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Las mil y una noches:399

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Las mil y una noches - Tomo III
de Anónimo
Capítulo 399: Y cuando llegó la 399ª noche



Y CUANDO LLEGO LA 399ª NOCHE

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Ella dijo:

... grandes y pequeñas, jóvenes y viejas con las cuales había yo sido siempre generoso, y le dijeron: "¡Oh señora nuestra! te suplicamos que le perdones, en gracia a que ignoraba la gravedad de su falta. ¡No sabía él que nada podía contrariarte más que su visita a tu enemiga Sett Zobeida! ¡Desconocía absolutamente la rivalidad que pudiera existir entre vosotras dos! ¡Perdónale, oh señora nuestra!"

"¡Está bien! le dejaré salvar la vida; pero deseo que le quede un recuerdo imborrable de su falta". E hizo seña a Sauab de que cambiase la espada por el palo. Y al punto cogió el negro una vara de flexibilidad terrible, y empezó a golpearme con ella en los sitios más sensibles de mi cuerpo. Tras de lo cual cogió un látigo y me asestó con él quinientos latigazos, enroscándolo cruelmente a mis partes más delicadas y a mis costillas. Esto os explicará, señores míos, las huellas y cicatrices que hace un rato pudisteis observar en mi cuerpo.

Después de infligirme este tratamiento, hizo que me sacaran de allí y me arrojaran a la calle, como una espuerta de basura. Entonces, arreglándome como pude, me arrastré hasta mi casa todo ensangrentado, para caer desvanecido cuan largo era apenas entré en mi habitación, abandonada desde hacía tanto tiempo. Cuando, al cabo de un largo espacio de tiempo volví de mi desmayo, acudí a un sabio cirujano, de mano muy suave, que me cuidó delicadamente las heridas, y a fuerza de bálsamos y de ungüentos logró obtener mi curación. Permanecí dos meses, empero, acostado y sin moverme; y cuando pude salir, lo primero que hice fué ir al hammam, y después de bañarme, me personé en mi tienda. En ella me apresuré a subastar cuantas cosas preciosas contenía, realicé todo lo que pude realizar, y con la suma que su importe me produjo compré cuatrocientos jóvenes mamalik, a los cuales vestí ricamente, y ese barco donde me habéis visto esta noche en su compañía. Escogí para que se mantuviese a mi derecha a uno de ellos que se parecía a Giafar, y a otro para darle las prerrogativas de portaalfanje, a ejemplo de lo que hace el Emir de los Creyentes. Y con el objeto de olvidar mis tribulaciones, me disfracé yo mismo de califa, y adquirí la costumbre de pasearme por el río todas las noches en medio de la iluminación de mi barco y de los cánticos y sones de instrumentos. ¡Y así transcurre mi vida desde hace un año, conservando la ilusión suprema de que soy el califa, por ver si con ello consigo ahuyentar de mi espíritu la pena que lo invade a partir del día en que mi esposa hizo que me castigaran tan cruelmente por culpa de la mutua rivalidad que alimentaban Sett Zobeida y ella!

¡Y sólo yo, que ignoraba todo aquello, sufrí las consecuencias de semejante disputa de mujeres! ¡He aquí mi triste historia, oh mis señores! ¡Y ya no me resta más que daros las gracias por haber querido reuniros con nosotros para pasar la noche amistosamente!"

Cuando el califa Harún Al-Raschid oyó esta historia, exclamó: "¡Loor a Alah, que hace que cada efecto tenga su causa!" Luego se levantó y pidió permiso al joven para retirarse con sus compañeros. Se lo permitió el joven, y el califa salió de allí para regresar al palacio, pensando en el modo de reparar la injusticia cometida con el joven por las dos mujeres. Y por su parte, estaba Giafar muy desolado de que su hermana fuese la causante de tal aventura, destinada entonces a que todo el palacio se enterase de ella.

Al día siguiente, revestido con las insignias de su autoridad, en medio de sus emires y chambelanes, el califa dijo a Giafar: "¡Haz que se presente a mí el joven que nos dió hospitalidad ayer por la noche!" Y Giafar salió inmediatamente, para volver muy pronto con el joven, que besó la tierra entre las manos del califa, y después de las zalemas, le cumplimentó en versos.

