Ir al contenido

Luchana/XXXII

De Wikisource, la biblioteca libre.

XXXII

Rendido de fatiga y con más hambre que cómico en Cuaresma, arribó Valentín al cuartel de la Plaza, donde tuvo la suerte de hallar al mayorazgo D. Nemesio Mac-Mahon, exaltado patriota, que le brindó a participar de las sopas que comía. En la misma mesa de despintado pino, hacían por la vida los individuos de la Diputación D. Vicente Ansótegui y D. Antonio Irigoyen, con un capitán de Trujillo y otro de Toro. Versó la conversación sobre los movimientos de Espartero, que después de inútiles tentativas por la parte de Aspe y Azúa, se había vuelto a la orilla izquierda, y a la sazón celebraba consejo de generales para resolver qué se haría en situación tan apretada, pues Bilbao, desangrada ya y sin víveres, parecía llegar al límite de la constancia. El telégrafo había dicho por tercera vez: «siga Bilbao defendiéndose, que pronto será socorrida». Pero el socorro ¡vive Dios!, tardaba en llegar. Como en la mente y en la voluntad de todos la rendición era el mayor absurdo, no les quedaba más recurso que un morir glorioso, numantino.

En esto entraron Zoilo Arratia y su amigo Víctor Gaminde; Valentín dejó a los señores para correr junto a los muchachos, en quienes encontraba siempre viva la llama patriótica y el nativo coraje de la tierra. Habló Zoilo con el encargado del cuartel, un vejete con antiparras y cachucha, que jamás se quitaba la pipa de la boca. Entregole un envoltorio de papel que traía, recomendándole la mayor actividad en la confección del menjurje, pues uno y otro se hallaban desfallecidos.

«¿Qué es eso, Zoiluchu? ¿Café por casualidad?...».

-Por casualidad es cáscara de cacao. Tengo más, y si usted quiere...

-Y azúcar -dijo Víctor Gaminde dando al guardián otro cucurucho-. Lo hemos encontrado entre las ruinas de una casa que se quemó en la Esperanza. No tiene más sino que está hecha caramelo, por el fuego.

Y la ofreció a los señores, con obsequiosa finura. «Si quieren ustedes caramelo, aquí hay. Tenemos mucho más, y ahora vamos a tomarnos un cocimiento de cáscara de cacao bien dulce. Desde ayer no ha entrado en nuestros cuerpos nada caliente».

En esto llegó Sabino con la capa chorreando agua, porque llovía copiosamente; la colgó de una percha, diciendo con avinagrado mohín: «A fe que se pone buen tiempo para que D. Baldomero nos socorra. Me parece a mí que ese...

-¡Pero este Sabino!... Ya viene murmurando del General en jefe -dijo Mac-Mahon-. ¿También tiene Espartero la culpa de que llueva?

-La tiene de no haber emprendido las operaciones antes de que el temporal se nos echara encima. Para eso es Generalísimo. Dios manda el tiempo bueno y malo. El hombre debe mirar al Cielo, y aprovechar las claras.

-¿Pero tú no sabes que no hay clara... que sea de fiar?

-Lo que sé, Sr. D. Nemesio, es que no hay general cristino que no sea un pelmazo.

-Vamos, hombre, cálmate, que vas a enflaquecer. Siéntate aquí: te daremos unas cucharadas de sopa.

-Un poco tarde llegas, Sabino -le dijo Ansótegui-. Ni rebañaduras hay ya. Como no te entretengas en lamer todos los platos...

-Gracias: vengo del café de Posi, donde Blas Arana y yo hemos partido media docena de sardinas y un plato de alubias... Allí me han dicho que D. Baldomero, por variar, vuelve al otro lado del Nervión, y que están desarbolando quechemarines para armar un puente de barcas... ¡A este paso...! En preparativos se ha llevado el buen señor un mes, y todavía no ha concluido de resolver por qué orilla se arrancará... ¡Y Bilbao aguantando sitio y más sitio!... No me digan a mí de Numancia y Sagunto... ¡Deliciosa Navidad nos espera!

-Hombre, sí: Navidad sin pesebre.

-¡Y que tenga uno que celebrar el Nacimiento del Hijo de Dios en esta situación!... Ya lo creo: el D. Baldomero, con merluza y besugo a todo pasto, no tiene prisa... ¿Qué le importa que aquí nos comamos unos a otros?

-Pero, hijo, si la voluntad de Dios así lo dispone, ¿qué quieres que hagamos?

-No me quejo por mí. Pero he dado a Bilbao mis tres hijos, lo único que poseo, y no quiero verles morir de hambre... Ni a Dios puede gustarle eso. Dios dice: cumplid vuestro deber... pero comed, alimentaos.

-¿Estás bien seguro de que Dios dice eso?

-Ahí están las Sagradas Escrituras... ¿Pues para qué multiplicó los panes y los peces?

-Ahí tienes tú un milagro que ahora nos vendría muy bien.

-Con que multiplicara los gatos, nos dábamos por bien servidos.

Arrimado a la mesa donde los jóvenes esperaban el remedio de su necesidad, pidió Valentín a Zoilo su opinión sobre lo que podría suceder si la tardanza de Espartero se prolongaba. Largo rato disertaron sobre ello. Había el miliciano adquirido tanta autoridad en la familia por razón de su denuedo y militar aptitud, que ya su tío gustaba de escucharle, y estimaba en mucho su discernimiento y parecer en cosas de guerra. La arrogancia del chico no excluía su deferencia con las personas mayores. Zoilo se había crecido moralmente en el espacio de un mes, adquiriendo aplomo, serena energía, y una descomunal fuerza de convicción en cuanto sostenía y pensaba. Sin darse cuenta, su padre y tío aceptaban gradualmente la superioridad del inferior, la grandeza del pequeño, y no se sentían humillados por ello.

