Las mil y una noches:821

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Las mil y una noches - Tomo V​ de Anónimo
Capítulo 821: y cuando llego la 852ª noche

Y CUANDO LLEGO LA 852ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... cuarenta: ni uno más, ni uno menos.

Y así, cargados, llegaron al pie de una roca grande que había en la base del montículo, y se detuvieron, colocándose en fila. Y su jefe, que iba a la cabeza, dejó por un instante en el suelo su pesado zurrón, se irguió cuan alto era frente a la roca; y exclamó con voz estruendosa, dirigiéndose a alguien o a algo invisible para todas las miradas: "¡Sésamo, ábrete!"

Y al punto se entreabrió con amplitud la roca.

Entonces el jefe de los bandoleros ladrones se retiró un poco para dejar pasar delante de él a sus hombres. Y cuando hubieron entrado todos, se cargó a la espalda su zurrón otra vez, y penetró el último.

Luego exclamó con una voz de mando que no admitía réplica: "¡Sésamo, ciérrate!"

Y la roca se cerró herméticamente, como si nunca la hechicería del bandolero la hubiese partido por virtud de la fórmula mágica. Al ver aquello, Alí Babá se asombró en su alma prodigiosamente, y se dijo: "¡Menos mal si, con su ciencia de la hechicería, no descubren mi escondite y me ponen entonces más ancho que largo!" Y se guardó bien de hacer el menor movimiento, no obstante toda la inquietud que sentía por sus asnos que continuaban retozando libremente en la espesura.

En cuanto a los cuarenta ladrones, después de una estancia bastante prolongada en la caverna donde Alí Babá les había visto meterse, indicaron su reaparición con un ruido subterráneo semejante a un trueno lejano. Y acabó por volver a abrirse la roca y dejar salir a los cuarenta con su jefe a la cabeza y llevando en la mano sus zurrones vacíos. Y cada cual se acercó a su caballo, le embridó de nuevo y saltó encima después de sujetar el zurrón a la silla. Y el jefe se volvió entonces hacia la abertura de la caverna y pronunció en voz alta la fórmula: "¡Sésamo, ciérrate!" Y las dos mitades de la roca se juntaron y se soldaron sin ninguna huella de separación. Y con sus caras de brea y sus barbas de cerdos, tomaron otra vez el camino por donde habían venido. Y esto es lo referente a ellos.

Pero volviendo a Alí Babá, la prudencia que le había tocado en suerte entre los dones de Alah hizo que permaneciese aún en su escondite, no obstante todo el deseo que tenía de ir a reunirse con sus asnos. Porque se dijo: "Bien pueden esos terribles bandoleros ladrones haberse dejado olvidado algo en su caverna y volver sobre sus pasos de improviso, sorprendiéndome aquí mismo. ¡Y entonces, ya Alí Babá verías cuán caro le sale a un pobre diablo como tú ponerse en el camino de tan poderosos señores!"

Por tanto, tras de reflexionar así, Alí Babá se limitó sencillamente a seguir con los ojos a los formidables jinetes hasta que los hubo perdido de vista. Y sólo mucho tiempo después de desaparecer ellos y de quedarse de nuevo la selva sumida en un silencio tranquilizador fue cuando, por fin, se decidió a bajar del árbol, aunque con mil precauciones y volviéndose a derecha y a izquierda cada vez que abandonaba una rama alta para situarse en un rama más baja.

Cuando estuvo en tierra, Alí Babá avanzó hacia la roca consabida, pero con mucho cuidado y de puntillas, conteniendo la respiración. Y bien habría querido ir antes a ver sus asnos y a tranquilizarse con respecto a ellos, ya que eran toda su fortuna y el pan de sus hijos; pero en su corazón se había encendido una curiosidad sin precedente por cuanto hubo de ver y oír desde la copa del árbol. Y, además, era su destino quien le empujaba de modo irresistible a aquella aventura.

Llegado que fué ante la roca, Alí Babá la inspeccionó de arriba a abajo, y la encontró lisa y sin grietas por donde hubiera podido deslizarse la punta de una aguja. Y se dijo: "¡Sin embargo, ahí dentro se han metido los cuarenta, y los he visto con mis propios ojos desaparecer ahí dentro! ¡Ya Alah! ¡Qué sutileza! ¡Y quién sabe qué han entrado a hacer en esa caverna defendida por toda clase de talismanes, cuya primera palabra ignoro!"

Luego pensó: "¡Por Alah! ¡he retenido, sin embargo, la fórmula que abre y la fórmula que cierra! ¡No sé si ensayarla un poco, solamente para ver si en mi boca tienen la misma virtud que en boca de ese espantoso bandido gigante!"

Y olvidando toda su antigua pusilanimidad, e impelido por la voz de su destino, Alí Babá el leñador se encaró con la roca y dijo: "¡Sésamo, ábrete!"

