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Los viajes de Marco Polo/Libro I/Capítulo I

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época

LIBRO PRIMERO.

DE LOS VIAJES DE MAESE MARCO POLO, GENTIL HOMBRE VENECIANO.

Debeis saber que en tiempo de Balduino, emperador de Constantinopla, donde solía haber un podestá de Venecia en nombre del señor Dux, y corriendo el año de N. S. 1250, M. Nicolas Polo, padre de M. Marco, y Mateo Polo, hermano del Nicolas, ambos muy entendidos y muy honrados por los venecianos, hallándose en Constantinopla con mercaderías, consultaron entre sí y resolvieron dirigirse al Mar Mayor (Mar Negro) para aumentar el comercio que llevaban y adquirir joyas de gran precio. Saliendo de Constantinopla, navegaron por el dicho Mar Negro hasta llegar á un puerto llamado Soldadia, desde el cual y por tierra fueron hasta la corte de un gran señor de los Tártaros occidentales, llamado Berca, que vivía en las ciudades de Bolgara y Assara, y era tenido como uno de los príncipes más gene—rosos y corteses que había entre los Tártaros. Sabedor de la llegada de los hermanos, recibió con ella grandísimo placer y les hizo muchos honores: ellos en cambio, mostrándole las joyas que llevaban, le regalaron cuantas quiso escoger, de cuya liberalidad se maravilló extremadamente el rey, y no queriendo ser ménos que ellos, les hizo magníficos regalos y les pagó el doble de lo que valían los que él había recibido. Pasado un año de la estancia de los dos hermanos en el país de dicho príncipe, se encendió guerra entre éste y otro llamado Alau, rey de los Tártaros orientales, en la cual Berca quedó vencido; de tal manera que los venecianos no pudieron volver á su país por el camino que habían traido.

Habiendo preguntado de qué suerte les sería posible volver á Constantinopla, se les aconsejó que tomaran, siguiendo direcciones desconocidas, el camino de Levante por los confines del reino de Berca, y de este modo pudieron llegar á la ciudad llamada Uchacha, que está al final de los dominios del señor de los Tártaros de Poniente. Saliendo de allí continuaron más adelante, y atravesando el rio Tigris, que es uno de los cuatro del Paraíso, se vieron en un desierto de 17 jornadas de camino, en el cual no había ciudades ni pueblos, sino tártaros que vivían bajo tiendas con sus ganados. Pasado el desierto hallarónse por fin en una buena ciudad, llamada Bocara, cabeza de la provincia del mismo nombre, en Persia, y perteneciente al rey Barac: de allí no pudieron moverse durante tres años á causa de la cruda guerra que sostenían entre sí los Tártaros.

Por este mismo tiempo envió Alau una embajada al gran señor Cublai Kan, el mayor soberano de los Tártaros, y cuyos dominios radican entre Nordeste y Levante. En cuanto el embajador supo que los dos hermanos estaban en Bocara, se maravilló por extremo, pues nunca había visto gentes de raza latina por aquellas regiones: llamólos á sí y les propuso que le acompañaran á ver al gran Kan, que recibiría mucho placer de la visita, en atencion á que deseaba conocer personas de la raza latina, y les haría magníficos regalos y grandes honras, además de que, yendo con el embajador, irían con toda seguridad. Ellos, viendo que no podían regresar á su patria sin exponerse á graves peligros, se encomendaron á la Divina Providencia y siguieron al embajador, llevando consigo muchos servidores cristianos que les habían acompañado desde Venecia. Un año tardaron en llegar á la corte del gran señor por motivo de la distancia, de las nieves y de las crecidas de los rios, pero en este transcurso pudieron contemplar cosas admirables de que no se habla ahora, porque están escritas en los libros siguientes de órden de M. Marco, hijo de M. Nicolas. Habiéndose presentado M. Nicolas y M. Mateo al gran Kan, éste los recibió muy benignamente y con grande alegría de ver que habían llegado allí gentes latinas, y les preguntó noticias de Occidente, del emperador de Romanos, de los otros reyes y príncipes cristianes, de su grandeza, poder y costumbres; cómo aquellos señores hacían justicia en sus reinos, cómo se portaban en tiempo de guerra, y sobre todo del Pontífice de la Iglesia y del culto de la fe cristiana: M. Nicolas y M. Mateo le contestaron como hombres sabios y prudentes, diciéndole la verdad y hablando siempre bien y concertadamente en lengua tártara; de todo lo que el gran Kan quedó muy complacido y áun les excitó á que permanecieran con él.