-Oye, hijo mío -díjole Valentín, mientras los tres saboreaban en sendos tazones la infusión caliente y dulce-: cuando Bilbao sea libre, te decidirás por la carrera militar, para la cual muestras disposiciones de padre y muy señor mío... Si así lo haces, me alegraré por ti; lo sentiré por la casa.

-No, tío -replicó lacónicamente Zoilo-; no seré militar.

-Antes de diez años, si la guerra siguiera, te veríamos de General: tal creo -aseguró Valentín, sacando de su bolsillo mendrugos de borona que partió con los muchachos, apresurándose a reblandecer el suyo en su taza.

-Seguiré como estaba... Y si usted quiere, para que mi padre descanse, me pondré al frente de la ferrería.

-Francamente, a un hombre como tú, tan cortado para la milicia, valiente como ninguno, paréceme que no le cuadra el oficio modesto de ferrón.

-Pues si no soy ferrón, seré otra cosa: trabajaré por mi cuenta, y haré pronto un capital. Proponiéndomelo, he de conseguirlo... Todo lo que el hombre quiere con firme voluntad, lo tiene, y más.

-¡Qué alientos gastas, chico! Dios te los conserve... Celebraré verte al lado de la familia, para que a todos nos ayudes... Luego que se acabe esta guerra maldita, nos pondremos a trabajar como fieras, y sacaremos a flote la casa. Vosotros, los sobrinos, debéis estableceros en nuevas familias debajo de nuestro amparo. Casaremos inmediatamente a José María, que tanto él como su novia están corrientes de papeles, con el cura a bordo; luego empalmaremos a Martín con Aura, que también están concertados; y tú bien puedes ir buscando novia, pues un pájaro de tu condición debe tener nido, y engendrar hijos robustotes y valientes.

-¿Novia dice usted?... Ya la tengo...

-¿Ya?... Bien, hijo, bien; así me gustan a mí los hombres: decididos, querenciosos. ¿Que se proponen un objeto, un fin? Pues a él, ¡contro! Cuando los otros van, ya tú vienes de vuelta encontrada... ¿Y quién es la parienta, se pude saber?

Callaron los dos mozos; Víctor Gaminde sonreía.

«Víctor sabe quién es... ¿No puedo saberlo yo? Bueno: estas cosas son un poco vergonzosas... Tú no has de hacer una mala elección. Me gustará mucho verte abarloado con una de las chicas más bonitas y honestas de la población. Y si la encuentras de esas... que pesan, ¿sabes?... que pesan... porque hay lastre de onzas en el arca, mejor, Zoiluchu, mejor. Has demostrado que vales mucho; tienes un gran porvenir. Para decirlo todo, hijo, eres guapísimo: nada te falta. Ya puedes traernos a casa lo mejorcito de Bilbao, que bien te lo mereces, bien te lo has ganado».

-Lo mejor del pueblo llevaré... pierda usted cuidado... No sería quien soy si así no lo hiciera.

-Eres un hombre...

-Soy... Zoilo Arratia, hijo de sus obras... que cuando quiere... quiere.

-Tú pitarás... el mundo es tuyo.

Una vez tomada su frugal cena, levantáronse los muchachos. Iban al Gari guchi a entretener, jugando al billar, la horita y media que les quedaba antes de volver de facción a la Cendeja.

«Llueve a cántaros, hijos míos».

-¿Qué nos importa el agua?

-Como no nos importa el fuego.

-Iremos arrimaditos a las casas.

-Aguardad, aguardad un momento. Si Sabino me presta su capa, voy con vosotros... No me gusta la compañía de los viejos: prefiero arrimarme a la gente joven, para calentarme en el fuego de vuestros corazones, que no temen, que desean con fuerza...

Obtenida la capa, se fue con ellos, y andaban por las calles enfilados unos tras otros, buscando el amparo de los aleros y cornisones. Cuando llegaban a la calle Nueva, donde estaba el Gari guchi, dijo Valentín a sus amiguitos: «No sólo vengo a acompañaros, sino por ver si alguien, en este café, me da noticias de Churi, a quien he perdido de vista hace tres días».

-Anoche andaba por la ría en una chalana -refirió Víctor Gaminde-. Nos lo dijo Iturbide, que le vio.

-Para mí -agregó Zoilo-, lo que quiere Churi es escapar de Bilbao, no sé por qué... ni qué interés puede tener en ello.

-Cosas de ese chico -afirmó el padre-, que está más loco que una cabra. Me dijeron que hace días quiso pasar las líneas de ellos por encima de la Salve...

-Y no pudiendo escapar por tierra, puede que intente escabullirse de noche por la ría.

-¿Y a dónde va?... ¿Qué se le ha perdido?

-Querrá comer, tío.

-Es la única explicación que me satisface. Pues si Dios me le libra de un balazo, y logra escapar, y come hasta hartarse; si después de tal hazaña emprende la contraria, el retorno, aprovechando estas noches de lluvia y cerrazón, y se descuelga por aquí con un par de merluzas, vaya y venga bendito de Dios... ¿Qué os parece? Mientras llega el momento de gritar: «¡viva Espartero, que nos trae la Libertad!», gritaremos: «¡viva Churi, el que nos trae las merluzas!».