La noche de la verbena/V
ANTONIO y SEÑOR MATÍAS
(A Matías.) Hay que espabilarse, Matías; esto no pué ser; las cosas están malas, los materiales caros.
Coste que no te voy a pedir na, hombre, y eso que muchas veces por vergüenza y respeto no te pido un pitillo.
Eso es que quiere usté fumar.
Hombre, ya que tan espontáneamente me lo ofreces, me tragaré el humo en obsequio a los forasteros.
Ahí va un emboquillao. (Saca de la petaca y le da un pitillo emboquillado.)
(Mirando el pitillo y fingiendo indignación.) Vamos, ¿ves? pa darle en la cara al «Vihuela»: ¿pos no me discutía a mí anoche que tú no fumabas emboquillaos? Has el favor de darme otro pa enseñárselo luego a ese charrán.
(Que ha visto el juego y volviendo a sacar la petaca.) Ahí va; tome usté media docena, y no s'acostumbre usté a estas gollerías, que luego va usté a pedir en el primer mitin menos horas de trabajo y una rueda d'emboquillaos.
¡La c'a ti se te vaya, pinchi! Güeno, y a otro asunto. (A Antonio con misterio y tomando precauciones para no ser escuchado por nadie.) Tenemos chapuza.
¿Qué pasa? (Con gran curiosidad.)
Pos que a la que ponía yo el farolillo en la valla de la obra, se presentaron mu emperejilás Pepa, la «Faroles» y cuatro estandartes más con el conque de verte y de que las obsequiaras esta noche, y allí esperan.
Bueno, pues va usté y le dice a la «Faroles» que se acabó la mecha; y a los estandartes que la acompañan, que no es por ahí la procesión.
Están emperrás en que las lleves por ahí pa mover el tipo al compás d un chotis, y a beberse contigo tres copas a modo: ya las he dicho lo que pasa; que no estás pa na; que rhas jugao el buen humor al mús y te le han ganao con treinta y una de mano: y ellas s han sonreído y m han cantao el fado treinta y tres, y m han dicho que te diga que te esperan en la casilla de la obra.
Alivíelas pronto de allí, que esas son aves de mal agüero y capaces son de embrujar la casa y de que no lleguemos a poner la bandera de la obra con felicidad.
Dicen que como están en rústica, les hace falta «pasta». (Dinero.)
(Saca un billete de la cartera y dándoselo a Matias.) Tome usté.
¿Un billete?
Sí, un billete; que se lo gasten a sus anchas, y fíjese usté bien: dígalas que es el último que tiro al arroyo. (En este momento Carmen, que iba a salir, se detiene y se oculta para escuchar.) Que esa pobre santa que tengo por mujer ha sufrió mucho por mi. (Carmen asintiendo.) Que los celos acabaron con su juventud y las lágrimas nublaron sus ojos: que ya es hora que me entregue a ella en cuerpo y alma, a ella, que fué la que me quiso cuando yo era un oficialillo d'albañil, y ella una obrerilla más hermosa que un sol, y más bonita que un capullo tempranero: dígalas a esas... malas mujeres, que está bien la cosa, que ya fueron muchas locuras las mías, y, que mi pobre mártir s'ha quedao ciega de tanto llorar por mí: que vayan benditas de Dios; que me dejen en paz, y que tengan una vez siquiera corazón, que yo ya no vivo en el mundo pa nadie más que pa mi mujer, pa la mía, pa la que se arrodilló conmigo en el altar, pa la que vive ciega de amor por mí. Dígalas eso, Matías; dígalas eso y échelas, pa que se diviertan, ese billete como el que echa un mendrugo a un perro.
¿De modo que?...
De modo que ná.
Si te chillan los oídos es que t'han llamao una cosa muy fea.
Aquel albañilito pinturero pa con las mozas, y marchoso y juerguista, s'acabó pa siempre: hoy, mi cieguecita, y ná más que mi cieguecita. (Llorando.)
(Enternecido.) ¡Déjame que te abrace! ¡Así debe ser! ¡Adiós, chico! (Vase limpiándose las lágrimas.)
¡Vaya usté con Dios! (Limpiándose unas lagrimillas.)
¡Así debe ser! (Haciendo el mutis y mirando el billete.) Bueno, de este billete de cincuenta, van a coger esas... moscas tres. ¡Así debe ser! (Vase.)