Las mil y una noches:658

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Las mil y una noches - Tomo IV​ de Anónimo
Capítulo 658: Y cuando llegó la 672ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 672ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Y he aquí que un día en que el admirable joven, hijo de Corona el mercader, estaba sentado en la tienda de su padre, algunos jóvenes amigos suyos fueron a charlar con él, y le propusieron ir a pasearse a un jardín de la propiedad de uno de ellos, y le dijeron: "¡Oh Nur, ya verás qué hermoso es ese jardín!" Y les contestó Nur: "¡Está bien! Pero antes tengo que pedir permiso a mi padre". Y fué a pedir a su padre el tal permiso. Y el mercader Corona no puso dificultades, y además de conceder a Nur la autorización, le dió una bolsa llena de oro para que no fuese a expensas de sus camaradas.

Entonces Nur y los jóvenes montaron en mulas y asnos, y llegaron a un jardín que encerraba cuanto puede halagar los ojos y endulzar la boca. Y entraron por una puerta abovedada, hermosa cual la puerta del Paraíso, formada por listas alternadas de mármoles de color y sombreada por parras trepadoras cargadas de uvas rojas y negras, blancas y doradas, como ha dicho el poeta:

¡Oh racimos de uvas llenas de vinos, deliciosas cual sorbetes y vestidas de negro como cuervos!
¡Brillando entre las sombrías hojas, parecéis tiernos dedos femeninos frescamente teñidos de henné;
Y de todas maneras nos embriagáis: ¡Si colgáis de las cepas con gracia, nos arrebatáis el alma con vuestra hermosura; si descansáis en el fondo del lagar, os transformáis en una miel embriagadora!

Y cuando entraron, vieron encima de aquella puerta abovedada estos versos grabados en hermosos caracteres azules:

¡Ven, amigo! ¡si quieres disfrutar de la hermosura de un jardín, ven a mirarme!
¡Tu corazón olvidará sus penas al fresco contacto de la brisa que constantemente corre por mis avenidas, a la vista de las flores que me visten con sus lindos ropajes y sonríen en sus mangas de pétalos!
¡El cielo generoso riega con abundancia mis árboles de ramas inclinadas bajo el peso de sus frutos! ¡Y cuando los ramajes se balanceen bailando entre los dedos del céfiro, verás a las Pléyades arrojarles, entusiasmadas, el oro líquido y las perlas de las nubes a manos llenas!
¡Y si fatigado de jugar con los ramajes, el céfiro los abandona para acariciar la onda de los arroyos que corren a su encuentro, le verás dejarlos en seguida para ir a besar en la boca a mis flores!

Cuando hubieron franqueado aquella puerta, vieron al guarda del jardín sentado bajo el enrejado de parras trepadoras y hermoso cual el ángel Rizán, que guarda los tesoros del Paraíso. Y se levantó en honor suyo, y fue a ellos, y tras de las zalemas y los deseos de bienvenida, les ayudó a descender de sus monturas, y quiso servirles por sí mismo de guía para mostrarles con todos sus detalles las bellezas del jardín. Y pudieron así admirar las claras aguas que serpenteaban entre las flores y las abandonaban con pena, las plantas cargadas de perfumes, los árboles fatigados de tanta fruta, los pájaros cantores, los boscajes de flores, los arbustos de especies, todo cuanto convertía a aquel jardín en una parte suelta de los jardines edénicos. Pero lo que les encantaba por encima de toda ponderación, era el espectáculo, a ningún otro parecido, de los árboles frutales milagrosos, cantados respectivamente por todos los poetas, como atestiguan entre mil estos diversos poemas:


LAS GRANADAS[editar]

¡Deliciosas, de corteza pulida, granadas entreabiertas, caras de rubíes encerradas en membranas de plata, sois gotas cuajadas de una sangre virginal!

¡Oh granadas de piel fina, senos de adolescentes erguidas que adelantaran el pecho en presencia de los machos!

¡Cúpulas! ¡cuando os miro, aprendo arquitectura, y si os como, sano de todas las enfermedades!