Y no bien fueron pronunciadas con insegura voz las dos palabras mágicas, la roca se separó y se abrió con amplitud. Y Alí Babá, presa de extremado espanto, quiso volver la espalda a todo aquello y escapar de allí a todo correr, pero la fuerza de su destino le inmovilizó ante la abertura y le obligó a mirar. Y en lugar de ver allí dentro una caverna de tinieblas y de horror, llegó al límite de la sorpresa al ver abrirse ante él una ancha galería que daba al ras de una sala espaciosa abierta en forma de bóveda en la misma piedra y recibiendo mucha luz por agujeros angulares situados en el techo. De modo que se decidió a adelantar un pie y a penetrar en aquel lugar que a primera vista, no tenía particularmente nada de aterrador.

Pronunció, pues, la fórmula propiciatoria: "¡En el nombre de Alah el Clemente, el Misericordioso!", la cual acabó de reconfortarle, y avanzó resueltamente sin temblar hasta la sala abovedada. Y en cuanto hubo llegado allá vió que las dos mitades de la roca se juntaban sin ruido y tapaban completamente la abertura; lo cual no dejó de inquietarle, a pesar de todo, ya que la constancia en el valor no era su fuerte. Sin embargo, pensó que más tarde podría, merced a la fórmula mágica, hacer que por sí mismas se abrieran ante él todas las puertas. Y a la sazón dedicóse a mirar con toda tranquilidad el espectáculo que se ofrecía a sus ojos.

Y vió, colocadas a lo largo de las paredes hasta la bóveda, pilas y pilas de ricas mercancías, y fardos de telas de seda y de brocato, y sacos con provisiones de boca, y grandes cofres llenos hasta los bordes de plata amonedada, y otros llenos de plata en lingotes, y otros llenos de dinares de oro y de lingotes de oro en filas alternadas. Y como si todos aquellos cofres y todos aquellos sacos no bastasen a contener las riquezas acumuladas, el suelo estaba cubierto de montones de oro, de alhajas y de orfebrerías, hasta el punto de que no se sabía dónde poner el pie sin tropezar con alguna joya o derribar algún montón de dinares flamígeros. Y Allí Babá, que en su vida había visto el verdadero color del oro ni conocido su olor siquiera, se maravilló de todo aquello hasta el límite de la maravilla. Y al ver aquellos tesoros amontonados allí de cualquier modo, y aquellas innumerables suntuosidades, las menores de las cuales hubiesen adornado ventajosamente el palacio de un rey, se dijo que debía hacer no años, sino siglos que aquella gruta servía de depósito, al mismo tiempo que de refugio, a generaciones de ladrones hijos de ladrones, descendientes de los saqueadores de Babilonia.

Cuando Alí Babá volvió un poco de su asombro, se dijo: "¡Por Alah, ¡ya Alí Babá! he aquí que a tu destino se le pone el rostro blanco, y te transporta desde el lado de tus asnos y de tus haces hasta el centro de un baño de oro como no lo han visto más que el rey Soleimán e Iskandar el de los dos cuernos! Y de improviso aprendes las fórmulas mágicas y te sirves de sus virtudes y te haces abrir las puertas de roca y las cavernas fabulosas, ¡oh leñador bendito! Esa es una gran merced del Retribuidor, que así te hace dueño de las riquezas acumuladas por los crímenes de generaciones de ladrones y de bandidos. ¡Y si ha ocurrido todo eso, claro está que es para que en adelante puedas hallarte con tu familia al abrigo de la necesidad, utilizando de buena manera el oro del robo y del pillaje!"

Y quedando en paz con su conciencia después de tal razonamiento, Alí Babá el pobre, se inclinó hacia un saco de provisiones, lo vació de su contenido y lo llenó de dinares de oro y otras piezas de oro amonedado, sin tocar a la plata y a los demás objetos de la galería. Luego volvió a la sala abovedada, y de la propia manera llenó un segundo saco, luego un tercer saco y varios sacos más, todos los que le parecieron que podrían llevar sus tres asnos sin cansarse. Y hecho esto se volvió hacia la entrada de la caverna y dijo: "¡Sésamo, ábrete!" Y al instante las dos hojas de la puerta roqueña se abrieron de par en par, y Alí Babá corrió a reunir sus asnos y los hizo aproximarse a la entrada. Y los cargó de sacos, que tuvo cuidado de ocultar hábilmente, poniendo encima ramaje. Y cuando hubo acabado esta tarea pronunció la fórmula que cierra, y al punto se juntaron las dos mitades de la roca.

Entonces Alí Babá hizo ponerse en marcha delante de él a sus asnos cargados de oro, arreándolos con voz llena de respeto y no abrumándolos con las maldiciones y las injurias horrísonas que les dirigía de ordinario cuando arrastraban las patas.

Porque si Alí Babá, como todos los conductores de asnos, gratificaba a sus brutos con apelativos tales como: "¡Oh religión del zib!" o "¡historia de tu hermana!" o "¡historia de marica!" o "¡venta de alcahueta!", claro que no era para asustarlos, pues los quería igual que a sus hijos, sino sencillamente para hacerlos entrar en razón. Pero aquella vez comprendió que no podía aplicarles con verdadera justicia tales calificativos, pues llevaban sobre ellos más oro del que había en las arcas del sultán. Y sin arrearlos de otro modo, emprendió con ellos de nuevo el camino de la ciudad...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.