Metamorfosis o El Asno de Oro (Cortegana)/Libro VI
SEXTO LIBRO
Argumento.
CAPITULO PRIMERO
—Entre tanto, Psiches discurría y andaba por diversas partes y caminos, buscando de día y de noche, con mucha ansia y trabajo, si podría hallar rastro de su marido; y tanto más le crecía el deseo de hallarlo, cuanto era la pena que traía en buscarlo, y deliberaba entre sí que si no lo pudiese con sus halagos, como su mujer amansar, que a menos como sierva, con sus ruegos y oraciones lo aplacaría. Yendo en esto pensando vió un templo encima de tan alto monte, y dijo:
"¿Dónde sé yo ahora si por ventura mi señor mora en este templo?"
Luego enderezó el paso hacia allá, el cual como quiera que ya le desfallecía por los grandes y continuos trabajos, pero la esperanza de hallar a su marido la aliviaba. Así que, habiendo ya subido y pasado todos aquellos montes, llegó al templo y entróse dentro, donde vió muchas espigas de trigo y cebada, hoces y otros instrumentos para segar; pero todo estaba por el suelo, sin ningún orden, confuso, como acostumbran a hacer los segadores cuando con el trabajo se les cae de las manos. Psiches, como vió todas estas cosas derramadas, comenzó a apartar cada cosa por su parte y componerlo y ataviarlo todo, pensando, como era razón, que de ningún dios se deben menospreciar las ceremonias, antes, procurar de siempre tener propicia su misericordia. Estando Psiches ataviando y componiendo estas cosas entró la diosa Ceres, y como la vió, comenzó de lejos a dar grandes voces, diciendo:
"¡Oh Psiches desventurada! La diosa Venus anda por todo el mundo con grandísima ansia buscando rastro de ti: y con cuanta furia puede desea y busca traerte a la muerte; y con toda la fuerza de su deidad procura haber venganza de ti, y tú ahora estás aquí teniendo cuidado de mis cosas. ¿Cómo puedes tú pensar otra cosa sino lo que cumple a tu salud?" Entonces, Psiches lanzóse a sus pies y comenzólos a regar con sus lágrimas y barrer la tierra con sus cabellos, suplicando y pidiéndole perdón con muchos ruegos y plegarias, diciendo:
"Ruégote, señora, por la tu diestra mano sembradora de los panes, y por las ceremonias alegres de las sementeras, y por los secretos de las canastas de pan, y por los carros que traen los dragones tus siervos, y por las aradas y barbechos de Sicilia, y por el carro de Plutón que arrebató a Proserpina, y por el descendimiento de tus bodas, y por la tornada cuando tornó con las hachas ardiendo de buscar a su hija, y por el sacrificio de la ciudad eleusina, y por las otras cosas y sacrificios que se hacen en silencio, que socorras a la triste ánima de tu sierva Psiches, y consiénteme que entre estos montones de espigas me pueda esconder algunos pocos días, hasta que la cruel ira de tan gran diosa como es Venus por espacio de algún tiempo se amanse, o hasta que al menos mis fuerzas, cansadas de tan continuo trabajo, con un poco de reposo se restituyan."
Ceres le respondió:
"Ciertamente yo me he conmovido a compasión por ver tus lágrimas y lo que me ruegas, y deseo ayudarte; pero no quiero incurrir en desgracia de aquella buena mujer de mi cuñada, con la cual tengo antigua amistad. Así, que tú parte luego de mi casa, y recibe en gracia que no fuiste presa por mí ni retenida."
Cuando esto oyó Psiches, contra lo que ella pensaba, afligida de doblada pena y enojo tomó su camino, tornando para atrás, y vió un hermoso templo que estaba en una selva de árboles muy grandes, en un valle, el cual era edificado muy pulidamente: y como ella se tuviese por dicho ninguna vía dudosa o de mejor esperanza jamás dejarla de probar, y que andaba buscando socorro de cualquier dios que hallase, llegóse a la puerta del templo y vió muy ricos dones de ropas y vestiduras colgadas de los postes y ramas de los árboles, con letras de oro que declaraban la causa por que eran allí ofrecidas y el nombre de la diosa a quien se dan. Entonces, Psiches, las rodillas hincadas, abrazando con sus manos el altar y limpiadas las lágrimas de sus ojos, comenzó a decir de esta manera:
"¡Oh, tú, Juno, mujer y hermana del gran Júpiter! O tú estás en el antiguo templo de la isla de Samos, la cual se glorifica porque tú naciste allí y te criaste: o estás en las sillas de la alta ciudad de Cartago, la cual te adora como doncella que fuiste llevada al cielo encima de un león: o si por ventura estás en la ribera del río Inaco, el cual hace memoria de ti, que eres casada con Júpiter y reina de las diosas: o tú estás en las ciudades magníficas de los griegos, adonde todo Oriente te honra como diosa de los casamientos y todo Occidente te llama Lucina: o doquiera que estés, te ruego que socorras a mis extremas necesidades, y a mí, que estoy fatigada de tantos trabajos pasados, plégate librarme de tan gran peligro como está sobre mí, porque yo bien sé que de tu propia gana y voluntad acostumbras socorrer a las preñadas que están en peligro de parir."
Acabado de decir esto, luego le apareció la diosa Juno, con toda su majestad, y dijo:
"Por Dios, que yo querría dar mi favor y todo lo que pudiese a tus rogativas, pero contra la voluntad de Venus, mi nuera, la cual siempre amé en lugar de mi hija, no lo podría hacer, porque la vergüenza me resiste. Además de esto, las leyes prohiben que nadie pueda recibir a los esclavos fugitivos contra la voluntad de sus señores."
