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Los Césares de la Patagonia/XI

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Los Césares de la Patagonia (Leyenda áurea del Nuevo Mundo) (1913)
de Ciro Bayo
Capítulo XI


CAPITULO XI
La feria de Nahuelhuapí

Entendiendo el misionero que los medios espirituales no eran suficientes para domar la ferocidad de sus neófitos, apeló á otros medios civilizadores.

Contaba la misión con algunos recursos procedente; de las limosnas de las ciudades de Chiloé y del sínodo abonado por las cajas reales de Chile. Con el primer dinero que juntó, compró Mascardi algunas vacas como base de sustentación para la misión y contrató carpinteros chilotes para que levantaran las primeras casas. Las mulas iban y venían de Ralún á Nahuelhuapí, por el boquete de Buriloche, trayendo tablas de alerce, tejas, fardos de lana y útiles de labranza, pues también se proponía el misionero que los indios aprendieran á tejer y á cultivar la tierra. Su afán era atraerlos á la vida en poblado, primera etapa de la vida civilizada.

En un principio pareció lograrlo; pero así que pasó el invierno y vino la primavera, los indios, acostumbrados á la vida nómada y á correr la caza, se sintieron molestos en las viviendas y dispusiéronse á abandonarlas. Además se acercaba la época de la gran feria nacional en que los indios de toda la Patagonia acudían á la cosecha de las manzanas al norte de Nahuelhuapí, ó al intercambio de pieles de guanaco y chaquiras, por los piñones que producen las hermosas araucarias del alto Bío Bío, que son de mucho sustento, porque con ellos hacen los indígenas muchos guisados, pan y chicha. Los primeros españoles que entraron en Arauco, llamaron á estos frutos de las araucarias piñas del Líbano.

El encuentro de todas estas tribus en Nahuelhuapí da una idea de las enormes distancias que recorrían los indios pampas y patagones, desde que se hicieron de caballadas. Año por año venían al país de las manzanas, para ellos el jardín de los Hespérides, por caminos de 100 y 200 leguas de recorrido del Atlántico ó el Estrecho á la cordillera, orillando los ríos Negro, Colorado ó Chubut, según la parte de donde salían.

El cordobés Cabrera había tropezado con estos indios manzaneros, y ahora los veía pasar el Padre Mascardí.

Nahuelhuapí, de cuyo lago sale el Limay recto al norte para torcer luego al este, era el punto de convergencia de las caravanas. Los campos de la misión se alegraban ahora con el áspero y atractivo bullicio de las hordas acampadas; con la agitación y estruendo de la vida agreste, bucólica, gitanesca de las multitudes nómadas. Moluches y huiliches fraternizaban con sus parientes, los puelches y poyas de Nahuelhuapí. La lengua de Chile, rica y armoniosa, la hablan todos, aunque con acentos diferentes, y los que no la hablan la entienden, por ser el idioma generalizado en el sur.

Según la costumbre araucana, cada cacique se considera dueño del terreno que ocupa, y nadie puede entrar en su campo sin pedir licencia; pero una vez pedida, él mismo sale á recibir al huésped, hácele entrar en el toldo y le invita á sentarse en un pellón.

Síguese la ronda de chicha, bebida fermentada, que si la ofrece un puelche estará hecha de laurapí, de olor á lentisco; si un pampa, de muchí, dulce y aromática; y si un tehuelche, de las bayas dulces y refrescantes del calafate. Aquellos que están de vuelta del país de las manzanas, convidan con chicha de esta fruta, fuerte y olorosa. Para tenerla fiesta en paz, dejan las armas guardadas.

Tal vez suena la tambora araucana, tal vez el caracol de mar patagón, á cuyos sones los jugadores de pilma se reunen en la plaza de Nahuelhuapí. Los campeones trazan un ancho circulo en el suelo, y entrando en él, divídense en dos bandos opuestos y fronteros. Los de un bando llevan una pelota en la mano derecha, los de otro en la mano izquierda arrojándola cada cual por atrás, de suerte que la pelota vaya á salir por delante, levantando la pierna derecha ó izquierda, según la mano, y enviando el proyectil á su adversario, á condición de que le dé en el cuerpo, so pena de perder un tanto. De ahí mil lances y esguinces para evitar los golpes. Cuando sucede que uno ha recibido el pelotazo, tiene que tomar la pelota y puede desquitarse, lanzándola al contrincante con las mismas condiciones. Es un juego muy movido que sólo cesa cuando el cansancio paraliza los brazos.

