Las mil y una noches:756

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Las mil y una noches - Tomo V​ de Anónimo
Capítulo 756: pero cuando llego la 790ª noche

PERO CUANDO LLEGO LA 790ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Al undécimo día por la mañana llegamos a una llanura inmensa, cuyo suelo brillante parecía formado de pepitas de plata. Y en medio de aquella llanura se elevaba una alta columna de granito. Y en lo alto de la columna se erguía un joven de cobre rojo, que tenía la mano derecha extendida y abierta, con una llave colgando de cada uno de sus cinco dedos. Y la primera llave era de oro, la segunda de plata, la tercera de cobre chino, la cuarta de hierro y la quinta de plomo. Y cada una de estas llaves era un talismán. Y el hombre que se apropiara de cada una de aquellas llaves tenía que sufrir la suerte que iba aneja a ella. Porque eran las llaves del Destino: la llave de oro era la llave de las miserias, la llave de plata la de los sufrimientos, la llave de cobre chino la de la muerte, la llave de hierro la de la gloria y la llave de plomo la de la sabiduría y de la dicha.

Pero yo ¡oh mi señor! en aquel tiempo ignoraba estas cosas que mi amo era solo en conocer. Y mi ignorancia fué causa de todas mis desventuras. Pero las desventuras, como las venturas, nos vienen de Alah el Retribuidor. Y la criatura debe aceptarlas con humildad.

El caso es ¡oh rey del tiempo! que, cuando llegamos al pie de la columna, mi amo el beduino hizo arrodillarse a su camella y echó pie a tierra. Y yo hice lo que él. Y allá mi amo sacó de su carcaj un arco de forma extraña, y puso en él una flecha. Y tendió el arco y lanzó la flecha al joven de cobre rojo. Pero, sea por torpeza real, sea por torpeza fingida, la flecha no dió en el blanco. Y entonces me dijo el beduino: "Ya Hassán Abdalah, ahora es cuando puedes rescatarte conmigo, y si quieres, comprar tu libertad. Porque sé que eres fuerte y listo, y sólo tú podrás dar en el blanco. ¡Coge, pues, este arco y procura tirar esas llaves!"

Entonces, ¡oh mi señor! feliz yo de poder pagar mi deuda y rescatar mi libertad a aquel precio, no vacilé en obedecer a mi amo. Y cogí el arco, y al examinarle, observé que era de fabricación india y había salido de manos de un obrero hábil. Y deseoso de mostrar a mi amo mi saber y mi destreza, estiré el arco con fuerza y di en la mano del joven de la columna. Y a la primera flecha hice caer una llave: y era la llave de oro. Y muy orgulloso y alegre, la recogí y se la presenté a mi amo. Pero no quiso cogerla, y me dijo, rechazándola: "¡Guárdatela para ti ¡oh pobre! como premio por tu destreza!" Y le di las gracias, y me metí en el cinturón la llave de oro. Y no sabía que era la llave de las miserias.

Luego, al segundo tiro, hice caer otra llave, que era la llave de plata. Y el beduino no quiso tocarla, y yo me la guardé en el cinturón con la primera. Y no sabía que era la llave de los sufrimientos.

Tras de lo cual, con otras dos flechas, descolgué dos llaves más: la llave de hierro y la llave de plomo. Y una era la de la gloria, y otra la de la sabiduría y la dicha. Pero yo no lo sabía. Y sin darme tiempo a recogerlas, mi amo se apoderó de ellas, lanzando exclamaciones de alegría y diciendo: "¡Bendito sea el seno que te ha llevado!, ¡oh Hassán Abdalah! ¡Bendito sea quien adiestró tu brazo y ejercitó tu golpe de vista!" Y me estrechó en sus brazos, y me dijo: "¡En adelante eres tu propio amo!" Y le besé la mano, y de nuevo quise devolverle la llave de oro y la llave de plata. Pero las rehusó, diciendo: "¡Para ti!"