CAPITULO II
—Con este naufragio de la fortuna, espantada Psiches viendo asimismo que ya no podía alcanzar a su marido, que andaba volando, desesperada de toda su salud, comenzó a aconsejarse con su pensamiento en esta manera: ¿Qué remedio se puede ya buscar ni tentar para mis penas y trabajos a los cuales el favor y ayuda de las diosas, aunque ellas lo querían, no pudo aprovechar? Pues que así es, ¿adónde podría yo huir, estando cercada de tantos lazos? ¿Y qué casas o en qué soterraños me podría esconder de los ojos inevitables de la gran díosa Venus? Pues que no puede huir, toma corazón de hombre y fuertemente resiste a la quebrada y perdida esperanza y ofrécete de tu propia gana a tu señora, y con esta obediencia, aunque sea tarde, amansarás su ímpetu y saña. ¿Qué sabes tú si por ventura hallarás allí, en casa de la madre, al que muchos días hace que andas a buscar? De esta manera aparejada para el dudoso servicio y cierto fin, pensaba entre sí el principio de su futura suplicación. En este medio tiempo, Venus, enojada de andar a buscar a Psiches por la tierra, acordó de subirse al cielo, y mandando aparejar su carro, el cual Vulcano, su marido, muy sutil y pulidamente había fabricado y se lo había dado en arras de su casamiento, hecho las ruedas de manera de la Luna, muy rico y precioso, con daño de tanto ono y de muchas otras aves, que estaban cerca de la cámara de Venus, salieron cuatro palomas muy blancas, pintados los cuellos, y pusiéronse para llevar el carro; y recibida la señora encima del carro, comenzaron a volar alegremente, y tras del carro de Venus comenzaron a volar muchos pájaros y aves, que cantaban muy dulcemente, haciendo saber cómo Venus venía. Las nubes dieron lugar, los cielos se abrie ron y el más alto de ellos la recibió alegremente; las aves iban cantando: con ella no temían las águilas y halcones que encontraban. En esta manera, Venus, llegada al palacio real de Júpiter, y con mucha osadía y atrevimiento, pidió a Júpiter que mandase al dios Mercurio le ayudase con su voz, que había menester para cierto negocio. Júpiter se lo otorgó y mandó que así se hiciese. Entonces ella, alegremente, acompañándola Mercurio, se partió del cielo, la cual en esta manera habló a Mercurio:
"Hermano de Arcadia, tú sabes bien que tu hermana Venus nunca hizo cosa alguna sin tu ayuda y presencia; ahora tú no ignoras cuánto tiempo ha que yo no puedo hallar a aquella mi sierva quese anda escondiendo de mí: así que ya no tengo otro remedio sino que tú públicamente pregones que le será dado gran premio a quien la descubriere. Por ende, te ruego que hagas prestamente lo que digo. Y en tu pregón da las señales e indicios por donde manifiestamente se pueda conocer. Porque si alguno incurriere en crimen de encubrirla ilícitamente, no se pueda defender con excusación de ignorancia."
Y diciendo esto, le dió un memorial en el cual se contenía el nombre de Psiches y las otras cosas que había de pregonar. Hecho esto, luego se fué a su casa. No olvidó Mercurio lo que Venus le mandó hacer, y luego se fué por todas las ciudades y lugares, pregonando de esta manera: Si alguno tomare o mostrare dónde está Psiches, hija del rey y sierva de Venus, que anda huida, véngase a Mercurio, pregonero que está tras el templo de Venus, y allí recibirá por galardón de su indicio, de la misma diosa Venus, siete besos muy suaves y otro muy más dulce. De esta manera pregonando Mencurio, todos los que lo oían, con codicia de tanto premio, se aderezaron para buscarla. La cual cosa, oída por Psiches, le quitó toda tardanza de irse a presentar ante Venus, y llegando ella a las puertas de su señora, salía a ella una doncella de Venus, que había nombre Costumbre, la cual, como vió a Psiches, comenzó a dar grandes voces, diciendo:
"Vos, dueña, mala esclava, basta que ya sentís que tenéis señora: aun sobre toda la maldad de tus malas mañas finges ahora que no sabes cuánto trabajo hemos pasado buscándote. Pero bien está, pues que caíste en mis manos: haz cuenta que caíste en la cárcel del infierno, y donde no podrás salir, y prestamente recibirás las penas de tu contumacia y rebeldía."
Diciendo esto, arremetió a ella, y con gran audacia echóle mano de los cabellos y comenzóla a llevar ante Venus, como quiera que Psiches no resistía la ida. La cual, luego que Venus la vió comenzóse de reír como suelen hacer todos los que están con mucha ira, y meneando la cabeza, rascandose en la oreja, comenzó a decir:
"Basta que ya fuiste contenta de hablar a tu suegra; y por cierto, antes creo yo que lo hiciste por ver a tu marido, que está a la muerte de la llaga de tus manos; pero está segura que yo te recibiré como conviene a buena nuera."
