La villana de VallecasLa villana de VallecasTirso de MolinaActo II
Acto II
Salen Don GABRIEL y CORNEJO
GABRIEL:
No creí jamás, Cornejo,
que tan venturoso fuera.
CORNEJO:
¡Oh maleta hermosa, esfera
de mi remedio!
GABRIEL:
Ya dejo
pretensiones de soldado,
pues en diez años que he sido
en Flandes, ya entretenido,
ya alférez determinado,
ya señor de una jineta,
no adquirí lo que en un hora
la Fortuna enredadora
me ha dado en una maleta.
CORNEJO:
¡Lindo trueco!
GABRIEL:
¡Hermosas barras!
CORNEJO:
No me harto de darles besos.
GABRIEL:
Tres hay de oro de a mil pesos,
y, entre otras joyas bizarras,
una banda de diamantes,
y de perlas siete vueltas,
con otras muchas que, sueltas,
entre esmeraldas brillantes,
guarda un cofre de carey.
CORNEJO:
Así a la tortuga llaman
las Indias que oro derraman.
GABRIEL:
Hay un cintillo que el rey
no sé si mejor le tiene,
fuera de los cabestrillos,
las arracadas y anillos,
donde tanta piedra viene,
que podremos empedrar
toda esta calle con ellas.
CORNEJO:
Pisará Madrid estrellas.
GABRIEL:
Hay una piedra bezar,
entre otras tres, guarnecida
de oro, mayor que un güevo.
CORNEJO:
Con tales yemas, me atrevo
a no comer en [mi] vida
sino hüevos, sin la bula.
GABRIEL:
Dejo otros melindres mil
de nácar, carey, marfil,
con que el interés adula
la codicia de las damas.
En fin, la maleta está
hecha una colmena.
CORNEJO:
Y da
panales del oro que amas.
Mas ya que lo cuentas todo,
¿por qué olvidas las libranzas?
GABRIEL:
Porque estriban en cobranzas,
y es peligroso su modo;
que ni en Sevilla ni aquí
descubrir me atreveré
a quién vienen.
CORNEJO:
¡Bueno, a fe!
¿No abriste las cartas?
GABRIEL:
Sí;
que, viniendo con cubierta,
cuando de ellas me aproveche,
como otras nuevas les eche,
no habrá quien en ello advierta.
CORNEJO:
Y su dueño descuidado,
¿no es don Pedro de Mendoza?
GABRIEL:
De ese ilustre nombre goza,
según ellas me han mostrado.
CORNEJO:
¿Tú y todo no te confirmas
con el mismo nombre?
GABRIEL:
En él
trueco el de don Gabriel.
CORNEJO:
Pues si te abonan sus firmas,
y esotro no es conocido,
ni de Méjico salió
otra vez, donde nació,
conforme lo que has leído,
¿no puedo yo en nombre suyo
partir y cobrallo todo
con las cédulas?
GABRIEL:
No es modo,
Cornejo, discreto el tuyo.
¿Tan descuidado ha de ser
el otro, ya que ha perdido
lo que consigo ha traído,
que al instante no ha de hacer
en Sevilla diligencias,
y aquí, para que le entreguen
la plata, por más que aleguen
cartas, ni correspondencias?
¿No ha de tener en Sevilla
quien le conozca de allá?
CORNEJO:
En Sevilla sí tendrá;
pero dúdolo en Castilla.
Y, supuesto que consigo
ha de tener tus papeles,
sin que en eso te desveles,
sirviendo yo de testigo,
puedes hacerle prender
por la muerte que en Amberes
diste al tudesco; y, si quieres
el serafín suyo ver,
con quien a casarse vino,
y te pareciere tal,
no viene el enredo mal.
O si no, ponte en camino,
y vámonos a Granada,
patria nuestra--que es mejor--
pues con tanto oro, señor,
no tendrás que envidiar nada
a don Antonio de Herrera,
tu hermano, puesto que goza
tal mayorazgo y tal moza.
GABRIEL:
Bien allá pasar pudiera;
que, en fin, con mis alimentos,
y con cinco mil ducados
que llevo aquí, mis cuidados
dieran fin a pensamientos;
pero a doña Serafina
he visto, Cornejo, ya
y en ella cifrada está
la hermosura peregrina
del mundo.
CORNEJO:
Pues, ¿qué tenemos?
GABRIEL:
No sé. ¡Bravo tentador
es el oro, del Amor!
CORNEJO:
Haz algo con que lloremos.
GABRIEL:
Estas barras y diamantes,
joyas, libranzas, papeles,
a pensamientos crüeles
me inclinan.
CORNEJO:
No son Violantes
todos, señor, ni es Valencia
la taimería de Madrid.
Tiemplan allá a lo del Cid;
pero acá lee la experiencia
cátedra de socarrones,
y nacen en la niñez
jugando en el ajedrez
de enredos y de invenciones
las damas de más estima.
Como has estado en Amberes,
no sabes que las mujeres
tienen su juego de esgrima
en la corte, en cuyo estilo
la que menos sabe alcanza
diez tretas más que Carranza.
Hieren por el mismo filo,
juegan con espadas negras;
y, a dos idas y venidas,
si señalan las heridas
y con el juego te alegras,
aunque seas un peñasco,
la tía, de armas maestra,
ha de cobrar, como diestra,
primero que toques casco.
Y, apenas dos tretas juega,
cuando, entrando en su socorro
--como hay tantas en el corro
al instante que otro llega--
sale el amante al encuentro,
que se arrima a la pared
y dice, "Vuesa merced
asiente, y entre otro dentro."
GABRIEL:
Que no debe de ser tanto
como se dice.
CORNEJO:
¿No es juego
de esgrima una calle? y luego
¿no es espada negra un manto
que se remata en medio ojo?
¿Zapatilla de esta espada
la maestra examinada?
¿Armella de este cerrojo
no es la tía, que, al instante
que ve que la mano llegas,
y la primer treta juegas,
en medio mete el montante
con un "Vaya en hora mala”?
¿No pagas monjil y tocas,
y, apenas el casco tocas,
cuando en entrando en la sala
don Filotimio o don Porro,
asientas, y ella te arrima?
No hay dama en Madrid, ni esgrima,
que esté sin gente en el corro.
GABRIEL:
Eso será con mujeres
comunes; que Serafina
es principal.
CORNEJO:
¡Peregrina
solución! De cuantas vieres
tendrás aquesta noticia.
En la corte viven todos
de industria, y hasta los codos
cubren aquí su malicia.
Písalos, si contradices
esta común opinión,
y te dirá lo que son
la ofensa de tus narices.
GABRIEL:
Aquí vive nuestra dama.
¡Por Dios, que tengo de vella!
CORNEJO:
¿Más que ha de tener por ella
mal urdiembre aquesta trama?
Porque el otro, claro está
que ha de venir a buscarla;
y, si en su casa nos halla,
seguramente podrá
deshacer nuestra ventura
y el trueco de las maletas.
GABRIEL:
¿No dices que toda es tretas
Madrid? Pues calla y procura
seguirme; que no me espanto
de estratagemas de amor.
CORNEJO:
Con las de Flandes mejor
te avinieras. Dama y manto
he visto, y coche a la puerta,
y un galán que la acompaña.
GABRIEL:
Aquí empieza mi maraña.
