Las mil y una noches:398
CUANDO LLEGO LA 398ª NOCHE
[editar]Ella dijo:
... en la cama suntuosa que nos habían preparado las esclavas. Entonces, cuando la desnudé, pude comprobar que era una perla sin perforar y una yegua que no habían cabalgado. Mucho me regocijé con ello, ¡y puedo, por cierto, asegurar que en mi vida pasé una noche tan agradable como aquella noche en que, hasta que llegó la mañana tuve apretada contra mí a mi esposa como podría tenerse en la mano a un pichón con las alas plegadas!
Y no fue solamente una noche la que pasé de esta manera, sino un mes entero, sin interrupción. Y olvidé mis intereses, mi tienda, los bienes que manejaba y mi casa con todo lo que contenía, hasta que un día, el primero del segundo mes, fué a buscarme ella, y me dijo: "Tengo precisión de ausentarme algunas horas, el tiempo preciso para ir al hammam y regresar. Te suplico que no abandones el lecho, y no te levantes hasta que esté yo de vuelta. ¡Y volveré del hammam completamente fresca, y ligera, y perfumada!" Luego, para estar más segura de que ejecutaría yo su orden, me hizo prestar juramento de que no me movería del lecho. Tras de lo cual, se llevó a dos de sus esclavas, que cogieron las toallas y los líos de ropa blanca y vestidos, y se fué con ellas al hammam.
Y he aquí ¡oh señores míos! que no bien salió ella de la casa ¡por Alah! vi abrirse la puerta y entrar en mi cámara a una vieja, que me dijo, después de las zalemas: "¡Oh mi señor Mohammad! Sett Zobeida, la esposa del Emir de los Creyentes, me envía a ti para rogarte que te presentes en palacio, donde desea verte y oírte porque le han hablado en términos tan admirativos de tus maneras distinguidas, de tu cortesía y de tu hermosa voz, que tiene muchas ganas de conocerte." Contesté: "¡Por Alah! mi buena tía, Sett Zobeida me hace un honor extremado al invitarme a ir a verla; pero no puedo dejar la casa antes de que vuelva mi esposa, que ha ido al hamman."
La vieja me dijo: "Hijo mío, en interés tuyo te aconsejo que no difieras un instante la visita que se te pide, si no quieres que Sett Zobeida sea tu enemiga! ¡Porque te advierto, por si lo ignoras, que la enemistad de Sett Zobeida es muy peligrosa! ¡Luego regresarás a tu casa enseguida!"
Estas palabras me decidieron a salir, a despecho del juramento que presté a mi esposa, y seguí a la vieja, que echó a andar delante de mí y me condujo al palacio, en el cual me introdujo sin dificultad.
Cuando Sett Zobeida me vió entrar, me sonrió, hízome acercarme a ella, y me dijo: "¡Oh luz de los ojos! ¿eres tú el bienamado de la hermana del gran visir?" Contesté: "¡Soy tu esclavo y tu servidor!"
Ella me dijo: "¡En verdad que no exageraron tus méritos quienes me describieron tus modales encantadores y tu manera de hablar distinguida! Deseo verte y conocerte, para juzgar con mis ojos la elección y los gustos de la hermana de Giafar. Por ahora estoy satisfecha. ¡Pero harás que mi placer llegue a sus límites extremos, si quieres dejarme oír tu voz cantando cualquier cosa!"
Contesté: "¡Quiero y me honro!" Y cogí un laúd que llevó una esclava y canté dos o tres estrofas sobre el amor correspondido. Cuando cesé de cantar, me dijo Sett Zobeida: "Remate Alah su obra haciéndote más perfecto todavía de lo que eres, ¡oh joven encantador! Te agradezco que hayas venido a verme. ¡Ahora date prisa a entrar en tu casa antes del regreso de tu esposa, para que no se imagine que quiero sustraerte a su afecto!" Besé entonces la tierra entre sus manos, y salí del palacio por la misma puerta que entré.
Cuando llegué a la casa, encontré en el lecho a mi esposa, que me había precedido. Dormía ya, y no hizo ningún movimiento indicador de que fuera a despertarse. Me eché entonces a sus pies y empecé a acariciarle las piernas con mucha suavidad. Pero de pronto abrió los ojos y me asestó fríamente en el costado un puntapié, que me hizo rodar por tierra debajo del lecho, y exclamó: "¡Oh traidor! ¡oh perjuro! ¡Faltaste a tu juramento, y has ido a ver a Sett Zobeida! ¡Por Alah, que si no tuviese horror al oprobio y a revelar en público mis intimidades, ahora mismo iría a hacer saber a Sett Zobeida las consecuencias que trae el seducir a los maridos ajenos! ¡Pero hasta entonces vas a pagar por ella y por ti!" Y dió una palmada y exclamó "¡Ya Sauab!" Al punto apareció el jefe de sus eunucos, un negro que siempre me miró atravesado, y le dijo ella: "¡Corta en seguida el cuello a este traidor, a este embustero, a este perjuro!" Inmediatamente blandió el negro su espada, se desgarró un pedazo del borde del ropón y me vendó los ojos con el jirón de tela que se había arrancado. Luego me dijo: "¡Haz tu acto de fe!" y se dispuso a cortarme la cabeza. Pero en aquel momento entraron todas las esclavas, grandes y pequeñas, jóvenes y viejas, con las cuales había yo sido siempre generoso ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.