Las mujeres de la independencia/VI

De Wikisource, la biblioteca libre.
Ir a la navegación Ir a la búsqueda
Nota: Se respeta la ortografía original de la época

VI


Agueda Monasterio.


El 1.° de abril de 1811, en medio del estruendo del motin Figueroa, tenia lugar en el teatro mismo de los sucesos una escena dramática i conmovedora: una dama distinguida, una mujer hermosa i jóven todavía, que olvidándose completamente del peligro que corria se lanzaba en medio del combate. ¿Cuál era la causa de tan heróica accion? Era una madre que buscaba a su hijo a quién se suponia herido o agonizante entre los combatientes.

Esa mujer valiente i abnegada, esa verdadera madre, se llamaba Agueda Monasterio de Lattapiat. Era oriunda de una antigua familia colonial i esposa de un hombre distinguido, don Juan Lattapiat, brillante oficial frances que habia servido con gloria en la reconquista de Buenos Aires, a las órdenes de Liniers.

Tal fué el primer hecho público en que se dió a conocer el carácter de esa mujer que mas tarde habia de ser una de las glorias femeninas de la revolucion de la independencia.

Agueda Monasterio tenia 35 años a la fecha del suceso que acabamos de narrar, i era una figura noble, llena de altivez i de enerjía. Estrechamente unida a las ideas de su esposo se habia lanzado a servir a la revolucion en la esfera que le era posible: la espada del marido era terrible i prestijiosa, el carácter de la esposa tenia tambien la firmeza i resistencia del acero.

Careciendo del brillo i de las comodidades de la fortuna, su labor habia sido silenciosa, pero no por eso ménos fecunda; educada en un hogar virtuoso i modesto, existia la mas estrecha armonía entre sus hábitos e ideas: de aqui provenia su gran fuerza moral, su inquebrantable resolucion ante el cumplimiento de un deber. En su salon, modesto salon por cierto, no se reunia el mundo elegante sino esa sociedad mas seria, mas severa, que vive del trabajo i que debe esclusivamente a él las comodidades i placeres de que disfruta. Esa sociedad constituia la fuerza democrática de la revolución; todos aquellos espíritus deseaban la independencia con la república.

En el centro de este grupo de obreros laboriosos se alzaba dominadora la señora Lattapiat; su talento, su carácter, sus virtudes i entusiasmo, la habian hecho naturalmente el jefe de aquella reunion de hombres austeros. Se asegura que su conversacion embelesaba; espresiva, elocuente, llena de imájenes, comunicaba a los que la escuchaban el fuego de su alma.

Al lado de esta mujer, o mas bien al calor de su ardiente mirada, crecia su hija Juana, niña de 14 a 15 años, cuyo espíritu se abria a todas las emociones de esa vida tan ajitada. Madre e hija trabajaban unidas, velaban juntas escribiendo sobre la pequeña mesa del salon o de la alcoba... ¿Qué escribian? Cartas de aliento a los emigrados, comunicaciones que podriamos llamar oficiales, sobre los mas importantes sucesos del dia, pues, a esa mujer varonil no solo se le confiaban los mas importantes secretos, sino tambien las comisiones mas difíciles i delicadas, comisiones que desempeñó siempre con un tino i acierto asombroso.

La influencia i la actividad de la señora Lattapiat alarmó al fin a Marcó, se la amenazó i se la vijiló con el mayor cuidado. Ella no acobardó un momento: entre su tranquilidad i el triunfo de la revolucion se decidió por el primer sacrificio. Rodeada de espías se la sorprendió una correspondencia que dirijia a San Martin, que a la fecha se encontraba en Mendoza. A fin de arrancarle los grandes secretos de que era depositaria, Marcó la hizo encerrar en una inmunda prision e intentó martirizarla cruelmente. Aquel afeminado cubierto de encajes, i cuya espada de oro jamas se manchó con sangre en los combates, era de una crueldad feroz. Se propuso arrancar a toda costa los secretos que se negaba a revelar su noble víctima i preparó el suplicio.

Se elevó la horca en el costado norte de la plaza principal i se ordenó que antes de la ejecucion, el verdugo cortara la mano derecha de la niña Juana, por haber escrito con ella algunas de las correspondencias que le dictaba su madre.

Felizmente cuando el suplicio iba a consumarse, Marcó ordenó se suspendiera la ejecucion. ¿Cuál fué la causa de este perdon inesperado? Hai quienes lo atribuyen a las influencias de algunos realistas i otros al temor de la indignacion que semejante suplicio despertaría en un pueblo ya prevenido i pronto a lanzarse en la revuelta.

La señora Monasterio i su hija fuéron conducidas silenciosamente a su casa por algunos amigos. Ai! en vez de aquella mujer arrogante se les entregaba solo un glorioso cadáver! — La humedad del calabozo, las mil privaciones de que se la hizo víctima, las amenazas contínuas, el sentimiento de ver perdida la causa de la patria, el patíbulo que se alzaba al frente de su prisión, el martirio brutal de que se iba a hacer víctima a su hija, toda esta enormidad de dolores abatió su naturaleza, i al salir de la prisión la señora Monasterio llevaba impreso en la frente el sello de la muerte. Apesar de ser una mujer jóven todavía sus cabellos habian encanecido completamente; la pasión i el dolor habian echado sobre esa cabeza un blanco sudario. Murió pocos dias despues; seis dias ántes de la victoria de Chacabuco. La naturaleza fué demasiado cruel con ella privándola de la dicha de presenciar ese gran triunfo.