Y como esto dijo, mandó llamar a sus criadas la Costumbre y la Tristeza, a las cuales, como vinieron, mandó que azotasen a Psiches. Ellas, siguiendo el mandamiento de su señora, dieron tantos de azotes a la mezquina de Psiches, que la afligieron y atormentaron, y así la tornaron a presentar otra vez ante su señora. Cuando Venus la vió comenzóse otra vez a reír, y dijo:
"¿Y aun ves cómo en la alcahuetería de su vientre hinchado nos conmueve a misericordia? ¿Piensas hacerme abuela bien dichosa con lo que saliere de esta tu preñez? Dichosa yo, que en la flor de mi juventud me llamarán abuela y el hijo de una esclava bellaca oirá que le llame nieto de Venus. Pero necia soy en esto yo, porque por demás puedo yo decir que mi hijo es casado, porque estas bodas no son entre personas iguales, y además de esto fueron hechas en un monte sin testigos y no consintiendo su padre, por lo cual estas bodas no se pueden decir legítimamente hechas; y por esto, si yo consiento que tú hayas de parir, a lo menos nacerá de ti un bastardo."
Y diciendo esto, arremetió con ella y rompióle las tocas, trabándole de los cabellos y dándole de cabezadas, que la afligió gravemente; luego tomó trigo y cebada, mijo, simientes de adormideras, garbanzos, lentejas y habas, lo cual, todo mezclado y hecho un gran montón, dijo a Psiches:
"Tú me pareces tan disforme y bellaca esclava, que con ninguna cosa aplaces a tus enamorados, sino con los muchos servicios que les haces. Pues yo quiero ahora experimentar tu diligencia. Aparta todos los granos de estas simientes que están juntas en este montón, y cada simiente de éstas, muy bien dispuestas y apartadas de por sí, me las has de dar antes de la noche."
Y dicho esto, ella se fué a cenar a las bodas de sus dioses. Psiches, embargada con la grandeza de aquel mandamiento, estaba callando como una muerta, que nunca alzó la mano a comenzar tan grande obra para nunca acabar. Entonces aquella pequeña hormiga del campo, habiendo manc¡Illa de tan gran trabajo y dificultad, como era el de la mujer del gran dios del amor, maldiciendo la crueldad de su suegra Venus, discurrió prestamente por esos campos y llamó y rogó a todas las batallas y muchedumbres de hormigas diciéndoles:
"¡Oh sutiles hijas y criadas de la tierra, madre de todas las cosas, habed merced y mancilla y socorred con mucha velocidad a una moza hermosa, mujer del dios de Amor, que está en mucho peligro!"
Entonces, como ondas de agua, venían infinitas hormigas cayendo unas sobre otras, y con mucha diligencia cada una, grano a grano, apartaron todo el montón. Después de apartados y divisos todos los géneros de granos de cada montón sobre sí, prestamente se fueron de allí. Luego, al comienzo de la noche, Venus, tornando de su fiesta, harta de vino y muy olorosa, llena toda la cabeza y cuerpo de rosas resplandecientes, vista la diligencia del gran trabajo, dijo:
"¡Oh mala!; no es tuya ni de tus manos esta obra, sino de aquel a quien tú por tu mal y por el suyo has aplacido."
Y diciendo esto, echóle un pedazo de pan, para que comiese y fuese a acostar. Entre tanto, Cupido estaba solo y encerrado en una cámara de las que estaban más adentro de casa: el cual estaba allí encerrado así por que la herida no se dañase, si algún mal deseo le viniese, como por que no hablase con su amada Psiches. De esta manera, dentro de una casa y debajo de un tejado, apartados los enamorados, con mucha fatiga pasaron aquella noche negra y muy obscura.
CAPITULO III
—Después que amaneció, mandó Venus llamar a Psiches y dijo de esta manera:
"¿Ves tú aquella floresta por donde pasa aquel río que tiene aquellos grandes árboles alrededor, debajo del cual está una fuente cerca? ¿Y ves aquellas ovejas resplandecientes y de color de oro que andan por allí paciendo sin que nadie las guarde? Pues ve allá luego y tráeme la flor de su precioso vellocino en cualquier manera que lo puedas haber."
Psiches, de muy buena gana se fué hacia allá, no con pensamiento de hacer lo que Venus le había mandado, sino por dar fin a sus males, lanzándose de un risco de aquellos dentro en el río. Cuando Psiches llegó al río, una caña verde, que es madre de la música suave, meneada por un dulce aire por inspiración divina, habló de esta manera:
"Psiches, tú que has sufrido tantas tribulaciones no quieras ensuciar mis santas aguas con tu misérrima muerte, ni tampoco llegues a estas espantosas ovejas, porque tomando el calor y ardor del Sol suelen ser muy rabiosas, y con los cuernos agudos y las frentes de piedra, aun mordiendo con los dientes ponzoñosos, matan a muchos hombres. Pero después que pasare el ardor del mediodía y las ovejas se van a reposar a la frescura del río, podrás esconderte debajo de aquel alto plátano, que bebe del agua de este río que yo bebo. Y como tú vieres que las ovejas, pospuesta toda su ferocidad, comienzan a dormir, sacudirás las ramas y hojas de aquel monte que está cerca de ellas y allí hallarás las guedejas de oro que se pegan por aquellas matas cuando las ovejas pasan."
En esta manera la caña, por su virtud y humanidad, enseñaba a la mezquina de Psiches de cómo se había de remediar, Ella, cuando esto oyó, no fué negligente en cumplirlo. Pero haciendo y guardando todo lo que ella dijo, hurtó el oro con la lana de aquellos montes, y cogido lo trajo y echó en el regazo de Venus. Mas con todo esto nunca mereció cerca de su señora galardón su segundo trabajo, antes, torciendo las cejas con una risa falsa, dijo en esta manera:
"Tampoco creo yo ahora que en esto que tú hiciste no faltó quien te ayudase falsamente. Pero yo quiero experimentar si por ventura tú lo haces con esfuerzo tuyo y prudencia o con ayuda de otro; por ende, mira bien aquella altura de aquel monte adonde están aquellos riscos muy altos, de donde sale una fuente de agua muy negra, y desciende por aquel valle donde hace aquellas lagunas negras y turbias y de allí salen algunos arroyos infernales. De allí, de la altura donde sale aquella fuente, tráeme este vaso lleno de rocío de aquella agua."