Ésta es mi dama.
CORNEJO:
Y no es tuerta.
Salen Doña SERAFINA, con manto;
Don JUAN, su hermano; Don GÓMEZ,
su padre; y POLONIA, criada
GÓMEZ:
No debe de venir en esa flota
don Pedro de Mendoza, pues no escribe,
cuando en Sevilla tantos alborota.
JUAN:
Podrá ser que, si postas apercibe,
venga a ser carta viva, y ganar quiera
albricias de que ya en España vive.
SERAFINA:
¡Ay, hermano! ¡Qué alegre se las diera
quien en deseos con su amor dilata
penas de un alma que su vista espera!
GÓMEZ:
Primero que en registros de la plata
negocie con papeles y averías
con la Contratación que en eso trata,
es fuerza consumir algunos días
obligando ministros y oficiales,
confusos entre tantas mercancías.
JUAN:
Andan con pies de plomo aquesos tales,
. . . . . . . . . . . . .[ -ento],
que reales tiran sus oficios reales.
SERAFINA:
¡Que hubo de darme el cielo casamiento!
¡Que es, por agua pasado, tan aguado,
cuando amoroso fuego es su elemento!
GÓMEZ:
Dios te traiga con bien; que, si ha llegado
darás por bien empleada su tardanza.
¿Adónde vas ahora?
SERAFINA:
Voy al Prado,
por buscar en sus flores mi esperanza,
y saber de sus fuentes si ha venido;
que, por salir del mar de su mudanza,
me dirán si en Sanlúcar ha surgido.
Hola, acerca ese coche.
GABRIEL y CORNEJO hablan aparte
GABRIEL:
A hablarla llego.
CORNEJO:
Entra con pie derecho.
GABRIEL:
Voy perdido. Llégase a ellos
Que me digáis adónde vive os ruego,
caballeros, don Gómez de Peralta.
GÓMEZ:
Yo soy el que buscáis.
GABRIEL:
Acertó el pliego.
El corazón, que de contento salta,
adivinaba el bien que en veros goza.
Ya Méjico en Madrid no me hace falta.
Abrazad a don Pedro de Mendoza.
GÓMEZ:
¡Válgame Dios! ¡Qué encuentro tan dichoso!
Volved a la cochera la carroza.
Querido hijo, triste y cuidadoso,
por no saber de vos, me habéis tenido.
Serafina, ¿no abrazas a tu esposo?
SERAFINA:
Seáis, señor, mil veces bien venido;
que otras tantas os hemos deseado.
JUAN:
Parte de esos deseos me han cabido.
Si no es indigno el nombre de cuñado
de vuestros brazos, dádmelos agora.
GABRIEL:
¿Sois vos don Juan?
JUAN:
Seré vuestro criado.
GABRIEL:
No ha mentido la fama voladora
que, en Indias vuestro talle encareciendo,
sus damas mejicanas enamora.
JUAN:
No seáis indiano en eso; que no entiendo
que para que yo os sirva es necesaria
la merced que me estáis, don Pedro, haciendo.
GÓMEZ:
¿Buena navegación?
GABRIEL:
Algo contraria,
ya con calmas pesadas, ya con brisas,
ya con una tormenta extraordinaria.
GÓMEZ:
¿No escribiérades luego?
JUAN:
Son precisas
las diligencias del que toma tierra.
GABRIEL:
Prometí una novena con cien misas
a la Virgen de Regla, que en la sierra
de Sanlúcar ha sido nuestro norte,
y apaciguó del mar la mortal guerra;
partí luego del Betis a esta corte,
y, por no dividir el gusto en plazos,
la carta quise ser, cobrando el porte
por junto en parabienes y en abrazos.
GÓMEZ:
¿Cuándo llegastes?
GABRIEL:
Cuando anochecía.
GÓMEZ:
¿Salistes de Toledo?
CORNEJO:
Hechos pedazos,
ayer salimos a las diez del día.
GÓMEZ:
Traigan a casa el hato.
GABRIEL:
Una maleta
viene ahora no más con ropa mía.
CORNEJO:
Y más cartas que lleva la estafeta.
GABRIEL:
Los baúles vendrán con el arriero.
GÓMEZ:
¿Cómo queda don Diego?
GABRIEL:
Aunque le aprieta
algo la gota, y en la edad de acero
según vive de sano y colorado,
más luce en él el mayo que el enero.
GÓMEZ:
A divertirse Serafina al Prado
salía, de esperaros impaciente;
pero, pues a tal tiempo habéis llegado,
volvámonos a entrar.
GABRIEL:
No es bien que intente
impedir vuestro gusto. A acompañaros
iré.
SERAFINA:
¡Y fuera muy bueno que, si ausente
salía melancólica a buscaros
en mi imaginación, cuando os poseo,
deje por gustos tibios de gozaros!
Entrad, señor.
GABRIEL:
Que sois serafín creo,
como en belleza, en discreción.
CORNEJO:
(¿Qué encanto Aparte
de Belianís es éste en que me veo?)'
Yéndose
SERAFINA:
¡Hola! ¿No hay quien me quite aqueste manto?
CORNEJO:
¡Hola! ¿No hay quien la quite aquel manteo?
Vanse, y quedan DON JUAN, y POLONIA
JUAN:
Polonia, quédate aquí.
POLONIA:
¿Hay en qué pueda servirte?
JUAN:
Mucho tengo que decirte
y en que fïarme de ti.
POLONIA:
Agradecida te espera
la lealtad que echas de ver.
JUAN:
¿Reparaste acaso ayer
en aquella panadera
que proveyó nuestra casa?
POLONIA:
Y en la blancura del pan,
que de leche nos le dan
las manos con que le amasa.
Comprélo para la gente;
que, en la mesa principal,
de atahoma y candeal
se gasta ordinariamente;
pero, viendo en él las flores
que su dueño le prestaba,
me pareció, si no honraba
la mesa de los señores
con su blancura, que hacía
un delito criminal;
y en fin, su sazón fue tal,
que hasta el viejo se comía
las manos tras ello, y tú
los manjares olvidabas,
y en él te saboreabas
como si fuera alajú.
JUAN:
¿Que hasta en eso reparaste?
POLONIA:
¿No había de reparar,
si advertí que en el lugar
ni una migaja dejaste,
sea apetito o aseo?
Si así el avariento fuera,
nunca Lázaro tuviera
de sus migajas deseo;
que todas te las comiste.
JUAN:
Aunque el cuerpo sustentaban,
al alma se trasladaban.
Mas, supuesto que la viste,
di, ¿hay sayal más venturoso?
Pues de tan bello cristal
es funda aquel sayal.
¿Puede el tabí más precioso
compararse con su frisa?
POLONIA:
¡Bueno estás!
JUAN:
Ni la mañana,
cuando entre labios de grana
el sol la provoca a risa,
¿admite comparación
con aquellos dos corales,
que de perlas orientales
guarda-joyas ricos son?
¿Espira aliento el azar
que al suyo haga competencia?
¿Alcanzó jamás la ciencia
del pincel más singular
la mezcla de aquel carmín,
que con la nieve se enlaza,
y en las mejillas abraza
el clavel con el jazmín?
¿Es tan hermosa en el cielo
la cuna donde el sol nace,
como la que el Amor hace
para sí en aquel hoyuelo
que la nariz de los labios
divide, y por quien trocara
su sepulcro el ave rara
muerta entre olores arabios?
