Las mil y una noches:0929

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Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0929: pero cuando llego la 942ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 942ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Y devolvió al mar el salmonete consabido. ¡Y esto es lo referente a él!

Pero, respecto al rey, es el caso que, al cabo de dos días, llamó al maestro de escuela y le preguntó: "¿Has matado a Mohammad, el chico del pescador?" Y el maestro de escuela contestó: "Le di una paliza el primer día, hasta que se desmayó. Entonces se marchó y no ha vuelto. Y al presente es pescador como su padre". Y el rey le despidió y le dijo: "Vete, ¡oh hijo de perro! ¡Maldito sea tu padre, y que tu hija se case con un cochino!"

Tras de lo cual llamó a su visir, y le dijo: "No ha muerto el niño. ¿Qué vamos a hacer?" Y el visir contestó al rey: "¡Ya daré yo con algún medio para lograr su muerte!" Y el rey le preguntó: "¿Cómo vas a arreglarte para lograr su muerte?" El visir contestó: "Conozco a una joven muy hermosa, hija del sultán de la Tierra Verde. Esa tierra está de aquí a una distancia de siete años de viaje. Vamos a hacer venir al hijo del pescador, y le diré: "Nuestro amo el sultán tiene de ti muy buen concepto, y cuenta con tu valentía. Es preciso, pues, que vayas a la Tierra Verde y te traigas a la hija del sultán de ese país, porque nuestro amo el rey quiere casarse con ella, y nadie, excepto tú, podría traer a esa princesa". Y el rey contestó al visir: "Está bien; manda llamar al niño".

Entonces el visir hizo ir, a despecho de su nariz, al joven Mohammad, y le dijo: "Nuestro amo el sultán desea enviarte a que le traigas a la hija del sultán de la Tierra Verde". Y el niño contestó: "¿Y desde cuándo conozco yo el camino de ese país?" El visir dijo: "Pues tienes que obedecer". Entonces el niño salió enfadado, y fué a casa de su madre a contarle la cosa. Y su madre le dijo: "Ve a pasear tu pena a orillas del río, junto a su embocadura en el mar, y tu pena se disipará sola". Y el pequeño Mohammad fué a pasear su pena a orillas del mar, junto a la embocadura del río.

Y mientras él caminaba de un lado a otro, enfadado, salió del mar el salmonete de antes, y fué en dirección suya, saludándole. Y le dijo: "¿Por qué estás enfadado, Mohammad el Avispado?" El contestó: "No me interrogues, porque la cosa no tiene remedio". Y el pez le dijo: "El remedio está entre las manos de Alah. ¡Habla!" El niño dijo: "Figúrate, ¡oh salmonete! que el visir de brea me ha dicho: "Es preciso que vayas a buscar a la hija del sultán de la Tierra Verde".

Y el salmonete le dijo: "Está bien. Ve al rey, y dile: "Voy a ir a buscar a la hija del sultán de la Tierra Verde. Pero para ello es necesario que hagas que me construyan una dahabieh de oro. Y es preciso que el oro se tome de la fortuna de tu visir".

Y el pequeño Mohammad fué a decir al rey lo que el salmonete le había dicho. Y el rey no pudo por menos de hacer que construyeran la dahabieh a costa de la fortuna del visir y a despecho de su nariz. Y el visir por poco se muere de rabia reconcentrada. Y Mohammad subió en la dahabieh de oro, y partió remontando el río.

Y su amigo el salmonete iba delante de él enseñándole el camino y conduciéndole entre la vegetación del río y los ríos interiores, hasta que al fin llegó a la Tierra Verde. Y Mohammad el Avispado despachó para la ciudad un pregonero que gritase: "Cualquiera, sea mujer, hombre, niño, joven o viejo, puede bajar a la orilla del río para mirar la dahabieh de oro que tiene Mohammad el Avispado, hijo del pescador". Entonces, todos los habitantes de la ciudad, grandes y pequeños, hombres y mujeres, bajaron y miraron la dahabieh de oro. Y allí se quedaron mirándola ocho días enteros. Y la hija del rey no pudo tampoco reprimir su curiosidad, y pidió permiso a su padre, diciendo: "Quiero ir, como los demás, a mirar la dahabieh". Entonces el rey consintió en la cosa, y con anticipación hizo pregonar por toda la ciudad que nadie ni hombre ni mujer, debía salir de su casa aquel día, ni pasearse por el lado del río, pues la princesa iba a ver la dahabieh.