Y diciendo esto, le dió un vaso de cristal, amenazándola con palabras ásperas si no cumpliese lo que le mandaba. Psiches, cuando esto oyó, aceleradamente se fué hacia aquel monte, para subir encima de él y desde allí echarse, para dar fin a su amarga vida. Pero como llegó alrededor de aquel monte, vió una mortal y muy grande dificultad para llegar a él, porque estaba allí un risco muy alto que parecía que llegaba al cielo, y tan liso, que no había quien por él pudiese subir; de encima de aquél salía una fuente de agua negra y espantable, la cual, saliendo de su nación, corría por aquellos riscos abajo y venía por una canal angosta cercada de muchos árboles, la cual venía a un valle grande que estaba cercado de una parte y de otra de grandes riscos, adonde moraban dragones muy espantables, con los cuellos alzados y los ojos tan abiertos, para velar, que jamás los cerraban ni pestañeaban, en tal manera, que perpetuamente estaban en vela; y como ella llegó allí, las mismas aguas le hablaron, diciéndo e muy muchas veces:
"Psiches, apártate de ahí, mira muy bien lo que haces. Y guárdate de hacer lo que quieres; huye luego, si no, cata que morirás."
Cuando Psiches vió la imposibilidad que había de llegar a aquel lugar, fué tornada como una piedra, y aunque estaba presente con el cuerpo, estaba ausente con el sentido. En tal manera, que con el gran miedo del peligro estaba tan muerta que carecía del último consuelo y solaz de las lágrimas. Pero no pudo esconderse a los ojos de la Providencia tanta fatiga y turbación de la inocente Psiches, la cual, estando en esta fatiga, aquella ave real de Júpiter que se llama águila, abiertas las alas, vino volando súbitamente, recordándose del servicio que antiguamente hizo Cupido a Júpiter, cuando por su diligencia arrebató a Ganimedes el troyano, para su copero, queriendo dar ayuda y pagar el beneficio recibido, en ayudar a los trabajos de Psiches, mujer de Cupido, dejó de volar por el cielo y vínose a la presencia de Psiches y díjole en esta manera:
"¿Cómo tú eres tan simple y necia de las tales cosas, que esperas poder hurtar ni solamente tocar una sola gota de esta fuente no menos cruel que santísima? ¡Tú nunca oíste alguna vez que estas aguas estígeas son espantables a los dioses y aun al mismo Júpiter? Además de esto, vosotros, los mortales, juráis por los dioses, pero los dioses acostumbran jurar por la majestad del lago estigio: pero dame este vaso que traes."
El cual ella le dió y el águila se lo arrebató de la mano muy presto, y volando entre las bocas y dientes crueles y las lenguas de tres órdenes de aquellos dragones, fué al agua e hinchó el vaso, consintiéndolo la misma agua, y aun amonestándole que prestamente se fuese, antes que los dragones la matasen. El águila, fingiendo que por mandato de la diosa Venus y para su servicio había venido por aquella agua, por la cual causa más fácilmente llegó a henchir el vaso y salir libre con ella, en esta manera, tornó con mucho gozo y dió el vaso a Psiches, Ileno de agua; la cual la llevó luego a la diosa Venus. Pero con todo esto nunca pudo aplacar ni amansar la crueldad de Venus; antes ella, con su risa mortal, como solía, le habló amenazándola con mayores y más peores tormentos, diciendo:
"Ya tú me pareces una maga y gran hechicera, porque muy bien has obtemperado a mis mandamientos y hecho lo que yo te mandé; mas tú, lumbre de mis ojos, aun resta otra cosa que has de hacer. Toma esta bujeta, la cual le dió, y vete a los palacios del infierno, y darás esta bujeta a Proserpina, diciéndole: Venus te ruega que le des aquí una poca de tu hermosura, que baste siquiera para un día, porque todo lo hermoso que ella tenía lo ha perdido y consumido curando a su hijo Cupido, que está muy mal, y torna presto con ella, porque tengo necesidad de lavarme la cara con esto para entrar en el teatro y fiesta de los dioses."