¿Divide las dos Castillas
Guadarrama majestuosa,
como la nariz hermosa,
poniendo en paz las mejillas?.
JUAN:
Ni ¿hay soles que comparar
a las niñas de los ojos,
que salen quitando enojos,
vestidas de verdemar,
y, porque de sus marañas
libre amor los corazones,
son, si sus ojos balcones,
celosías sus pestañas?
¿Pudieron arcos triunfales
dar soberbia a la ventura,
como en esta arquitectura
vista a los arcos torales,
donde el artífice astuto
cifró en obras sus deseos,
por los que vencen, trofeos,
por los que matan, de luto?
¿Pieza de bruñida plata,
gozóla jamás señor
como su frente el Amor,
donde por justicia mata
libertades en que reine?
¿Ni vio la naturaleza,
si no es sólo en su cabeza,
que ya el ébano se peine?
¿Hay cristal, hay nieve en pellas,
leche o manteca azahar
que se pueda comparar
con aquellas manos bellas,
a un tiempo blandas y secas,
en mí de fuego y de hielo?
Pues todo esto debe al cielo
la villana de Vallecas.
POLONIA:
¡Ay, pobre de vos, don Juan!
Mucho el zapato os aprieta,
cogido os ha la carreta,
zarazas os dió en el pan.
¿Así a las primeras chispas
os quema el amor trampero?
Pero es hijo de un herrero.
Es abeja, y pare avispas.
¿Habéisle hablado?
JUAN:
Es un risco.
POLONIA:
Todas las villanas son
gatos en camaranchón,
que éste debe ser arisco.
JUAN:
No tanto que, al despedirse,
con una risa hechicera,
Polonia, la panadera
no mostró sentir partirse;
y, con un sabroso adiós,
me dijo, "Acá volveremos
mañana, porque tenemos
mucho que parlar los dos."
POLONIA:
¿Eso díjo la villana?
JUAN:
Amor este plazo acorte.
POLONIA:
Con el trato de la corte,
se habrá vuelto cortesana.
Pues bien, ¿qué quieres de mí?
JUAN:
Que, cuando con el pan venga,
tu discreción la detenga
hasta que yo salga aquí;
que me tiene rematado.
POLONIA:
¡Que en medio de Madrid pueda
vencer al sayal la seda!
JUAN:
No es sayal, sino brocado.
Pero, ¿no es ésta?
POLONIA:
Don Juan,
bien la palabra te guarda.
JUAN:
¡Ay cielos, ella es!
VIOLANTE:
Jo, parda. (-Dentro-)
Jo, digo. Bajen por pan,
si han de bajar.
JUAN:
Dejamé
solo, y no digas arriba
nada de esto.
POLONIA:
¿Yo? Así viva,
que un nudo a la lengua dé.
Pero ¿quién de ti creerá
que en villanos gustos pecas?
VIOLANTE:
Vengan por pan de Vallecas. (-Dentro-)
JUAN:
Vete y calla.
POLONIA:
Adiós.
VIOLANTE:
Jo, ya.
Vase POLONIA.
Sale Doña VIOLANTE, de villana, con un pan y un palo
JUAN:
Vos seáis tan bien venida
como por mayo la lluvia,
como por enero el sol,
como en creciente la luna
que, alegrando el caminante,
preside en la noche oscura,
y, enseñándole la senda,
sus peligros asegura.
VIOLANTE:
¿Acá estaba su merced?
¡Han vido lo que madruga!
JUAN:
El cuerpo sí, porque el alma,
desde que ayer os vio, os busca.
VIOLANTE:
¿Luego el alma tien buscona?
JUAN:
Y si halla lo que procura,
buen hallazgo me prometo.
VIOLANTE:
¿Qué ha perdido?
JUAN:
Joyas muchas.
La libertad, que se fue
de casa, y, como criatura,
no acierta volver a ella,
por más que llore y pregunta.
VIOLANTE:
Pues cósala a las espaldas
un letrero o escritura,
o dé un real al pregonero;
que él la hallará, aunque sea aguja;
o haga ponelle una corma
después, porque no se le huya;
que, si da en buscar novillos,
sin ser música, hará fugas.
JUAN:
Vino ayer una gitana
que las libertades hurta,
y temo que se la lleva.
VIOLANTE:
Gitanas son malas cucas.
JUAN:
¿Y si vos fuésedes ésta?
VIOLANTE:
¡Mas arre! Habrar con mesura;
que entiendo poco de rayas,
y no me precio de bruja.
JUAN:
A lo menos hechicera
debe ser vuestra hermosura,
y vos gitana de amor,
que me dice la ventura.
VIOLANTE:
Bellaca se la prometo,
si es que a mí me la pescuda;
porque mal la dirá buena
quien se queja de la suya.
JUAN:
Donaire tenéis.
VIOLANTE:
Sin don;
que en Vallecas más se usa
el aire a limpiar las parvas,
que el don que m[o]s las ensucia.
¿Tienen de bajar por pan?
JUAN:
¿Es blanco?
VIOLANTE:
Como el azúcar.
JUAN:
¿Sabroso?
VIOLANTE:
Como unas nueces.
JUAN:
¿Reciente?
VIOLANTE:
Que abrasa y suda.
JUAN:
Todo lo que vos traéis,
quema.
VIOLANTE:
Seré calentura.
JUAN:
¿Habéisle vos amasado?
VIOLANTE:
Pues.
JUAN:
¿Vos misma?
VIOLANTE:
¡No, si el cura!
JUAN:
Partilde, veré si es blanco.
VIOLANTE:
¿Es antojo?
JUAN:
¿Quién lo duda?
VIOLANTE:
¿Preñado está?
JUAN:
De deseos.
VIOLANTE:
Pues no mueve la criatura. Pártele un pedazo de pan
Tome.
JUAN:
Habéisle de partir
con los dientes.
VIOLANTE:
De mi burra.
¿Y querrá que se le masque?
JUAN:
También.
VIOLANTE:
Arre, que echa pullas.
JUAN:
Pan de vuestra hermosa boca,
dado contra mordeduras
de celos, perros rabiosos,
es pan que el amor saluda.
VIOLANTE:
¿Luego rabia su mercé?
JUAN:
Casi, casi.
VIOLANTE:
Doyle a Judas.
Apártese, no mos muerda
y pegue el mal a mi rucia.
JUAN:
Mientras vos estáis presente,
no osa el mal hacerme injuria,
que sois mi saludadora.
VIOLANTE:
¿De esa orina me gradúa?
JUAN:
A soplos podéis sanarme;
¡mirad qué barata cura!
VIOLANTE:
Tráigame pues unos fuelles;
daréle hartas sopladuras.
JUAN:
Refrescadme el corazón,
que en fuego de amor se apura.
Llegad, sopladme en la boca.
VIOLANTE:
Póngala, si soplos busca,
aquí, que está el sopladero Señala la cola de la burra
de mi parda, con mesura.
JUAN:
Acabad; no seáis cruel;
soplad.
VIOLANTE:
Arre, que echa pullas.
JUAN:
Bien sabéis vos que os adoro.
VIOLANTE:
Mejor sé yo que se burla;
que no busca en charcos ranas
quien tien en la corte truchas.
