La serrana de la Vera
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Allá en Garganta la Olla, en la Vera de Plasencia, salteóme una serrana, blanca, rubia, ojimorena. Trae el cabello trenzado debajo de una montera y, porque no la estorbara, muy corta la faldamenta. Entre los montes andaba de una en otra ribera, con una honda en sus manos y en sus hombros una flecha. Tomárame por la mano y me llevara a su cueva; por el camino que iba tantas de las cruces viera. Atrevíme y preguntéle qué cruces eran aquellas, y me respondió diciendo que de hombres que muerto hubiera. Esto me responde y dice, como entre medio risueña: Y así haré de ti, cuitado, cuando mi voluntad sea. Diome yesca y pedernal para que lumbre encendiera, y mientras que la encendía, aliña una grande cena; de perdices y conejos su pretina saca llena, y después de haber cenado me dice: —Cierra la puerta. Hago como que la cierro, y la dejé entreabierta. Desnudóse y desnudéme y me hace acostar con ella. Cansada de sus deleites muy bien dormida se queda, y en sintiéndola dormida sálgome la puerta afuera. Los zapatos en la mano llevo porque no me sienta, y poco a poco me salgo y camino a la ligera. Más de una legua había andado sin revolver la cabeza, y cuando mal me pensé yo la cabeza volviera. Y en esto la vi venir, bramando como una fiera, saltando de canto en canto, brincando de peña en peña. Aguarda [me dice], aguarda, espera, mancebo, espera, me llevarás una carta escrita para mi tierra. Toma, llévala a mi padre, dirásle que quedo buena. Enviadla vos con otro, o sed vos la mensajera.