Los Césares de la Patagonia/X
Los indios de Mascardi.
En tiempo de Mascardi, la Patagonia era tierra ignota.
Desde los Andes chilenos al mar argentino y desde las pampas superas hasta la Tierra de Fuego, todo estaba aún por explorar y colonizar. Descartada una angosta faja triangular del litoral, correspondiente al actual territorio argentino de Santa Cruz, en la que hubo tal cual pesquería por cuenta de la Compañía Marítima de Cádiz y á veces entraba alguna expedición á las salinas de la pampa, el resto de la Patagonia oriental, en el espacio de cien leguas Oeste á Este, y por de contado lo demás al sur de la Península era un mapa blanco para los españoles.
Como meteoros cruzaron el territorio, según se ha visto, Hernandarias y Cabrera y los colonos fugitivos del Sur de Chile. Pero España sentía la necesidad de establecer en el Estrecho colonias que aseguraran este pasaje de toda ocupación extranjera; y comprobada por las expediciones de Alcazaba, Camargo y Sarmiento la imposibilidad de ninguna fundación marítima sin el socorro por la vía del interior, la corte atendió á la misión de Nahuelhuapí, que por su situación al oriente de los Andes y en la fuente de los tributarias del Río Negro podía servir de base para un vasto proyecto de colonización de la Patagonia.
Desde mucho antes, los jesuitas se habían propuesto la evangelización de toda la extremidad austral del continente, y aun se adelantaron á incluirlo entre sus dependencias, como puede verse en la Tabula geographica Regni Chile, publicada en 1640 por los procuradores de la Compañía. Y en una relación al rey de las doctrinas que tenían en esta provincia, añaden: "Muy en breve llegaremos evangelizando hasta el mismo Estrecho de Magallanes, que está en altura del Polo 52 grados, y aun hasta el de Maire, que esta á 56 grados y esta poblado de indios chonos."
Tan buenas esperanzas empezaron á realizarse con la nueva misión de Nuestra Señora de la Asunción. de Nahuelhuapí, á cargo del Padre Nicolás Mascardi.
La corte de Madrid, informada de todo, empezó á nombrar en documentos y cédulas reales "La provincia de Nahuelhuapí del reino de Chile". Con esta nueva provincia se acariciaba el plan de que los araucanos dieran la paz, ya que viéndose cercados de españoles por todas partes, no les quedara refugio ni retirada.
Es raza la araucana refractaria á la civilización, y si ahora que la conquista de su territorio por Chile es completa é irrevocable, los indios siguen siendo soberbios é ingobernables, júzguese lo que serían en tiempo del coloniaje.
Por Arauco escribió Ercilla aquella octava, lisonja de los modernos chilenos:
Chile, fértil provincia y señalada
en la región antártica famosa,
de remotas naciones respetada,
por fuerte, principal y poderosa;
la gente que produce es tan granada,
tan soberbia, gallarda y belicosa,
que no ha sido por rey jamás regida
ni á extranjero dominio sometida.
No es fácil clasificar etnográficamente los indios patagónicos del siglo xvii, pues los mismos autores jesuítas de Chile disienten en sus pareceres. El informe que parece más autorizado es el del maestre de campo de La Concepción, D. Jerónimo Pietas, sobre los indios pertenecientes á la jurisdicción de Chile, informe examinado y aprobado por una junta especial de personas muy conocedoras de los indios y que mereció la aprobación del Consejo de Indias en 1723.
Pietas cita á los araucanos, pehuenches, puelches, poyas, hullipoyas, chonos y cancahues, cuya ubicación era la siguiente, concretándonos á aquellos que suenan en la leyenda de los Césares:
Los araucanos entre Bío Bío y el seno de Reloncaví.
Los pehuenches entre la cordillera y al oriente hasta Nahuelhuapí.
Los puelches, al otro lado de las pampas en la latitud de Chiloé.
Los poyas, medio por medio de las pampas hasta el Atlántico.
