Lance de honor
Cuando el general José de San Martín tuvo la persuacion de que el ejército patriota no llegaria á Lima por el Alto Perú, obtuvo la gobernacion de la provincia de Cuyo y comenzó á formar pacientemente, en su capital, el ejército que pasaria á la historia con el glorioso agregado, de los Andes.
En 1815 pidió á la autoridad central, que le enviara los dos escuadrones de «Granaderos á caballo» que estaban en Buenos Aires, de regreso del sitio de Montevideo, pues el 3° y 4° metidos en las serranías de Bolivia, no bajaron á Mendoza hasta el año siguiente, despues de la derrota de Sipe-Sipe, donde tuvieron no pequeña parte en la salvacion y retirada de los vencidos.
El gobierno cedió y en agosto de ese año llegaron al campamento del Plumerillo, para servir de plantel á las fuerzas que se organizaban, el 1° y 2° escuadron con sus comandantes Melian y Medina.
Fueron perfectamente recibidos y la sociedad mendocina trataba de balagar y obsequiar de la manera más cumplida á la brillante oficialidad que hasta hoy no ha tenido iguäl en el ejército argentino.
Les dieron comidas, bailes, corridas de toros, y en fin, la verdad sea dicha, que si Mendoza fué taller de soldados, vivió también en fiesta permanente por mas de dos años.
En uno de estos bailes, en casa del Gobernador, tuvo lugar el incidente que vamos á narrar y que trajo por resultado un duelo.
Sus actores fueron el teniente coronel José Melian y el teniente, despues coronel, don Manuel de Olazábal.
Detengámonos un momento para bosquejar estas dos figuras simpáticas de nuestra gran epopeya.
Ambos eran de Buenos Aires: el primero, nacido el 19 de marzo de 1784 — el 30 de diciembre de 1800 el segundo.
Melian habia servido en las invasiones inglesas, en el cuerpo de ejército auxiliar de Belgrano en 1810,— en el primer sitio de Montevideo y batalla del Cerrito, — en el segundo sitio hasta su rèndición y en la campaña contra los anarquistas.
Olazábal habia debutado en San Lorenzo y en el segundo sitio de Montevideo, teniendo el honor de entrar el primero y como jefe de la escolta del General, cuando no contaba aun catorce años.
¡Qué hombres aquellos!
Sucede, pues, que concurrieron á una tertulia y como Olazábal pretendiese sacar la compañera á su comandante, éste no se lo permitió, hasta que con su insistencia, le indujo á decirle: «Déjese de embromar, mocoso».
El insulto era grave y de esos que un militar de honor y á mas de los del regimiento chiche no podia tolerar en silencio, so pena de sufrir, las burlas de sus compañeros y quizá el menosprecio de su General.
Como se sabe, en virtud de un reglamento reservado, el duelo era permitido en ciertos casos por el rígido y justiciero San Martín.
Olazábal queria batirse esa misma noche, pero el general, que supo el incidente y las consecuencias que llevaba, le hizo desistir de su empeño ofreciéndole, en caso contrario, fusilarlo.
Terminada la reunion, el ofendido se fué á casa de Melian y le desafió, lo que el de todos querido Pepe, aceptó inmediatamente.
El padrino de Melian fué el coronel del regimiento y despues brigadier general don José Matfas Zapiola. — El de Olazábal, el capitan, despues coronel, don José Francisco Aldao.
Al amanecer se reunieron en un sitio apartado de la alameda y marcharon hácia la falda de los cerros.
Se batieron á sable y con tenacidad.— El comandante recibió una cuchillada en la pierna; el teniente una en la rodilla y otra en la mano derecha. Como la primera de éste era grave, el mismo adversario para ocultarlo y asistirlo mejor, lo llevó á su casa.
Al dia siguiente, dice Olazábal en sus Reminiscencias, «como á las 9 de la mañana, se me presentó un sirviente desconocido con una bandeja llevando una sopera con puchero de gallina y una cafetera con café con leche, entregándome un peso fuerte».
Por la tarde se repitió el envío y así duró cerca de un mes y medio que el teniente estuvo en cama.
Despues supo que esa atencion la debia á quien él lo maliciaba: å San Martín.
Mas adelante, cuando ya Olazabal podia caminar con muletas, un día que atravesaba el patio del cuartel, oyó la voz del centinela de la puerta que gritó: Los de guardia ¡el general! San Martin cuando andaba á caballo siempre era al trote largo; así es que no le dió tiempo á esconderse y al verlo se detuvo, se apeó, y dirigiéndose al inválido, le puso la mano en el hombro, diciéndole:
— Y bien, hijo, que tiene usted?
— Señor, una rodada que he dado.
— Siempre será usted calavera, eh! Cuidese usted y no vuelva á rodar.
Melian y Olazábal tomaron parte distinguida despues en Chacabuco y Maipú. — El último actuó también en la guerra civil.
El mayor murió el 1° de diciembre de 1857 y el mas jóven el 19 de julio de 1872.
Sus restos esperan el día no lejano de ser colocados en el Panteon Nacional.