LAS MANZANAS[editar]

¡Bellas de rostro exquisito, ¡oh manzanas dulces y almizcladas! sonreís al mostrar en vuestros colores rojos y amarillos, respectivamente, la tez de un amante dichoso y la de un amante desdichado; y en vuestro doble rostro unís el rubor a un amor sin esperanza!


LOS ALBARICOQUES[editar]

Albaricoques de almendras sabrosas, ¿quién podrá poner en duda vuestra excelencia? ¡Cuando estáis sin granar aún, sois flores semejantes a estrellas, y cuando sois frutas maduras entre el follaje, redondas y completamente de oro, se os tomaría por minúsculos soles!


LOS HIGOS[editar]

¡Oh blancos, oh negros, oh higos bienvenidos a mis bandejas! ¡me gustáis tanto como las blancas vírgenes de Grecia, tanto como las ardientes hijas de Etiopía!

¡Oh amigos míos predilectos! estáis tan seguros de los deseos tumultuosos que me asaltan a vuestra vista, que tomáis una actitud descuidada, ¡oh perezosos!

¡Tiernos amigos, arrugados ya por las desilusiones en las ramas altas que os balancean a merced de todos los vientos, sois dulces y olorosos como la flor seca de la manzanilla!

¡Y entre todos vuestros hermanos, sólo vosotros ¡oh jugosas! sabéis dejar brillar, en el momento del deseo, la gota de jugo hecha con miel y sol!


LAS PERAS[editar]

¡Oh jóvenes, todavía vírgenes y un tanto ácidas al paladar! ¡oh sinaíticas, oh jónicas, oh aleppinas!

¡Vosotras que, balanceándoos sobre vuestras espléndidas caderas y colgadas de un tallo tan fino, esperáis a los amantes que os comerán sin duda!

¡Oh peras! amarillas o verdes, gordas o alargadas, de dos en dos en las ramas o solitarias,

¡Siempre sois deseables y exquisitas para nuestro paladar, ¡oh aguanosas, oh buenas, que nos reserváis nuevas sorpresas cada vez que tocamos vuestra carne!


LOS ALBERCHIGOS[editar]

¡Resguardamos con el bozo nuestras mejillas para que no nos azote el aire fuerte o cálido! ¡Por todas nuestras caras somos de terciopelo y estamos rojos y redondos por haber rodado durante mucho tiempo entre sangre de vírgenes!

¡Por eso son exquisitos nuestros matices y es nuestra piel tan delicada! ¡Prueba, pues, nuestra carne y muerde en ella clavando bien tus dientes; pero no toques al hueso que tenemos por corazón: ¡te envenenaría!


LAS ALMENDRAS[editar]

¡Me dijeron: "Vírgenes tímidas, nos envolvemos en nuestros triples mantos verdes, como las perlas en sus conchas!

¡Y aunque somos muy dulces por dentro, y tan exquisitas para quien sabe vencer nuestra resistencia, queremos ser amargas y duras en apariencia mientras somos jóvenes!

¡Pero, cuando avanzamos en edad, no somos ya tan rigurosas! ¡Estallamos entonces, y nuestro corazón, intacto y blanco, se ofrece con su frescura al caminante!"

Y exclamé: "¡Oh almendras cándidas, oh pequeñuelas que cabéis todas juntas en la palma de mi mano, oh gentiles!

¡Vuestra verde pelusa es la mejilla todavía imberbe de mi amigo; sus grandes ojos alargados están en las dos mitades de vuestro cuerpo, y sus uñas toman su linda forma a vuestra pulpa!

¡Hasta la infidelidad en vosotras se torna cualidad, porque vuestro corazón, tan a menudo doble y compartido, permanece blanco a pesar de todo, al igual de la perla engastada en un trozo de jade!"


LAS AZUFAIFAS[editar]

¡Mira las azufaifas, colgadas de las ramas en racimos con cadenas de flores, como campanillas de oro que besaron los tobillos de las mujeres!