Entonces saqué del carcaj la quinta flecha, y me apercibí a tirar la última llave, la de cobre chino, que no sabía era la llave de la muerte. Pero mi amo se opuso vivamente a mi propósito, deteniéndome el brazo y exclamando: "¿Qué vas a hacer, desgraciado?" Y muy aturdido, dejé caer inadvertidamente la flecha a tierra. Y precisamente se me clavó en el pie izquierdo y me le atravesó, haciéndome una herida dolorosa. ¡Y aquello fué el principio de mis desventuras!

Cuando mi amo, afligido por aquel accidente que hubo de sobrevenirme, me curó la herida como mejor pudo, ayudóme a montar en mi camella. Y proseguimos nuestro camino.

Después de tres días y tres noches de una marcha muy penosa a causa del pie herido, llegamos a una pradera, donde nos detuvimos para pasar la noche. Y en aquella pradera había árboles de una especie que yo no había visto nunca. Y aquellos árboles ostentaban hermosos frutos maduros, cuya apariencia, fresca y encantadora, excitaba la mano a cogerlos. Y yo, acuciado por la sed, me arrastré hasta uno de aquellos árboles, y me apresuré a coger uno de aquellos frutos. Y era de un color rojo dorado y de un perfume delicioso. Y me lo llevé a la boca y lo mordí. Y he aquí que clavé los dientes con tanta fuerza, que no pude desencajar las mandíbulas. Y quise gritar, pero de mi boca no salió más que un sonido inarticulado y sordo. Y sufría horriblemente. Y eché a correr de un lado para otro con mi pierna coja y con el fruto cogido entre mis mandíbulas encajadas, y empecé a gesticular como un loco. Luego me tiré al suelo con los ojos fuera de las órbitas.

Entonces mi amo el beduino, al verme en aquel estado, se asustó mucho al principio. Pero cuando comprendió la causa de mi tormento, se acercó a mí e intentó desencajarme las mandíbulas. Pero sus esfuerzos sólo sirvieron para aumentar mi mal. Y al ver aquello, me dejó y fué a recoger al pie de los árboles algunos de los frutos caídos. Y los contempló atentamente, y acabó por escoger uno y tirar los demás. Y volvió conmigo y me dijo: "¡Mira este fruto, Hassán Abdalah! ¡Ya ves los insectos que lo roen y lo destruyen! Pues bien; estos insectos van a servir de remedio para tu mal. ¡Pero se necesitan calma y paciencia!" Y añadió: "¡Porque he calculado que, poniendo en el fruto que obstruye tu boca alguno de estos insectos, se dedicarán o roerlo, y en dos o tres días, a lo más, estarás libre!" Y como se trataba de un hombre de experiencia, le dejé hacer, pensando: "¡Ya Alah! ¡tres días y tres noches de semejante suplicio! ¡Oh! ¡preferible la muerte!" Y sentándose a la sombra junto a mí, mi amo hizo lo que había dicho, llevando al fruto maldito los insectos salvadores. Y en tanto que los insectos roedores comenzaban su obra, mi amo sacó de su saco de provisiones dátiles y pan seco, y se puso a comer. Y de cuando en cuando se interrumpía para recomendarme paciencia, diciéndome: "¿Ves, ya Hassán, cómo tu glotonería me detiene en mi camino y retrasa la ejecución de mis proyectos? ¡Pero soy prudente y no me atormento con exceso por este contratiempo! ¡Haz como yo!" Y se dispuso a dormir, y me aconsejó que hiciese lo propio.

Pero ¡ay! que me pasé sufriendo la noche y el día siguiente. Y aparte los dolores de mis mandíbulas y de mi pie, estaba torturado por la sed y el hambre. Y para consolarme, el beduino me aseguraba que adelantaba el trabajo de los insectos. Y de tal suerte me hizo tener paciencia hasta el tercer día. Y por la mañana de aquel tercer día al fin sentí que se me desencajaban las mandíbulas. E invocando y bendiciendo el nombre de Alah, tiré el fruto maldito con los insectos salvadores.

