Las mil y una noches:0994
ISHAK DE MOSSUL Y EL AIRE NUEVO
[editar]"Entre los diversos escritos de mano del músico-cantor Ishak ben Ibrahitn, de Mossul, que han llegado a nosotros, se halla éste. Dice Ishak: "Un día, según mi costumbre, entré en el aposento del Emir de los Creyentes Al-Raschid, y le encontré sentado en compañía de su visir El-Fadl y de un jeique del Hedjaz, el cual tenía una fisonomía hermosísima y un continente impregnado de nobleza y de gravedad. Y después de las zalemas por una y otra parte, me incliné discretamente hacia el visir El-Fadl y le pregunté el nombre de aquel jeique hedjaziense que me gustaba y a quien no había visto nunca. Y me contestó el visir: "Es el nieto del viejo poeta músico y cantor del Hedjaz, Maabad, cuya fama conoces". Y como yo me mostrara satisfecho de conocer al nieto de aquel viejo Maabad a quien tanto hube de admirar en mi juventud, El-Fadl me dijo al oído: "¡Oh Ishak! el jeique del Hedjaz que aquí ves, si te muestras amable con él te dará a conocer y aun te cantará todas las composiciones de su abuelo. Es complaciente, y está dotado de hermosa voz".
Entonces yo, queriendo experimentar su método y aprenderme de memoria los cantos antiguos que habían encantado mis años jóvenes, me mostré lleno de consideraciones para el hedjaziense; y tras de una amigable charla sobre diferentes cosas, le dije: "¡Oh nobilísimo jeique! ¿puedes recordarme cuántos cantos ha compuesto tu abuelo, el ilustre Maabad, honor del Hedjaz?". Y me contestó: "¡Sesenta, ni uno más ni uno menos!". Y le pregunté: "¿Sería pesar demasiado sobre tu paciencia rogarte que me dijeras cuál de esos sesenta cantos es el que más te gusta por su compás o por otros motivos?". Y me contestó: "Sin duda, y en todos sentidos, el canto cuadragésimo tercero, que empieza con este verso:
¡Oh hermosura del cuello de mi Molaikah, mi Molaikah la de hermoso pecho!"
Y como si el simple recitado de aquel verso tuviera la virtud de excitar en él la inspiración, tomó de pronto el laúd de mi mano, y después de un ligerísimo preludio de acordes, cantó la cantinela consabida con una voz maravillosa, y nos hizo sentir aquella música nueva y tan antigua, con un arte, un encanto, una gracia y una emoción inexpresables. Y oyéndola, me estremecía yo de placer, deslumbrado, fuera de mí, en el límite del entusiasmo. Y como estaba seguro de mi facilidad para retener los aires nuevos, por muy complicados que fuesen, no quise repetir inmediatamente delante del jeique hedjaziense la cantinela deliciosa y tan nueva para mí que acababa él de hacerme oír. Y me limité a darle las gracias. Y se volvió él a Medina, su país, mientras yo salía del palacio, embriagado con aquella melodía…
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.