¡Son los frutos del árbol Sidrah que se yergue a la diestra del trono de Alah! ¡Bajo su sombra reposan las huríes! ¡Su madera sirvió para construir las tablas de Moisés; y al pie suyo brotan los cuatro maravillosos manantiales del Paraíso!


LAS NARANJAS[editar]

¡Cuando el céfiro sopla sobre la colina, las naranjas se mecen en sus ramas, y ríen con gracia entre el zumbido de sus flores y sus hojas!

¡Parecéis mujeres que un día de fiesta adornan sus cuerpos jóvenes con hermosos trajes de brocato de oro rojo!, ¡oh naranjas!

¡Sois flores por el olor y frutas por el sabor! ¡Y aunque sois globos de fuego, encerráis la frescura de la nieve! ¡Nieve maravillosa que no se derrite en medio del fuego! ¡Maravilloso fuego sin llama y sin calor!

Y si contemplo vuestra piel luciente, ¿me es posible no pensar en mi amiga, la joven de lindas mejillas, cuyo trasero de oro está también granulado?


LAS CIDRAS[editar]

¡Las ramas de los cidroneros se abaten hacia tierra, cargadas con sus riquezas!

¡Y entre las hojas, los pebeteros de oro de las cidras exhalan perfumes que levantan el corazón, y emanaciones que devuelven el alma a los agonizantes!


LOS LIMONES[editar]

¡Mira estos limones que empiezan a madurar! ¡Es nieve que se tiñe con colores de azafrán; es plata que se convierte en oro; es la luna que se torna en sol!

¡Oh limones, bolas de crisolito, senos de vírgenes, alcanfor puro! ¡Oh limones! ¡Oh limones. .. !


LOS PLÁTANOS[editar]

¡Plátanos de formas atrevidas, carne mantecosa como un pastel;

¡Plátanos de piel lisa y dulce, que dilatáis los ojos de las jóvenes;

¡Plátanos! ¡Cuando os deslizáis por nuestros gaznates, no herís nuestros órganos satisfechos de sentiros!

¡Ora colguéis del tallo poroso de vuestra madre, pesados cual lingotes de oro,

¡Ora maduréis lentamente en nuestros techos, ¡oh pomos llenos de oro!

¡Siempre sabéis complacer nuestros sentidos! ¡Y entre todas las frutas, sólo vosotros estáis dotados de un corazón compasivo, ¡oh consoladores de viudas y de divorciadas!


LOS DÁTILES[editar]

¡Somos los hijos sanos de las palmeras, los beduinos de carne morena! ¡Crecemos escuchando a la brisa tocar sus flautas entre nuestras cabelleras!

¡Desde la infancia, nuestro padre el sol nos ha alimentado con su luz; y durante mucho tiempo nos hemos amamantado en los púdicos pechos de nuestra madre!

¡Somos los preferidos del pueblo libre que levanta sus tiendas espaciosas y no conoce los vestíbulos de los ciudadanos;

¡El pueblo de veloces yeguas, de camellas flacas, de vírgenes arrebatadoras, de generosa hospitalidad y de sólidas cimitarras!

¡Y quien ha disfrutado del reposo a la sombra de nuestras palmas, anhela oírnos murmurar sobre su tumba!

Y tales son, entre millares, algunos de los poemas dedicados a las frutas. Pero se necesitaría toda una vida para decir los versos dedicados a flores como las que encerraba aquel maravilloso jardín: jazmines, jacintos, lirios acuáticos, mirtos, claveles, narcisos y rosas en todas sus variedades.

Pero ya el guarda del jardín había conducido a los jóvenes, por entre las avenidas, a un pabellón hundido en medio del verdor. Y les invitó a entrar allí para descansar, y les hizo sentarse en almohadones de brocato alrededor de un estanque de agua, rogando al joven Nur que se colocara en medio de ellos. Y para que se refrescara el rostro, le ofreció un abanico de plumas de avestruz, en el cual había inscrito este verso...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.