Mano Santa: 3
Escena II
[editar]- Dicha y DOÑA LINA.
LINA. -Con el permiso. ¿Se puede? (Después de cerciorarse de que no hay nadie más.) ¡Ave María, mujer!... Todavía está en eso... Mire que son como... más de la una y allí hay que llegar temprano si no se quiere hacer el viaje al botón... Creí encontrarla pronta... ya cuando menos...
MARÍA LUISA. -¿Qué quiere que haga? Todo se junta para fastidiarme. ¿Quiere creer que Carlos no ha venido a almorzar todavía?
LINA. -Qué trastorno hija... Y hoy que la cosa se presentaba tan linda... Vengan, tráigala no más, me dijo don Salvador, que yo le voy a dar la preferencia, si las veo temprano y con una pasadita le arreglo esos nervios... porque por las señas, lo que debe tener esa señora, es un pasmo nervioso y eso, con mi fluido se quitaría en un segundo. Tiene, viera, la mar de sartificados... y de gente copetuda... Están los Unsueses, los Anchorenas, los de... ¡qué sé yo! Familias bien, todas... desahuciadas por cuanto médico carero hay en este Buenos Aires, y que no han tenido otro remedio sino rebajarse a que las curara el Mano Santa... y así son, para que vea: imagínese que no permiten publicar los sartificados, que si no ya tendría don Salvador, más casos nuevos que Mojarrieta, para publicar.
MARÍA LUISA. -¡Uf! ¡Qué rabia! No digo... Estoy condenada a no salir ni mañana.
LINA. -¿Qué le pasa?
MARÍA LUISA. -¡Nada! ¡Qué sé yo! No puedo sujetar el rodete... ¿No ve? ¿No ve? (Moviendo la cabeza.) ¡Queda flojo... torcido... como el diablo!... También estas malditas horquillas... (Rabiosa, retorciendo una horquilla.) ¡Hum!... ¡Hum!... Ya está... ¡No salgo y no salgo!... (Se deja caer en una silla.)
MARÍA LUISA. -Calma mujer... Cuando más reniegue, peor...
MARÍA LUISA. -También tiene ancheta mi señor marido... No sé qué hace que no llega de una vez...
LINA. -Ya vendrá... no se aflija... Tome una horquilla buena, acabe ese peinado tranquilamente y espiantamos... Que nier... nier... nier... niervos... La costumbre, sabe... Que niervos mujer. Hay que cuidarse; eso no puede ser bueno. No me explico porque don Carlos no quiere que usted se atienda con Mano Santa... ¿Le sirvió la horquilla? Más vale así...
MARÍA LUISA. -(Concluyendo el peinado.) Si viene Carlos, usted se despide y se va... Nos veremos en la esquina...
LINA. -Eso le iba a decir... Pues... para mí, toda la oposición de su marido a Mano Santa, son cosas que le enseña el doctor Repetto y ese otro doctor Ingenieros, la facha, que como son socialistas no quieren que los demás vivan de su trabajo y sepan curar mejor que ellos...
MARÍA LUISA. -¿Quiere alcanzarme una bata que está sobre esa silla?
LINA. -Con mucho gusto, hija... ¡Qué mona la blusa!... ¡Ah!... ¿Pero no ha visto las Caras y Caretas de hoy?
MARÍA LUISA. -No; las debe traer Carlos... (Abre el ropero y se cambia de bata detrás del espejo.)
LINA. -No sabe lo que ha perdido... Pues... publica nada menos que el retrato de doña Anunziata, la gringa del tres...
MARÍA LUISA. -¡Qué me cuenta! ¿Por...?
LINA. -Con el sartifícao... ¿No ve que le curó la ciática, pues?... Vea... mientras usted se acaba de vestir, cruzo el patio y le pido el número. Verá... (Asomándose.) Allí está en la puerta... (a voces) Doña Anunziata. ¿Quiere prestarme el número para mostrarle a doña Luisa...? ¡Ah, sí!... (Volviéndose.) Ahí viene la tana, toda ancha...
MARÍA LUISA. -¿Me hace el favor?...
LINA. -¿Prenderle? Cómo no, mujer... ¡Qué gracioso!... No es sonsa la gringa... Mandó un retrato de cuando era joven, sacado allá en Italia. Y salió bien, lo más buena moza.