Entonces, Psiches, abiertamente, sintió su último fin y que era compelida manifiestamente a la muerte que le estaba aparejada. ¿Qué maravilla que lo pensase, pues que era compelida a que de su propia gana y por sus propios pies entrase al infierno, donde estaban las ánimas de los muertos? Con este pensamiento no tardó mucho, que se fué a una torre muy alta para echarse de allí abajo, porque de esta manera ella pensaba descender muy presto y muy derechamente a los infiernos. Pero la torre le habló en esta manera: "¿Por qué, mezquina de ti, te quieres matar, echándote de aquí abajo, pues que ya éste es el peligro y trabajo que has de pasar? Porque si una vez tu alma fuere apartada de tu cuerpo, bien podrás ir de cierto al infierno. Pero, créeme, que en ninguna manera podrás tormar a salir de allí. No está muy lejos de aquí una noble ciudad de Achaya, que se llama Lacedemonia; cerca de esta ciudad busca un monte que se llama Tenaro, el cual está apartado en lugares remotos. En este monte está una puerta del infierno, y por la boca de aquella cueva se muestra un camino sin caminantes, por donde si tú entras, en pasando el umbral de la puerta, por la canal de la cueva derecho, podrás ir hasta los palacios del rey Plutón; pero no entiendas que has de llevar las manos vacías, porque te conviene llevar en cada una de las manos una sopa de pan mojada en meloja, y en la boca has de llevar dos monedas; y después que ya hubieres andado buena parte de aquel camino de la muerte hallarás un asno cojo cargado de leña, y con él un asnero también cojo, el cual te rogará que le des ciertas chamizas para echar en la carga que se le cae: pero tú pásate callando, sin hablarle palabra; y después, como llegares al río muerto donde está Carón, él te pedirá el portazgo, porque así pasa él en su barca de la otra parte a los muertos que allí llegan: porque has de saber que hasta allí entre los muertos hay avaricia, que ni Carón ni aquel gran rey Plutón hacen cosa alguna de gracia, y si algún pobre muere cúmplele buscar dineros para el camino, porque si no los llevare en la mano no le pasarán de allí. A este viejo suyo darás en nombre de flete una moneda de aquellas que llevares; pero ha de ser que él mismo la tome con su mano de tu boca. Después que hubieres pasado este río muerto hallarás otro viejo muerto y podrido que anda nadando sobre las aguas de aquel río, y alzando las manos te rogará que lo recibas dentro en la barca; pero tú no cures de usar piedad, que no te conviene. Pasado el río y andando un poco adelante hallarás unas viejas tejedoras que están tejiendo una tela, las cuales te rogarán que les toques la mano; pero no lo hagas, porque no te conviene tocarles en manera ninguna. Que has de saber que todas estas cosas y otras muchas nacen de las asechanzas de Venus, que querría que te pudiesen quitar de las manos una de aquellas sopas: lo cual te sería muy grave daño, porque si una de ellas perdieses nunca jamás tornarías a esta vida. Demás de esto sepas que está un poco adelante un perro muy grande, que tiene tres cabezas, el cual es muy espantable, y ladrando con aquellas bocas abiertas espanta a los muertos, a los cuales ya ningún mal puede hacer, y siempre está velando ante la puerta del obscuro palacio de Proserpina, guardando la casa vacía de Plutón. Cuando aquí llegares, con una sopa que le lances lo tendrá enfrenado y podrás luego pasar fácilmente, y entrarás adonde está Proserpina, la cual te recibirá benigna y alegremente y te mandará sentar y dar muy bien de comer. Pero tú siéntate en el suelo y come de aquel pan negro que te dieren; y pide luego de parte de Venus aquello por que eres venida, y recibido lo que te dieren en la bujeta, cuando tornares, amansarás la rabia de aquel perro con la otra sopa. Y cuando llegares al barquero avariento, le darás la otra moneda que guardaste en la boca; y pasando aquel río tornarás por las mismas pisadas por donde entraste, y así vendrá a ver esta claridad celestial. Pero sobre todas las cosas te apercibo que guardes una: que en ninguna manera cures de abrir ni mirar lo que traes en la bujeta, ni procures de ver el tesoro escondido de la divina hermosura."
De esta manera aquella torre, habiendo mancilla de Psiches, le declaró lo que le era menester de adivinar. No tardó Psiches, que luego se fué al monte Tenaro, y tomados aquellos dineros y aquellas sopas como le mandó la torre, entróse por aquella boca del infierno, y pasado callando aquel asnero cojo, y pagado a Carón su flete por que le pasase, y menospreciado asimismo el deseo de aquel viejo muerto que andaba nadando, y también no curando de los engañosos ruegos de las viejas tejedoras, y habiendo amansado la rabia de aquel temeroso perro con el manjar de aquella sopa, llegó, pasado todo esto, a los palacios de Proserpina; pero no quiso aceptar el asentamiento que Proserpina le mandaba dar, ni quiso comer de aquel manjar que le ofrecían; mas humildemente se sentó ante sus pies, y contenta con un pedazo de pan bazo, le expuso la embajada que traía de Venus; y luego, Proserpina le hinchó la bujeta secretamente de lo que pedía; la cual luego se partió, y aplacado el ladrar y la braveza del perro infernal con el engaño de la otra sopa que le quedaba, y habiendo dado la otra moneda a Carón el barquero por que la pasase, tornó del infierno más esforzada de lo que entró. Y después de adorada la cla ra luz del día, que tornó a ver, como quiera que en cumplir esto acababa el servicio que Venus le había mandado, vínole al pensamiento una temeraria curiosidad, diciendo:
"Bien soy yo necia trayendo conmigo la divina hermosura que no tome de ella siquiera un poquito para mí, para que pueda placer a aquel mi hermoso enamorado."
Y como esto dijo, abrió la bujeta, dentro de la cual ninguna cosa había, ni hermosura alguna, salvo un sueño infernal y profundo, el cual, como fué destapado, cubrió a Psiches de una niebla de sueño grueso, que todos sus miembros le tomó yposeyó, y en el mismo camino por donde venía cayó durmiendo como una cosa muerta. Pero Cupido, ya que convalecía de su llaga, no pudiendo tolerar ni sufrir la luenga ausencia de su amiga, estando ya bien dispuesto y las alas restan radas, porque había días que holgaba, salióse por una ventana pequeña de su cámara, donde estaba encerrado, y fué presto a socorrer a su mujer Psiches, y apartando de ella el sueño, y lanzado otra vez dentro en la bujeta, tocó livianamente a Psiches con una de sus saetas y despertóla diciéndole:
"Aun tú, mezquina de ti, no escarmientas, que poco menos fueras muerta por semejante curiosidad que la que hiciste conmigo? Pero ve ahora con la embajada que mi madre te mandó, y entre tanto, yo proveeré en lo otro que fuere me nester."
