La noche de la verbena/III
Pepa.
Ya iba yo, hija. (Cogiéndola de la mano cariñosamente)
¿Con quién hablaba usté?
Pos, ¿con quién dirás? Con la Rosa que venía a verte.
¿La Rosilla? ¿y cómo no ha pasao?
Tenía prisa; dice que volverá.
Estará muy guapa.
Lo fué; ahora parece procedente de un saldo.
¿Y qué vida lleva?
Pos, con cinco chavales, y un marío que le ha tocao en una rifa.
¡Pobre! Ha sío muy simpática y muy decidida; misté, una tarde al salir de la fábrica nos siguió un vejete; él, venga de mirarnos y decirnos tonterías, y la Rosa, venga de mirarle, y de suspirar.—¡Que se lo vas a hacer creer!—la decía yo.—Toma, y el viejo se remozaba, y yo llegué a tomar en serio aquella broma; de pronto, y cuando el vejete estaba más acaramelado con aquellas miradas, y después de haberle hecho pasear to el barrio detrás de nosotras, al llegar al Campillo del Mundo Nuevo, y a la que atardecía, va la Rosa y se vuelve y le dice:—Caballero, ¿me permite usté que le dé un beso?—Con mil amores—repuso el viejo vencedor—y ella, colmándole de besos y abrazos le decía:—¡Ay caballero, le vengo mirando hace una hora y es usté el mismo retrato de mi pobrecito abuelo que en gloria esté.—Y como una loca, venga besos y vaya abrazos y apretujones, y el viejo:—¡Por Dios, que sujeten a esta nieta amantísima!—Y mientras el fracasado Tenorio recogía su sombrero y buscaba sus gafas, nosotras echamos a correr por la de Arganzuela muertas de risa, y comentando la broma de aquel diablo con cara de ángel.
Sí que fué pesá, porque con las gafas perdió el vejete las ilusiones.
Era la Rosa muy simpática por aquel entonces, pero, claro, vienen los años y con ellos las penas... ¡ya ve usté yo! (Con amargura.)
Bueno, bueno, cambia de disco. (Dándola ánimos)
Es verdad, aquello pasó. ¿Y mi Antonio?
Sigue ahí, en su despacho trabajando.
¡Dichoso trabajo!
(Aparece Petrilla alegre y pizpireta en la puerta del foro.)
¿Dan permiso?
(A carmen.) La Petrilla la peinaora.
Pasa, diablillo, pasa.
(A Carmen.) ¿Cómo va eso?
Muy bien.
(a Petrilla.) Ya que has venido voy a dar un vistazo por ahí dentro.
(a Petrilla.) ¿Está muy animao el barrio?
La mar, cada año parece que hay más alegría.
Dios se la conserve a todos.
Y qué rareza, peinarse usté a estas horas.
Mi marío que quié verme mu guapa, y mu repeiná; pero, mira, no haces más que sujetarme un poco el pelo. (Carmen so sienta y Petrilla, sacando los utensilios de peinar, se dispone a sujetarle el pelo.)
¿Va usté de verbena? (Arreglándola el pelo.)
¡Eso se acabó pa mí! También cuando era chavaliya y mis ojos brillaban como luceros tuve mi cartel; yo no sé si era guapa, u si buena moza, lo que sí puedo decirte que la chavalería del barrio andaba revolucioná por mi silueta y me decían cositas al pasar que, francamente, me sonaban muy bien.
(Sigue peinándola.) Pos, ahora la dicen a una cá frase que hay que contestarles con el Código civil. (Dándole un tirón.)
Caray, pero no lo pagues con mi pelo. ¿Y está muy animá la verbena?
Muchísimo; dé usté luego una vuelta; en el patio de mi casa hay pombia y limoná, vaya usté por allí un ratito, vaya usté.
(Con gran amargura.) ¿Dónde quieres que vaya la pobre ciega?
(Suspirando.) ¡Es verdad!
(Queriendo no acordarse de su dergracia.) A Otra cosa. ¿Y qué tal tu novio?
No m'hable usté de mi novio que m'ha resultao un «bolcheviki» del amor, y le hepuesto a diez bajo cero.
¿Cómo dices?
Al fresco como los botijos.
(Riéndose.) Muy bien hecho; con los hombres poquitas deudas que luego se cobran con intereses; ¡vaya con tu novio, y parecía tan...!
¡Sí, tan!... ¡Pos no pedía na! El capítulo de una novela romántica.
Me lo figuro: una noche oscura, una calleja, un silbido; tú que sales embobalicá; él que te espera y... ¡tranlarán!
Como pa buscarme una celda en las Arrepentidas.
¿Y qué se hace ahora?
Pos ahora está mu bien colocao; es panderetólogo d'una estudiantina.
¡Ay, hija, pues que se haga tarjetas! Sí que te has buscao un porvenir; de comer no se sabe na, pero de zumbarte la pandereta no t'ocupes; ni el tío del oso.
(Riéndose.) Qué buen humor tié usté.
Buenísimo.
Yo ya he terminao; si quié usté alguna filigrana más me lo dice.
Espera que me mire en el único espejo que me queda en el mundo (Petrilla ayuda a Carmen a levantarse y ésta se dirige a la puerta lateral derecha, donde se supone está el despacho de Antonio.) ¡Antonio!
(Dentro.) ¿Qué quieres, morena?
(Desde la puerta.) ¿Te gusta el peinao?
(Saliendo a la puerta y dándola un golpecito en la cara.) ¡Estás guapísima! (La abraza y vuelve a entrar.)
(A Petrilla.) Pos ya lo oyes, dice mi marido que estoy guapísima.
Pos entonces que no haiga nengún aquel.
¿Te faltan muchas?
La buñolera: pero a esa la llevo el peinao a su casa.
¿Cómo?
La peino en casa la peluca, y se la voy a colocar después.
Pues anda con Dios, chica, y que te diviertas y que te zumbe poco el panderetólogo.
Me parece que no se polquea conmigo esta noche. (Vase.)
Anda con Dios. (Dirigiéndose a la puerta del despacho.)