Los chonos, al poniente de la cordillera, á orillas del Pacífico hasta el Estrecho.
Tomás Falkner, otro jesuita que viajó por la Patagonia casi un siglo después que Mascardi, subdivide los puelches en talahuet, divihet, chechehet y tehuelhet, enumerados de norte á sur entre el Atlántico y los Andes, y pone á lo largo de la cordillera los moluches, picunches, pehuenches, huilliches y pichihuilliches.
Los etnólogos modernos, embarullando más este catálogo, distinguen entre los pehuenches á los cafulcuraches, catrielches, yanquetruches, añecoches, ranqueles, aucas, etc., etc.
Toda esta gentilidad de Pietas, Falkner y demás autores, pueden reducirse á tres grupos: mapuches, los legítimos araucanos; moluches, indios de origen araucano en las pampas argentinas; y tehuelches, los verdaderos patagones. O como decían sencillamente los españoles de Chile y Buenos Aires: indios araucanos, pampas y patagones.
La indiada de Nahuelhuapí se repartía entre pampas y patagones. Unos eran los puelches, otros los poyas.
Los puelches, restos de una invasión araucana, en los pampas orientales, son los mismos que describe el andaluz Alvarez de Toledo en su Purén indómito:
de grandes cuerpos y únicos flecheros.
Los poyas, según Olivares (Historia de Chile), eran indios "de buena disposición, más altos que los demás y ni tan morenos, de suerte que si tuvieran más cultura y policía podían pasar por Españoles. No son incapaces y son más sanos que los puelches". Quiere decir, que de mejor natural carácter. Los puelches, guerreros más diestros, les habían ido ganando terreno y obligado á retirarse más al sur. Nahuelhuapí estaba justamente en el límite que separaba las dos naciones cuando llegó Mascardi.
Los puelches, como araucanos de ultracordillera, tenían las mismas costumbres que sus hermanos de Arauco, salvo que éstos eran labradores y agricultores, y ellos cazadores nómadas. Tenían crianza de caballos y comían carne de yegua, el alimento que más apetecían, pero los poyas les aventajaban en que tenían algunas vacas, robadas en los campos de Buenos Aires. Unos y otros, fuertes hombres á caballo, que montaban en pelo, ó, todo lo más, sobre unos lomillos de paja, y tan fijos en el animal que parece que iban cosidos con él, y aunque llevaban consigo la cama y los víveres, nada de esta les embarazaba, porque las camisetas les servían de mantas para dormir; el sudadero del caballo, que era un pellejo de carnero, les servía de colchón; la talega de harina, de repostería, y un vaso de madera, de vajillas. Para la guerra usaban la macana ó porra claveteada y el toqui ó hacha de pedernal aguzado enastada en un palo, y además picas, lanzas, flechas y laques ó bolas. Cuando en la guerra mataban á algún capitán enemigo ó persona de importancia, le cortaban la cabeza y guardaban el cráneo después de haberlo pelado y descarnado en agua caliente, y en las borracheras de mucho concurso bebían en él los caciques; teniendo en tanta estimación ese vaso, que pasaba de padres á hijos como vínculo de mayorazgo, como se cuenta sucedía con los cráneos de Valdivia y de Loyola entre los caciques de Arauco.
Entregada la gente de Nahuelhuapí al afán incesante de buscarse la vida y al instinto de preservación que en el hombre primitivo son los únicos móviles de la existencia, dominaba en ellos la malicia, la astucia, el rencor, ó bien el valor salvaje y el amor á la libertad.