Dicho esto, levantóse con sus alas y fuese volando. Psiches llevó lo que traía de Proserpina y diólo a Venus; entre tanto, Cupido, que andaba muy fatigado del gran amor, la cara amarilla, temiendo la severidad no acostumbrada de su madre, tornóse al almario de su pecho y con sus ligeras alas voló al cielo y suplicó al gran Júpiter que le ayudase, y recontóle toda su causa. Entonces Júpiter tomóle la barba, y trayéndole la mano por la cara lo comenzó a besar, diciendo:
"Como quiera que tú, señor hijo, nunca me guardaste la honra que se debe a los padres por mandamiento de los dioses; pero aun este mismo pecho, en el cual se encierran y disponen todas las leyes de los elementos, y a las veces de las estrellas, muchas veces lo llagaste con continuos golpes del amor, y lo ensuciaste con muchos lazos de terrenal lujuria, y lisiaste mi honra y fama con adulterios torpes y sucios contra las leyes, especialmente contra la ley Julia, y a la pública disciplina, transformando mi cara y hermosura en serpientes, en fuegos, en bestias, en aves y en cualquier otro ganado. Pero, con todo esto, recordándome de mi mansedumbre y de que tú creciste entre estas mis manos, yo haré todo lo que tú quisieres, y tú sépaste guardar de otros T que desean lo que tú de seas. Esto sea con una condición: que si tú sabes de alguna doncella hermosa en la tierra, que por este beneficio que de mí recibes debes de pagarme con ella la recompensa."
Después que esto hubo hablado, mandó a Mercurio que llamase a todos los dioses a consejo; y si alguno de ellos faltase, que pagase diez mil talentos de pena. Por el cual miedo todos vinieron y fué lleno el palacio donde estaba Júpiter, el cual, asentado en la silla alta, comenzó a decir, de esta manera:
"¡Oh dioses, escritos en el blanco de las musas! Vosotros todos sabéis cómo este mancebo que yo crié en mis manos procuré de refrenar los ímpetus y movimientos ardientes de su pri mera juventud. Pero harto basta que él es infamado entre todos de adulterios y de otras corruptelas, por lo cual es bien que se quite toda ocasión, y para esto me parece que su licencia de juventud se debe de atar con lazo de matrimonio. El ha escogido una doncella, la cual privó de su virginidad: téngala y poséala y siempre use de sus amores."
Y diciendo esto, volvió la cara a Venus y díjole:
"Tú, hija, no te entristezcas por esto; no temas a tu linaje ni al estado del matrimonio mortal, porque yo haré que estas bodas no sean desiguales, mas legítimas o bien ordenadas como el derecho lo manda."
Y luego mandó a Mercurio que tomase a Psiches y la subiese al cielo, a la cual Júpiter dió a beber del vino a los dioses, diciéndole:
"Toma, Psiches, bebe esto y serás inmortal; Cupido nunca se apartará de ti; estas bodas vuestras durarán para siempre."
Dicho esto, no tardó mucho cuando vino la cena muy abundante, como a tales bodas convenía. Estaba sentado a la mesa Çupido en el primer lugar y Psiches en su regazo. De la otra parte estaba Júpiter con Juno, su mujer, y después, por orden, todos los otros dioses. El vino de alfajor, que es un vino de los dioses, suministrábalo Ganimedes a Júpiter como copero suyo, y a los otros, el dios Baco. Vulcano cocinaba la cena; las ninfas henchían de flores y rosas y otros olores la sala donde cenaban; las musas cantaban muy dulcemente; Apolo cantaba con su vihuela; Venus entró a la suave música y bailó hermosamente. En esta manera era el convite ordenado: que el coro de las musas cantase y el sátiro hinchase la gaita y el dios Pan tañese un tamboril. De esta manera vino Psiches en manos del dios Cupido. Y estando ya Psiches en tiempo del parir, nacióles una hija, a la cual llamamos Placer.
En esta manera aquella vejezuela loca y liviana contaba esta conseja a la doncella cautiva; pero yo, como estaba allí cerca, oíalo todo y dolíame que no tenía tinta papel para escribir y notar tan hermosa novela."
CAPITULO IV
En esto entraron los ladrones por la puerta, cargados, diciendo que habían peleado muy fuertemente, y dejados en casa algunos de los heridos para que curasen sus llagas, algunos de los otros más esforzados tornaban, según decían, por ciertos líos y cosas que habían dejado escondidas en una cueva; y luego que comieron muy de prisa y arrebatadamente, sacaron del establo a mí y a mi caballo, dándonos buenas varadas para que trajésemos aquellas cosas, y puestos en el camino, pasadas muchas cuestas y valles, yendo muy fatigados, casi a la noche llegamos a una cueva, de donde, cargados de muchas cosas, que un poquito de tiempo no nos dejaron descansar, tornaron al camino; ellos se apresuraban con tanto miedo, que con los muchos palos que me daban, empujándome por que anduviese, me lanzaron e hicieron caer sobre una piedra que estaba cerca del camino: de donde recibí tantos golpes y guinchones, que por levantarme me lisiaron en la pierna derecha y en el casco de la mano siniestra. Y como yo comencé a andar cojeando, uno de aquellos ladrones dijo:
—¿Hasta cuándo hemos de mantener de balde a este asnillo cansado y aun ahora cojo?
