Los Keneddy: Papaelo se ha ido
Ya han soportado tres horas de bombardeo.
Los aviones se cansan. Descienden por turno, tras el monte. Respiran. Cargan municiones y recrudece la tormenta.
Varía a cada instante el escenario. Se acelera el martilleo. Rondan los aeroplanos. Se detienen. Entonces, parece que rondara la selva, mientras sigue fijo el sol. Crece la sed. Los revolucionarios ven venir cada bomba derecho a sus frentes. Pican a corta distancia. No es esa! Baja otra, se aleja y desvía... tampoco ésta. Paciencia!...
Hay algo roto y brusco entre ese paisaje lleno de dinamita y el lago quieto del pastizal.
Los patriotas deben seguir inmóviles. Alinean a látigo los impulsos. Saben que un disparo certero les aliviaría la sed... y cruzan los brazos...
Después, se enfría el bombardeo. Los aviones “pican” y empiezan a posar tras la selva. Entonces los Kennedy advierten que Papaleo ha desaparecido. Queda su fusil entre los pastos. Presa de un ataque de locura, el desdichado amigo corrió hacia la costa y se entregó a las fuerzas de desembarco. Los marineros respetaron su vida.
Quiere atardecer cuando el último aeroplano describe un semicírculo, sube... Luego para el motor y de allá se viene silencioso, rozando el pajonal. Tienen la impresión de haber sido descubiertos.
Recomenzará la acción? Esperan...
Ningún avión vuelve a subir...
Entonces Mario Kennedy se sienta.
- “Para ser gratis – dice, con su calma inalterable – no ha estado del todo mal el espectáculo”.