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Llegó la fama del Cid

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Nota: Esta transcripción respeta la ortografía original de la época.


XCIII


L

legó la fama del Cid

á los confines de Persia,
cuando andaba por el mundo
dando razón de quién era;
y como lo oyó el Soldán,
y supo bien la certeza
de los hechos del buen Cid,
un presente le apareja.
Cargó copia de camellos
de grana, púrpura y sedas,
oro, plata, incienso y mirra,
con otras muchas riquezas,
y con un pariente suyo,
de los de su casa y mesa,
le envía al Cid el presente
diciendo d’esta manera:
—Dirás á Rúy Díaz el Cid,
que el Soldán se le encomienda,

que de sus nuevas oír
le tengo grande querencia,
y por vida de Mahoma,
y de mi real cabeza,
que le diera mi corona
sólo por verle en mi tierra:
y que aquese dón pequeño
reciba de mi grandeza,
en señal que soy su amigo,
y lo seré hasta que muera.—
El moro tomó el camino,
y en poco llegó á Valencia,
pidiendo licencia al Cid
para hablarle en su presencia.
El Cid salió á recibirlo
antes de saltar en tierra,
y cuando lo viera el moro,
de verle delante tiembla.
Empezó á darle el recaudo,
y como á darlo no acierta
de turbado, el Cid le toma
la mano y así dijera:
—Bien venido seas, el moro,
bien venido á mi Valencia:
si tu Rey fuera cristiano,
fuera yo á verle á su tierra.—
Con estas y otras razones
á la ciudad ambos llegan,
adonde los ciudadanos
ficieron muy grande fiesta.
El Cid le mostró su casa,
á sus fijas, y á Jimena,
de que el moro está espantado
viendo tan grande riqueza.
Estúvose algunos días
el moro holgándose en ella,

hasta que se quiso ir,
y pidió para ir licencia.
En retorno del presente
que del Soldán recibiera,
otras cosas le envia el Cid,
las cuales allá no hubiera.
Despedido que fué el moro,
Rodrigo con su Jimena
se quedó y con sus dos fijas
dando á Dios gracias inmensas.