Acabada la pilma, vienen los campeones de la chueca, que es al modo del mallo español ó golf inglés, en que dos cuadrillas rivales pelean sobre llevar cada una la bola hacia su raya, y á cuatro ó seis rayas se acabó el juego, que suele durar una tarde.

Tras estos deportes en que se agilitan para la guerra, los circunstantes, hombres y mujeres, se desgranan en parejas y en cerros de danzantes y cantores. El cacique que hace la fiesta paga al poeta de los romances, por cada uno que improvisa, diez botijas de chicha y un guanaco. No hay duda que el poeta sacará ocho ó diez romances nuevos en loor del anfitrión de la borrachera "Es indecihle—escribe Olivares—cuán bien usan estos indios bárbaros de aquellas figuras de sentencias que encienden en los ánimos de los oyentes los efectos de ira, indignación y fervor que arden en el ánimo del orador; y á veces los de lástima, compasión y misericordia, usando de vivísimas prosopopeyas, hipótesis, reticencias irónicas, que sirven, no para preguntar, sino para responder y argüir.

Aprovechando Mascardi esta junta de indios, los citó á parlamento para que dieran la paz á los españoles de Chile, los únicos á quienes ellos conocían y temían.

Fué la reunión en una enramada, en la plaza de la misión. Vinieron toquis, caciques y capitanes, á pie, vestidos con sus galas de pellones de guanaco pintados, aljabas al hombro, vinchas ó cercos de lana de muchos colores en la cabeza, y entrelazadas en la cabellera muchas flechas, Entre todos descollaba Antullanca, de alta estatura, feo y seco de cara, pero de porte ligero y de severo aspecto.

Conforme á la costumbre india, cada uno pertenecía á distinto linaje: de los leones, de los tigres, de las águilas; del sol ó de la luna; de piedras, peces, árboles y plantas; con nombres á cuál más variados y sonoros:

Antullanca: esmeralda del sol.
Antulién: sol de plata.
Ancalien: campo de plata.
Antumaulen: remolino del sol.
Butachoiquen: plumaje de avestruz.
Calbuñancu:águila azul.
Catunahuel: tigre partido.
Cayapagui: seis leones.
Culacurrá: tres piedras.
Cubilanta: sol que abrasa.
Cutileubú: río de arrayán.
Cusuyena: Ballena negra.
Cusuyecú: cuervo negro.
Cusuquintur: ojos negros.
Cusubilú: culebra negra.
Guenubilú: culebra del cielo.
Guaiquimilla: lanza de oro.
Lebupillán: trueno que corre.
LLancapilqué: flecha de topacio.
Mariguala: diez patos.
Marinahuel: diez tigres.
Naguguenú: cielo que tiembla.
Nahuelguenú: tigre del cielo.
Nahuelburí: espalda de tigre.
Nahuelbutá: tigre grande.
Naupacanta: sol que se pone.
Peucanta: cerco del sol.
Piculai: viento en calma.
Pichipillán: diablo pequeño.
Ruyumanque: condor florido.
Rucacurrú: toldo negro.
Raihué: flor nueva.
Relmú: arco iris.
Sutachetrén: araña grande.
Votuncurrá: hombre de piedra.
Yebilauquen: ola del lago.
Zumel: bota de potro.
Zapielangué: cara de león:

Sentáronse en el suelo por su orden toquis, caciques y capitanes, y detrás los conas ó soldados. Entró el padre en la junta con un ramo de canela en las manos, que entre los indios chilenos sirve como salvoconducto y estandarte de paz, y ellos hincaron las lanzas en el suelo; y después de muchos y corteses saludos, Mascardi, puesto en pie en medio de la rueda, hízoles este razonamiento:

—"Nobles caciques, guerreros valientes que tomáis los nombres de los leones, de los tigres y de las águilas: sabed que mi Rey os desea toda ventura, y me ha mandado á esta tierra á que como ovejas perdidas os busque y como á ciegos os alumbre para que conozcáis vuestro bien. En mí tenéis padre que os ama y amigo que os ampare y agasaje.