JUAN:
Engañada estáis en eso;
que el que regalos procura,
al campo a buscarlos sale;
el conejo en la espesura,
la liebre corre en llanos,
y por la arena menuda
las perdices y palomas;
junto de las fuentes puras
arma a los pájaros redes,
y, alguaciles de sus plumas,
las prende con varas altas
de varetas, porque no huyan;
de suerte que no hay regalo
que a la mesa de la gula
sirva platos de deleite,
que el campo no lo produzga.
En el campo vivís vos;
cazadora es mi ventura,
caseras aves la enfadan,
perdices del campo busca.
VIOLANTE:
Pardiez, que en eso acertáis;
que las aves o avechuchas
de Madrid son papagayos,
pluma hermosa y carne dura.
¡Quién se las ve pavonadas
arrastrando catalufas,
con más joyas que unas andas,
y una igreja colgaduras!
Si a pie, sobre nieve corchos
afrenta de la pintura,
dando a la plata de coces,
que por los lodos ensucian;
si a caballo, en cuatro ruedas,
y la Fortuna sobre una;
porque, en fin, son más mudables
tres veces que la Fortuna.
Pues desplomadas, veréis
cuán poco aprovechó el cura
cuando les puso en la igreja
la sal, porque no se pudran.
Puesto que los que las comen
nos suelen dar por escusa
que, perdices y mujeres,
aunque oliscan, no disgustan.
JUAN:
¿Hay gracia más sazonada?
Dame esa mano.
VIOLANTE:
¡O hi de pucha!
¿Y qué queréis her con ella?
JUAN:
La nieve de su blancura
podrá mitigar mi fuego.
VIOLANTE:
¿Es mi mano la de Judas,
con que matan las candelas,
dejando la igreja a oscuras?
JUAN:
Dámela, no seas crüel.
VIOLANTE:
Hágase allá; no se aburra
por ella; que tiene dueño.
JUAN:
¡Ea!
VIOLANTE:
A fe que le sacuda.
¿No le he dicho que hay quien pida
cuenta de ella?
JUAN:
¿Cuenta?
VIOLANTE:
Y mucha.
JUAN:
¿Luego quieres bien?
VIOLANTE:
Un poco.
JUAN:
¿Amor tienes?
VIOLANTE:
Una punta.
JUAN:
¿Eres casada?
VIOLANTE:
En eso ando.
JUAN:
¿Serás, pues, doncella?
VIOLANTE:
En muda.
JUAN:
¿Estás concertada?
VIOLANTE:
Estaba.
JUAN:
¿Y agora?
VIOLANTE:
Se ofrecen dudas.
JUAN:
¿Qué esperas?
VIOLANTE:
Que mos arrojen.
JUAN:
¿De dónde?
VIOLANTE:
De la trebuna.
JUAN:
¿Para desposaros?
VIOLANTE:
Pues.
JUAN:
¿Quién lo estorba?
VIOLANTE:
Mi fortuna.
JUAN:
¿Tienes celos?
VIOLANTE:
Por arrobas.
JUAN:
¿Con justas causas?
VIOLANTE:
Con justas.
JUAN:
Yo te vengaré.
VIOLANTE:
¿Y podrá?
JUAN:
¿Pues no?
VIOLANTE:
Es persona robusta.
JUAN:
¿No es villano?
VIOLANTE:
Eslo en el trato.
JUAN:
Pues muera.
VIOLANTE:
¿Quién lo rempuja?
JUAN:
Tu agravio.
VIOLANTE:
Él se enmendará.
JUAN:
Los míos.
VIOLANTE:
¿En qué le enjuria?
JUAN:
En amarte.
VIOLANTE:
¡A Dios pluguiera!
JUAN:
¿Es mudable?
VIOLANTE:
Cual la luna.
JUAN:
Aborrecerle.
VIOLANTE:
¿Por quién?
JUAN:
Por mí.
VIOLANTE:
Arre, que echa pullas.
JUAN:
Labradora de mis penas,
que, contándome las tuyas,
entre lágrimas y celos
mi esperanza traes confusa,
si te casas y me dejas,
tu vida y mi sepultura
celebrará amor a un tiempo.
VIOLANTE:
Habrá requies y aleluyas.
¿Parécele a su merced
que las labradoras usan
quillotros de amor, infame
si no es con voluntad lumpia?
JUAN:
Limpio es mi amor.
VIOLANTE:
Si le lava.
¿Casaráse él por ventura
comigo, como mi Antón?
JUAN:
Por ventura, y será mucha
la que el cielo me dará.
VIOLANTE:
Es muy alto de estatura,
y muy pequeña mi suerte.
JUAN:
Amor las iguala y junta.
VIOLANTE:
No sabré yo entarimarme,
ni caminar campanuda
en cuatro leguas de ruedo,
como cesta de criatura.
¡Bonita es la muchacha
para estarse hecha figura,
sufriendo en una visita
desacatos de una pulga!
El amor anda entre iguales;
que no hay labrador que unza,
si quiere arar igualmente,
un camello y una mula.
Supuesto esto, o toman
en casa, o adiós.
JUAN:
Escucha,
simple-sabia de mis ojos.
Si palabras aseguran,
si juramentos obligan,
si prendas desatan dudas,
por la luz de esos dos soles
que mis tinieblas alumbran,
por el abril de esa cara
que el enero no destruya,
que, si hallo que tu opinión
corresponde a tu hermosura,
sin mirar en calidades
--que amor no las pide nunca--,
rendirte he, siendo tu esposo,
la hacienda que me asegura
dos mil ducados de renta.
VIOLANTE:
Mire, si limpiezas busca,
más cristiana vieja soy
que Vizcaya y las Asturias.
JUAN:
¿Has cobrádome afición?
VIOLANTE:
No sé qué diabros me hurga,
desque le ví, dentro al alma,
que tien más de mil agujas.
Pero en fin, ¿se casará
conmigo?
JUAN:
Sin falta alguna.
VIOLANTE:
¿Y empalagaráse luego?
JUAN:
Amor firme siempre dura.
VIOLANTE:
Lo dulce luego empalaga,
y, como el amor es fruta,
suele comerse al principio,
y enfadar después, madura.
JUAN:
No hayas miedo de eso.
VIOLANTE:
¿A fe?
JUAN:
Por tu vida.
VIOLANTE:
¿Y por la suya?
JUAN:
Todo es uno.
VIOLANTE:
En fin, ¿le agrado?
JUAN:
Infinito.
VIOLANTE:
¿Iré segura?
JUAN:
Noble soy.
VIOLANTE:
¿Querráme mucho?
JUAN:
Adoraréte.
VIOLANTE:
¿De burlas?
JUAN:
De veras.
VIOLANTE:
¿Regalaráme?
JUAN:
Como a reina.
VIOLANTE:
¿Hará locuras?
JUAN:
En quererte.
VIOLANTE:
¿Es amorado?
JUAN:
Más que un portugués.
VIOLANTE:
¿Arrulla?
JUAN:
Como paloma.
VIOLANTE:
¿Rezonga?
JUAN:
De ningún modo.
VIOLANTE:
¿Mormura?
JUAN:
Pocas veces.
VIOLANTE:
¿Es tahur?
JUAN:
Sólo en amarte.
VIOLANTE:
¿Madruga?
JUAN:
Poco.
