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Los ladrones de Londres/Capítulo IV

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época

CAPÍTULO IV.



HABIÉNDOSE OFREGIDO Á OLIVERIO OTRA COLOCACION EFECTUA SU ENTRADA EN EL MUNDO.


E

n las familias numerosas de Inglaterra cuando no hay esperanza de lograr un empleo ventajoso para un jóven que empieza á entrar en edad sea por derecho de Sucesion ó de futura, es costumbre comun el hacerlo marino. Los Administradores estimulados por una conducta tan razonable y ejemplar, se reunieron en Consejo á fin de obviar los medios para embarcar á Oliverio Twist en un buque mercante de poco porte que estuviera á la carga para un puerto mal sano y adaptaron este partido como el mas conveniente para el muchacho. De este modo era probable que el dia menos pensado el patron del buque, con el fin de distraerse despues de comer ó con el objeto de proporcionarse un ejercicio favorable á la digestion, le haría saltar los cesos con una barra de hierro. (Pasatiempo á que como sabe mos son muy aficionados los señores marinos.)

Mr. Bumble encargado de hacer algunas diligencias prelimi nares para lograr el encuentro de cualquiera capitan que necesitara á bordo de su buque un grumete sin parientes ni amigos, volvia á la casa para dar cuenta de su comision, cuando en el lindar de la puerta se encontró cara á cara con un personage que era nada menos que Mr. Sowerberry empresario parroquial de los entierros.

-Ola Mr. Bumble! Vengo de tomar la medida de dos mugeres muertas ayer noche.―dijo el empresario.

-­Hareis fortuna Señor Sowerberry.-­dijo el pertiguero introduciendo con destreza el pulgar y el index en la caja de polvo que le presentó el empresario y que era un hermoso y diminuto modelo de ataud. —Os digo que hareis fortuna.—continuó dando un golpecillo de baston en muestra de amistad sobre la espalda de este último.

—Así lo creeis? ―dijo el otro con un acento que parecía admitir y rechazar á la vez la probabilidad del hecho.—Señor Bumble; los precios que me abona la Administracion de la casa de caridad son muy pequeños!

-­Así son vuestros ataudes!—replicó el pertiguero con aire zumbon; pero Sin traspasar los límites de la gravedad anexa á un hombre de posicion.

―Esta respuesta tan á propósito de Mr. Bumble, exitó como quien dice la hilaridad de Mr. Sowerberry. No era menester otra cosa para provocar su buen humor, así es que soltó una carcajada que parecía de nunca acabar. —Vaya! En honor de la verdad Señor Bumhle―dijo despues de recobrada su serenidad ―confieso francamente, que despues del sistema de alimentacion nuevamente adoptado en esta casa las cajas son un poco mas estrechas y menos profundas que antes. Pero ya se vé, es preciso una miaja de beneficio Señor Bumble. No ignorais que la madera tal como la empleamos es algo cara, y los manojos de hierro tienen que venir de Birmingham por el canal.

―Si, Sin duda―replicó Mr. Bumble. ­―Cada oficio tiene su buen y mal lado y un beneficio modesto no es para desdeñarse. —Pues ya! — dijo el otro—Y si no gano gran cosa en tal ó cual artículo... Caramba! siempre hay recompensa en la bondad del hecho ¿no es cierto? he! he! he!

— Justamente. — prefirió Mr. Bumble.

—Sin embargo, podría quejarme de la lucha desigual que sostengo pues que siempre son las personas fornidas las que se lar gun primero despues de haber probado el régimen de esta casa.—prosiguió el empresario reanudando el hilo de las reflecsiones que el pertiguero había interrumpido―Si Señor Bumble; acá internos, tres ó cuatro pulgadas de mas en la cuenta de un individuo, abren una famosa brecha en sus beneficios, sobre todo cuando tiene una familia que mantener.

Como Mr. Sowerberry decía esto con el aire de indignacion propia del contratista engañado y Mr. Bumble conoció que insistiendo sobre este punto podía acarrear alguna observacíon desagradable respecto el honor de la parroquia, consideró prudente el mudar de conversacion y Oliverio le proporcionó el medio.