"Bien sabéis cuántos años ha que guerreás contra los españoles y cuán poco habéis medrado en ello. Continuamente andáis muertos de hambre, porque no hacéis sino afanar para que el enemigo venga á desperdiciar lo vuestro. De tanta porfía no sacáis más que padecer como bestias en la campaña y correr como los guanacos en la pampa. ¡Cómo os engaña el corazón, valientes guerreros! Bien experimentado tenéis que es imposible acabar con los españoles, aunque más matéis, porque su Rey los envía por millares, y vienen por mar en un día más de los que vosotros matais en un año, ¿Dónde tenéis vosotros ese recurso? ¿Quién os envía gente? Los muertos, muertos quedan, y cada día os vais consumiendo sin esperanzas de remedio. Pues si ellos crecen y vosotros os consumís, ¿cómo queréis acabar con los españoles? Aunque echárais los que ahora hay, otros vendrán, y tantos más.

"Acabad de procurar la paz, ya que al cabo ha de ser vencida vuestra porfía, ¿No será mejor hacer de buen grado lo que vendréis á hacer por fuerza? Tened lástima de vuestros tiernos hijos, que la guerra quita de los pechos de las madres; compadeceos de vuestras mujeres, que os las llevan á tierras extrañas y las venden por esclavas; mirad por vuestros soldados, que, muertos en las batallas, son pasto de las fieras y de los cuervos."

Y esforzando la voz para que le oyeran los soldados, añadió:

"Vosotros los valientes, los inquietos, que no queréis paz, sino guerra, ¿que provecho sacáis de ella sino quedar muertos por esas quebradas, y cuando mejor libráis os veis cautivos, cargados de grillos y cadenas, remando en galeras y gimiendo en calabozos? Si os parece mal lo que yo negocio para vuestro descanso y libertad, véisme aquí: pasadme con una lanza el corazón ó sacádmelo vivo; veréis en el el amor que os tengo. ¿Quién será el primero que descargue sobre mí su macana? ¿Quién será el primero que me corte la cabeza? Matad á vuestro padre, quitadme la vida, que á vosotros os la quitáis. El morir será para mí una ganancia, porque iré á gozar del gran premio que me tiene Dios en el cielo preparado por lo que he trabajado por vosotros, solicitando vuestra salvación y quietud. Vosotros sois los que perderéis; que como amáis vuestros animales, vuestros arroyos y vuestros bebederos, así os amo yo á vosotros; y perdiéndome, perderéis vuestra, libertad y la dulzura de vuestra chicha, que es lo que más estimáis."

Maravillados quedaron los indios de ver un ánimo tan superior y tan despreciador de la vida; y como entre ellos son de tanta estima los valientes y animosos, cobraron gran concepto de Mascardi y comenzaron á aficionársele. Viendo esto un cacique, se levantó muy atufado á hablar en nombre de la milicia. Su nombre era Marinahuel, mancebo de robusta fuerza, feroz en su aspecto y arrogante en sus acciones, iracundo en el obrar y estimado por su lanza. El bárbaro echó el pecho afuera, vestido á la usanza puelche: una piel de guanaco á la cintura, que llegaba hasta las rodillas; una camiseta colorada y el cabello trasquilado á raíz, sólo con un copete que se dejaba por insignia de capitán.

—"Huinca Mascardi—dijo.—En la guerra vive el soldado: con ella adquiere favor y con el pillaje hacienda; y á estos guerreros no nos va mal, porque con ella somos señores de las armas de tus hermanos, caballos, petos, espaldares, morriones, espadas anchas, y en sus casas y haciendas hallamos ovejas, vacas, yeguas, hierro, plata y ropa; mujeres en las españolas y criados en sus maridos. Si derramamos sangre, no es poca la que, suya, enrojece los campos. Montones de huesos están por esas quebradas blanqueando sin sepultura; calaveras tenemos en abundancia con que beber en nuestras borracheras, Experiencia tienen de nuestras lanzas, que tantos capitanes y soldados españoles han dejado muertos, perdonando á muchos para pregoneros de nuestro valor.