VIOLANTE:
¿Viene tarde a casa?
JUAN:
Vendré con el sol.
VIOLANTE:
¡Cordura!
¿Qué me llamará?
JUAN:
Mi cielo.
VIOLANTE:
¡Y qué más!
JUAN:
Mi sol.
VIOLANTE:
Con uñas.
JUAN:
Mí reina.
VIOLANTE:
¿Engalanaráme?
JUAN:
Como abril.
VIOLANTE:
¿Diráme injurias?
JUAN:
En mi vida.
VIOLANTE:
¿Andaré en coche?
JUAN:
Y en carroza.
VIOLANTE:
¿Traeré puntas?
JUAN:
De Flandes.
VIOLANTE:
¿Y azul?
JUAN:
También.
VIOLANTE:
¿Saldré algunas veces?
JUAN:
Muchas.
VIOLANTE:
¿A visitas?
JUAN:
Sí.
VIOLANTE:
¿Y a toros?
JUAN:
Con balcón.
VIOLANTE:
¿Y confitura?
JUAN:
Cuanta quieras.
VIOLANTE:
¿Si hay comedias?
JUAN:
No las perderás.
VIOLANTE:
¿Ninguna?
JUAN:
Ninguna, pues.
VIOLANTE:
¿Iré al Prado?
JUAN:
Irás al sol.
VIOLANTE:
¿Y a la luna?
JUAN:
El verano.
VIOLANTE:
¿Y qué ha de darme?
JUAN:
El alma.
VIOLANTE:
Arre, que echa pullas.
JUAN:
¡Polonia!
Sale POLONIA
POLONIA:
¿Qué es lo que mandas?
JUAN:
Tomar todo el pan procura,
y mete allá ese animal.
VIOLANTE:
Hay media hanega.
JUAN:
Haya una.
POLONIA:
Pan hay para dos semanas. Vase POLONIA
VIOLANTE:
Sáqueme luego la burra;
que anochece; y, si voy tarde,
temo que mi viejo gruña.
Págueme.
JUAN:
En este diamante.
VIOLANTE:
¡Han vido cómo relumba!
JUAN:
Como tus ojos.
VIOLANTE:
¿Es falso?
JUAN:
No hay cosa en mí falsa alguna.
VIOLANTE:
¿Y qué más?
JUAN:
Esta cadena.
VIOLANTE:
¿De alquimia?
JUAN:
Cual tu hermosura;
de veinticinco quilates.
VIOLANTE:
¡Qué bien vende sus agujas!
JUAN:
Y este bolsillo después.
VIOLANTE:
¿Son menudos?
JUAN:
Es menuda,
para tus merecimientos,
cuanta hacienda entra en Sanlúcar.
VIOLANTE:
Franco es.
JUAN:
Sélo tú.
VIOLANTE:
¿En qué?
JUAN:
En darme
una mano.
VIOLANTE:
¿No más que una?
JUAN:
Basta.
VIOLANTE:
Velas aquí dambas.
JUAN:
Vengan.
VIOLANTE:
Arre, que echa pullas.
Salen don GÓMEZ, doña SERAFINA y un CRIADO
GÓMEZ:
Dejémosle por un rato
descansar. ¿Qué te parece?
SERAFINA:
Que su presencia merece,
noble y apacible trato,
cualquier generoso empleo.
GÓMEZ:
No importa poco este abono.
SERAFINA:
Ya su tardanza perdono,
si hizo mártir mi deseo.
¡Gallarda moza!
GÓMEZ:
Don Juan,
¿qué labradora es aquésa?
JUAN:
La que sazona tu mesa
con el más sabroso pan
que Vallecas dio a Madrid.
GÓMEZ:
¿Vos sois quien nos trajo ayer
pan?
VIOLANTE:
Y hoy lo vuelvo a vender.
GÓMEZ:
Cada día acá venid;
que, como iguale al primero,
tendréis en mí un parroquiano.
¿Cómo dejaste al indiano
y aquí te quedaste?
JUAN:
Quiero
prevenirle el aposento
y dar en su cena traza.
GÓMEZ:
Vaya ese mozo a la plaza.
JUAN:
No habrá cosa de momento
en ella; que es tarde ya.
GÓMEZ:
La despensa del Marqués,
o la de algún ginovés,
mi güesped regalará,
que se ha de quedar por hijo
en casa.
SERAFINA:
¡Notable agrado
tiene nuestro encomendado!
JUAN:
¿Ya le alabas?
SERAFINA:
Ya le elijo
por dueño. Salen don PEDRO y AGUDO
PEDRO:
No hay dar con él.
AGUDO:
¡Válgate el diablo por hombre!
Madrid es mar; no te asombre
que no halles tan presto en él
un atún, donde andan tantos.
PEDRO:
No he perdonado mesón.
AGUDO:
Casas de posadas son
castillos de estos encantos.
PEDRO:
De don Gómez, he sabido
que vive aquí.
AGUDO:
Imprudencia
ha sido la negligencia
que en descubrirte has tenido.
Háblale; que con su ayuda
será más fácil hallar
este diablo.
PEDRO:
Ha de dudar
de mí.
AGUDO:
Entre tanto que duda,
dando señas de quien eres,
esotro parecerá.
PEDRO:
Aquí don Gómez está.
AGUDO:
Cuanto más te detuvieres,
más agravias a tu amor.
Pero ¿conócesle?
PEDRO:
Sí.
Ayer mañana le vi.
AGUDO:
Pues llega a hablarle, señor.
PEDRO:
Si vuestros brazos merece
quien, por gozar vuestra casa,
el piélago inmenso pasa
que sepulcro al sol ofrece,
los trabajos restaurad
de vïaje tan prolijo
en quien, siendo vuestro hijo,
hace deudo la amistad
que con mi padre tuvistes,
y por vos España goza;
don Pedro soy de Mendoza.
GÓMEZ:
¿Cómo es eso?
PEDRO:
Si escribistes
a don Diego, mi señor,
a deseos de que viniera
de Méjico, y mereciera
juntar en uno el valor
de vuestra casa y la mía;
en fe de cumplirlos vengo,
puesto que ocasiones tengo
más de pesar que alegría.
GÓMEZ:
Caballero, no os entiendo.
¿Que sois don Pedro decís
de Mendoza, y que venís
de Méjico?
VIOLANTE:
(¿Qué estoy viendo? (-Aparte-)
¿No es éste aquel caballero
que la maleta trocó,
y el engaño declaró
de mi don Gabriel? ¿Qué espero?)
PEDRO:
Muy cuidadoso entendí
que en mi venida os hallara;
mas quien tan seco repara
en mis palabras así,
no debe de aguardar yerno
de Indias, o habrá tenido
nuevas que se habrá perdido.
Creí que, amoroso y tierno,
mi nombre apenas dijera,
cuando os hallara colgado
de mi cuello, y que, turbado,
mientras la lengua pudiera
darme alegre el bienvenido,
los ojos le interpretaran
con lágrimas que mostraran
el amor que habéis fingido.
GÓMEZ:
¡Ah don Juan! ¿No escuchas esto?
Serafina, ¿esto no ves?
PEDRO:
¿Aquéste el serafín es
que en tanto riesgo me ha puesto?
¿Vos sois don Juan de Peralta?
Dadme los brazos los dos.
