Ir al contenido

Los viajes de Marco Polo/Libro I/Capítulo XLIV

De Wikisource, la biblioteca libre.
Nota: Se respeta la ortografía original de la época

CAPITULO XLIV.

LOS TÁRTAROS.

Los Tártaros viven durante el invierno en llanuras y lugares calientes, donde haya pasto para los ganados: en verano se acogen á las montañas y sitios frescos y abundantes en agua y sotos. Las casas son de madera, cubiertas de fieltro, redondas y portátiles: la entrada está por Mediodía..

Tienen las carretas perfectamente resguar dadas con fieltro negro, de manera que el agua no penetra, y las hacen arrastrar por bueyes y canellos: en ellas colocan las esposas y familias. Las mujeres se cuidan de comprar y vender, y de cuanto necesita el marido y demas individuos de la casa, porque los hombres no se ocupan más que de la caza, ya con halcones, ya con armas. Se alimentan de carne, de leche, de los productos de la caza y de topos, que abundan mucho en aquellas regiones; ademas no desde.

ñan la carne de caballo, de perro y de otros animales, y la leche de asna. Tienen un respeto absoluto á la mujer de su prójimo: por esto cilas son muy fieles á sus maridos, y entienden perfectamente la economía doméstica. Los ricos toman cuantas mujeres pueden mantener. El marido entrega la dote á la madre de la esposa, que por su parte no lleva nada al matrimonio. La primera mujer es la más considerada. Pueden casarse con sus primas y con las viudas de los hermanos y áun los hijastros primogénitos con su madrastra. Las bodas son ostentosas.

Tienen una divinidad que se llama Naci gai, á quien consideran como Dios de la tierra, custodio de sus hijos y de sus bienes. Poseen una imágen de ella en sus casas, hecha de fieltro y de paño, y le dan mujer é hijos: aquélla la colocan á la izquierda, éstos delante. Cuando comen toman de la grasa y untan con ella la boca del dios, la de su mujer y la de sus hijos: despues, vertiendo algo de la pringue de la comida á la puerta de la casa, dicen que el dios debe tener su parte, y en seguida se ponen á comer y á beber. La leche de burra la preparan de modo que parece vino blanco, y á esto lo llaman chemis. Los ricos visten telas de oro y de seda, de zibelina, de armiño, de comadreja y de zorro: los jaeces para los caballos son de gran precio.

Sus armas son arcos, espadas y mazas: como arqueros son excelentes. Llevan armaduras de cuero de búfalo y de otros animales, el cual cuccen y lo ponen durísimo. Son muy valerosos y muy resistentes á la fatiga: cuando tienen necesidad están un mes entero sin beber más que leche de burra ni comer más que lo que cazan: los caballos se contentan con la hierba de los campos, y no hay precision de llevar paja ni cebada para ellos. Los Tártaros son muy obedientes á sus señores, y por su sobriedad y fortalezano hay gente que ménos gasto produzca y que tenga más espíritu conquistador. Cuando el señor sale á campaña, lleva consigo cien mil jinetes y los organiza de este modo; á cada diez, ciento, mil, diez mil hombres, les da un jefe: de esta manera el jefe de cien, de mil, de diez mil hombres, no tie ne que tratar más que con diez jefes.

Cuando el señor de cien mil quiere dispo ner una expedicion, ordena á un jefe de diez mil que le dé mil: el jefe de diez mil ordena al de mil que le dé ciento, y el de mil al de ciento que le dé diez.

Un ejército de 100.000 hombres se lla ma tue, una division de diez mil toman; las inferiores, millares, centenares y decenas.

En las marchas por llanuras ó montañas envían por delante, á dos jornadas de camino, doscientos exploradores y lo mismo á los flancos y á la retaguardia: de este modo no pueden ser sorprendidos. En los largos viajes no llevan impedimenta, sino sólo dos odres donde guardan la leche que beben, una olla para cocer la carne, y una pequeña tien da para resguardarse de la intemperie.

Cuando el caso lo requiere, cabalgan diez dias sin comer ni encender fuego: se sos tienen entónces sangrando sus caballos y bebiendo de esta sangre y leche coagu lada que diluyen en agua. No se avergüen zan de simular en las batallas una fuga: entónces, volviéndose sobre el caballo cor una presteza sorprendente, mientras el ene migo los persigue creyendo que huyen, ellos matan infinitos de sus contrarios, así como caballos. Cuando ven que han muerto muchos de éstos, vuelven decididamente sobre el enemigo y lo arrollan: así han vencido muchas veces.

Hoy están muy degenerados. Los que viven en el Catay siguen las costumbres de los idólatras; los que moran en Levante, las de los sarracenos.

Si alguno ha robado alguna cosa de poco valor, se le aplican 7 ó 17 ó 27 ó 37 ó 47 y hasta 107 palos, segun la gravedad del hurto: algunos mueren. El que roba caballo comete un hecho que merece pena capital y se le divide el cuerpo con una espada, pero si devuelve nueve veces el valor de lo robado, queda libre. Los señores y dueños de muchas bestias ponen su marca á éstas, y las dejan pastar sin guardas en la llanura ó en la montaña, y áun cuando se mezelen las de diferentes propietarios se las devuelven entre sí: las ovejas, carneios y cabras, que son grandísimos, gordos y de bella estampa, están al cuida lo de pastores.

Existe una costumbre muy rara. Cuaudo se reunen dos hombres, de los cuales uno ha perdido un hijo y otro una hija, así que llega la época en que podían haberse easado, celebran el matrimonio y lo consig nan en escritura pública; queman este documento y, segun dicen, el humo va á decirles a los difuntos en el otro mundo que son marido y mujer. Despues hacen grandes bodas y libaciones, y pintan en el papel hombres, caballos, telas, jaeces y monedas, diciendo que cuanto han pintado y quemado lo tendrán sus hijos allá arriba: no olvidan nunca este parentesco.