"¿Acaso nosotros somos menos que tus hermanos? ¿Qué importa que nos lleven por esclavas nuestras mujeres, cuando nos sirven las suyas y nos hacen chicha y nos paren hijos más blancos y más alentados? ¿Para qué hemos de dar la paz? ¿Para que vengan á poblar nuestras tierras y repartirnos como esclavos? Lo que sé es que nuestros antepasados no los pudieron sufrir y los echaron de Osorno, Valdivia, Villarrica, La Imperial, Angol y Tucapel. ¿Por qué brama el Anón, centinela de estos lagos, sino porque recibimos en Nahuelhuapí gente de otra religión? Hagamos lo que hicieron nuestros antepasados de Arauco, que no somos nosotros más sabios que ellos; y si los españoles nos guerrean, sabemos cortarles las cabezas y comerles los corazones."

Pidió licencia para hablar Huauguelé, que, como reina tehuelche, tenía voz y voto en la asamblea, y su aparición en el ruedo produjo un murmullo de simpatía. Realmente estaba hermosa. Su continente era fuerte y varonil; una camiseta cuadrada, abierta por medio cuanto cabe la cabeza, caía sobre sus hombros; de medio cuerpo hasta las rodillas una manta á rayas de colores ceñida á la cintura, y de las rodillas abajo desnuda y los brazos también. Lucía como joyeles las llancas, unas piedras roscas verdes con un agujero en medio, ensartadas en forma de media luna en el pecho; una gargantilla de cuentas de vidrio azules y verdes, y en las orejas el upul ó patena cuadrada de plata y cobre. Iba en cabello, echado á las espaldas y cortado por delante hasta cerca de las cejas.

La arrogante amazona saludó á la asamblea, y, encarándose con el fiero Marinahuel, le replicó:

—"Quisiera, Marinahuel, que hablara el corazón y no la lengua, pues los indios nos conocemos los unos á los otros y sé que más debemos atender á lo que siente el corazón que á lo que habla la lengua, ¿Cómo podemos acabar, siendo unos pobres indios, el imperio español que domina todas las naciones, y de cuatro mil leguas que está el rey blanco lejos de aquí, envía gente, armas y socorro? Pretender nosotros acabarlos es tan imposible como agotar la hierba de la pampa. ¿Por qué cuando éramos tantos que no cabíamos en la tierra, no los acabamos, y ahora que vivimos dispersos queremos acabarlos? Mis hermanas, cuando mucho, os paren un hijo, y ése en muchos años no es soldado ni da provecho, y los españoles tienen socorros tan abundantes, que un navío les pare de una vez los soldados que necesitan.

"Bien saben estos guerreros el aprieto en que viven, que ni aun perros se atreven á tener porque no les descubran con sus ladridos, y ya no consienten gallos en sus tierras porque por su canto no conozca el español sus guaridas. Bien saben que de dormir á la intemperie tienen podridos los quillangos, y que, metidos en los montes, no tienen hora de sosiego, porque al menearse con el viento las hojas de los árboles, se inquietan, diciendo: "Vienen los hijos del trueno." Yo he estado cautiva entre ellos y sé que los huincas son superiores á nosotros en armas, en justicia y en regalos, y que su amistad nos es de provecho. Por tanto, valientes guerreros, si queréis conservar vuestras tierras, gozar de los dulces abrazos de vuestras mujeres, de la sabrosa chicha y de los regalos de la caza; Si queréis vivir sin sobresalto y mirar al sol de lleno, dad la paz á Mascardi, que viene en nombre de un rey poderoso á ofrecérosla."

Tal era la hermosura de Huanguelé y tanto el fuego que puso en su arenga, que los endurecidos guerreros acortaban el cerco, que era muy grande, para verla mejor y no perder palabra suya.

Tras ella tomó la palabra Peucanta, cacique de tanta estimación, que su voto era seguido como el más acertado en todas las asambleas.