Sabedor el gran Kan de los asuntos latinos y muy satisfecho de tales noticias, determinó, despues de haber oido el consejo de un magnate, que los dos hermanos fuesen en embajada, acompañados de un noble llamado Chogatal, para que rogasen al Pontífice que le enviase cien personas bien instruidas en la fe cristiana y en las siete artes liberales, con objeto de que enseñasen á los sabios del país que la religion cristiana era la mejor y la más verdadera; que el dios de los Tártaros y sus ídolos eran demonios que tenían engañadas á las gentes de aquellos paises: rogó también á los dos hermanos que al volver se trajesen aceite de la lámpara que arde sobre el sepulcro de Cristo en Jerusaler, porque tenía mucha veneracion á Cristo y le consideraba como á verdadero Dios.

M. Nicolas y Mateo agradecieron, arrodillados, tan grande honra, y despues de manifestar que estaban dispuestos á hacer cuanto le placiese, recibieron una carta en lengua turca para el Pontífice. Mandó el gran Kan que se les entregase una tabla de oro en la cual iba esculpido el sello real, segun lo acostumbraba aquel soberano en su grandeza: con tal salvoconducto la persona que lo tenía y sus acompañantes debían ser conducidos con toda seguridad de lugar en lugar, permanecer donde quisieran y por todo el tiempo que quisieran, debiendo ser provistos, sin exigirles nada, de todo lo necesario. Habiendo sido despachados de esta manera, los embajadores emprendieron su viaje, pero como al cabo de algunos dias cayese gravemente enfermo el magnate tártaro, hubieron de seguir solos por consejo del mismo.

Con la tabla de oro que llevaban, eran en todas partes muy bien recibidos y agasajados; pero á consecuencia de las nevadas y crecidas de rios que ocurrieron, tardaron en el viaje tres años, hasta que les fué posible llegar á un puerto de la Armenia Menor, llamado la Giazza, desde el cual y por agua arribaron á Acre en el mes de Abril deAllí supieron con mucho sentimiento la muerte del Pontífice Clemente IV y se encontraron con el legado papal M. Tebal do de Vizconti de nza, á quien dijeron la comision que se les había encargado: el legado les aconsejó que aguardaran al nombramiento del nuevo Pontífice, y siguiendo ellos este consejo y queriendo á la vez aprovechar el tiempo, se embarcaron en una nave que salía de Acre y desde allí, por el Negroponto, se dirigieron á Venecia, donde M. Nicolas halló que su mujer había fallecido, dejando un hijo de 19 años llamado Marco, cuyo Marco es el mismo que arregló este libro. La eleccion de Papa se retrasó tanto, que los embajadores pudieron residir en Venecia durante dos años esperándola: temiendo á lo último que el gran Kan se indignase de tanta tardanza, ó que creyera que no trataban de volver, regresaron á Acre, llevándose consigo á Marco, y amparados en la palabra del supradicho legado tomaron el camino de Jerusalen para visitar el sepulcro de Jesucristo. Allí tomaron del aceite de la santa lámpara y con cartas que les dió el legado para el gran Kan, en las cuales les excusaba completamente, emprendieron la vuelta del puerto de la Giazza.

Al mismo tiempo que salían de Acre, recibió noticias el legado de que había sido elegido Papa: se dió por nombre Gregorio X, y considerando que en su nueva situacion podía satisfacer ámpliamente las peticiones del gran Kan, envió carta al rey de Armenia participándole su eleccion, y rogándole que, si los embajadores no habían salido de aquellos dominios, los hiciese volver. Aún estaban en Armenia, y con mucha alegría tornaron á Acre, acompañados de un embajador del rey encargado de felicitar al Pontífice, el cual los recibió con grandes honras, y dándoles cartas credenciales, los envió de nuevo al gran Kan, en compañía de Guillermo de Tripoli y Nicolas de Vicenza, ambos frailes de la órden de Predicadores, que iban con facultades para ordenar presbíteros y obispos y dar absoluciones pontificales: iban además provistos de hermosos presentes para el gran Kan. De seguida se encaminaron al puerto de la Giazza, y de allí por tierra á Armenia, pero como en aquel punto supieran que el soldan de Babilonia llamado Benhochdare, había recorrido y arrasado el país armenio, los dos frailes, temerosos de morir, no quisieron ir más adelante, y se volvieron dejando las cartas y regalos á M. Nicolas y á M. Mateo, los cuales, llevando á M. Marco, continuaron su viaje sin miedo á los peligros.