A la sazón, la hija del rey fué a la ribera a mirar la hermosa dahabieh de oro. Y preguntó por señas al Avispado si podía entrar para verla también por dentro. Y como Mohammad le hizo con la cabeza y con los ojos una seña que significaba que sí, ella subió a la dahabieh y se dedicó a visitarla. Entonces Mohammad el Avispado, viéndola distraída, dió vuelta sin ruido a la clavija de la dahabieh y al timón, y puso a la dahabieh en marcha, y partió.

Cuando la hija del sultán de la Tierra Verde acabó su visita, quiso salir, alzó los ojos, y vió la dahabieh en marcha, muy lejos ya de la ciudad de su padre. Y dijo al amigo del salmonete: "¿Adónde me llevas, Avispado?" El contestó: "Te llevo al palacio de un rey para que se case contigo". Ella le dijo: "¿Será, por ventura, ese rey más hermoso que tú, Avispado?" El contestó: "No lo sé. Pronto lo vas a ver tú misma con tus propios ojos". Entonces ella se sacó una sortija del dedo y la tiró al río. Pero allí estaba el salmonete, que cogió la sortija y la guardó en su boca, abriéndole camino. Luego ella dijo al Avispado: "No me casaré más que contigo. Y quiero entregarme a ti libremente".

Y el joven Mohammad le dijo: "Está bien". Y la tomó con su virginidad. Y gozó de ella sobre el agua.

Y cuando llegaron al punto de destino, Mohammad, el hijo del pescador, fué a ver al rey y le dijo: "Heme aquí. He traído a la hija del sultán de la Tierra Verde. Pero dice ella que no saldrá de la dahabieh mientras no le alfombres el camino con tapices de seda verde, sobre los cuales caminará para venir a tu palacio. Y ya verás entonces cuán graciosamente anda". Y el rey le dijo: "Está bien". Y mandó comprar, a costa de la fortuna de su visir y a despecho de su nariz, todos los tapices de seda verde que había en el zoco de los tapices, y los mandó extender por tierra hasta la dahabieh.

Entonces la princesa de la Tierra Verde salió de la dahabieh, y caminó por los tapices de seda, vestida de verde y contoneándose de un modo que arrebataba la razón. Y el rey la vió, la admiró y se quedó enamorado de su belleza. Y cuando entró ella en el palacio, le dijo:

"Voy a hacer extender esta misma noche mi contrato de matrimonio contigo". Y la joven le dijo entonces: "Está bien. Pero si quieres casarte conmigo, devuélveme la sortija que se me cayó del dedo en el río. Y después haremos el contrato y te casarás conmigo".

Y he aquí que el salmonete le había dado aquella sortija a su amigo Mohammad el Avispado, hijo del pescador.

Y el rey llamó al visir, y le dijo: "Escucha. A esta dama se le ha caído del dedo, en el río, una sortija. ¿Qué haremos ahora? ¿Y quién podrá devolvérnosla?" Y el visir contestó: "¡Y quién va a poder devolverla más que Mohammad, el hijo del pescador, ese maldito, ese efrit!"

Claro es que no hablaba así más que para hacer caer al mozo en una trampa sin salida. Así es que el rey mandó buscarle a toda prisa. Y cuando llegó el niño le dijeron: "A esta dama se le ha caído una sortija en el río. Y nadie, excepto tú, podrá traerla". El les dijo: "Está bien. Tomad, aquí está la sortija".

Y el rey cogió la sortija, y fué a llevársela a la joven de la Tierra Verde, y le dijo: "¡Toma, aquí tienes tu sortija, y hagamos esta noche el contrato de matrimonio". Ella dijo: "Pero en mi país, cuando una joven va a casarse, hay una costumbre".

El dijo: "Está bien. Dímela". Ella dijo: "Se abre un foso desde la casa de la novia hasta el mar, se le llena de leños y haces y se le prende fuego. Y el novio se arroja al fuego, y camina por él hasta el mar, donde toma un baño, para ir entonces en dirección a casa de su novia. Y de tal suerte queda purificado por el fuego y por el agua...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.