Al cual otro respondió:
—¿Qué te maravillas? Que con mal pie entró en nuestra casa; después que a nuestro poder vino, nunca hubimos otra buena ganancia, sino heridas y muertes de nuestros compañeros.
A esto añadió otro:
—Cierto, lo que yo haría es que, como él, aunque le pese, haya llevado esta carga hasta casa, luego le lanzaría de esas peñas abajo para que diese de comer y fuese manjar agradable de los buitres.
En tanto que los mansos y misericordiosos hombres entre sí altercaban de mi muerte, ya llegamos a casa, porque el temor de la muerte me hizo alas en los pies. Como llegamos, luego prestamente nos quitaron de encima lo que llevábamos, y no curando de nuestra salud, ni tampoco de mi muerte, llamaron a sus compañeros que habían quedado en casa heridos, y según lo que ellos decían era para contarles el. enojo que habían habido de nuestra tardanza. En todo esto no tenía yo poco miedo de la muerte, de que me habían amenazado, y pensando en ella decía entre ní de esta manera:
—¿En qué estás, Lucio? ¿Qué cosa más extrema puedes esperar? Esta muerte muy cruel te está aparejada por deliberación y acuerdo de los ladrones, y en el cierto peligro poco aprovecha el esfuerzo. ¿Ves estos riscos y peñas muy agudas? A cualquier parte que cayeres por ellas te desmembrarás y harás pedazos: porque el arte mágica que tú andabas a buscar no te dió tan solamente la cara y las fatigas y trabajos de asno, mas no cuero grueso como de asno, sino delgado y muy sutil, como de golondrina. Pues que así es, ¿por qué no te esfuerzas y en tanto que puedes provees a tu salud? Tienes ahora muy buena oportunidad para huir, y en tanto que los ladrones no están en casa, ¿has de temer, por ventura, la guarda de una vieja medio muerta, la cual puedes matar con una coz de tu pie cojo? Pero ¿hasta dónde podré huir? O ¿quién me acogerá en su casa? Este pensamiento, cierto, me parece necio y de asno: porque ¿qué caminante me hallará en el camino que no cabalgue encima de mí y me lleve consigo?
Diciendo esto, con muy alegre esfuerzo, quebré el cabestro con que estaba atado y eché a correr cuanto más presto pude; pero no pudiendo huir los ojos de milano de aquella falsa vieja, la cual, como me vió suelto, tomada audacia y esfuerzo más que su edad y condición le podían dar, arrebatóme por el cabestro y porfió a quererme tornar por fuerza al establo; pero yo, recordándome del propósito mortal de aquellos ladrones, no me moví a piedad alguna, antes, alzados los pies, le di un par de coces en aquellos pechos, que di con ella en tierra. La vieja, como quiera que estaba en tierra, todavía me tenía fuertemente por el cabestro: de manera que, aunque yo corría, la llevaba medio arrastrando; la cual luego comenzó con grandes voces y gritos a pedir ayuda de otra más fuerza que la suya; pero de nadie llamaba ayuda con sus voces, porque nadie oía que le pudiese socorrer, salvo aquella doncella que allí estaba presa, la cual, a las voces que la vieja daba, salió y vió una fiesta y aparato para ver. Conviene a saber: la vejezuela, trabada no de un toro, mas de un asno, y como aquello vió, tomada en sí fuerza de varón, osó hacer una hazaña muy hermosa: trabóme con sus manos del cabestro y con palabras de halago comenzóme a detener un poco, y saltó encima de mí: desde que allí se vió incitábame otra vez para que corriese, y yo así, por la gana que tenía de huir como por escapar aquella doncella, también por las varadas que muchas veces me daba, corría como un caballo, saltando cuanto podía, y tentaba de responder a las de.icadas palabras de la doncella, y aun algunas veces, fingiendo quererme rascar en el espinazo, volvía la cabeza y besaba los hermosos pies de la moza. Entonces ella, con gran suspiro, mirando en hito hasta el cielo, dijo:
—¡Oh soberanos dioses, dad ayuda y favor a mis extremos peligros, y tú, cruel fortuna, déjame ya de perseguir: harto te basta que ya te he sacrificado con estas mis penas y tribulaciones; y tú, remedio de mi libertad y de mi salud, si me llevares en salvo a mi casa y me tornares a mis padres y a mi hermoso marido, ¡cuántas gracias te daré! ¡Cuántas honras te haré! Primeramente estas tus erines muy bien peinadas te adornaré con mis joyas, que me dió mi esposo; en tu frente peinada te haré una partidura; las cerdas de tu cola, que por negligencia están revueltas y mal curadas, con mucha diligencia las puliré y ataviaré: todo te adornaré con chatones de oro, que relumbres como las estrellas del cielo, como cuando en algún triunfo el pueblo sale con mucha pompa y gozo a recibir al que triunfa; de continuo traeré en el seno, debajo de la vestidura de seda, avellanas y otros manjares delicados para engordar a ti, mi salvador y conservador; pero entre estos manjares y la perpetua libertad que tendrás, la cual es felicidad de toda la vida, no te faltará gloria de tu honra. Porque yo haré un testimonio y perpetua memoria de esta mi presente fortuna de la divinal providencia, y pintaré en una tabla la imagen y semejanza de esta mi presente huida y la pondré en el palacio principal de mi casa; la cual será vista y oída entre otras novelas, y será perpetuada esta historia por escritos de hombres letrados, que diga así: Una doncella de linaje real huyó de su cautividad llevándola un asno. Tú serás comparado a los antiguos milagros, porque por ejemplo de tu verdad creemos que Frixo nadó por la mar schre un carnero, y Arión escapó encima de un delfín, y Europa cabalgó y huyó encima de un toro: porque si fué verdad que Júpiter se transfiguró en buey, bien puede ser que en este mi asno se esconda o alguna figura de hombre o imagen de los dioses.
