Las mil y una noches:755

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Las mil y una noches - Tomo V​ de Anónimo
Capítulo 755: pero cuando llego la 789ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 789ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Y cogí el vestido de la mujer, y salí para ir a venderlo a la salud de nuestros hijos. Y cuando me dirigía al zoco, me encontré con un beduino montado en una camella roja. Y al verme, el beduino paró de repente a su camella, la hizo arrodillarse, y me dijo: "La zalema contigo, ¡oh hermano mío! ¿No podrías indicarme la casa de un rico mercader que se llama el jeique Hassán Abdalah, hijo de Al-Achar?" Y Yo ¡oh mi señor! tuve vergüenza de mi pobreza, aunque la pobreza, como la riqueza, nos viene de Alah, y contesté, bajando la cabeza: "Y contigo la zalema y la bendición de Alah, ¡oh padre de los árabes! ¡Pero en El Cairo, que yo sepa, no hay ningún hombre con el nombre que acabas de pronunciar!" Y quise continuar mi camino. Pero el beduino se apeó de su camella, y tomando mis manos en las suyas, me dijo, con acento de reproche: "Alah es grande y generoso, ¡oh hermano mío! ¿Acaso no eres tú el jeique Hassán Abdalah, hijo de Al-Achar? ¿Y es posible que te desentiendas del huésped que Alah te envía, ocultando tu nombre?" Entonces yo, en el límite de la confusión, no pude contener mis lágrimas, y rogándole que me perdonara, le cogí las manos para besárselas; pero no quiso dejarme hacer, y me estrechó en sus brazos, como haría un hermano con su hermano. Y le conduje a mi casa.

Y mientras de aquel modo caminaba con el beduino, que llevaba del ronzal a su camella, mi corazón y mi espíritu estaban torturados por la idea de no tener nada para agasajar al huésped. Y cuando llegué, me apresuré a contar a la hija de mi tío el encuentro que acababa de tener; y ella me dijo: "¡El extranjero es el huésped de Alah, y para él será incluso el pan de los hijos! Vuélvete, pues, a vender el traje que te di, y con el dinero que por ello saques compra con qué alimentar a nuestro huésped. ¡Y si deja sobras, nos las comeremos nosotros!" Y para salir, tenía yo que pasar por el vestíbulo en que había dejado al beduino. Y como ocultara yo el traje, me dijo él: "¿Qué llevas entre la ropa, hermano mío?" Y contesté, bajando la cabeza, confuso: "¡Nada!" Pero él insistió, diciendo: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh hermano mío! te suplico me digas qué llevas escondido entre las vestiduras!" Y contesté, muy azorado: "¡Es el traje de la hija de mi tío, que se lo llevo a nuestro vecina, la cual tiene el oficio de remendar trajes!" Y el beduino insistió aún, y me dijo: "Déjame ver ese traje, ¡oh hermano mío!" Y ruborizándome, le enseñé el traje; y exclamó él: "¡Alah es clemente y generoso, oh hermano mío! ¡Lo que ibas a hacer ahora era vender en subasta el traje de tu esposa, madre de tus hijos, para cumplir con el extranjero los deberes de hospitalidad!" Y me abrazó, y me dijo: "¡Toma, ya Hassán Abdalah, aquí tienes diez dinares de oro, que proceden de Alah, a fin de que los gastes y nos compres con ellos lo preciso para nuestras necesidades y las de tu casa!" Y no pude rechazar la oferta del huésped, y cogí las monedas de oro. Y en mi casa entraron el bienestar y la abundancia. Y he aquí que, a diario, me entregaba el beduino la misma suma, y por orden suya la gastaba yo de la misma manera. Y duró aquello quince días.

Y glorifiqué al Retribuidor por sus beneficios.

Y he aquí que, a la mañana del decimosexto día, mi huésped el beduino me dijo, después de las zalemas: "Ya Hassán Abdalah, ¿quieres venderte a mí?" Y yo le contesté: "¡Oh mi señor! ¡ya soy tu esclavo, y te pertenezco por agradecimiento!" Pero me dijo él: "¡No Hassán Abdalah, no es eso lo que quiero decirte! Al preguntarte si te vendes a mí, es porque deseo comprarte realmente. ¡Así es que no voy a regatear tu venta, y te dejo que tú mismo fijes el precio en que quieres venderte!"

Ni por un instante dudé de que hablara en broma, y contesté, burlándome: "El precio de un hombre libre ¡oh mi señor! está fijado por el Libro en mil dinares, si se le mata de un solo golpe. ¡Pero si se hacen varias intentonas para matarle, produciéndole dos o tres o cuatro heridas o si se le corta en pedazos, entonces su precio llega a mil quinientos dinares!"