Encantado Al-Raschid, le mandó acercarse y sentarse al lado suyo, y le dijo: "¡Oh Mohammad-Alí!, te he llamado para oír de tus labios la historia que ayer contaste a los tres mercaderes. ¡Es prodigiosa y está llena de enseñanzas útiles!"

El joven dijo, muy emocionado: "¡No podré hablar ¡oh Emir de los Creyentes! mientras no me des el pañuelo de seguridad!" El califa le tiró al punto su pañuelo en prueba de que estaba seguro, y el joven repitió su relato sin omitir detalle. Cuando acabó, Al-Raschid le dijo: "¿Y quisieras que tu esposa volviese ahora a tu lado, a pesar de sus yerros para contigo?"

El joven contestó: "¡Bien venido sea todo lo que me venga de mano del califa, porque los dedos de nuestro amo son las llaves de los beneficios, y sus acciones no son acciones, sino collares preciosos, adorno de los cuellos!"

Entonces el califa dijo a Giafar: "Venga a mí ¡oh Giafar! tu hermana, la hija del emir Yahía".

Y Giafar hizo que se presentara su hermana en seguida; y el califa le preguntó: "Dime, ¡oh hija de nuestro fiel Yahía! ¿conoces a este joven?" Ella contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¿desde cuándo saben las mujeres conocer a los hombres?" El califa sonrió y dijo: "Pues bien; voy a decirte su nombre. Se llama Mohammad-Alí, y es hijo del difunto síndico de los joyeros. ¡Lo pasado, pasado, y al presente deseo darte a él por esposo!" Ella contestó: "¡La dádiva de nuestro amo está por encima de nuestras cabezas y de nuestros ojos!"

Al momento llamó el califa al kadí y a los testigos, e hizo extender legalmente el contrato de matrimonio, uniendo aquella vez a los dos jóvenes de un modo duradero para su dicha, que fué perfecta. Y quiso retener junto a él a Mohammad-Alí para contarle entre sus íntimos hasta el fin de sus días. ¡Y he aquí cómo Al-Raschid sabía consagrar sus ocios a unir lo que estaba desunido y a hacer felices a aquellos a quienes traicionó el Destino!

Pero no creas, ¡oh rey afortunado! continuó Schehrazada, que esta historia, que sólo te conté para distraerte de las anécdotas cortas, pueda igualar de cerca ni de lejos a la maravillosa Historia de Rosa-En-El-Cáliz y de Delicia-Del-Mundo

HISTORIA DE ROSA-EN-EL-CALIZ Y DE DELICIA-DEL-MUNDO

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Y Schehrazada dijo al rey Schahriar:

Cuentan que, en la antigüedad del tiempo y el pasado de las épocas y de las edades, había un rey muy ilustre lleno de poderío y de gloria. Tenía un visir llamado Ibrahim, cuya hija era una maravilla de gracia y de belleza, superando a todas en elegancia y perfección, y estaba dotada de una inteligencia notable y de maneras notoriamente exquisitas. Además, le gustaban en extremo las reuniones animadas y el vino que da alegría, sin que desdeñase los semblantes lindos, los versos en cuanto de más refinado tienen y las historias extraordinarias. Atesoraba en sí tantas delicadas delicias, que atraía enamorados de ella a los corazones y a las cabezas, como le dijo cierta vez uno de los poetas que le cantaron:

¡Estoy prendado de la seductora! ¡Encantadora de turcos y árabes, conoce todas las finuras de la jurisprudencia, de la sintaxis y de las bellas letras!

Así es que cuando discutimos ambos acerca de estas cosas, he aquí lo que me dice a veces la maligna:

"¡Yo soy agente pasivo, y tú te obstinas en ponerme en el caso indirecto! ¿Por qué? ¡En cambio, dejas siempre en el acusativo a tu régimen, cuya misión es ser activo, y jamás le otorgas el signo de la erección!"

Yo le digo: "¡No sólo te pertenece mi régimen, ¡oh mi señora! sino también mi vida y toda mi alma! Pero no te asombres ya de este trueque de papeles. Hoy cambiaron los tiempos y se trastornaron las cosas.

No obstante, si a pesar de lo que te digo no quieres creer en tal cambio, ¡no dudes más y mira mi régimen! ¿No has notado que el nudo de la cabeza lo tiene en la cola?"

Y esta joven era tan exquisita, tan dulce y de una belleza tan viva, que la llamaban Rosa-en-el-Cáliz...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.