Ir al contenido

Las mujeres de la independencia/XVII

De Wikisource, la biblioteca libre.
Nota: Se respeta la ortografía original de la época

XVII


Las heroínas anónimas.


Hemos narrado a la lijera la historia de algunas de las mujeres que sobresalieron en la época de la independencia por su entusiasmo jeneroso, sus sacrificios heróicos, sus servicios a la revolucion, su virtud i abnegacion por la familia o el cumplimiento de un deber cualquiera; pero aun quedaria mucho que referir si nos propusieramos contar tambien todos los actos de abnegacion ejecutados por mujeres desconocidas, pero no por eso ménos meritorios. Habia entónces un mundo de sacrificios i de esfuerzos tanto mas dignos de admiracion cuanto que no tenian ni la recompensa de la gloria.

Trataremos de narrar algunos.

Se sabe que despues de la derrota de Rancagua el degüello fué espantoso. Aquella resistencia heróica que un puñado de hombres hacia a todo un ejército, habia desesperado a los españoles; por eso cuando destruyeron los últimos obstáculos i entraron en la noble i vieja ciudad, iban ébrios de venganza i dominados por ese sentimiento de placer bestial que caracteriza a las soldadezcas desmoralizadas.

Las mujeres aterrorizadas ante aquellas hordas se refujiaron en la iglesia de San Francisco; pero los vencedores la invadieron a caballo. El vértigo de la sangre i de la lujuria cegaba a los soldados. Los niños eran degollados i las mujeres violadas. El presbitero Laureano Diaz refiere en su relacion de aquellos sucesos que una linda jóven era desnudada i violada en medio del templo! una mujer murió de vergüenza i de horror; otras supieron matar a los miserables con sus propias armas; pero la mayor parte de las mujeres murieron asesinadas, pues prefiriendo el martirio a la ignominia. En mujeres tan creyentes como las nuestras, aquella doble profanacion de la virtud i del templo debia anonadarlas de espanto. La indignacion hizo prodijios. Una niña de nueve años enterró un puñal en la garganta de un soldado que insultaba a su madre. Los niños, cuando se indignan, tienen a veces las fuerzas de los jigantes.

El 25 de abril de 1814 los prisioneros de Juan Fernandez agonizaban de hambre; los víveres se habian concluido i los pocos que quedaban se destinaban esclusivamente para la guarnicion. En ese dia los prisioneros reunidos en una asamblea de hambrientos, elevaron al gobernador una solicitud pidiéndo para su mantencion un caballo moribundo. El gobernador despachó favorablemente la solicitud pero... al dia siguiente. Habia esperado que muriera el caballo.

Ese mismo dia, el 25 de abril de 1814, una madre de tres niños, viéndolos en peligro de morir de hambre, decidió ahorcarse para que su cadáver pudiera alimentarlos. Habia ya colgado un cordel de una corpulenta encina cuando estremecida a la vista de un niño de pechos que alimentaba con su ceno i que falleceria infaliblemente, comenzó a vacilar en el acto de su fatal ejecucion. Esta perplejidad dió lugar a que fuera encontrada i retraida de su atroz designio.

Todos los grandes sentimientos tomaron en la época de la independencia un vuelo jigantesco. Las mujeres no solo se sacrificaban por la patria sino tambien por el amor. Amaron entónces como parece no han vuelto a amar después. Hé aquí un rasgo:

Un jóven recien casado fué arrancado violentamente de su lecho para ser conducido a Juan Fernandez, a bordo de la corbeta Sebastian, que conducia a muchos otros reos. — ¡Reos del crimen de querer tener una patria!

La jóven esposa, fuera de sí, loca de dolor, se lanza sobre un caballo para alcanzarlo; pero su debilidad era mui superior a los esfuerzos de su amor: llegó, pero llegó cuando su esposo estaba ya encerrado en la corbeta. Al apearse del caballo una violenta fatiga, la hace caer desmayada; se la restituye a la vida; pide i consigue un bote; ruega i apresura a los remeros; llega a la corbeta i ahí con cuanto tiene de espresivo el dolor i de sensible el amor i la hermosura, llora i clama porque se le permita acompañar a su esposo o por lo ménos decirle el último adios. Era imposible! La jóven desesperada se lanza al mar i hubiera perecido ahogada si un humilde i abnegado pescador no consigue salvarla.

Uno de los prisioneros políticos de Juan Fernandez [1] referia despues a su hija en una melancólica i tierna carta, que todas las tardes veia al héroe de esta narracion a la orilla del mar, sentado sobre una roca, contemplando el retrato de su esposa i perdiendo despues su mirada en el espacio infinito que lo separaba de ella. Es posible, agregaba, que ese peñasco sea el mismo donde el amante de Julia i compañero de Anson recordaba tantas veces las tiernas memorias del Valais!