Atravesando dilatados desiertos y muchos malos pasos en direccion del Nordeste y Norte, supieron que el gran Kan se hallaba en una hermosa ciudad llamada Clemenfu, á la cual no pudieron llegar sino despues de tres años y medio, á causa de los obstáculos que encontraron por las grandes nevadas y crecidas de rios. Advertido de su llegada el gran Kan y de lo cansados que iban, los envió á buscar á cuarenta jornadas de camino, preparándoles toda clase de comodidades, hasta que terminaron el viaje. Una vez en la corte, los recibió magníficamente, y como viese que los tres se arrodillaban ante él, los hizo levantar y les pidió noticias de su viaje y de lo que habían tratado con el Pontífice, cosa que ellos verifica on con mucha elocuencia, entregando al mismo tiempo las cartas y regalos que traían. Despues de la peroracion, el gran Kan elogió mucho la fidelidad y solicitud de los dichos embajadores, y recibido que hubo el aceite de la lámpara santa, ordenó que fuese guardado con mucho honor y reverencia. Habiendo preguntado despues quién era M. Marco, el padre de éste contestó que su hijo y servidor de S. M., en lo que el gran Kan recibió (mucho placer, ordenaudo que fuera inscrito entre sus familiares más honrados: así M. Marco pudo aprender en poco tiempo, á la perfeccion, las costumbres de los Tártaros y los cuatro diversos idiomas que hablan. No satisfecho aún el gran Kan, y queriendo poner á prueba la habilidad de M. Marco, lo mandó á una ciudad importante del reino, llamada Carazan, en cuyo viaje invirtió seis mescs: se condujo tan acertadamente, que el rey quedó muy satisfecho. Como M. Marco gustaba de estudiar las cosas nuevas que veía, hacía por informarse de todo con diligencia y lo consignaba en papeles para mostrárselos al soberano. En aquella corte permaneció 25 años, y fué tan acepto al rey, que lo enviaba á todas partes como su embajador; otras veces reconocía el país para asuntos particulares, pero siempre de acuerdo con el gran Kan, y ésta es la razon de que M. Marco viese y oyera tantas cosas de Oriente, de las cuales escribió como aquí se verá.

M. Nicolas, Mateo y Marco, viéndose, al cabo de muchos años de residencia, ricos en joyas de gran valer y en oro, sintieron vivísimos descos de tornar á su patria, y aunque estaban muy honrados en aquella corte, como advertían que el rey era ya muy viejo, recelaban que, caso de morir áutes de que ellos acometiesen el viaje, podría ser que no les fuera llauo volver á la patria, ya por lo largo del camino, ya por los muchos obstácu los que lo embarazaban, que siempre serían menores viviendo el rey. Animado de este desco y aprovechando una ocasion eu que halló al gran Kan muy alegre, M. Nicolas le hizo presente el proyecto que abrigaban, á cuya revelacion el monarca se turbó mucho y les preguntó por la causa que les movía á emprender tan difícil caminata, añadiendo que, si era por causa de robo ú otra análoga, estaba dispuesto á darles el doble de lo que hubieran perdido y aumentarlos en tantos honores como quisiesen, por el grande cariño que le tenían, y así les negó la licencia solicitada.

En este tiempo murió una gran reina, Bolgana, mujer del rey Argon de las Indias Orientales, la cual, al tiempo de morir, rogó á su marido en el testamento que no sentase otra reina en aquel trono, como no fuese una de su misma estirpe, residente en el Catay, dominio del gran Kan. A consecuencia de este suceso, el rey Argon eligió tres magnates de su corte, muy sabios y llamados Ulatay, Apusca y Goza, para que fuesen al gran Kan en demanda de una doncella de la alcurnia de la reina Bolgana.

