ROBERTO:
¡Mentís! Y las obras sirvan
en lugar de las palabras,
bandoleros de mentira.
Ahora salen todos
NINFA:
Teneos; ¿qué es esto? Apartad;
no los ofendáis.
CARLOS:
¿No es Ninfa
ésta, Roberto?
ROBERTO:
Señor,
o es su imagen o ella misma.
NINFA:
¿No es aqueste Carlos? ¡Cielos!
¿Es del alma fantasía?
¿Es sueño?
CÉSAR:
Los tres están
suspensos.
CARLOS:
¡Notable dicha!
NINFA:
Ven acá. ¿Cómo te llamas?
CARLOS:
Carlos.
NINFA:
¡Él es!
CARLOS:
¿Qué te admira?
NINFA:
Pienso que ha sido ilusión.
CARLOS:
Y para mí el verte, Ninfa.
NINFA:
No acierto a tomar venganza,
con estar de ti ofendida
y haber sido la fatal
ocasión de mis desdichas.
Por ti sólo, ingrato Carlos,
poniendo la sangre mía
en olvido y los abuelos
que mi nobleza acreditan,
soy pública bandolera
del cielo y suelo enemiga,
no perdonando, agraviada,
a ningún hombre la vida,
y hoy la tuya, ingrato güésped,
me pagará...
CARLOS:
No prosigas,
que es tuya, Ninfa, y no es bien
que acabes tu vida misma.
A buscarte, cielo hermoso,
y a disculpar mi huída
vengo. Mátame si quieres,
como tú contenta vivas,
que yo sé que no podrás
sacarte del alma mía.
NINFA:
¡Ay sirena! ¿Otra vez cantas?
Vuélvete al mar, no me rindas.
CARLOS:
Porque entiendas, Ninfa hermosa
de la suerte que te estima
el alma, hablarte verdad,
amor y sangre me obligan.
El duque soy de Calabria,
casado por mi desdicha
con Diana la duquesa,
del rey de Nápoles hija.
NINFA:
¡Qué dices!
CARLOS:
Esto que escuchas.
NINFA:
No me vengas con mentiras.
CARLOS:
Ésta fue ocasión, señora,
para dejarte ofendida,
que amor, antes de obligado,
imposibles facilita.
Sirvió de nube la nave
que iba entonces a Mesina
para encubrirte quién era
si los pasos me seguías.
Pensé vivir sin tus ojos,
y es imposible que viva,
y vuelvo loco a buscarlos.
Amor fue, no fue malicia;
cuando llegué a ese repecho
que el camino determina
de Nápoles a Calabria,
desnudando las cuchillas
y calando las pistolas
con gallarda bizarría
estos soldados diciendo,
"Detente" al paso salían.
Matáronme el postillón
antes de dejar la silla,
y por no morir tendido,
con villana cobardía,
de las postas a la tierra
salté, haciendo que me sigan
con Roberto dos criados
que en mi servicio venían.
A la primer rociada
mueren los dos, y a la vista
poniéndonos las pistolas
de las nuestras no vencidas,
temerosos hasta el puesto
en que estamos nos retiran,
donde, como por milagro,
las hermosas maravillas
de tus ojos nos dan puerto,
nos dan gloria, nos dan vida;
que puesto que entre la gente
vulgar, escuchado había
esta novedad, jamás
la di crédito.
CÉSAR:
¿Qué miras?
ALEJANDRO:
Loco estoy, César, ¿qué quieres?,
muero de celos y envidia.
¡Vive Dios, que favorece
en extremo a solas Ninfa
a este cobarde, a este ingrato!
CÉSAR:
¿Eso en mujeres te admira,
y más en ésta, Alejandro?
CARLOS:
Mi bien, traza determina
tu gusto.
NINFA:
Mata a Diana.
ROBERTO:
Sentencia es definitiva;
si yo apelare por ella
a nueva chancillería
mil y quinientos me peguen
con un cable en la barriga:
tanto puede en qualquier pecho
un agravio.
CARLOS:
Si mil vidas
tuviera, mil le quitara.
NINFA:
Duque de Calabria, mira
que me has dado la palabra,
y si de esta fe te olvidas,
Troya volveré a Cosencia,
hasta mirar sus cenizas.
CARLOS:
Esta palabra te doy,
y mano desde este día
de esposo.
NINFA:
Tuya soy, Carlos.
ALEJANDRO:
(Celoso estoy, ¡muera Ninfa! (-Aparte-)
Pues sirvo al rey y a mis celos.) Encara el arcabuz contra NINFA y no da fuego
Cayóseme, ¡qué desdicha!
NINFA:
¿Qué es esto? ¡Villano!
ALEJANDRO:
Espera,
detente.
CARLOS:
¡Qué alevosía!
NINFA:
¿Qué te obliga a darme muerte?
ALEJANDRO:
¡Señora!
NINFA:
Habla.
ALEJANDRO:
Codicia
de tu talla y celos; dame
muerte, que es bien merecida.
NINFA:
Yo te perdono. Levanta,
que aunque las causas pedían
castigo, más es tu infamia,
y hoy he de hacer de las vidas
merced a cuantos pudiere,
de mi ventura en albricias,
y vete, porque un traidor
no es segura compañía.
César se vaya con él,
pues los secretos se fían
y son amigos tan grandes.
CÉSAR:
¡Señora!
NINFA:
¿Qué me replicas?
Éste es mi gusto y es justo.
CÉSAR:
Obedecerte es justicia.
Vamos, Alejandro.
ALEJANDRO:
César,
celoso voy y sin vida.
