Las mil y una noches:0997

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Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0997: Las dos danzarinas

LAS DOS DANZARINAS[editar]

"Había en Damasco, bajo el reinado del califa Abd El-Malek ben Merwán, un poeta-músico llamado Ibn Abu-Atik, que gastaba con locas prodigalidades cuanto le producían su arte y la generosidad de los emires y de la gente rica de Damasco. Así es que, no obstante las sumas considerables que ganaba, estaba en la inopia y a duras penas atendía a la subsistencia de su numerosa familia. Porque el oro en manos de un poeta y la paciencia en el alma de un amante son como agua en criba.

El poeta tenía por amigo a un íntimo del califa, Abdalah el chambelán. Y Abdalah, que ya había interesado cien veces en favor del poeta a los notables de la ciudad, resolvió atraer sobre él incluso el favor del califa. Un día, pues, que el Emir de los Creyentes estaba en disposición propicia a ello, Abdalah abordó la cuestión, y le describió la pobreza y la indigencia de aquel a quien Damasco y todo el país de Scham consideraban como el poeta-músico más admirable de la época. Y Abd El-Malek contestó: "Puedes enviármele".

Y Abdalah se apresuró a ir a anunciar la buena nueva a su amigo, repitiéndole la conversación que acababa de tener con el califa. Y el poeta dio las gracias a su amigo y fue a presentarse en palacio.

Y cuando se le introdujo, encontró al califa sentado entre dos soberbias danzarinas de pie, que se balanceaban dulcemente sobre su talle flexible, como dos ramas de ban, agitando cada una con una gracia encantadora, un abanico de hojas de palmera, con el cual refrescaban a su señor.

Y en el abanico de una de las danzarinas había escritos, con letras de oro y azul, los versos siguientes:

¡El soplo que traigo es fresco y ligero, y juego con el pudor rosado de las que acaricio!
¡Soy un velo cándido que oculta el beso de las bocas enamoradas! ¡Soy un recurso precioso para la cantarina que abre la boca y para el poeta que recita versos!

Y en el abanico de la segunda danzarina había escritos, también en letras de oro y azul, los versos siguientes:

¡Soy verdaderamente encantador en mano de las bellas, por lo que mi sitio predilecto es el palacio del Califa!
¡Renuncien a tenerme por amigo las que estén en desacuerdo con la gracia y la elegancia!
¡Pero también concedo con gusto mis caricias al jovenzuelo flexible y desenvuelto como una esclava hermosa!

Y cuando el poeta hubo contemplado a aquellas dos maravillosas muchachas, sintió un deslumbramiento y un estremecimiento profundo. Y de repente olvidó su miseria, sus tristezas, las privaciones de su familia y la cruel realidad. Y se creyó transportado en medio de las delicias del paraíso, entre dos huríes selectas. Y la belleza de ella hízolo mirar a todas las mujeres pasadas, de que le quedaba recuerdo, como feas y necias.

En cuanto al califa después de los homenajes y las zalemas, dijo al poeta: "¡Oh Ibn Abu-Atik! me ha impresionado la descripción que me ha hecho Abdalah de tu estado precario y de la miseria en que se encuentran sumidos los tuyos. Pídeme, pues, cuanto quieras; y te será concedido en esta hora y en este instante". Y el poeta, dominado por la emoción que le embargaba a la vista de las dos danzarinas no comprendió siquiera el sentido de las palabras del califa; y aunque lo hubiese comprendido, no se habría preocupado de pedir dinero o riquezas. Porque en aquel momento dominaba su espíritu una sola idea: la belleza de las dos danzarinas y el deseo de poseerlas para él solo y de embriagarse con sus ojos y su influencia.

Así es que respondió a la proposición generosa del califa: "¡Alah prolongue los días del Emir de los Creyentes! Pero tu esclavo ya está colmado de beneficios del Retribuidor. ¡Es rico, no carece de nada, vive como un emir! Sus ojos están satisfechos, su espíritu está satisfecho, su corazón está satisfecho. Y por otra parte, hallándome, como me hallo aquí, en presencia del sol y entre estas dos lunas, aunque estuviera en la más negra de las miserias y en la inopia absoluta, me consideraría el hombre más rico del Imperio!"

Y el califa Abd El-Malek quedó extremadamente complacido de la respuesta, y al ver que los ojos del poeta expresaban vehementemente lo que no decía su lengua, se levantó y le dijo: "¡Oh Ibn Abu-Atik! estas dos jóvenes que ves aqui, y que hoy mismo me ha regalado el rey de los rums, son propiedad legal tuya y campo tuyo. Y puedes entrar en tu campo a tu antojo". Y salió.

Y el poeta cogió a las danzarinas y se las llevó a su casa.

Pero cuando Abdalah estuvo de vuelta en palacio, el califa le dijo: "¡Oh Abdalah! la descripción que te has servido hacerme con respecto a la indigencia y la miseria de ese poeta-músico amigo tuyo adolecía de manifiesta exageración. Porque él me ha afirmado que era perfectamente dichoso y que no carecía absolutamente de nada". Y Abdalah sintió que su rostro se cubría de confusión, y no supo qué pensar de aquellas palabras. Pero el califa repuso: "Pues si, por vida mía, ¡oh Abdalah! ese hombre se hallaba en un estado de dicha corno jamás lo vi en ninguna criatura". Y le repitió las hipérboles que le había endilgado el poeta-músico. Y Abdalah, medio enfadado, medio risueño, contestó: "¡Por vida de tu cabeza, ¡oh Emir de los Creyentes! ha mentido! ¡Ha mentido impúdicamente! ¡En buena posición él! ¡Pero si es el hombre más miserable, el más falto de todo! La contemplación de su mujer y de sus hijos haría temblar las lágrimas al borde de vuestros párpados. Créeme ¡oh Emir de los Creyentes! que no hay en tu Imperio nadie que tenga más necesidad que él del más ínfimo de tus beneficios". Y al oír estas palabras, el califa no supo qué pensar del poeta-músico.

Y Abdalah, en cuanto salió de ver al califa, se apresuró a ir a casa de Ibn Abu-Atik. Y le encontró expansionándose a su sabor con las dos hermosas danzarinas, sentada una en su rodilla derecha y la otra en su rodilla izquierda, frente a una bandeja, cubierta de bebidas ...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.