—Conoceriais casualmente alguno―dijo―que necesitara un aprendiz? Hay en la parroquia un niño, que actualmente es una carga monstruosa para ella ó mejor una rueda do molino suspendida de su cuello. Señor Sowerberry buenas condiciones! Una verdadera ganga! ―Así hablando dió con su baston tres golpecitos muy marcados sobre las palabras: cinco libras esterlinas impresas en el anúncio en mayúsculas romanas de una talla gigantesca.

—- Por vida de...―esclamó el empresario cogiendo á Bamble por el faldon de su levila de uniforme —justamente quería hablaros de esto. No ignorais..... Diantre! Que hermoso escudo llevais Señor Bumble! Paréceme que no os lo habia visto an teriormente?

—Si; hace bastante buen efecto. ―dijo el pertiguero envane­cido de la observacion. ―El asunto es identíco al del sello parroquial: (el buen Sasuaritano curando las llagas de un pobre enfer- mo Señor Sowerberry; es un regalo que me hizo la Administracion el primer dia del año. Lo llevé por primera vez si no me engaño el dia que asistí á la vista del proceso formado con motivo de aquel comerciante arruinado que murió al pié de una puerta cochera en medio de la noche.

­-Ah! ya recuerdo. —dijo el otro.-―El jurado espresó su veredicto en estos términos: Muerto de hambre y de frío, no es cierto?

Mr. Bumble hizo una señal afirmativa.

— Y añadió de un modo enérgico que si el oficial de vigilancia hubiese.

- Ta...ta...ta...ta!—hizo el pertiguero con tono acre―Si la Administracion tuviese que prestar oídos á toda la ojarazca que esparcen esos jurados ignorantes ¿donde iria á parar?

― Es cierto. —dijo Sowerberry.

―Los jurados-prosiguió Mr. Bumble oprimiendo fuertemente con su mano el baston, costumbre que tenia cuando estaba colérioo.—Los jurados son unos seres viles, bajos y rastreros hasta la quinta escencia.

― Tambien es cierto. ―— dijo el otro.

——Todos ellos no saben lo que es filosofía, ni economía político.―añadió el pertiguero haciendo castañear sus dedos en señal de desprecio.

—­­ Sin duda. —― repuso el otro.

­—Yo los despreeio!―prosiguió el pertiguero con el rostro encendido por el coraje.

―Y yo lo mismo! —añadió Sowerberry.

— Quisiera verá uno de esos jurados tan presuntuoso solo por quince dias en nuestro establecimiento; el régimen y los estatutos de la Administracion domarian pronto su; espíritu de independencia.

―Es preciso dejarlos por lo que son Señor Bumble. —dijo Sowerberry sonriéndose con aire de aprobacion para calmar el enojo creciente del funcionario indignado. —Mr. Bumble quítándose el sombrero sacó de él su pañuelo, enjugó su frente que la írritacion habia inundado de sudor, colocó de nuevo sobre su cabeza el tricornío, y volviéndose á Mr. Sowerberry dijo con tono mas calmado:

— Y bien, que querias decirme respecto á ese muchacho?

— Nada Señor Bumble. Ya sabeis que pago una fuerte contribucion por causa de los pobres.

― Hein! - hizo el pertiguero = ¿ y que?

―Creo,—repuSo Sowerberry―que puesto que pago tanto por ellos, es muy justo saque de ello todo el provecho posible. He aquí porque bien relleccíonado, no sería malo tomar ese níño para mi.

Mr. Bumble cojíó el zampa―muertos por el brazo y lo hizo entrar en la casa. Mr. Sowerberry estuvo encerrado con los Admínístradores por espacio de cinco minutos durante los cuales se convino en que tomaría á Oliverio por vía de prueba y que á este efecto este último iría aquella noche misma á su casa.