SERAFINA:
Téngase, señor. ¡Ay Dios!
¡Qué grosero!
PEDRO:
¡Esto me falta,
tras la pérdida pasada!
Desengáñalos, Agudo.
AGUDO:
De admiración estoy mudo.
PEDRO:
¡Oh Madrid, Creta encantada!
¿Esto es lo que en ti medro?
JUAN:
Que vos don Pedro os llaméis
de Mendoza o no, sabréis
que el verdadero don Pedro
ha un hora que en casa está
por hijo de ella admitido,
por cartas reconocido,
y por las señas que da.
GÓMEZ:
Si la corte os ocasiona
y sus enredos a usar
marañas con qué engañar,
no es digna vuestra persona
de tan ruin proceder.
SERAFINA:
Mejor fuera dar noticia
de este engaño a la justicia.
PEDRO:
¡Cielos! ¿Esto vengo a ver?
No me espanto que, engañado,
señor don Gómez, neguéis
en quien nunca visto habéis
la acción que el cielo me ha dado.
Ese don Pedro fingido
es un embelecador,
en sus engaños traidor,
si en su talle bien nacido,
que, hurtándome hacienda y nombre
en Arganda el otro día,
pagó así mi cortesía
y regalos, porque es hombre
que, engañando con el traje
a quien en su casa le honra,
las hijas nobles deshonra
en pago de su hospedaje.
Huyendo de Flandes viene,
como dirá este papel,
y el capitán don Gabriel
de Herrera por nombre tiene.
Palabra de esposo dio
a cierta doña Violante
en Valencia, y al instante
se fue que la deshonró.
Si no basta esta experiencia,
en casa le recebid;
que mejor hará en Madrid
embelecos que en Valencia;
y admítale por amante
vuestra hija, si a él se inclina,
porque doña Serafina
consuele a doña Violante.
VIOLANTE:
(¡Bueno anda, cielos, mi honor, (-Aparte-)
y buena anda también, cielos,
la confusión de mis celos
y el crédito de mi amor!)
GÓMEZ:
¿Hay enredo más extraño?
Llamadme a don Pedro acá.
SERAFINA:
No le llamen; que será
ocasión de algún gran daño.
Éste será su enemigo,
que por este modo intenta
hacer a don Pedro afrenta;
y crean, pues yo lo digo,
que el corazón no me engaña.
Porque ¿quién ha de creer
que tal se atreviera a hacer
un hombre a quien acompaña
tan noble disposición?
¿No autorizan su nobleza
las joyas que con largueza
me acaba de dar? ¿No son
las cartas testigos fieles
que del virrey ha traído,
las que de su padre has leído,
las libranzas y papeles,
de más de treinta mil pesos,
con que mentiras contrasta?
Yo le quiero bien, y basta.
PEDRO:
¿Hay más confusos sucesos?
AGUDO:
Ahora entra el hablar yo.
A pagar de mi dinero,
que ese pardo caballero
la maleta nos llevó,
por mi culpa y nuestro daño
en Arganda, y que en su vida
vio a Méjico; y, si es servida,
salga aquí, y verá su engaño.
Y si no, porque aproveche,
respóndame a este argumento:
las islas de Barlovento
¿cuántas son? ¿Dónde es Campeche?
¿Cómo se coge el cacao?
Guarapo, ¿qué es entre esclavos?
¿Qué fruta dan los guayabos?
¿Qué es cazaba, y qué jaojao?
SERAFINA:
¿No ves como están sin seso?
Repara en los disparates
que dicen.
GÓMEZ:
Casa de orates
es la corte.
PEDRO:
¿Cómo es eso?
¡Vive Dios, que me obliguéis
a que dé en la calle voces,
y saque ese infame a coces,
cuando esconderle intentéis!
GÓMEZ:
¡Miren si crece la furia!
No hay que hablar; locos están.
Échalos de aquí, don Juan.
PEDRO:
Cuando me hagáis esa injuria,
os hará creer quién soy
la espada que al lado ciño.
JUAN:
¡Pobre mozo!
GÓMEZ:
¡Buen aliño
de don Pedro!
AGUDO:
Ya me doy
por conventüal del Nuncio.
No nos lleven a Toledo;
vámonos, que tengo miedo
de aquestos hombres. Renuncio
el título que hasta aquí
tuve de indio.
PEDRO:
¡Que consienta
tal burla el cielo en mi afrenta!
SERAFINA:
Ya le torna el frenesí.
PEDRO:
Vive Dios, que he de sacalle
a estocadas acá fuera.
Veamos si esta quimera
osa afirmar en la calle.
Ya de veras me provoco,
y el seso y paciencia pierdo.
SERAFINA:
Padre, teme, si eres cuerdo,
la espada en manos de un loco.
Déjalos en el zaguán.
GÓMEZ:
Cierra aquesa puerta apriesa.
JUAN:
Entraos acá, mi Teresa.
VIOLANTE:
Ya yo sé, señor don Juan,
amansar locos. Vanse todos y quédanse doña VIOLANTE, don PEDRO y AGUDO
VIOLANTE:
Pesada
burla, don Pedro, os han hecho,
pero aquí no es de provecho
mostrar razones ni espada.
¿Conocéisme?
PEDRO:
¿No sois vos
la villana de Vallecas?
VIOLANTE:
Sí, que entre artesas y ruecas
me han dado de dos en dos
los oficios, ya de hilar,
ya de amasar y traer
pan a Madrid que vender.
Bien pudiera atestiguar
lo que cerca de esto sé,
y yo por mis ojos vi;
pero, si admitís de mí
los consejos que os daré,
dejad pasar esta furia,
y entre tanto prevenid
quien os conozca en Madrid
y libre de tanta injuria;
que imposible es que no haya
algunos en esta villa,
que en Méjico o en Sevilla,
cuando pisastes su playa,
no sepan quién sois.
PEDRO:
Hay ciento
en Sevilla; mas no sé
si en Madrid los hallaré.
VIOLANTE:
Escribid allá.
PEDRO:
Eso intento;
mas si entre tanto se casa...
VIOLANTE:
Eso no; yo os lo aseguro.
Venir cada día procuro
con pan reciente a esta casa.
Tengo ya mucha amistad
con la Serafina bella,
y suelo parlar con ella
con gusto y con igualdad.
En lo que os podré servir
es que, entre tanto que halláis
los testigos que buscáis,
me obligue yo a persuadir
que vuestra dama dilate
sus bodas, porque llevarlo
así a veces, será echarlo
a perder.
AGUDO:
Que es disparate.
PEDRO:
Si vos, bella labradora,
eso hiciésedes, sería
la hacienda y la vida mía
vuestra perpetua deudora.
VIOLANTE:
La lástima que me hacéis
me obliga a que por vos haga
esto, sin querer más paga.
PEDRO:
Buena de mí la tendréis.
VIOLANTE:
No os canséis en la demanda,
hasta que halléis quien de vos
dé noticia. Adiós.
PEDRO:
Adiós.
AGUDO:
¡Válgate el diablo el Arganda! Vanse los dos
VIOLANTE:
Basta, que aquí está el ingrato,
ocasión de mis querellas,
y que en engañar doncellas
ha puesto caudal y trato.
Ya yo supe desde ayer
que era ésta la Serafina
que al indiano desatina
y mi esposo vino a ver.