Entonces, libre ya, mi primer cuidado fué registrar el saco de provisiones y palpar el odre que contenía el agua. Pero observé que mi amo lo había agotado todo en los tres días que duró mi suplicio, y me eché a llorar, acusándole de mis sufrimientos. Pero él, sin alterarse, me dijo con dulzura: "Eres injusto, Hassán Abdalah. ¿Acaso también yo iba a dejarme morir de hambre y de sed? ¡Pon, pues, tu confianza en Alah y en Su Profeta, y levántate en busca de un manantial donde aplacar tu sed!"

Y entonces me levanté y me dediqué a buscar agua o alguna fruta que me fuese conocida. Pero no había allí otros frutos que los de la especie perniciosa cuyos efectos hube de experimentar. Por fin, a fuerza de pesquisas, acabé por descubrir en el hueco de una roca un pequeño manantial de agua brillante y fresca, que invitaba a aplacar la sed.

Y me puse de rodillas, ¡y bebí, y bebí, y bebí! Y me detuve un instante, y seguí bebiendo. Tras de lo cual, un poco calmado, consentí en ponerme en camino, y seguí a mi amo, que ya se había alejado en su camella roja. Pero no habría dado cien pasos mi cabalgadura, cuando sentí que me acometían retorcijones tan violentos, que creí tener en las entrañas todo el fuego del infierno. Y me puse a gritar: ¿Oh madre mía! ¡Ya Alah! ¡Oh madre mía!" Y en vano traté de moderar el paso de mi camella que, a grandes zancadas, corría con toda su velocidad en pos de su rápida compañera. Y con los saltos que daba y el vaivén de su paso, se hizo tan intenso mi suplicio que empecé a dar aullidos espantosos y a lanzar tales imprecaciones contra mi camella contra mí mismo y contra todo, que acabó por oírme el beduino, y retrocediendo hasta mí, me ayudó a parar mi camella y a echar pie a tierra. Y me acurruqué en la arena, y -dispensa esta confianza a tu esclavo, ¡oh rey del tiempo!- di libre curso al torrente que llevaba dentro. Y sentí como si se me desgarrasen todas las entrañas. Y en mi pobre vientre se levantó una tempestad completa, con todos los truenos de la Creación, mientras mi amo el beduino me decía: "¡Ya Hassán Abdalah, ten paciencia!" Y a consecuencia de todo aquello, caí desmayado en el suelo.

No sé cuánto tiempo duró mi desmayo. Pero cuando volví en mí, me vi otra vez a lomos de la camella, que seguía a su compañera. Y era por la tarde. Y se ponía el sol detrás de una montaña alta, al pie de la cual llegábamos. Y nos paramos a descansar. Y mi amo dijo: "¡Loado sea Alah, que no permite que nos quedemos en ayunas hoy! ¡Pero no te preocupes tú de nada, y estate tranquilo, pues mi experiencia del desierto y de los viajes me hará encontrar un alimento sano y refrescante donde tú no podrías recoger más que venenos!" Y tras de hablar así, fué al matorral formado por plantas de hojas apretadas, carnosas y cubiertas de espinas, poniéndose a cortar con un sable algunas de ellas. Y las mondó, y extrajó una pulpa amarilla y azucarada, parecida, en el sabor, a la de los higos. Y me dió cuanta quise; Y comí hasta que estuve harto y refrescado.

Entonces empecé a olvidar un poco mis sufrimientos; y confié en pasar por fin la noche tranquilamente en un sueño, de cuyo sabor hacía tanto tiempo que no me acordaba. Y al salir la luna, extendí en tierra mi capote de pelo de camello, y ya me aprestaba a dormir, cuando me dijo mi amo el beduino: "¡Ya Hassán Abdalah, ahora es cuando tienes ocasión de probarme si realmente me guardas alguna gratitud... !

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.