El cronista Lizárraga, que conocía bien la indiada chilena, hablando de las calidades de estos indios, escribe así:
"...Exceden á los del Perú en ser más animosos, más soberbios, más fornidos, de mayores cuerpos y más belicosos, y son mucho más bárbaros y temerarios... El capitán del inga, víendolos tan bárbaros los llamó en su lengua Curun auca, que quiere decir indios barbarísimos. No tenían vestidos. De pieles de gatillos hacían unas mantas con que se cubrían; el invierno se estaban en sus casas metidos, que son redondas, mayores o menores como es la familia; al verano, grandes holgazanes, las mujeres trabajaban en todo lo necesario; fuera de esto, sin ley ni rey, el más valiente entre ellos es el más temido; castigo no hay para ningún genero de vicio; tienen muchos absurdísimos,
"A padre ni á madre ninguna reverencia, ni sujeción. Deshonestísimos, si no es á madre, á otra mujer no perdonan: el hijo hereda las mujeres de su padre, y al contrario; el hermano del yerno y si un hermano se aficiona á alguna mujer de su hermano, por quedarse con ella y las demás, le mata; entre éstos hay grandes hechiceros que dan bocados para matarse los unos á los otros, y se matan fácilmente, y dicen está en su mano llover ó no. No adoran cosa alguna: hablan con el demonio, á quien llaman Pillan. Dicen que le obedecen porque no les haga mal.
"Creen que después de muertos van allá de la otra parte del mar, donde tienen muchas mujeres y se emborrachan; es el paraíso de Mahoma.
"Muchos de éstos, aunque son bautizados, niegan serlo; lo mismo hacen las mujeres; amancebarse con dos hermanas es muy usado, no sólo los infieles, sino los bautizados, por lo cual á los españoles que tienen cautivos, si el español es casado y tiene alguna cuñada, le compelen á que tenga acceso á ella delante dellos mismos, si no le matarán; conozco á quien le sucedió, y el pobre, por huir de la muerte, cometió tan grave incesto.
"Han hecho grandes crueldades en las mujeres españolas, por haber acceso á ellas.
"El padre que más hijas tiene es más rico, porque desde niñas las venden á otros para mujeres, y el que compra es perpetuo tributario.
"No saben perdonar enojo, por lo cual son vindicativos en gran manera; no creen hay muerte natural, sino violenta, y acaso porque si alguno muere es porque otro le dio riñendo un bofetón ó puñada, ó con un palo, ó le tiró de los cabellos.
"Muchas veces nos dan ponzoña en nuestras comidas, y como no nos hacen daño, dicen es la causa porque las comemos calientes. Sus consultas son en las borracheras muy frecuentes en ellos, donde tratan las cosas de guerra: llevan sus armas y borrachos se matan fácilmente.
"No guardan un punto de ley natural, á lo menos con nosotros.
"No tienen dos dedos de frente, que es señal de gente traidora y bestial, porque los caballos y mulas, angostos de frente lo son. Cada uno vive por sí, una casa de otra apartada más de un tiro de honda, á los cuales si no se reducen á pueblos y los quitan armas y caballos y les hacemos hombres políticos, no los haremos cristianos.
"En la guerra obedecen á los capitanes por ellos nombrados; acabada, ó en el verano, no hay obediencia. Finalmente, es gente sin ley, sin rey, sin honra, sin vergüenza, etc., y de aquí se inferirá lo que inferir se puede..."
Pertinente es la cita, porque por ella se comprenderá la heroica caridad de Mascardi en su apostolado de Nahuelhuapí.
El misionero era diligente en atender á los deberes de su ministerio religioso. Bautizaba y doctrinaba á los que acudían á la misión, consolaba á los enfermos y asistía á los agonizantes, contra la costumbre de los indios, que por atribuir una enfermedad al huecuba ó espíritu del mal del que no podían evadirse, si alguno se enfermaba lo sacaban de la habitación para que no contaminase. Practicaban lo que en medicina moderna llaman la Eutanasia, ó sea la eliminación de un enfermo incurable, con el fin de evitar á este muchos días de sufrimiento, acortándole la agonía. Esto hacían los brujos de Nahuelhuapí, administrando un veneno lento ó fulminante al pobre enfermo, cuando su rutinaria farmacopea no podía curarle.
Además á los muertos evitaban nombrarlos por sus nombres sus mismos parientes, por temor al huecuba, sino que lo hacían con perífrasis ó rodeos de palabras.