Los embajadores fueron recibidos afablemente por el gran Kan, y habiéndoles éste presentado una jóven de la parentela de la reina Bolgana, llamada Cogatin, y de edad de 17 años, la encontraron muy bella, y habiendo preparado todas las cosas necesarias y convenientes al rango de la jóven, emprendieron la vuelta de su país; pero encontraron los caminos tan interceptados á consecuencia de la guerra que se había movido entre algunos reyes tártaros, que hubieron de regresar á la corte del gran Kan.

Por este tiempo había vuelto M. Marco de un viaje que había hecho á la India por mar, y habiendo dado muchas noticias de dicha region y manifestado que el viaje hasta ella se hacía mejor por agua, lo supieron los embajadores de Argon, y como iban ya tres años que faltaban de su país, hablaron con los tres venecianos, que tambien querían volver á su patria, y convinieron en que los embajadores, acompañados de la reina, suplicarían al gran Kan que, puesto que el viaje á la India se hacía más cómodamente por mar y los tres venecianos eran muy entendidos en la navegacion, les per mitiese acompañar á la reina y á los embajadores, súplica que fué muy desagradable para el monarca, pero á la cual no pudo ménos de acceder. Por ello hizo venir ante sí á los tres venecianos, y despues de declararles cl grande cariño que les tenía, exigió de ellos que, así que estuvieran algun tiempo en tierra de cristianos y en su patria, volvieran con él: asimismo dispuso que se les entregara una tabla de oro para que fueran seguros por todas partes; que se les atendiese bien y cumplidamente en cuanto les hiciera falta, y que lo representaran como embajadores suyos, en Roma, en Francia, en España y en otras cortes cristianas.

Despues hizo preparar catorce naves, cada una de cuatro palos y con velámen nuevo:

no hablamos de la construccion de ellas, porque requeriría mucho espacio. De dichas naves, había cuatro ó cinco, á lo ménos, que llevaban de 250 á 260 tripulantes. En estos buques se embarcaron los embajadores, la reina y los venecianos, bien provistos de riquísimas joyas y además de pertrachos para dos años. Despues de una navegacion de tres meses llegaron á una isla situada hácia el Mediodía, su nombre Java, en la cual vieron cosas notabilísimas, de las que se hablará más adelante, y siguiendo su camino tardaron diez y ocho meses en arribar á los dominios del rey Argon: en este trayecto advirtieron tambien cosas admirables, de que se tratará. Fallecieron sciscientas personas, de ellas dos de los tres embajadores: no quedó más que Goza; de las mujeres casadas y doncellas no murió ninguna. Una vez en los dominios del rey Argon supieron que éste había fallecido, y que habiendo dejado un hijo muy jóven, gobernaba á nombre de él un llamado Chiacato, á quien hicieron preguntar lo que debía ser de aquella reina que llevaban. El respondió que se la entregasen á Caran, hijo del rey muerto, cuyo Caran se hallaba en el Arbol Seco, fronteras de la Persia, con 60.000 hombres para evitar invasiones y tropelías de enemigos, y así lo hicieron.Los venecianos se dirigieron despues de esto á Chiacato pidiéndole licencia para continuar su viaje, y obtenida que fué, al cabo de nueve meses, Chiacato dispuso que les entregaran cuatro tablas de oro de un codo de altas y cinco de anchas, y de peso de tres y cuatro marcos cada una, en las cuales se había inscrito que, merced á las virtudes del gran Kan y á las honras que merecía, se ordenaba, bajo severísimas penas, que aquellos embajadores fuesen considerados y agasajados como la misma persona del gran Kan: gracias á las escoltas y auxilios que por este medio tuvieron, lograron salir á saivo, pues la autoridad de Chiacato no era muy respetada. Durante este viaje supieron los venecianos la muerte del gran Kan, con lo que ya perdieron las esperauzas de volver á aquellos paises, y así, continuando su camino, se pusieron en Trebi sonda, d allí e Constantinopla, de allí en Negroponto, y últimamente, cargados de riquezas llegan á V n cia, año 1295. Las cosas antedichas han sido consignadas á modo de proemio, para que se sepa la autoridad con que hablaba Marco Po o de los paíse del Oriente.