A don Juan traigo perdido,
y téngole de enlazar,
por lo que me ha de importar
el tenerle entretenido.
Amor, pues tanto embelecas,
dame algún discreto ardid
con que celebre Madrid
la villana de Vallecas.
Vase.
Salen don VICENTE y AGUADO
VICENTE:
¿Tú en la corte, traidor? ¿Qué es de mi hermana?
Contigo huyó sin honra y sin recato;
tú sabes de ella, y quien me afrenta sabes.
Dímelo, o ¡vive Dios! que en ti comience
a dar principio a mi venganza honrada.
AGUADO:
Detén, señor, la furia con la espada.
Verdad es que salí con mi señora
la misma noche que la echaste menos,
porque, burlada de promesas leves
de un soldado de Flandes que allí vino,
a trueque de palabras y de firmas,
le dio la posesión de su honra y fama.
Enamorada de botones de oro,
y de plumas ligeras que volaron
con su ingrato soldado fugitivo,
la enseñó, aunque fue tarde, su escarmiento,
que, quien en plumas fía, cobra en viento;
salimos de Valencia; mas no pienses
que puedan tanto en ella sus agravios,
que al qué dirán del vulgo impertinente
arriesgue su opinión por los caminos,
viniendo tras su amante hasta en la corte;
antes, juzgando por indigna cosa
vivir en tu presencia deshonrada,
y a vista de los ojos de Valencia,
AGUADO:
--que el noble, aunque afrentado, si es discreto,
piensa que todos saben su secreto--
de mi lealtad fïada, hasta Monviedro
salió conmigo, y en la real clausura
que de Santa Matrona tiene nombre,
a la abadesa dio, por ser su tía,
cuenta de su desgracia, y, entre tanto
que el cielo da remedio a sus injurias,
encerrada y llorando cada día,
maldice la mujer que en hombres fía.
Prometíla venir a Madrid luego
en busca de don Pedro de Mendoza
y don Gabriel de Herrera, que disfraza
aqueste nombre, que es el verdadero,
para engañar mejor con el primero;
y quiso Dios que, en la posada misma
que tomé en esta corte, se aposenta
el autor cauteloso de tu afrenta.
Porque, creyendo entrar en mi aposento,
entré en el suyo, y vi sobre un bufete
billetes de tu hermana y mi señora,
que en fe de sus amores la escribía
cuando en Valencia conquistó su fama;
y, de algunos papeles que con ellos
hallé revueltos y leí curioso,
supe llamarse don Gabriel de Herrera,
ser capitán de Flandes, y haber muerto
a un ilustre tudesco, a cuya causa,
huyendo de castigos y temores,
viene a Madrid con cartas de favores.
Ésta es la verdad pura, y porque sepas
si la digo o si miento, aguarda un poco;
sacaré los papeles, que aquí dentro
de tus azares han de ser encuentro.
Vase
VICENTE:
Honra, si esto es verdad, dadme en albricias
el gusto que me falta por perderos.
Si el capitán ingrato tiene prendas
dignas de mi valor, y restituye
a mi hermana la honra que ha usurpado,
será, en vez de enemigo, mi cuñado. Sale AGUADO
AGUADO:
Abierto el aposento se dejaron,
porque en falso la llave en él echaron.
¿No es de doña Violante aquesta letra?
Estos versos ¿no son en su alabanza?
Y en ellos ¿no blasona avergonzado
un sol, de quien el otro fue traslado?
Mira pues esta carta, y saca de ella
cómo se llama este don Pedro falso,
la muerte del tudesco y su venida,
y estima mi lealtad agradecida. Don VICENTE lee los papeles aparte
De molde ha venido el hospedaje
en la misma posada de don Pedro;
que, aunque de las maletas supe el trueco,
y sé que el pobre indiano está inocente,
entre tanto que el otro no parece,
sosegaré la furia valenciana
de mi señor, padezca o no padezca
don Pedro de Mendoza; que, pues finjo
que la villana noble está en Monviedro,
este enredo ha de ir de Pedro a Pedro.
VICENTE:
Ya doy por bien empleada mi venida.
En la corte no es cuerdo el que negocia
casos de honra por armas, que se quedan
en la calle, saliendo a poner paces
sus vecinos, y, siendo pregoneros,
a una verdad añaden muchos ceros.
Más vale averiguarlo por justicia,
y, haciéndole prender seguramente,
el qué dirán huir del vulgo y gente.
Llámame un alguacil de corte al punto.
AGUADO:
Con él vuelvo al instante. (El mejicano Aparte
perdone; que este enredo importa ahora
a mi vida y honor de mi señora.)
Vanse.
Salen don PEDRO y AGUDO
PEDRO:
Agudo, ¿aquésta es España?
¿Castilla y su corte es ésta,
tan celebrada en las Indias
en el término y llaneza?
Los que de España pasaban,
nos decían en mi tierra
que los dobleces y engaños
eran naturales de ella;
bien lo experimento en mí,
pues en Madrid entro apenas,
cuando confunden mi dicha
los laberintos de Creta.
No hallo nobleza sencilla,
amistad que permanezca;
caballos de Troya son
cuantos la corte sustenta.
¿Qué he de hacer menospreciado,
sin crédito y sin hacienda,
tenido por loco en casa
de don Gómez?
AGUDO:
Trocar quejas
en diligencias, señor.
Hoy es día de estafeta;
escribe luego a Sevilla
a algún amigo que venga
y traiga hecha información
de quién eres, con que puedas
desmentir de tu contrario
invenciones y quimeras.
El capitán del navío
en que veniste, en nobleza
y amistad es otro tú,
si no miente la experiencia.
Amigo fue de tu padre;
con su camarote y mesa
te obligó en la embarcación,
trayéndote por su cuenta;
él y los que te conocen
desharán aquesta tela,
que tantas marañas urden,
y tanta mentira enreda.
Acude a los mercaderes
de esta corte, a quien las letras
vienen que de Indias trujiste,
porque cobrallas no pueda
quien cobra las de tu amor;
que, con estas diligencias,
averiguando verdades,
saldremos de esta molestia.
Sale don VICENTE
VICENTE:
(¡Válgame el cielo! Si es éste (-Aparte-)
el vil autor de mi afrenta,
venganza, tened la espada;
que aquí ha de hacer la prudencia
más que el enojo arrojado.) Salen don GÓMEZ, don GABRIEL, don JUAN, doña SERAFINA, doña VIOLANTE y CORNEJO
GABRIEL:
¿Hay semejante insolencia?
Dejadme, señor don Gómez.
JUAN:
Deteneos.
GABRIEL:
¿Que me detenga
me aconsejáis vos, don Juan?
¡Vive Dios...! Habla aparte CORNEJO a su amo
CORNEJO:
¿Qué es lo que intentas?
¿Para qué a don Pedro buscas?
GABRIEL:
¡Que haya en Madrid quien se atreva
a tan gran bellaquería!
¡Que haya quien afirmar pueda
que no soy don Pedro yo!
CORNEJO:
No levantes polvaredas
que han de darnos en los ojos.
SERAFINA:
¡Que mis lágrimas no sean
bastantes a refrenar,
don Pedro, la furia vuestra!
GÓMEZ:
Serafina, ¿tú también
sales acá?
SERAFINA:
No respeta
en los peligros Amor
imposibles que no venza.