—"El defender uno sus tierras—dijo—, sus hijos, sus mujeres y su libertad es cosa tan natural, que hasta las fieras lo hacen; ¿qué digo las fieras? La paloma más sin hiel, en llegándole á quitar su cría, la defiende con alazos y se muestra brava. Los agravios de los españoles nos hicieron bravos y feroces para la defensa. Aunque su poder sea mayor y sus armas más aventajadas, no nos damos por vencidos, que flechas y macanas nos dan los montes, lanzas y toquis de sobra, fortalezas la cordilleras y las barrancas de los ríos y soldados nuestras mujeres. Pero para que veas, hermosa Huanguelé, que tus buenas prendas nos han rendido á todos y que la cortesía, el agrado, la nobleza de tu amigo Mascardi nos obligan más que las amenazas, que estos guerreros no temen, porque á nadie reconocen ventaja; con la muerte de una blanca oveja que, criada en la cordillera, ha bebido á la nieve la blancura, daremos á entender cómo mueren nuestros rencores contra los hermanos de Mascardi. Sacaremos el corazón de esa oveja, y, para que con su sinceridad conozca tu amigo la nuestra, le atravesaremos con dos flechas: y recibirá la una, y nosotros nos repartiremos la otra en astillas, para que se entienda que ya quedamos unidos en un mismo corazón."

Esto diciendo, Peucanta hizo traer una oveja blanca, tirada de una soguilla, al medio de la rueda, y á una seña suya un indio, llegando con una porra, dió tal golpe en la cabeza del animal, que luego cayó tendida; y sacándole con presteza el corazón palpitante, lo atravesó con dos flechas. Peucanta dió una á Mascardi, y él se quedó con otra en nombre de todos. En seguida, untando con la sangre del corazón las hojas del canelo á cuyo pie cayó muerta la oveja, dijo á Mascardi:

—"Esta sangre del corazón es señal de nuestra unión; porque así como las hojas de este canelo están todas unidas á una rama y todas se tiñen de un color bermejo que sale de un corazón sincero, así de aquí adelante ha de ser uno mismo el tinte de nuestra fe sincera."

Acabada esta ceremonia, concluyó la junta, y tanta copia ofertaron á Mascardi de aves y frutas, que le sobraron para repartir en la misión. Él, por su parte, regaló liberalmente á los caciques forasteros aquellas cosas que ellos estimaban y no tenían, como chaquiras, añil para teñir azul y algunas ropas de Chile.

El uso inmoderado de la chicha produjo en estos días entre la indiada de Nahuelhuapí una epidemia de disentería que causó muchas víctimas. Consultados los hechiceros sobre la causa de la enfermedad, declararon que ésta les venía por estar en Nahuelhuapí la Señora española; nombre que daban á la Virgen regalada por el conde de Lemus á la misión, objeto para los indios de un terror supersticioso. Para atajar el daño—añadían los brujos—era precioso ofrendar algunos regalos al huecuba Reunidos los caciques llamaron á Mascardi para que él también echara en el montón de bujerías, que en medio tenían, alguna alhaja ó chaquira. El misionero les opuso un no redondo, y en una arenga bien razonada les manifestó lo absurdo de su proceder. Antullanca, cacique puelche, le contestó con palabras insolentes y trató de agredirle; pero en esta ocasión, Huanguelé se interpuso valientemente en defensa de Mascardi.

Por fortuna cesó la epidemia, y Huanguelé, poniendo en juego sus seducciones de mujer, consiguió de Antullanca que desagraviase á Mascardi. Hízose la reconciliación, bebiendo juntos el pulcú (la chicha), servida por la princesa. El misionero regaló un hacha de talador al jefe indio, y éste le correspondió con una piel de huemul.

Entretanto, los indios viajeros se hacían lenguas de una ciudad de españoles, "á orillas de la mar brava, hacia la parte donde el sol nace". Como esto coincidía con la revelación hecha anteriormente por Huanguelé en Castro, Mascardi dió tal crédito á esa vaga información, que se aprestó para el viaje, y en vísperas de la partida escribíó al gobernador de Chile, prometiéndole darle un buen día con el descubrimiento de los Césares, que creía seguro.