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Los amores de San Antonio (1896)

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época

LOS AMORES DE SAN ANTONIO

(A la señora Amalia Puga)

Gentil amiga, lo que hoy te cuento
se halla en un códice amarillento,
por la polilla roído el fin,
escrito en Lima ya hace años ciento,
y en buen latín,
por fray Fulgencio Perlimpimpín,
maestro de Súmulas, en el convento
de nuestro padre San Agustín.

I

¡Claro! ¿Qué van á saber ustedes dónde está Chaupi-Huaranga? No los haré penar en averiguarlo.

Chaupi-Huaranga es una aldehuela en la circunscripción del departamento de Junín; y ella fué, allá por los tiempos de las guerras civiles entre pizarristas y almagristas, teatro de la tradición popular que hoy echo á correr cortes.

Mi abuela tiene un cabrito,
dice que lo matará,
del cuero hará un tamborcito,
lo que suene... sonará.

Matrimonio feliz, si los hubo, era el de Antonio Catari y Magdalena Huanca, ambos descendientes de caciques.

El, gallardo moxo de veinticinco años, de ánimo levantado, trabajador más que una colmena y enamorado de su mujereita hasta la pared del frente.

El laboreo de una mina le proporcionaba lo preciso para vivir con relativa holgura.

Cuando iba de paseo por las calles de Jauja ó Huancayo, no eran poeas las hijas de Eva que corriendo el peligro de firmar contrato para vestir á las ánimas benditas, le cantaban:

«Un canario precioso
va por mi barrio..
¡Quién fuera la canaria
de ese canario!»

Ella, una linda muchacha de veinte primaveras muy lozanas, limpia como onza de oro luciente, hacendosa como una horiniga y hembra muy mucho de su casa y de su marido, á quien amaba con todas las entretelas y reconcomics de su alma.

La casa del matrimonio era, valgan verdades, en cuanto á tranquilidad y ventura, un rinconcito del Paraíso, sin la serpiente, se entiende.

Cristianos nuevos, habían abjurado la religión de sus mayores y practicaban con fervor los actos religiosos de culto externo que el cristianismo impone. Jamás faltaban á misa en los días de precepto, ni á sermón y procesiones, y mucho menos al confesonario por Cuaresma. ¿Qué se habría dicho de ellos? ¡O somos ó no somos! Pues si lo sonos, válanos la fe del carbonero.

El adorno principal de la casa era un lienzo al óleo, obra de uno de los grandes artistas que Carlos V ocupara en pintar cuadros para Améri ea, representando al santo patrono del marido. Allí estaba San Antonioen la florescencia de la juventud, hecho todo un buen mozo, con sus ojos de azul marino, su carita sonrosada, su sonrisa apacible y su cabellera rubia y riza.

Por supuesto que nunca le faltaba la mariposilla de aceite, y si carecía del obligado ramo de flores, ora porque la frigida serranía de Pasco no las produce.

Magdalena vivía tan apasionada de su San Antonio, como del homónimo de carne y hueso.

Como sobre la tierra no hay felicidad completa, al matrimonio le faltaba algo que esparcieso alegría en el hogar, y ese algo era fruta ó fruto de bendición, que Dios no había tenido á bien concederles en tres años de conyugal existencia.

Magdalena en sus horas de soledad se arrodillaba ante la imagen del santo, pidiéndola que así como á las muchachas casaderas proporcionaba novio, hiciese por ella el fácil milagro de empeñarse con Dios para que la concediese los goces de la maternidad.

Y San Antonio erre que erre en hacerse el sordo y el remolón.

II

Antonio tenía todas las supersticiones de su raza, aumentadas con las que el fanatismo de los conquistadores nos trajera.

Cuando un indio emprende viaje que lo obliga á pasar más de veinticuatro horas lejos de su hogar, forma á poca distancia de éste y en sitio apartado del tráfico un montoncito de piedras. Si á su regreso las encuentra esparcidas, es para él artículo de fe la creencia en una infidelidad de su esposa.

Antonio tuvo que ir por una semana á Huancayo. Una noche tempestuosa presentóse en su casa un joven español pidiendo hospitalidad. Eraun soldado almagrista, que derrotado en una escaramuza reciente, venía muerto de hambre y fatiga y con un raspetón de bala de arcabuz en el brazo. Demandaba sólo albergue contra la lluvia y el frío de esa noche y algo que restaurase un tanto sus abatidas fuerzas.

Mucho vaciló Magdalena para en ausencia de su esposo admitir en la casa á un desconocido. Si hubiera existido ese triturador de palabras y pensamientos que llamamos telégrafo, de fijo que habría hecho parte consultando.

Al fin el sentimiento de caridad cristiana se sobrepuso á sus escrúpulos. Además, ¿qué podría temer del extranjero, acompañada, como vivía, por otras tres mujeres y por cinco indios trabajadores de la mina?

El huésped fué atendido con solicitud, y Magdalena misma aplicó una hierba medicinal sobre la herida. Al practicar el vendaje levantó la joven los ojos: un temblor convulsivo agitó su cuerpo y cayó sin sentido.

El soldado español era San Antonio, el santo que en su corazón luchaba con el amor á su marido. Los mismos ojos, la misma sonrisa, la misma cabellera.

Con el alba, el soldado abandonó la casa y siguió su peregrinación.

III

Pocas horas más tarde, Antonio llegaba á su hogar.

Había encontrado deshecho el montoncito de piedras.

Desde ese día la felicidad desapareció para los esposos. El disimulaba sus celos y espiaba todas las acciones de su mujer.

Magdalena, con el instinto maravilloso de que Dios dotara á los seres de su sexo y sin sombra de remordimiento en el cielo azul de su conciencia limpia, adivinó la borrascosa agitación del espíritu de su marido. Desde los primeros momentos le había dado cuenta de todo lo ocurrido en la casa durante los días de su separación. Antonio sabía, pues, que en su hogar se había dado asilo á un almagrista herido.

Y en esta situación anormal y congojosa para el matrimonio, los síntomas de la maternidad se presentaron en Magdalena.

Y la mujor, sin mancilla en el cuerpo ni en el alma, pasaba horas tras horas arrodillada ante San Antonio, y fotografiando, por decirlo así, en sus entrañas la imagen del bienaventurado.

Sombrío y cejijunto esperaba Antonio el momento supremo.

IV

Magdalena dió á luz un niño.

Cuando la recibidora (matrona á obstetriz de aquellos tiempos) anunció á Antonio lo que allí estimaba como fausta nueva, el marido se precipitó en la alcoba de su mujer, tomó al infante y salió con él á la puerta para mirarlo al rayo solar.

El niño era blanco y rubio como San Antonio.

El indio, acometido de furioso delirio, echó á correr en dirección al riachuelo vecino y arrojó en él al recién nacido.

V

Es tradicional que se vió entonces á un hombre, de tipo español, lanzarse en la corriente, coger al niño y subir con él al cerro.

Desde entonces el viajero contempla en la cumbre fronteriza á Chaupi-Huaranga una gran piedra ó monolito, que á la distancia semeja por completo un San Antonio con un niño en brazos, tal como en estampas y en los altares nos presenta la Iglesia al santo paduano.