Temo que alguna desgracia
a mi esposo le suceda,
que viene tras estos locos,
y el alma tras sí me lleva.
VIOLANTE:
(¡Ay, cielo! ¿en qué laberintos (-Aparte-)
mis desventuras enredan
la esperanza de mi amor,
medio verde y medio seca?
¿Qué es lo que intenta el ingrato
de mi amante, que encadena
tanto eslabón de mentiras
en su daño y en mi ofensa?
Sus pasos cual sombra sigo,
porque es imán su presencia
de los yerros de mi amor;
mi dicha a dorarlos vuelva.)
JUAN:
Aldeana de mis ojos,
¿qué hacéis vos aquí?
VIOLANTE:
Soy muerta,
señor don Juan, por hallarme
entre pleitos y pendencias.
¡Par diez que habemos de ver
el fin que tienen aquéstas!
JUAN:
En todo sois de buen gusto.
VIOLANTE:
Haylos bravos en mi aldea.
(¡Cielos! aquí está mi hermano. (-Aparte-)
Si me ve, mi muerte es cierta.
Sayal, villanos rebozos,
mi vida se os encomienda.)
GABRIEL:
¿Sois vos el que, en desacato
de mi fama y mi nobleza,
pretendistes usurpar
mi apellido y nobles prendas?
¿Sois el que afirmáis venir
de Nueva España, y me afrenta
diciendo que os he robado
la esposa, el nombre, y la hacienda?
¿El que el blasón de Mendoza,
que mi sangre antigua hereda,
os aplicáis, afirmando
que soy don Gabriel de Herrera,
que huyendo vengo de Flandes,
que he deshonrado en Valencia
una mujer principal,
y otras marañas como éstas?
PEDRO:
A atrevimiento tan grande,
por no decir desvergüenza,
mejor será que os responda
la espada, que no la lengua.
No sólo afirmo eso mismo;
pero, conforme a las muestras
de vuestro villano trato
y rüin correspondencia,
digo que tampoco sois
don Gabriel, aunque desmienta
los papeles que os abonan,
quizá falseando letras,
porque sujeto tan vil,
¿cómo es posible que tenga
sangre generosa y noble,
cuando se honra con la ajena?
Que el hurtar en las posadas
honras que vendéis por vuestras,
como habéis hecho conmigo,
no será en vos cosa nueva.
Pero ¿qué sirven razones
a quien no hace caso de ellas?
Firme en mi abono la espada
lo que en mi derecho aprueba.
Saca la espada
GABRIEL:
¿Hay iguales desatinos?
Agora digo es de veras
el estar este hombre loco;
mas curarále la pena.
Apartaos, mi Serafina;
quitaos, don Juan.
JUAN:
No es prudencia
sentirse de quien no agravia.
Pase esto por burla y fiesta.
GÓMEZ:
Yo estoy de quién sois seguro,
Serafina satisfecha,
conocido este embeleco;
¿qué hay pues que indignaros pueda? Salen un ALGUACIL y AGUADO
AGUADO:
El alguacil que mandaste
es éste.
VICENTE:
A buen punto llega.
ALGUACIL:
Ya estoy del caso enterado.
¿A quién me mandáis que prenda?
VICENTE:
A este enredador de España;
que, según son las quimeras
que hace, no hallo otro nombre
que más propio le convenga.
ALGUACIL:
Soltad, hidalgo, las armas.
PEDRO:
¿Yo?
ALGUACIL:
Pues ¿quién queréis que sea?
Veníos comigo a la cárcel.<poem>
GABRIEL:
Pues ¿qué es esto, caballero?
VICENTE:
Cosas indignas apenas
de crédito, aunque se ven.
Si he de sacar consecuencias
de lo que aquí os he escuchado,
éste es don Gabriel de Herrera,
de el Mendoza usurpador,
que a mi hermana menosprecia;
a mí me trae en su busca,
y a vos sus culpas os echa.
PEDRO:
Cielos! ¿En qué os he ofendido?
No ha tres semanas enteras
que tomé puerto en Sanlúcar
--¡sepultárame su arena!--
Pues ¿cómo en tan corto espacio
os pude yo hacer ofensa?
Mirad que el que os agravió
es este traidor, que intenta
levantarse con mi esposa,
con mi nombre y con mi hacienda.
SERAFINA:
¡No está mala la invención!
PEDRO:
Agudo, ¿cómo no alegas
todo lo que en esto sabes?
AGUDO:
Cuando necesario sea,
diré lo que en esto sé;
que desmentir tantas lenguas
es navegar contra el viento.
PEDRO:
Vos, hermosa panadera,
¿no sabéis lo que en esto hay?
VIOLANTE:
¿Yo? ¿De qué quiere lo sepa?
¿Hele visto yo en mi vida?
PEDRO:
¿Hay confusiones como éstas?
¿No estuvistes vos presente,
hidalgo, en aquella aldea,
donde supistes el caso
y trueco de las maletas?
AGUADO:
¿En aldea yo con vos?
Ya no me espanto que os tengan
por embaidor o por loco;
¿Conmigo vos?
PEDRO:
En Vallecas.
AGUADO:
¿Dónde cae esa ciudad?
PEDRO:
¡Un rayo caiga y me encienda!
Que, pues son contra mí todos,
ya la vida me molesta.
ALGUACIL:
Vengan los dos a la cárcel.
Llévanlos
VIOLANTE:
(Por librar mi ingrato de ella, (-Aparte-)
fingí ignorar lo que vi;
que el amor tiene más fuerza
que la injuria.)
GÓMEZ:
¡Extraño enredo!
GABRIEL:
Con esto no habrá sospecha
acerca de mi opinión,
que a descomponerme venga.
GÓMEZ:
Pues de vos ¿cuándo la hubo?
SERAFINA:
Luego dije yo quién era
el enredador. ¡Jesús!
¡Que esto en Madrid se consienta!
VICENTE:
Adiós, caballero.
GABRIEL:
Adiós.
Servíos de la casa nuestra;
y el fin que vos deseáis
aquestos sucesos tengan.
VICENTE:
Bésoos, señores, las manos.
Vase don VICENTE
VIOLANTE:
Aguado.
AGUADO:
Señora.
VIOLANTE:
Ordena
de verme.
AGUADO:
¿Cuándo?
VIOLANTE:
Mañana.
AGUADO:
Si iré.
Vase AGUADO
JUAN:
¡Qué! ¿ Vaisos, Teresa?
VIOLANTE:
¿No le parece que es hora?
JUAN:
Aunque es noche, no hay tinieblas
donde vos estáis, que sois...
VIOLANTE:
Dirá que sol o linterna.
GABRIEL:
Todo se hace bien, Cornejo.
CORNEJO:
Date con la dama priesa;
que, por Dios, que tengo el alma
con más de mil tembladeras.
Vanse todos;
quédanse don JUAN
y doña VIOLANTE
JUAN:
¿Queréis que vaya con vos?
VIOLANTE:
¿Para qué? Mi pueblo es cerca,
la burra, al venir, de plomo,
pero de pluma a la vuelta.
No le faltará a quien ronde
acá su merced; que hay rejas,
y redendijas también.
JUAN:
Rondará memorias vuestras
el pensamiento, no más.
¿Quién hay en Madrid que pueda
competir con vos?