Las mil y una noches:814

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Las mil y una noches - Tomo V​ de Anónimo
Capítulo 814: y cuando llego la 845ª noche

Y CUANDO LLEGO LA 845ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... y más miserables que los mendigos en el camino de la generosidad. Porque nada es más fácil para el Altísimo que hacer desplomarse los tronos más sólidos y hacer que los animales rapaces y las aves nocturnas habiten los palacios.

Y he aquí que, ante aquel revés ofensivo del Destino y aquel golpe inesperado de la suerte, el joven sintió que el corazón se le templaba como la plancha humeante en el agua, y tomó a su cargo la tarea de levantar el ánimo de sus padres y de sacarles del estado en que se hallaban. Y dijo al rey pobre: "¡Oh padre mío! por Alah, dime si quieres inclinar tu oído hacia tu hijo, que desea hablarte". Y contestó el rey levantando la cabeza: "¡Oh hijo mío! ¡ya que eres el elegido de la inteligencia, habla y te obedeceremos!" Y dijo el joven: "Levántate, ¡oh mi señor! y partamos para las tierras de que ignoro hasta el nombre. Pues ¿a qué lamentarse ante lo irreparable cuando todavía somos dueños del presente? ¡En otros sitios encontraremos una vida nueva y alegrías renovadas!" Y el viejo rey contestó: "¡Oh admirable hijo mío, piadoso y lleno de deferencia! tu consejo es una inspiración del Dueño de la Sabiduría. ¡Y sea para Alah y para ti el cuidado de este asunto!"

Entonces se levantó el joven, y después de prepararlo todo para el viaje, cogió a su padre y a su madre de la mano y salió con ellos al camino del Destino. Y viajaron cruzando llanuras y desiertos, y no cesaron de andar hasta que llegaron a la vista de una ciudad grande y bien construida. Y el joven dejó a su padre y a su madre descansando a la sombra de las murallas, y entró solo en aquella ciudad. Y los transeúntes a quienes preguntó le informaron de que aquella ciudad era la capital de un sultán justo y magnánimo que hacía honor a reyes y sultanes. Entonces combinó él su plan y su proyecto, y al punto se volvió al lado de sus padres, a los cuales dijo: "Tengo intención de venderos al sultán de esta ciudad, que es un gran sultán. ¿Qué os parece, ¡oh padres míos!? Y contestaron ellos: "¡Oh hijo nuestro! tú sabes mejor que nosotros lo que conviene y lo que no conviene, porque el Altísimo ha puesto la ternura en tu corazón y en tu espíritu toda la inteligencia. Y no podemos por menos de obedecerte con seguridad y confianza, pues hemos puesto nuestra esperanza en Alah y en ti, ¡oh hijo nuestro! ¡Y todo lo que a ti te parezca bien será de nuestro agrado!" Y de nuevo cogió el joven de la mano a sus viejos padres y se encaminó con ellos al palacio del sultán. Y les dejó en el patio del palacio y pidió que le introdujeran en la sala del trono para hablar al rey. Y como tenía un aspecto noble y hermoso, al punto fué introducido en la sala de audiencias. Y presentó sus homenajes al sultán, quien, cuando le miró, comprendió que, a no dudar, era hijo de grandes de la tierra, y le dijo: "¿Qué deseas, ¡oh joven esclarecido!?" Y el joven, tras de besar por segunda vez la tierra entre las manos del rey, contestó: "¡Oh mi señor! Traigo conmigo un cautivo, piadoso y temeroso del Señor, un modelo de honradez y de pundonor; y también traigo conmigo una cautiva, agradable de carácter, y dulce de maneras, y graciosa de lenguaje, y llena de todas las cualidades requeridas para esclava. Y ambos han conocido días mejores, y ahora se hallan perseguidos por el Destino. Por eso deseo venderlos a Tu Alteza, a fin de que sean servidores entre tus pies y esclavos a tu disposición, como los tres somos bienes inmobiliarios tuyos".

Cuando el rey hubo oído de labios del joven estas palabras, pronunciadas con delicioso acento, le dijo: "¡Oh joven sin par, que vienes a nos, caído del cielo acaso! siendo de tu propiedad los dos cautivos de que me hablas, no pueden por menos de complacerme. ¡Date prisa, pues, a ir a buscarlos, con objeto de que yo los vea y te los compre!" Y el joven volvió junto a su padre el rey pobre y junto a su madre la reina pobre, y cogiendo de las manos a ambos, que se prestaron a obedecerle, los llevó a presencia del rey.

