Los Keneddy: "Ave María"
Llaman.
El joven dueño de casa reconoce la voz.
- “Don Mario!”
Les abraza enternecido. También el rancho abre los aleros... Mas sería peligroso que se “ganaran” allí, los vecinos “saben” “cair” de visita...
Y el paisano viejo, de barbas y carácter borrascoso, refunfuña, pero abre. Acoge a los proscriptos. Sólo pide que, si son atacados, no ofrezcan resistencia.
Allí duermen los Kennedy. En sagrado. Están fuera de la ley; pero no del antiguo código entrerriano. Y ese libro gaucho manda abrir los brazos y cerrar las bocas. Nadie faltó al precepto. Están rodeados de tiradores. Saben que va la vida si ocultan a los Kennedy. No importa. El paisano se santigua y los ampara. Ninguno denunció. Por donde ellos pasaron se volvió a cerrar el silencio: Quizás no todos sabían que salvaban su propio derecho, su instinto de libertad, su orgullo de argentinos, vieron tres criollos en desgracia y eso les bastó. A pocas varas del dormitorio corre el camino. Por esa cinta pasan sin cesar camiones cargados de tropa, autos de Oficiales, motociclos de Ordenanzas . . . Sobre el rancho vuelan aviones.
En medio de este aparato militar, los Kennedy duermen el día siete de enero.
El mocetón entra en “Los Algarrobos”, vuelve con noticias: está prohibido el tráfico de civiles... Hay millares de “milicos” y curiosos... La aviación asegura que los Kennedy murieron en el bombardeo...
Por la tarde la infantería entra a buscar los tres cuerpos y solo encuentran los caídos en la pelea del quebrachal.
Combatieron como tigres y se escaparon como zorros.
Mario Kennedy interrumpe su relato:
- “Esperaron veintiocho horas para decidirse a combatirnos” – me dice – “Si en el encuentro del quebrachal queda algún pobre gendarme herido, imagine usted las torturas de ese desdichado que agoniza de fiebre y sed, mientras se desangra a la vista de centenares de sus compañeros!”.
Calla.
No! En tal caso, cualquiera de los Kennedy, tal vez Roberto por ser el que más sed tenía, se yergue entre la metralla, alcanza el río en tres saltos, llena su cantimplora que los marinos agujerean a bala; corre al quebrachal, levanta la cabeza del herido y con un:
- “Tome hermano”, - le hace dulce la muerte.