Cuando al comparecer Olíverío en la propia tarde ante aquellos señores, supo que iba á entrar de aprendiz en casa un fabricante de ataudes y que si se quejaba de su condícíon ó bíen volvía otra vez á cargo de la parroquia, se le embarcaria con peligro de ser machucado ó anegado, demostró tan poca emocion que todos á una esclamaron que era un pílluelo de corazon endurecido y Mr. Bumhle recibió la órden de llevarlo al momento.

Este acatándola sin demora, condujo al pobre Olíverío á casa su nuevo patron, administrándole por vía de despido algunos bastonazos y algunos consejos propios de un digno pertiguero. El niño lloraba y se consideraba tan solo y abandonado que no pudo menos de hacerlo notar á Mr. Bumble. Cualquier otro mortal se hubiera tal vez enternecido al ver el dolor candoroso del infortunado. Pero un pertiguero! Mr. Bumhle creía á la sensibilidad indigna de su dignidad parroquial.

El empresario acababa de cerrar las puertas de su tienda y se preparaba para inscribir algunas entradas en su gran libro á fa vor de una vela cuya claridad sombría se adaptaba muy bien con la tristeza del sitio, cuando entró Mr. Bumble.

—Ah! ah!―dijo alzando la vista de sobre su libro y parándose á la mitad de una palabra―Sois vos Mr. Bumble?

—Yo mismo Señor Sowerberry. ― contestó este- Aquí teneis el muchacho. (Oliverio saludó.)

-Ah! Bien venido;­ dijo el otro leantando el Candelero sobre su cabeza para inspeccionar mejor á Oliverio ― Señora Sowerberry. ¿Podeis llegaros por un momento querida?

La Señora Sowerbcrry salió de la trastienda y presentó la forma de una muger baja, delgadita y de talante ceñudo y regañon.

― Querida!­· dijo su marido con defercucia― Este es el muchacho de la casa de caridad de quien os he hablado. ( Oliverio saludó de nuevo. )

— Buen Dios! y que pequeño! ― dijo esta.

—Un poco es verdad!―replicó Mr. Bumble mirando á Oliverio con aire de reconvencion, como si hubiera sido culpa del niño el no ser mas grande― Es algo pequeño Si, Señora Sowerherry; pero el crecerá no lo dudeis.

— Ah! sin duda que crecerá — repuso secamente la señora con nuestra bebida y nuestra comida;

—Maliciosa ―Ya lo Sabeis; ninguna ganancia hay en los muchachos de la parroquia, ellos siempre cuestan mas caros de lo que valen.

―A pesar de esto los hombres se imaginan que Siempre tienen mas razon que sus mugeres. Adelántate tu pequeño esqueleto!

Al mismo tiempo abrió una puertecita y empujó á Oliverio hacia una escalera rápida que conducía á una pequeña habitacion sombría y húmeda adherida al lañero que se llamaba la Cocina, y en la que estaba sentada una jóven haraposa calzando zapatos destalonados y llevando unas medias de estambre azules todas boradadas.

—Carlota! —dijo la Señora Swoerberry que había seguido á

Los Ladrones de Londres
Lit. Labielle c Monserrat.
 
Un ataud á medio hacer estaba colocado en el centro de la tienda.

Oliverio — Dad a ese muchacho algunos de los pedazos de fiambre que habeis apartado esa mañana para Frip: puesto que no ha vuelto a casa en todo el dia se pasará sin ellos. Creo que no te sabrá mal el comerlos, no es verdad?

Oliverio, cuyos ojos chispearon al oir hablar de fiambre, y que anticipadamente se estremecia con el deseo de devorarlos, respondió inmediatamente que no y fué colocado ante él un plato de fiambre compuesto de los pedazos mas groseros y heterogéneos.

En un minuto Oliverío engulló todo lo que habia en el plato sin darse la pena de mascarlo. La Señora Sowerberry le contemplaba con horroso silencio considerando este apetito como de siniestro augurio para el porvenir. Luego le condujo en medio de los ataudes y con su agasajo ordinario le encajó debajo el mostrador que era el dormitorio destinado al novel aprendiz.