Vanse los dos.
Suena dentro ruido de cajas
NINFA:
¡Hola! ¿Qué cajas son éstas?
Salen HORACIO y POMPEYO
POMPEYO:
En nuestra demanda, Ninfa,
se ha descubierto en el campo
un tercio de infantería.
NINFA:
Diligencias son del rey.
CARLOS:
Escapar te determina
conmigo, pues tengo postas
que a los vientos desafían
mientras esta furia pasa,
y a que segura la vida
en ninguna parte tienes.
NINFA:
Vamos, que tuya es la mía,
y sálvese quien pudiere.
CARLOS:
Las postas, Roberto, aprisa.
ROBERTO:
Mas ¿que ha de haber de nosotros?
¿Libros de caballería?
Vanse
HORACIO:
Aguarda, enemiga, aguarda.
¿Dónde vas, ingrata Ninfa?
Tras un centauro que ya
al viento en el curso imita.
¿Tan presto nos desamparas?
¿Cuando es menester te eclipsas,
sol escaso de Noruega?
Amigos, muera, seguidla,
y ese Paris de Calabria
muera con ella en la misma
Troya que con su belleza
su amor soberbio fabrica.
¡Muera Ninfa! Ea, soldados,
pues se ausenta y nos olvida.
¡Muera Ninfa!
Vanse HORACIO y el compañero,
metiendo mano a las espadas,
y dicen dentro
TODOS:
¡Ninfa muera,
y el Rey de Nápoles viva!
Sale NINFA sola,
como que se ha perdido en el monte
NINFA:
Bien te llaman--¡oh, noche!--imagen muda
de temor y la muerte, pues con tantos
ojos apenas ves tus sombras negras,
y siempre lloras y jamás te alegras.
A Carlos he perdido en este monte,
y cansado el caballo dio conmigo
en este laberinto de jarales,
sin estribos ni riendas, ¡bravo paso!
Pienso que encuentro un monte a cada paso.
¿Qué haré, que estoy confusa? ¿Iré adelante?
¡Ah, Carlos, Carlos! ¿Nadie me responde?
Sólo el silencio el eco ha interrumpido,
que entre estas hojas respondió dormido.
Rendida estoy, quiero pasar la noche,
a quien muy corto término da el día
al parecer, sobre esta verde grama,
pues no hay para quien quiere mejor cama.
Sueño, ocupad un poco los sentidos
poniendo un rato a mis recelos tregua,
hasta que pase la tiniebla obscura,
que poco a un desdichado el bien le dura.
Llegue el día que aguardo, llegue el día,
y en los brazos que adoro, regalada,
descanse el afligido pensamiento.
¡Carlos, Carlos! Mas ¡ay, que abrazo el viento! Échase a dormir, y dice entre sueños
¡Ay, gloria del amor, poco segura,
qué poco a un desdichado el bien le dura!
Si no me engaño, pienso que amanece,
y suena gente y música. ¿Qué es esto?
Ceñidos vienen de diversas flores,
aunque no me parecen labradores. Salen los LABRADORES, tres BAILADORES y van cayendo en el pozo, como lo dice NINFA, al son de folias o villano
Alrededor de un pozo, que está en medio.
de aquellas verdes hayas, que ya el día
distintas muestra ya todas las cosas,
se ponen a bailar--¡extraño caso!--
cerca de un pozo, habiendo campo raso.
Uno de los más mozos que bailaban
cayó en el pozo, y los demás suspensos
se han quedado mirándole, y ahora
vuelven al baile y al primer estado
olvidados de aquello que ha pasado.
Otro ha caído agora, y se suspende
el que ha quedado, cual la vez primera;
ya éste vuelve a bailar; no los entiendo,
en lo que paran contemplar pretendo.
El último ha caído, y yo presumo
que debe de ser burla, y que es el pozo
fingido al parecer; llegarme quiero
y ver si dentro están, como han caído,
todos los que bailaban de esta suerte.
Asómase por el pozo
y aparécese la MUERTE
LA MUERTE:
¿Qué buscas en el pozo de la muerte?
NINFA:
¡Válgame el Cielo! ¿Es sombra del abismo,
o es sueño? No; que esta medrosa imagen
con mis ojos he visto. En esta selva
debe de estar mi muerte y mi desdicha.
El cielo me persigue, y no sin causa
en ella me he perdido. Grandes culpas
cometí contra el cielo, pues que tengo
a cargo tantas vidas, tantos robos.
Todo es sombras y miedos cuanto miro;
no me puedo salvar, ya está cerrado
de mi sentencia el último proceso;
amigos y enemigos me persiguen,
cielo y tierra. ¿Qué haré, que ya no puedo
en cuanto mira el sol estar segura?
Desde aquí se ve el mar. Este peñasco
triste teatro de mi muerte sea,
de tantos enemigos ofendida,
porque ninguno triunfe de mi vida.
Va a arrojarse NINFA,
y sale un ÁNGEL y detiénela
ÁNGEL:
Ninfa, no te desesperes;
que no has de serlo del mar,
que más hermoso lugar
te han dedicado.
NINFA:
¿Quién eres?
ÁNGEL:
Un amigo, el más amigo
que en tus sucesos tuviste;
que desde que tú naciste
ha andado siempre contigo.
NINFA:
No te conozco.
ÁNGEL:
Después,
Ninfa, me conocerás,
y si me sigues, tendrás
bien de mayor interés.
NINFA:
Ya seguirte no recelo;
llévame a cualquier lugar.
ÁNGEL:
Deja el ser ninfa del mar
que has de ser ninfa del cielo.