Las mil y una noches:0995

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Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0995: pero cuando llegó la 987ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 987ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

...Y se volvió a Medina, su país, mientras yo salía del palacio embriagado con aquella melodía.

Y al regresar a mi casa, cogí mi laúd, que estaba colgado en la pared, y lo templé y armonicé las cuerdas y tonos en los más pequeños detalles. Pero ¡por Alah! cuando quise repetir la música de aquel aire hedjaziense que me había emocionado tanto, no pude recordar la menor nota, ni siquiera el tono en que fué cantado, yo, que de ordinario retenía cantilenas de cien coplas oídas casi sin atención. Pero a la razón había caído entre mi memoria y aquella música un velo de algodón impenetrable, y no obstante todos mis esfuerzos de memoria, no pude repetir lo que tanto me preocupaba.

Y desde entonces, me esforcé día y noche en llamar a mi memoria aquella música, pero sin ningún resultado. Y renuncié con desesperación a mi laúd y a mis lecciones, y me dediqué a recorrer Bagdad, Mossul, Bassra y todo el Irak, preguntando por aquella música y por aquel canto a todos los cantores más viejos y a todas las cantarinas más ancianas; pero no conseguí encontrar nadie que conociera aquel aire o que me informara respecto al modo de dar con él.

Entonces al ver que todas mis pesquisas eran inútiles, para librarme de aquella obsesión resolví hacer un viaje al Hedjaz, a través del desierto, para ir a Medina en busca del jeique hedjaziense, y rogarle que me cantara otra vez la cantinela de su abuelo. Y cuando tomé esta resolución, me encontraba en Bassra paseándome a orillas del río. Y he aquí que se me acercaron dos mujeres jóvenes vestidas con trajes discretos y ricos aparentando ser mujeres de alto rango. Y cogieron la brida de mi asno y le pararon, saludándome.

Y muy fastidiado y sin pensar más que en mi cantinela hedjaziense, les dije en tono perentorio: "¡Dejadme! ¡dejadme!" Y quise recoger la brida de mi asno. Pero he aquí que una de ellas, sin levantarse el velo del rostro, me sonrió tras él, y me dijo: "Está bien; ¡oh Ishak! ¿cómo va ahora tu pasión por la hermosa cantinela de Maabad el Hedjaziense: ¡Oh hermosura del cuello de mi Molaikah!? ¿Has cesado ya de recorrer el mundo en busca suya?". Y añadió, antes de que yo tuviese tiempo de volver de mi sorpresa: "¡Oh Ishak! desde detrás de la celosía del harén te vi cuando el jeique hedjaziense cantaba en presencia del califa y de El-Fadl, y el encanto de la melodía antigua hacíate saltar y hacía danzar a las cosas inanimadas en torno a ti. ¡Qué entusiasmado estabas, ¡oh Ishak! Llevabas el compás con tus manos, meneando la cabeza y balanceándote dulcemente. Parecías ebrio. Estabas como loco".

Y al oír estas palabras, exclamé: "¡Ah! por la memoria de mi padre Ibrahim, te juro que ahora estoy más loco que nunca por ese canto rico y hermoso. ¡Ya Alah! ¿qué no daría yo por oírlo, incluso falseado, incluso truncado? ¡Una nota de ese canto por diez años de mi vida! ¡Mira por dónde, hablándome de ello, acabas de atizar cruelmente el fuego de mis penas y soplar en la brasa de mi desesperación!". Y añadí: "Por favor, dejad, dejad que me vaya. ¡Tengo prisa por preparar y organizar mi marcha inmediata al Hedjaz!".

Y al oír estas palabras, sin soltar la brida de mi asno, la joven se echó a reír con risa ruidosa, y me dijo: "Y si yo misma te cantara la cantinela hedjaziense: ¡Oh hermosura del cuello de mi Molaikah! ¿persistirías en partir para el Hedjaz?". Y contesté: "¡Por tu padre y por tu madre, ¡oh hija de gentes de bien! no tortures más a quien acecha la locura!".

Acto seguido, sujetando siempre la brida de mi asno, la joven entonó de pronto la cantilena que me tenía loco, y con una voz y con un método mil veces más hermoso que cuando en otro tiempo la oí de boca del hedjaziense. ¡Y el caso es que no había ella cantado más que a media voz! Y en el límite del transporte y de la dicha, sentí que una gran dulzura calmaba mi alma torturada. Y me apeé precipitadamente de mi asno, y me eché a los pies de la joven y le besé las manos y la orla del traje. Y le dije: "¡Oh mi señora! soy tu esclavo, el comprado por tu generosidad. ¿Quieres aceptar mi hospitalidad? Y me cantarás la cantinela de Molaikah, y yo te cantaré todo el día y toda la noche. ¡Oh! ¡todo el día y toda la noche!". Pero ella me contestó: "¡Oh Ishak! conocemos tu carácter poco agradable y tu avaricia por tus composiciones. Sí, sabemos que ninguna de tus discípulas ha recibido y aprendido de ti y por ti ni un solo canto. Lo que saben se lo has comunicado y enseñado por mediación de extraños, como Alawiah, Wahdj El-Karah y Mukhrik. Pero de ti directamente ¡oh Ishak, celoso con exceso! nadie aprendió nunca nada". Luego añadió: "Por tanto, como sé que no eres lo bastante amable para tratarnos debidamente, es inútil ir a tu casa. Y puesto que deseas aprender el aire de Molaikah, ¿para qué ir tan lejos? Te lo cantaré gustosa hasta que te lo sepas". Y exclamé: "En cambio, ¡oh hija del cielo! yo verteré por ti mi sangre. Pero ¿quién eres? ¿Y cuál es tu nombre...?

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.