Y me dijo el beduino: "¡No hay inconveniente, Hassán Abdalah! ¡te pagaré esta última suma, si consientes en tu venta!" Y comprendiendo entonces que mi huésped no bromeaba, sino que estaba seriamente decidido a comprarme, pensé para mi ánima: "Alah es quien te envía este beduino para salvar a tus hijos del hambre y de la miseria, ya jeique Hassán! ¡Si tu destino es ser cortado en pedazos, no te escaparás de él!" Y contesté: "¡Oh hermano árabe, acepto mi venta! ¡Pero permíteme solamente consultar acerca de ello a mi familia!" Y me contestó: "¡Está bien!" Y me dejó y salió para dedicarse a sus asuntos.

Y he aquí ¡oh rey del tiempo! que fui en busca de mi madre, de mi esposa y de mis hijos, y les dije: "¡Alah os salva de la miseria!" Y les conté la proposición del beduino. Y al oír mis palabras, mi madre y mi esposa se maltrataron el rostro y el pecho, exclamando: "¡Oh calamidad sobre nuestra cabeza! ¿Qué quiere hacer de ti ese beduíno?" Y corrieron a mí los niños y se cogieron a mis ropas. Y lloraban todos. Y añadió mi esposa, que era prudente y de buen consejo: "¿Quién sabe si ese beduíno maldito, como te opongas a tu venta, reclamará lo que ha gastado aquí? Así es que, para que no te pille desprevenido, es preciso que vayas cuanto antes en busca de alguien que consienta en comprar esta miserable casa, última hacienda que te queda, y con el dinero que te produzca pagarás a ese beduino. Y de tal suerte no le deberás nada, y quedará libre tu persona". Y estalló en sollozos; pensando ver ya a nuestros hijos sin asilo, en la calle. Y yo me puse a reflexionar acerca de la situación, y ya estaba en el límite de la perplejidad. Y pensaba de continuo: "¡Oh Hassán Abdalah! ¡no desaproveches la ocasión que Alah te depara! ¡Con la suma que te ofrece el beduíno por tu venta aseguras el pan de tu casa!"

Luego pensé: "¿Pero por qué quiere él comprarte? ¿Y qué quiere hacer de ti? ¡Si aun fueras joven e imberbe! Pero si tienes la barba como la cola de Agar, y ni siquiera tentarías a un indígena del Alto Egipto! ¡Por lo visto, quiere matarte poco a poco, ya que te paga con arreglo a la segunda condición!"

Sin embargo, cuando, al caer la tarde, regresó a casa el beduino, yo había tomado mi partido y tenía decidido lo que había de hacer. Y le recibí con cara sonriente, y después de las zalemas, le dije: "¡Te pertenezco!" Entonces se desató el cinturón, sacó de él mil quinientos dinares de oro, y me los contó, diciendo: "¡Ruega por el Profeta, ya Hassán Abdalah!" Y contesté: "¡Con él la plegaria, la paz y las bendiciones de Alah!" Y me dijo: "Pues bien, hermano mío, ahora que te vendiste, puedes estar sin temor, porque tu vida será salva y tu libertad completa. Al hacer tu adquisición solamente deseé tener un compañero agradable y fiel en el largo viaje que quiero emprender. Porque ya sabes que el Profeta (¡Alah lo tenga en su gracia!) ha dicho: "¡Un compañero es la mejor provisión para el camino!"

Entonces entré muy alegre en el aposento donde se hallaban mi madre y mi esposa, y puse delante de ellas, en la estera, los mil quinientos dinares de mi venta. Y al ver aquello, sin querer escuchar mis explicaciones, empezaron ellas a lanzar gritos estridentes, mesándose los cabellos y lamentándose, como se hace junto al ataúd de los muertos. Y exclamaban: "¡Es el precio de la sangre! ¡Qué desgracia! ¡que desgracia! ¡Jamás tocaremos el precio de tu sangre! ¡Antes morir de hambre con los niños!" Y al ver la inutilidad de mis esfuerzos para calmarlas, las dejé un rato para que desahogaran su dolor. Luego me puse a hacerles razonamientos, jurándoles que el beduino era un hombre de bien con intenciones excelentes; y acabé por conseguir que amenguaran un poco sus lamentos. Y me aproveché de aquella calma para besarlas, así como a los niños, y decirles adiós. Y con el corazón dolorido, las dejé bañadas en las lágrimas de la desolación. Y abandoné la casa en compañía de mi amo el beduino.

Y en cuanto estuvimos en el zoco de las acémilas, por indicación suya compré una camella conocida por su rapidez. Y por orden de mi amo llené los sacos de provisiones necesarias para un viaje largo. Y terminados todos nuestros preparativos, ayudé a mi amo a montar en su camella, monté yo en la mía, y después de invocar el nombre de Alah nos pusimos en camino.

Y viajamos sin interrupción, y pronto ganamos el desierto, en donde no había más presencia que la de Alah, y en donde no se veía huella de viajeros en la movible arena. Y mi amo el beduino se guiaba, en aquellas inmensidades, por indicaciones conocidas sólo de él y de su cabalgadura. Y así caminamos, bajo un sol abrasador, durante diez días, cada uno de los cuales me pareció más largo que una noche de pesadillas.

Al undécimo día por la mañana llegamos a una llanura inmensa, cuyo suelo brillante parecía formado de pepitas de plata...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.