Entretanto que la doncella replicaba entre sí muchas veces estas cosas, mezclando con este deseo grandes y continuados suspiros, llegamos adonde se apartaban tres caminos. Cuando allí llegamos, ella, tirándome del cabestro con cuanta fuerza podía, porfiaba de enderezarme por el camino de a mano denecha, porque aquélla era la vía para ir a casa de sus padres. Mas yo, sabiendo que los ladrones habían ido por allí a hacer otros robos y saltos, resistíale fuertemente y entre mí callando decía de esta manera: "; Qué haces, moza desventurada, qué haces? ¿Por qué te apresuras para la muerte? ¿Qué es lo que porfías a hacer con mis pies? Porque no solamente perderás a ti, pero a mí también." Estando nosotros altercando cada uno en su porfía y en causa final contendiendo de la propiedad del suelo o dividir el camino, he aquí los ladrones cargados de lo que habían robado; nos tomaron a manos, y como con la claridad de la Luna nos conocieron un poco de lejos, con una risa falsa y maligna nos comenzaron a saludar, y el uno de ellos dijo de esta manera:
—¿Hacia dónde tan de priesa trasnocháis este camino, que no teméis las brujas y fantasmas de la soledad de la noche? Y tú, muy buena doncella, ¿das mucha priesa en ir a ver a tus padres? Pues que así es, nosotros socorreremos tu soledad y te mostraremos el camino bien ancho para ir a tus padres.
Y siguiendo las palabras con el hecho, echó mano del cabestro y tornóme para atrás dándome buenos palos y guinchones con un palo nudoso que traía en la mano. Entonces yo, contra mi voluntad, tornando a la muerte que me estaba aparejada, recordéme del dolor de la uña y comencé cabeceando a cojear. Aquel que me tornó para atrás dijo:
—¿Y cómo tú otra vez vas titubeando y vacilando? ¿Y estos tus pies podridos pueden huir y no saben andar? Ahora, poco ha, vencían la celeridad de Pegaso, aquel caballo que volaba.
En tanto que este compañero muy sabroso jugaba conmigo de esta manera, sacudiéndome muy buenas varadas, ya llegamos al canto de su casa: he aquí donde vimos aquella vejezuela que estaba ahorcada, con una soga, de la rama de un alto ciprés, a la cual los ladrones descolgaron y así con su cuerda al pescuezo la lanzaron por estas peñas abajo, y entrando en casa, después que hubieron atado la doncella con sus cordeles, pegaron con la cena que la desventurada vieja en su última diligencia había aparejado; y después que con sus ánimos bestiales y ferocidad tragaron todo lo que allí había, comenzaron entre sí a platicar y considerar de nuestra pena y de su venganza, y, como suele acontecer entre gente turbulenta, fueron diferentes las sentencias que cada uno dijo. El primero dijo que le parecía que debían quemar viva a aquella doncella. El segundo, que la echasen a las bestias. El tercero, que la debían ahorcar en una horca. El cuarto mandaba que con tormentos la despedazasen. Cierto, a dicho de todos, como quiera que fuese, la muerte le era aparejada. Entonces uno de aquéllos mandó callar a todos, y con palabras agradables comenzó a hablar de esta manera:
—No conviene a la secta de nuestro colegio, ni a la mansedumbre de cada uno, ni aun tampoco a mi modestia, sufrir que vosotros seáis cruelesmás de lo que el delito merece; ni debéis traer para esto bestias fieras, ni horca, ni nego, ni tormentos, ni aun tampoco muerte apresurada. Así que vosotros, si tomáis mi vote, habéis de dar vida a la doncella, pero aquella vida que merece. No creo yo que se os ha olvidado lo que teníais deliberado de hacer de este asno, aunque continuo perezoso, pero gran comilón, y aun ahora mentiroso, fingiendo que estaba cojo, era ministro y medianero de la huída de esta doncella. Así que me parece que mañana degollemos a este asno, y sacadas del todo las entrañas, por medio de la barriga, cosámosle dentro esta doncella que hubo en más que a nosotros, y solamente que tenga la cara de fuera, todo el cuerpo de la moza se encierre en el cuerpo del asno; y después me parece que se debe poner este asno así relleno y cosido encima de un risco de éstos, adonde le dé el ardor del Sol. Y de esta manera sufrirán ambos todas las penas que vosotros derechamente hayáis sentenciado. Porque ese asno recibirá la muerte que días ha ha merecido, y ella sufrirá los bocados de las bestias fieras cuando sus miembros serán roídos de los gusanos; y también pasará pena de fuego cuando el Sol encenderá el vientre del asno, con sus grandes ardores, y asimismo sufrirá pena de la horca cuando los perros y bueyes llevarán sus carnes y entrañas a pedazos; además de esto, debéis pensar, muchos tormentos y penas que pasará ella; siendo viva morirá en el vientre de la beştia muerta, y del gran hedor sus narices penarán, y de no comer se secará de hambre mortal, y como estará cosida, no tendrá libres las manos para poderse matar.
Los ladrones, cuando oyeron esto que aquél decía, no solamente con los pies, mas con todas sus voluntades y ánimos, se allegaron a aquella sentencia, la cual oyendo yo con estas mis grandes orejas, ¿qué otra cosa podría hacer sino llorar mi muerte, que había de ser otro día?