Las beldades de mi tiempo/V

De Wikisource, la biblioteca libre.
CAPÍTULO V


Recordarán ustedes que en mi anterior capítulo les hablé del compromiso que tenía de explicar a una señorita amiga mía... linda, por supuesto, (pues que para fealdades yo me basto y aún me sobro) el porqué de esas balas que orgullosa ostenta la torre de Santo Domingo a los y a las que observan y que recuerdan la Invasión Inglesa de 1807.

No trato de historiar, que para eso está el señor Ministro doctor don Vicente F. López. No, señor: no me meto en eso, pues, en cuanto me equivocara en una línea, caerían encima de mí, sin misericordia alguna, los miles de historiógrafos que tan repentinamente han surgido; creo sea de ello testimonio lo sucedido en el asunto de las peras de agua, cuya discusión absorbió quince días de rectificaciones lo menos. ¿Cuántas semanas me machacarían sobre... si fueron galgos o fueron podencos? Pues bien: anticipándome a las observaciones, diré desde ya, que fueron podencos.

Sepan mis lectoras que desde los corrales del Miserere (hoy Once de Septiembre), creyendo tener la breva pelada, y que se la llevaban así a la fija, mandaron a los soldados sacar las piedras de los fusiles, que eran de chispa como los que teníamos hasta poco ha, y arrojarlas junto con las de repuesto que, eran dos por cada infante, todo con el objeto de venirse precipitadamente y tomar posiciones, hecho que viene a explicar cómo las patriotas porteñas, desde las ventanas y azoteas, a que no hacían fuego, les enviaran cuanto cacharro y tiestos rotos le caían a las manos.

Es notable, entre otras, la que en la azotea de la señora Casamayor de Zuca, en la que había colocado un muñeco tuerto y mefistofélico, para llamarles la atención y asustarlos, les echaron jarros, lebrillos y tachos de agua caliente, sin recibir de ellos lesión alguna.

Pero vamos al cuento.

Estas tropas inglesas, dicen los instruídos y leídos, iban para el Cabo de Buena Esperanza: —que llegados a la altura del Río de la Plata, fondearon tomándose a Montevideo; y que, — viendo estos países tan desiertos y tan lindos, res nullius, los generales Stirling y Auchmuty trataron de quedarse con ellos como era costumbre inveterada, antes que don Andrés Bello introdujera las bellas reformas que todos saben en el derecho de gentes.

En 1805 Berresford, con estas tropas, entre las que venía, el célebre Regimiento 71 de línea al mando de Pack, atacó a Buenos Aires y lo tomó.

Pero el 12 de Agosto del año siguiente, 1806, vino de Montevideo don Santiago Liniers, con algunas fuerzas que desembarcaron en el Pueblo de las Conchas, arrojados allí por una gran tormenta que los pilló en el camino, y de allí se vinieron al ataque de la Ciudad, y vencieron a las tropas inglesas que dejaron de trofeo sus banderas, entre las que estaba la del 71 de línea, que hoy se guardan colocadas en lujosos cuadros, merced al Intendente don Torcuato Alvear.

Este Regimiento sigue hasta el presente revistando sin bandera, mientras no la reconquiste o tome otra cualquiera en algún campo de batalla; pero va largo el asunto hasta ahora; pues ni en Crimea, ni en Inkerman, ni en Balaclava la pudo reponer... ¡qué quieren ustedes! son percancees y peripecias de la guerra.

Muchos creen, y no van errados a fe, que la vandálica operación de apoderarse de las Malvinas, atropellando todos los principios del Derecho de Gentes, es una venganza, aunque innoble, de aquella afrentosa derrota del año 6.

Otros piensan que los ingleses esperan recuperar sus banderas, en canje por las Malvinas. Lo que fuere sonará. Es eso lo único de que no deben dudar mis amables lectoras.

Volviendo a lo de Buenos Aires, fueron vencidos en toda regla los señores ingleses, que por una capitulación se retiraron a Montevideo a esperar nuevos refuerzos que recibieron el año 7, con el general Whitelocke en número de 12.000 hombres para reconquistarnos.

Parte de estas tropas desembarcaron por San Borombón, y, dejando en el lugar que es hoy la Villa de Quilmes, al coronel Mack-Mahon, irlandés; con 1.500 hombres, vinieron a situarse en los Corrales del Miserere, derrotando allí 1.000 hombres de la plaza al mando de don Santiago Liniers que, deshecho, se retiró a la campaña. Que si siguen la victoria se posesionan de la Plaza, y yo sería actualmente Mister Calzadilla, y quizá sería Banquero y montaría en caballos rabones.