Y el rey, a la primera mirada que echó al padre y a la madre del joven, se maravilló hasta el límite de la maravilla, y dijo: "Si éstos son esclavos, ¿cómo serán los reyes?" Y les preguntó: "¿Sois esclavos ambos y propiedad de este hermoso joven?" Y contestaron ellos: "Somos, en verdad, esclavos suyos y propiedad suya en todos sentidos, ¡oh rey del tiempo!" Entonces el rey se encaró con el joven, y le dijo: "Fija tú mismo el precio que te convenga para la venta de estos dos cautivos, que no tienen igual en la morada de los reyes". Y dijo el joven: "¡Oh mi Señor! no hay tesoro que pueda indemnizarme de la pérdida de estos dos cautivos. Por eso no te los cederé a peso de oro ni de plata, sino que los dejaré entre tus manos en depósito hasta el día que designe la suerte. Y como precio de esta cesión temporal no quiero pedirte más que una cosa, tan preciosa en su género como lo son ambos entre las criaturas de Alah. En efecto, por la cesión del cautivo te pido el caballo más hermoso de tus cuadras, completamente ensillado, embridado y enjaezado, y por la cesión de la cautiva te pido un equipo como el que llevan los hijos de los reyes. Y pongo por condición que el día en que te devuelva el caballo y el equipo me devuelvas tú a los dos cautivos, que habrán sido una bendición para ti y para tu reino". Y contestó el sultán: "¡Sea como deseas!" Y en aquella hora y en aquel instante hizo que sacaran de las caballerizas y dieran al joven el caballo más hermoso que hubiese relinchado bajo la mirada del sol, un alazán tostado, de nasales palpitantes, de ojos a flor de cabeza, que venteaba el aire y golpeaba el suelo, pronto a la carrera y al vuelo. E hizo sacar del vestuario y entregárselo al joven, que se lo puso en seguida, el equipo más hermoso que llevó nunca un caballero en los torneos de justadores. Y estaba tan hermoso con todo ello el nuevo jinete, que el rey exclamó: "Si quieres quedarte conmigo, ¡oh caballero! te colmaré de beneficios!" Y dijo el joven: "Que Alah aumente el resto de tus días ¡oh rey del tiempo! Pero no se encuentra aquí mi destino. Y es preciso que vaya yo a buscarlo donde me espera".

Y tras de hablar así dijo adiós a sus padres, se despidió del rey y partió al galope de su alazán. Y atravesó llanuras y desiertos, ríos y torrentes, y no cesó de viajar mientras no hubo llegado a la vista de otra ciudad mayor y mejor construida que la primera.

En cuanto entró en aquella ciudad se alzó a su paso un murmullo de extrañeza, y cada uno de sus pasos fué acogido con exclamaciones de sorpresa y de compasión. Y oía que decían unos: "¡Qué lástima para su juventud! ¿Por qué viene un jinete tan hermoso a exponerse a la muerte sin motivo?" Y decían otros: "¡Será el centésimo! ¡será el centésimo! ¡Es el más hermoso de todos! ¡Es un hijo de rey!" Y decían otros: "¡Un joven tan tierno no podrá tener éxito donde han fracasado tantos sabios!" Y el murmullo y las exclamaciones aumentaban conforme avanzaba él por las calles de la ciudad. Y acabó por hacerse tan densa la aglomeración en torno suyo y delante de él, que no pudo hacer avanzar a su caballo sin riesgo de atropellar a algún habitante. Y muy perplejo, se vió obligado a detenerse, y preguntó a los que le obstruían el camino: "¿Por qué ¡oh buenas gentes! impedís que un extranjero y su caballo vayan a reposar de sus fatigas? ¿Y por qué me rehusáis hospitalidad tan unánimemente?".

Entonces salió de en medio de la muchedumbre un anciano, que se adelantó hacia el joven, cogió de la brida al caballo, y dijo: "¡Oh hermoso joven! ¡ojalá te resguarde Alah de la calamidad! Que nadie puede evitar su destino, puesto que llevamos el destino atado al cuello, ningún hombre sensato podrá negarlo nunca; pero que en medio de una juventud en flor vaya alguien a arrojarse en la muerte, sin más ni más, es cosa que se halla en el dominio de la demencia. ¡Te suplicamos, pues, y yo te lo suplico en nombre de todos los habitantes, ¡oh noble extranjero! que vuelvas sobre tus pasos y no expongas tu alma así a una perdición sin remedio!" Y contestó el joven: "¡Oh venerable jeique! ¡no entro en esta ciudad con intención de morir! ¿Cuál es, pues el acontecimiento singular que parece amenazarme, y cuál es ese peligro de muerte que voy a correr?" Y contestó el anciano: "Pues bien; si es cierto, como acaban de indicarnos tus palabras, que ignoras la calamidad que te espera en caso de seguir este camino, ¡voy a revelártela!" Y en medio del silencio de la muchedumbre, dijo: "Has de saber ¡oh hijo de reyes! ¡oh hermoso joven sin par en el mundo! que la hija de nuestro rey es un princesa joven que, a no dudar, es la más bella entre todas las mujeres de este tiempo. Y he aquí que ha resuelto no casarse más que con el que responda de manera satisfactoria a todas las preguntas que ella le haga; pero a condición de que la muerte será el castigo de quien no pueda adivinar su pensamiento o deje pasar una pregunta sin contestarla como es debido. Y ya ha hecho cortar de tal suerte la cabeza a noventa y nueve jóvenes, todos hijos de reyes, de emires o de grandes personajes, entre los cuales había algunos que estaban instruidos en todas las ramas de los conocimientos humanos. Y la tal hija de nuestro rey habita de día en lo alto de una torre que domina la ciudad, y desde cuya altura hace las preguntas a los jóvenes que se presentan para resolverlas. ¡Así, pues, ya estás advertido! ¡Y por Alah sobre ti, ten piedad de tu juventud y apresúrate a volver con tu padre y tu madre, que te quieren, no vaya a ocurrir que la princesa oiga hablar de tu llegada y te haga llamar a su presencia! Y Alah te preserve de toda desgracia, ¡oh hermoso joven!"

Al oír estas palabras del anciano, el joven hijo de rey contestó: "Junto a esa princesa es donde me espera mi destino. ¡Oh vosotros todos! ¡indicadme el camino!" Entonces se exhalaron de toda aquella muchedumbre suspiros y gemidos, quejas y lamentos. Y alrededor del joven se alzaron gritos que decían: "¡Va a la muerte! ¡va a la muerte! ¡Es el centésimo! ¡es el centésimo!" Y se puso en marcha con él toda la marejada de circunstantes. Y le escoltaron miles de personas que habían cerrado sus tiendas y dejado sus ocupaciones por seguirle. Y de tal suerte avanzó por el camino que conducía a su destino.

Y no tardó en llegar a la vista de la torre, y en la terraza de aquella torre divisó a la princesa, que estaba sentada en su trono, revestida de la púrpura real y rodeada de sus esclavas jóvenes, vestidas de púrpura como ella. Y del rostro de la princesa, cubierto asimismo con un velo rojo, no se distinguían más que dos gemas sombrías, que eran los ojos, semejantes a dos lagos negros alumbrados por dentro. Y circundando toda la terraza, colgadas a igual distancia unas de otras por debajo de la princesa, se balanceaban las noventa y nueve cabezas cortadas.

Entonces el joven príncipe paró su caballo a alguna distancia de la torre, de manera que pudiese ver a la princesa y ser visto por ella, oír y ser oído. Y ante aquel espectáculo se acalló todo el tumulto de la muchedumbre. Y en medio de aquel silencio se hizo oír la voz de la princesa, que decía: "Puesto que eres el centésimo, ¡oh temerario joven! será porque sin duda estás pronto a responder a mis preguntas". Y el joven, orgullosamente erguido en su caballo, contestó: "Pronto estoy, ¡oh princesa!"

Y se hizo más completo el silencio, y dijo la princesa: "¡Empieza entonces por decirme sin vacilar, ¡oh joven! después de posar tus ojos en mí y en las que me rodean, a quién me asemejo y a quién se asemejan ellas, sentadas en lo alto de la torre!" Y después de posar los ojos en la princesa y en las que la rodeaban, el joven contestó sin vacilar:

"¡Oh princesa! tú te asemejas a un ídolo, y las que te rodean se asemejan a las servidoras del ídolo. Y también te asemejas al sol, y las que te rodean a los rayos del sol. Y asimismo te asemejas a la luna, y esas jóvenes a las estrellas que sirven de cortejo a la luna. ¡Y por último, te comparo con el mes de Nissán, que es el mes de las flores, y a todas esas jóvenes con las flores que vivifica él con su aliento!"

Cuando la princesa hubo oído esta respuesta, que la muchedumbre había acogido con un murmullo de admiración, se mostró satisfecha, v dijo: "Has acertado, ¡oh joven! y tu primera respuesta no merece la muerte. Pero ya que has resuelto mi primera pregunta, comparándonos, a mí y a estas jóvenes, primero con un ídolo y con las servidoras del ídolo y con las estrellas que dan cortejo a la luna, y por último, con el mes de Nissán y con las flores que nacen en el mes de Nissán, no te haré preguntas demasiado complicadas ni demasiado difíciles de resolver. Y por lo pronto, voy a exigirte que me digas al pie de la letra lo que significan estas palabras:

"Da a la desposada de Occidente el hijo del rey de Oriente, y nacerá de ellos un niño que será sultán de las caras hermosas".

Y el joven, sin vacilar un instante, contestó: "¡Oh princesa! esas palabras encierran todo el secreto de la piedra filosofal, y quieren decir místicamente lo que sigue:

"Haz corromper con la humedad que viene de Occidente la tierra sana adámica que viene de Oriente, y de esta corrupción se engendrará el mercurio filosófico, que es todopoderoso en la Naturaleza, y que engendrará el sol, y el oro hijo del sol, y la luna, y la plata hija de la luna, y que convertirá los guijarros en diamantes...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.