Pero el general inglés hizo la tontería de descansar, festejando la victoria, y cuando lo hizo, los tercios españoles hicieron prodigios de valor, y vencieron, debido este triunfo a la tenacidad del alcalde de Primer Voto don Martín de Alzaga, que organizó la resistencia durante esa noche célebre, colocando las tropas en las azoteas y torres, las mayores alturas de entonces, que batieron las columnas que entraban a tomar el Fuerte y el Retiro.

Aquí cabe hacer notar el valor de un jovencito de 14 años, llamado Ladislao Martínez, que dicen se batió con singular arrojo, hasta merecer de sus mismos enemigos el sobrenombre de Napoleón Chico.

La otra columna avanzó hasta la Iglesia de Santo Domingo, de que se apoderaron con 700 hombres para recuperar las banderas perdidas en 1806. Pero no pudieron salir por el fondo de la Iglesia, como falsamente lo indicaban los planes de ataque que traían, y allí quedaron batidos y cañoneados por nuestras fuerzas desde el fuente; y capitularon cuando tenían sobre el pavimento de la Iglesia 150 hombres entre muertos y heridos.

Don Martín de Alzaga, el mismo Liniers, (que lo mandaron buscar al campo), y don Francisco Villanueva estaban en los balcones del Cabildo presenciando la acción.

Whitelocke volvió a Inglaterra, en donde fué sometido a un Consejo de Guerra en "HorseGruard", que duró 28 dias (Marzo 24 de 1808), sufriendo una terrible sentencia, cuyo texto, muy poco conocido de los argentinos a quienes tanto interesa, me cabe la gloria de publicarlo aquí, merced a la interesante curiosidad de mi bella amiga.

Ahí va ese importante documento:

SENTENCIA
ÓRDENES GENERALES
Cuartel de la Guardia de Caballería.
24 de Mayo de 1808


En el Consejo de Guerra reunido en el Hospital Real de Chelsea, el 28 de Enero de 1808, bajo la presidencia del General, el muy honorable Sir William Meadoros R. B., de acuerdo con el decreto especial de Su Majestad, del 25 del mismo mes, y continuado por emplazamiento hasta el 18 de Marzo siguiente, el Teniente General Juan Whitelocke fué juzgado por los cargos siguientes: (Véase pagina 1).

SENTENCIA

Habiéndose debidamente considerado el testimonio dado en apoyo de los cargos, de la defensa y el testimonio presentado por el prisionero, el Teniente General Whitelocke, el Consejo de Guerra le declara reo de todos los cargos, con escepción de aquella parte del segundo cargo que se refiere a la orden de que "las columnas fuesen descargadas y que el tiroteo se evitase a todo trance".

El Consejo desea que se entienda bien que "no censura de manera alguna las precauciones tomadas para evitar el tiroteo innecesario durante el avance de las tropas al punto propuesto de ataque", y, por consiguiente, absuelve al Teniente General Whitelocke de esa parte de dicho cargo.

El Consejo sentencia que dicho Teniente General Whitelocke sea desaforado completamente, incapaz e indigno de servir a su Majestad en todo empleo militar.



El Rey ha tenido a bien confirmar la sentencia precitada, y Su Alteza Real el Comandante en Jefe ha recibido las instrucciones de Su Majestad para ordenar que sea leída a la cabeza de todo Regimiento en su servicio, e insertada en todos los libros de ordenanza de los Regimientos, con la mira de que sea un recuerdo eterno de las consecuencias fatales, a las cuales se exponen en el cumplimiento de deberes importantes, que les sean confiados, los oficiales deficientes do ese celo, tino y esfuerzo personal que tienen el derecho de esperar, tanto el Soberano como el país, de los oficiales a quienes se confían los altos puestos.

El reciente fracaso en Sud América ha sido un objeto de congoja y sentimiento a Su Majestad, que siempre ha tornado un interés vivo en el bienestar, honor y reputación de sus tropas; pero ha tenido el gran consuelo —y Su Majestad ha ordenado que le sea participado al ejército— que después de una investigación muy minuciosa, Su Majestad encuentra amplia causa para gratificarse de la intrepidez y buena conducta mostrada por sus tropas últimamente empleadas en aquel servicio, y especialmente por aquellas divisiones del ejército que pelearon contra el enemigo en la ciudad de Buenos Aires el 5 de Julio de 1807, y Su Majestad piensa que si los esfuerzos de sus tropas en Sud América hubiesen sido dirigidos con la misma habilidad y energía que tan eminentemente han mostrado sus jefes en otras partes del mundo, el resultado de la campaña hubiera sido igualmente glorioso para sí mismos y de beneficio para su país.

Por orden de Su Alteza Real, el Comandante en Jefe.

HARRY CALAERT.
Mayor-General y Ayudante General
de las Fuerzas.